25 de mayo: ¿Por qué formamos una Junta?

En la narrativa de los hechos de nuestra Revolución de Mayo existen falsedades y malentendidos que le atribuyen al hecho una importancia y una afiliación ideológica exageradas. El análisis de la historia demuestra que la verdad ha sido tergiversada a lo largo de los años hasta hacerse un relato que podría no reflejar con exactitud la realidad de aquellos días revolucionarios. Ese es un problema que el revisionismo histórico debe subsanar.
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Desde nuestra más tierna escolaridad se nos comienza a inculcar en el imaginario el mito de que el 25 de mayo es el cumpleaños de la patria. De acuerdo con la narrativa oficial, transmitida de generación en generación, la patria nació el 25 de mayo de 1810 y no hay fechas fundacionales de la argentinidad previas a esta.

Pero es necesario desmitificar la historia para acercarse aunque sea de manera asintótica a la verdad. La Revolución de Mayo fue un momento trascendental para nuestra conciencia histórica como pueblo, pero no fue el primero ni fue el único, ni tampoco ha tenido el significado o los antecedentes que a menudo nos intenta proponer la historiografía clásica.

La Primera Junta surgida del cabildo abierto de 1810, llamada Junta del Río de la Plata, no fue la única en Sudamérica. La Junta de Buenos Aires se conformó de manera contemporánea con otras similares que estaban emplazadas en Caracas, en México, en Colombia y en Santiago de Chile. De hecho, un año antes de la revolución ya había habido intentos por establecer una junta en La Paz, en el Alto Perú, actual territorio de Bolivia. Todas ellas tuvieron mucho en común con aquellas que empezaron a surgir en la propia España a partir de la invasión francesa al territorio peninsular español en 1808 y que poseían como fundamento ideológico la filosofía política de raigambre puramente hispana, anterior a la llegada de los Borbones al trono de España.

De manera que no hay una patria argentina que nace como de un repollo el 25 de mayo de 1810, esa idea es errada. Pero es tan groseramente errada que resulta sospechoso semejante craso error en la apreciación y en la transmisión a las generaciones venideras posteriores del significado del 25 de mayo. Tamaño error da a sospechar que detrás de este existe una intencionalidad con relación a qué idea transmitir del 25 de mayo, sin que un presunto intento por apropiarse del significado de la fecha opaque la importancia que el acontecimiento ha tenido en sí propio.

Tampoco pretendemos con este planteo generar la impresión de que la revolución ha sido enteramente pergeñada por Gran Bretaña como algunos autores sostienen en la actualidad, afirmando que el 25 de mayo lo hicieron los ingleses en beneficio propio. Atribuir una conspiración donde no hay elementos para hacerlo implica meterse innecesariamente en camisa de once varas, aunque sí por supuesto debemos recordar que la principal potencia colonial, marítima, comercial y militar de la época sin lugar a dudas ha estado al menos y en todo momento pendiente de lo que sucedía con las colonias de su histórico archienemigo.

La invasión de Napoleón a España fue el hecho que disparó en América el proceso independentista. Caída la autoridad de Fernando VII sobre las colonias, en estas tierras vieron la luz las tesis sobre la naturaleza del poder y sobre cómo deberían organizarse los pueblos americanos en la nueva coyuntura histórica. Nada volvería a ser igual aun después de la derrota de Napoleón y la restauración de la corona española. La pintura es un óleo del grabador francés Carle Vernet titulada ‘Rendición ante el emperador’, pues muestra a los miembros de la Junta de Madrid arrodillándose frente a Napoleón.

Pero hacer el seguimiento no es sinónimo necesariamente de poseer la capacidad efectiva de manejar todos los hilos de la política. Presuponer aquello puede conducirnos a inferir algo incorrecto y forzar a la historia a amoldarse a la interpretación que de ella pretendemos dar.

Entonces resulta fundamental separar la paja del trigo y si bien podemos aducir que determinadas omisiones parecerían haber sido forzadas a posteriori para generar una narrativa que colocara al 25 de mayo en la génesis de la idea de patria en la América del Sur, no debemos en cambio darnos el lujo de suponer que la revolución misma haya sido fruto del cálculo de la corona británica por sobre la España de los Borbones.

Y ello en primer lugar porque no tendría sentido presuponer que una revolución de afiliación ideológica puramente hispana hubiese tenido como propósito ulterior generar el quiebre del territorio colonial bajo dominio español y derivar en última instancia en la independencia de las colonias. ¿Pero cómo que una revolución de afiliación hispana, se preguntará el lector, si desde los inicios de nuestra historia la academia nos ha hecho saber que la Revolución de Mayo estuvo íntegramente embebida por el espíritu de las revoluciones liberales de los Estados Unidos en 1776 y de Francia en 1789?

