En los recientes triunfos y en el progreso futbolístico de la selección argentina rumbo al Mundial de Qatar, que se juega el próximo mes de noviembre en ese país, hay una interesante y muy reveladora metáfora acerca del comportamiento de los periodistas frente al interés nacional. Lo que revela la metáfora es que al servicio de los medios de difusión dominantes los periodistas se comportan como operadores y siempre en ese comportamiento juegan contra su propio país.
Cualquier observador superficial notará que hubo un profundo cambio en la actitud de los jugadores de la selección argentina luego de haber conquistado el título de la Copa América en Brasil el año pasado. Algo cambió después de eso y desapareció aquella actitud pesimista de un permanente derrotismo, dando lugar a un medido optimismo que se refleja en el rendimiento de los futbolistas en el campo de juego. El mismo jugador que antes hesitaba frente a cualquier rival, iba para atrás e invariablemente tomaba una mala decisión —la que a su vez impactaba en el resultado de los partidos— ahora tiene la actitud del campeón y va al frente en busca del triunfo.
La selección argentina puede o no obtener la Copa del Mundo en Qatar de aquí a seis meses, esas son cosas del fútbol y en ello media una enorme cantidad de imponderables, es cierto. Pero también es cierto que esta selección vuelve a ser favorita entre los grandes después de años y décadas de vegetar en la mediocridad de la mitad de tabla habiendo jugado alguna final inesperada, en la que también se perdió en 2014 por una evidente falta de actitud. Y es en este punto donde el cronista pierde la originalidad para decir que lo importante no es el resultado, sino el cómo se enfrenta el desafío.
Ese es el caso, por ejemplo, de la selección argentina que cayó frente a Alemania en 1990. Esa selección no logró ganar el Mundial, pero llegó a la final con una actitud ganadora y una pasión contagiosa que dejaron satisfecho al pueblo enamorado del fútbol. “Ganaron los alemanes por el penal que les regaló el árbitro”, decía el argentino convencido ese año de que su selección seguía siendo la mejor del mundo. Y tenía toda la razón, puesto que el mejor no siempre es el que gana, justamente por los imponderables antes mentados, entre los que está una falta penal mal sancionada que cambia el curso de la historia.
Lo mismo no pensó el argentino 24 años más tarde luego de la derrota frente a la misma Alemania y por el mismo score de 1 a 0 en la final del Mundial de Brasil, en el Maracaná. Igual el resultado e igual el rival, pero distinta la actitud. La Argentina pudo haber ganado esa final de haber tenido ese día una actitud ganadora. El argentino lo sabe, sabe que no fue el imponderable arbitral el que les dio el triunfo a los alemanes en Río de Janeiro, nada de eso. Sabe que hubo un poco de “pecheada” de nuestra parte y nadie queda satisfecho con eso.

Entonces en 1990 se perdió ganando y en 2014 se perdió perdiendo, si se quiere hacer un intertexto con famosos discursos políticos que jamás debieron haber sido dichos. ¿La diferencia? Pues la actitud, que para quien observa es lo esencial. La Argentina puede ganar el Mundial de Qatar en noviembre o puede caer en cuartos de final, en primera fase o donde sea, no serán juzgados los jugadores y el cuerpo técnico por eso. Si la selección argentina imprime en Qatar la actitud que viene teniendo desde que ganó la Copa América los argentinos van a valorar lo hecho ubicando al equipo de este año en la gloria del que dio todo en la cancha y ganó o perdió, pero siempre con actitud de campeón.
Entonces la clave está siempre en la actitud, el argentino no es realmente un resultadista. Parece serlo en su discurso, pero en su intimidad sabe reconocer al que se comporta con valentía frente al poderoso. Y por eso la pregunta es oportuna: ¿Qué pasó desde la Copa América a esta parte que hizo cambiar tan radicalmente la actitud de los futbolistas de la selección argentina, que son básicamente los mismos y el mismo es el director técnico? Pasó que amainaron las presiones negativas por parte del periodismo y eso es todo. Cuando los periodistas vieron a Lionel Messi alzando la Copa América luego de dominar a Brasil durante los 90 minutos de la final, en ese momento se vieron obligados a cambiar ellos su actitud que hasta allí había sido la de una crítica destructiva, cargada de resentimiento y por momentos malintencionada.
Cuando los periodistas dejaron de ejercer esa presión negativa sobre los jugadores de la selección argentina, inmediatamente cambió la mirada de la opinión pública sobre esos jugadores. Y eso simplemente porque los medios forman la opinión pública, en general los de a pie se guían por lo que leen en el diario, ven en la televisión o escuchan en la radio para saber qué deben pensar respecto a lo que fuere. Nunca está de más insistir en que son los mismos jugadores, el mismo cuerpo técnico, el mismo equipo. Pero ahora nadie espera que la selección argentina pierda, los jugadores están confiados en sí mismos porque los demás confían en ellos y eso se refleja, naturalmente, en el rendimiento futbolístico entre las cuatro líneas.

