Aquella solitaria vaca sagrada

Como en la metáfora de la religión hindú, en nuestras latitudes algunos dirigentes suelen convertirse en vacas sagradas por unos militantes y unos simpatizantes hambrientos y sedientos de conducción. De tiempos en tiempos una de esas figuras carismáticas emerge en la Argentina, realiza transformaciones con mucho apoyo popular y luego se estanca apoyándose únicamente en la adoración de sus fieles, quienes quedan de una vez y para siempre incapacitados para detectar a tiempo el agotamiento de la praxis y del discurso del ser amado. Esa es la descripción de la lenta debacle del kirchnerismo al cristinismo y de ahí, finalmente, a la condición de minoría intensa en la órbita de un enemigo histórico: Sergio Massa. Todo eso sin que los feligreses cristinistas tengan conciencia del proceso.
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Este es el problema de las vacas sagradas: que no se las puede tocar ni siquiera aunque nos estemos muriendo de hambre.

Solemos llamar “vaca sagrada” a algún personaje al que por hache, be o zeta no se lo puede tocar ni con el pétalo de una rosa, mucho menos para criticarlo. Esta figura puede relacionarse con aquello que sucede en la India donde, en virtud de fuertes convicciones religiosas, las vacas son sagradas y no solo eso, además son intocables y no se pueden comer. Allí la población es vegetariana y no come carne de animales, aunque estamos hablando de la India, un país con una enorme desigualdad, niveles de pobreza de espanto y con una población enorme que apenas cabe en un territorio extensísimo.

Y sin embargo, en la India no se comen vacas, las que por ejemplo en nuestro país son abundantes y se encuentran en la base de la alimentación del pueblo trabajador.

Entonces en la India no debería sorprender a nadie ver a un granjero famélico dándole a su vaca la mejor ración, sacrificando su propio pellejo para salvar a la vaca. Y la triste alegoría aquí es que el problema de elegir vacas sagradas es que no vaya a ser cosa que terminemos sacrificando nuestro propio cuero en pos del bienestar de la vaca, cuando en otra lógica o en otra cosmovisión preferiríamos matar a la vaca y comérnosla para asegurarnos la propia subsistencia.

Claro, sin que esto último posea una connotación negativa, eh. Porque somos antropocentristas y consideramos que dentro del orden divino de las criaturas de Dios el hombre tiene una supremacía pues representa la viva imagen del Creador. Si tenemos que elegir entre comernos una vaca o morirnos de hambre, dado que nuestra cultura judeocristiana no se contrapone en su ética con la posibilidad de consumir carne, seguramente elegiremos matar la vaca y consumir su carne, como un regalo de la Divina Providencia en un contexto de desesperación. De hecho, en más de una ocasión ha sido el propio Dios quien ordenó a los profetas el sacrificio de alguna bestia como ofrenda a su divinidad.


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