A este punto queremos dedicar este artículo, pues sí existen razones para afirmar que se ha instalado deliberada y artificialmente a partir del siglo XIX la versión que sugiere que los patriotas en mayo de 1810 estaban conmovidos en el pecho y lloraban mentando los lemas de la revolución francesa —libertad, igualdad y fraternidad—, decididos a reproducir en el Plata eventos tales como la toma de la Bastilla como se reproduce una planta a través de sus gajos. Esa versión, repetimos, debe responder a una intencionalidad ulterior de contar la historia sobre la base de un interés por sesgarla, pues no existen elementos que nos den a suponer que tal cosa ha sido así.

De hecho, en su Historia de la Argentina Vicente Sierra fundamenta a través de una serie de documentos cómo el único miembro de la Junta que podría haber llegado a tener lectura de alguno de los autores de la ilustración francesa era Mariano Moreno, quien sería designado secretario el 25 de mayo. Pero Mariano Moreno no participó del Cabildo Abierto del día 22, aquel durante el cual se cocinó verdaderamente la revolución. La revolución del 25 de mayo fue consecuencia de lo que se discutió y se decidió el 22 de mayo cuando Moreno, aun siendo vecino de Buenos Aires, no se encontraba presente, por lo que debió ser notificado a posteriori de su designación como miembro de la Junta.

La Batalla de Trafalgar en 1805 tuvo como resultado una decisiva victoria británica sobre España. A partir de este hecho, Gran Bretaña consolidó su posición de primera potencia global y es presumible, por lo tanto, que haya querido imponer sus intereses en todo el mundo y también aquí en la América hispana. No obstante, afirmar que nuestra Revolución de Mayo fue patrocinada por Londres en beneficio propio es temerario al no existir mucha evidencia de ello. Lo que sí existe es el testimonio de la influencia hispana en todo el proceso revolucionario. Por su parte, la pintura ilustrativa se titula ‘The Battle of Trafalgar’ y es obra del pintor y militar inglés Clarkson Frederick Stanfield, fue realizada en 1833 y está expuesta en el Museo Nacional Británico de Arte Moderno de Londres.

Los patriotas de 1810 en Buenos Aires eran conscientes de lo que había sucedido en Francia en 1789, por supuesto, pero ello no significa que todos adhirieran al imaginario liberal republicano ni mucho menos que defendieran sus principios, sobre todo luego de que la revolución francesa se radicalizara, llegando a cometer el primer genocidio de la era moderna y sobre todo atendiendo al detalle de que los patriotas eran leales a la corona española cuya autoridad había sido desafiada precisamente por Francia. Vicente Sierra lo dice claramente: los patriotas no habían leído el grueso de los autores que inspiraron la revolución francesa, esta no fue un tema debatido ni un antecedente elegido como referencia durante las jornadas de mayo de 1810.

Tampoco lo fue la revolución de los colonos norteamericanos de 1776. Resulta difícil entender esto en la actualidad al calor de la importancia que los Estados Unidos lograron a lo largo sobre todo del siglo XX, pero en 1810 la revolución de las Trece Colonias no era ejemplo de nada. Los vecinos más o menos leídos de Buenos Aires estaban al tanto de que muy al norte unas colonias británicas habían logrado independizarse, pero el proceso no se seguía de cerca ni mucho menos constituía un modelo a seguir. Esa idea confederal republicana de una nación de origen protestante no parecía ser la primera referencia a ser tomada en cuenta por naciones o regiones hispanas, criollas y descendientes de españoles católicos.

Entonces lo del 22 de mayo fue más revolucionario que lo de 25 porque ahí se discutía algo muy concreto: qué debían hacer las colonias una vez desaparecida la autoridad monárquica tras la invasión napoleónica en la península. No había un rey que gobernase las Españas ni de un lado ni del otro del Océano Atlántico y la Junta Central de Sevilla, la principal junta de todas las que habían surgido en la península y que había designado al virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros, había caído ante la invasión napoleónica.

Es decir que los miembros del Cabildo Abierto asistían al planteo en tiempo real de un problema jurídico y político de gravedad: qué pasaría con la autoridad del virrey si aquella autoridad superior que lo había designado ya no existía pues la Junta Central de Sevilla que nombró a Cisneros había dejado de existir. Qué autoridad tenía el virrey y qué hacer en el supuesto caso de que esa autoridad hubiera cesado, eso es lo que se discutió el 22 de mayo.

El Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810 fue el hecho trascendental de la revolución, del que Mariano Moreno no participó, aunque curiosamente aparece pensativo en un rincón de la pintura. La obra es del pintor e historietista chileno Pedro Subercaseaux y fue realizada en el año 1910 con motivo del festejo del Centenario de la Revolución de Mayo.