Nadie va a descubrir el agua tibia constatando que el fútbol, cualquier deporte u otra actividad humana se basan en la psicología. No es secreto para nadie que perder o ganar está mucho más en la cabeza del que juega que en las circunstancias técnicas de la lid. Con una buena psicología, sin ir mucho más lejos, la Argentina ganó dos mundiales de fútbol aunque en ambos había equipos con mejor técnica peleando en el certamen. Tanto en 1978 como en 1986 la selección argentina trajo la Copa del Mundo teniendo fe en sí misma y también gracias al carisma —otro aspecto psicológico de la cosa— de Mario Kempes primero y de Diego Maradona después. En ambos había selecciones técnicamente mejores y la Argentina ganó igual.
Eso es así en cualquier actividad humana y también en la política, que es la actividad humana por antonomasia. Esta es una conclusión que se cae de madura y es que, bien mirada la cosa, políticamente nuestro país no encuentra el rumbo porque no tenemos fe en nosotros mismos. No la tenemos porque nuestra opinión sobre lo propio está formada de un modo negativo, somos pesimistas sobre nuestras posibilidades y sobre nuestras capacidades y el resultado es que ese pesimismo se refleja en el resultado del juego. Y esa opinión no nace de un repollo, sino que la forman los que “informan” formando la opinión pública general: los periodistas en los medios de difusión dominantes.
De tanto decir que todo está mal y que el panorama es oscuro de cara al futuro, esos periodistas hacen la profecía autocumplida: uno espera que todo vaya mal y empieza a actuar en consecuencia, empieza a tener una actitud derrotista, la que finalmente va a resultar en derrota. No es cosa de mandinga, no es magia. Es el factor psicológico impactando sobre la realidad del grupo hasta determinarla. En otras palabras, los que la cuentan nos dicen que vamos a perder y en el cotidiano hacemos todo lo que esté a nuestro alcance para perder. Y efectivamente perdemos.

No somos autodestructivos por naturaleza, ningún pueblo lo es por la sencilla razón de que el ser humano no es así. Lo que nos falta es esa actitud de campeones estando sentados en uno de los cinco países más ricos del planeta, sobre una verdadera mina de oro a cielo abierto en la que ni hacen falta herramientas para hacer la minería que la Argentina necesita para ser una potencia mundial en cuestión de décadas. Pero aquí estamos, seguros de que vamos a perder, seguros de que vamos a ser pobres, seguros de que nos va a ir mal. ¿Cómo podría irnos bien, cómo podríamos triunfar, si todos los días nos dicen que no servimos hasta que asumimos esa sentencia como una verdad revelada?
Faltan seis meses para el Mundial de Qatar y la Argentina con la actitud de campeón que tiene hoy es favorita, es la gran favorita porque además tiene al mejor jugador del mundo, tiene otros futbolistas geniales en el plantel y tiene un director técnico inteligente, sobrio y sereno. La selección argentina está en equilibrio al encontrar un sistema de juego bajo la conducción de Lionel Scaloni y es un grupo que está para ser campeón del mundo si no vuelve el sabotaje mediático y de no mediar ningún imponderable o tejemaneje dirigencial en las camarillas de la mafia que todos conocemos bien. En medio a tanta pálida, el pueblo argentino se merece una alegría este año y la puede tener con el fútbol. ¿Nos lo van a permitir los que deciden en los escritorios y en las redacciones de los medios de difusión?
Y lo mismo vale para la política, para la organización social y política de un país que debió ser potencia global por las riquezas y por la calidad del recurso humano, nuestra calidad, que tiene. Si cesaran las presiones negativas durante un tiempo y volviéramos a creer en nosotros mismos hasta encontrar un sistema de juego bajo la conducción de un director técnico con los atributos de carisma, inteligencia y serenidad, en pocos meses podríamos encontrar el equilibrio para salir campeones. Y aún si las circunstancias fueran demasiado adversas para que el resultado se diera en su totalidad, con el solo cambio de actitud ya alcanzaría para cambiar muchas cosas. Solo dependemos de esos pájaros de mal agüero que cacarean operaciones en los medios y siempre juegan contra el país. Esa es una dependencia bastante jodida.