Una de las cuestiones más llamativas al observador objetivo de la realidad es la tendencia a la emocionalidad entre los pobres y los oprimidos del mundo. Ellos, quienes a priori menos deberían permitirse el lujo de ser emocionales o dejarse reinar por criterios ideológicos puesto que objetivamente adolecen de mayores carencias materiales, a menudo caen en la trampa identitaria de anteponer su emotividad a sus necesidades concretas y de esa manera terminan siendo funcionales al mismo sistema al que creen oponerse.
Es posible que esto sea una consecuencia de la impotencia, pero según lo hemos afirmado con anterioridad en este espacio la impotencia y el pesimismo son resultados esperados por el propio poder dominante con el objeto de desmotivar y desmovilizar a las personas inteligentes a través del adoctrinamiento y la desinformación. Si los tontos ni siquiera cuestionan el sistema, los inteligentes sí lo hacen e incluso afirman combatirlo, aunque siempre en la certeza de que fracasarán en ese combate y simplemente por el gusto de aplacar sus inquietudes individuales ante un mundo que están seguros de ser incapaces de cambiar.
Sin embargo, lo que no debe perderse de vista es que tanto la aceptación del tonto como la militancia desesperanzada y escéptica del inteligente son actitudes derivadas de la ignorancia y la desinformación. Por lo tanto, la impotencia proviene también de la ignorancia, del desconocimiento acerca de cómo funciona un sistema que se muestra imperturbable mientras se sostiene apenas como por arte de prestidigitación, por el poder del relato y la extorsión.
El funcionamiento del sistema es opaco y confuso, a menudo se muestra a sí mismo como complicado y en apariencia, imposible de realmente diseccionar o desmantelar. Como consecuencia, la gente común tiende a reaccionar a él de una manera emocional y simplista, identitaria y en el mejor de los casos ideológica, incluso aunque todas las personas del mundo pero muy especialmente los pobres y los oprimidos deberían guardar un pensamiento racional, lógico y objetivo.

En ese contexto, los individuos llegan a manifestar su fe ideológica opositora en la pronunciación de frases pomposas como que están dispuestos a morir por la causa o que el precio de la libertad es la muerte y otras por el estilo. De lo que no se dan cuenta es de que esas declaraciones no se oponen ciertamente al sistema. Puede que sean nobles, sí, o que demuestren la valentía y el desinterés de un militante comprometido con la causa de la libertad, la justicia social o los oprimidos. Pero en realidad esa declaración no deja de estar emparejada con las estructuras de poder.
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