De acuerdo con la crónica, tomó la palabra el obispo de Buenos Aires Benito Lué y Riega, quien expresó que era preciso seguir acatando las órdenes de España, siervo como era de una Iglesia que ya funcionaba como una suerte de apéndice del Estado español. Pero lo más importante de la jornada fue lo que sostuvo un abogado porteño, Juan José Castelli, egresado de la Universidad de Chuquisaca en Sucre.

Castelli, de formación puramente hispana, no citó ni a autores franceses ni a Benjamín Franklin, sino que hizo referencia a los autores españoles de la escuela de Salamanca, esto es, a los teólogos, juristas y pensadores peninsulares del siglo XVI, quienes habían elaborado una teoría sobre el origen del poder.

Los autores de Salamanca se habían desmarcado de las teorías de origen divino del poder real que darían lugar poco después al absolutismo monárquico de los Borbones en Francia, por ejemplo. Intelectuales como Francisco de Vitoria, Francisco Suárez, Domingo de Soto o Diego de Covarrubias, todos ellos autores de la España del siglo XVI, habían elaborado la teoría de la retroversión del poder en el pueblo, según la que el poder se originaba en Dios, pero Dios se lo delegaba al pueblo y este a la vez lo cedía al monarca, quien habría de regir los destinos comunes. Si no existía monarca por una determinada circunstancia, entonces el poder no volvía a Dios sino al pueblo.

La teoría de la retroversión del poder había sido abandonada adrede hacía un siglo con la llegada de los Borbones al trono español, precisamente una casa real de origen francés. No convenía su aplicación pues esta no era funcional para justificar una monarquía del tipo absolutista. El argumento de Castelli en el Cabildo Abierto del 22 de mayo, entonces, era puramente hispánico y nada tenía que ver ni con la Carta Magna de Inglaterra ni con la Revolución Francesa de 1789 ni mucho menos con la constitución de los Estados Unidos.

De manera tal que nuestra revolución criolla tiene orígenes de filiación ideológica puramente hispánicos, aunque algunos autores han parecido considerar que esta afirmación tendería a bajarle el precio, por lo que prefieren asumir, aun sin fundamento ni documentación, que ha sido un gajito de la revolución francesa de 1789. Esa afirmación constituye nada más ni nada menos que una falsedad.

Juan José Castelli fue un protagonista intelectual de nuestra Revolución de Mayo al aportar al debate el punto de vista de autores de la escuela de Salamanca del siglo XVI. Esos pensadores habían dado una teoría sobre el origen del poder que fue fundamental para imponer la tesis de que el poder emana del pueblo y, en última instancia, a este le pertenece.

El 22 de mayo de 1810 a Castelli no se le pudo contestar porque su argumento resultaba irrefutable: la aseveración de que el virrey Cisneros ya no poseía autoridad y de que para sustituir la autoridad vacante era necesario formar una Junta que surgiera del propio pueblo se desprendía de la teoría oficial de la monarquía española vigente durante dos siglos, previa a la situación extraordinaria en la que la autoridad regia se encontraba desde 1808. Además, replicaba la actitud que el propio pueblo español había adoptado en la península.

Pero hubo alguien que también aportó el 22 de mayo, pues sin saberlo se convertiría en el padre teórico de nuestro federalismo. El fiscal de la audiencia Manuel Genaro de Villota le respondió a Castelli que su argumento resultaba válido, pero que en caso de retrotraer la autoridad en el pueblo hasta el último cabildo del virreinato debía de ser consultado y en todo caso conformar su propia Junta. El pueblo, aclaró Villota, no se resumía al fin a las cinco o siete manzanas que rodeaban a la plaza central en la ciudad-puerto de Buenos Aires. Una perspectiva interesante, sin lugar a dudas.

Independientemente de las posturas en juego, sin embargo, lo fundamental es desmitificar esa presunta afiliación de mayo de 1810 con los principios iluministas y racionalistas de 1789 en Francia o la revolución del té de Boston de 1776. No existe fundamento histórico que avale la hipótesis de influencia ideológica alguna de nuestra revolución respecto de la tradición cultural política del mundo anglosajón o galo. Ese relato vino después de la mano de algunos pícaros que pretendieron emparentar nuestro proceso emancipatorio con esos otros procesos, pero no tienen ningún tipo de justificación.

Esa narrativa ficcionalizada que pretende cubrir de un velo de oscurantismo a la rica tradición intelectual hispana mientras sobrestima la importancia de la Revolución de Mayo por encima de otras fechas fundacionales de la noción de patria en estas tierras, tales como las victorias sobre Gran Bretaña en el fallido sitio de Cartagena de Indias (1740) o las Invasiones Inglesas en el Río de la Plata (1806/1807) responde a la intencionalidad de ocultar de la historia las derrotas del mundo anglosajón frente a la América heredera de toda la hispanidad.

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