El primer día de agosto los medios franceses informaban con evidente preocupación que los militares revolucionarios de Mali, Burkina Faso y de la República de Guinea (país también llamado Guinea-Conakri, con fines de diferenciarse de otros vecinos africanos con nombres similares) lanzaron un comunicado conjunto a modo de advertencia que cayó como una bomba de efecto en Francia y en prácticamente todo Occidente. Esas tres naciones se unieron para rechazar la posibilidad de una intervención militar extranjera en Níger, donde en los últimos días de julio Mohamed Bazoum —un aliado de los franceses— fuera destituido por un movimiento que los medios occidentales califican de “golpe” y los nigerinos llaman “revolución”.
Horas después del comunicado, los gobiernos de Bamako y Uagadugú, las capitales de Mali y Burkina Faso, respectivamente, subieron la apuesta agregando que “cualquier intervención militar en Níger se considerará una declaración de guerra contra Burkina Faso y Mali”. París no tardó en tomar nota de esta advertencia y, por lo menos hasta el momento, no hay señales de que estén preparándose militares de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) para intervenir en Níger y restituir en su cargo al depuesto Mohamed Bazoum. El general Abdourahamane Tchiani sigue al mando en Níger y la ola revolucionaria parece avanzar por toda esta región africana de las excolonias de Francia que hoy son países independientes mucho más en la teoría que en la práctica.
Esa misma es la primera preocupación de los franceses y de la OTAN en un modo general: el probable quiebre del sistema neocolonial que todavía perdura en la región del África subsahariana y que beneficia enormemente a las potencias europeas. Francia y sus aliados se abastecen de las ingentes riquezas que extraen del suelo, entre ellas el oro y el uranio, este último un elemento de vital importancia para la economía francesa. A partir de las sanciones impuestas por Occidente a Rusia en el marco del conflicto en Ucrania y las naturales dificultades en acceder al abundante y barato gas ruso, Francia se ha recostado en su energía nuclear para que el país no deje de funcionar. Y buena parte de esa energía se genera con uranio explotado, precisamente, en Níger.

Una de las primeras medidas del gobierno revolucionario nigerino a cargo del general Tchiani fue la suspensión efectiva e inmediata de la exportación de oro y de uranio a Francia. De acuerdo con el diario francés Libération, el 37,4% de todo el uranio consumido por los reactores nucleares franceses viene de las minas de Níger. En Francia son 18 las centrales eléctricas que funcionan a base de 56 reactores nucleares para producir —véase aquí la profundidad del problema—, alrededor del 70% de la electricidad que se consume en Francia. Y mientras eso ocurre, 8 de cada 10 nigerinos están privados del acceso a la energía eléctrica, improvisando a oscuras su muy escaso desarrollo.
El diario español El País va aún más lejos con el análisis y anuncia que la suspensión de los envíos de uranio desde Níger a Francia “siembra la zozobra en el parque nuclear francés” y puede poner al país en un estado de parálisis si el suministro no se normaliza. Hay razones más que suficientes, por lo tanto, para que Francia se lance a una aventura militar imperialista interviniendo en Níger, pero el apoyo al gobierno revolucionario del general Tchiani en Niamey por parte de sus vecinos Mali, Burkina Faso y Guinea aparece como un impedimento. ¿Podría Francia lidiar con esa unidad de los pueblos de África mientras sostiene el esfuerzo de guerra de la OTAN en Ucrania y sufre con la inestabilidad social y política en su propio territorio?
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