Banderas

Sin ningún rastro ni perspectiva de tener conducción política en el corto plazo, quienes se identifican como opositores a Milei pisan una y otra vez cada uno de los palitos de la trampa que el régimen mileísta pone con las provocaciones diarias, tanto a través del vocero Manuel Adorni y demás funcionarios como del propio Milei, un experto en lanzar factoides para hacer saltar enloquecidos a sus detractores. El gobierno sigue de pie pese a la masacre económica que impone y eso en gran parte es posible porque enfrente lo único que hay es sobreideologización, vanguardias vanidosas y caos.
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Provocación y reacción. El movimiento es diario. A veces lo inicia el vocero presidencial, aquel que parece estar tomándose la revancha de todas las burlas recibidas desde chico; en otros casos son las intervenciones del propio presidente, sea en sus apariciones frente a su planta permanente de periodistas, sea a través de su participación en las redes. Dime qué likeas y te diré quién eres.

La reacción es desordenada porque no hay liderazgo. Lo realiza la clase política, los ciudadanos de a pie, los usuarios de redes, algunos comunicadores. No está ni bien ni mal. Es lo que hay y es bastante natural a poco más de 100 días de un nuevo gobierno que reemplaza a un mal gobierno de 4 años.

¿Cuándo se va? Es la pregunta que aparece en las conversaciones entre vecinos; o, para decirlo menos golpistamente, ¿cuándo se hartará la gente? Y allí los sabios de café esbozan sus hipótesis, hacen inducciones, hablan del territorio, se erigen en termómetros del sentir de la calle… y sin embargo, tras el ajuste más feroz del que se tenga memoria, al menos en lo que respecta al tiempo utilizado para hacerlo, el espejo de la ciudadanía devuelve el cachetazo de una mitad que todavía le da crédito al gobierno.

Por qué sucede esto es una pregunta más que pertinente, pero podría decirse que una de las razones es que todos los actores de la política y el debate público sacan un rédito de este gobierno. Lo habíamos mencionado aquí cuando, en septiembre de 2023, hablábamos de Milei como un “candidato necesario” que permitiría volver a cierto “orden natural”, aquello que el kirchnerismo había trastocado.

Aun con las disculpas por la autorreferencia, en aquel momento decíamos que, en caso de triunfar Milei, los republicanos que son republicanos solo cuando son oposición abrazarían sus recetas liberales y volverían a preocuparse por la división de poderes y los personalismos; que los programas progres de archivo y panelismo gritón iban a volver a ofrecerse rebeldes y a hacer informes para concluir que el problema de Milei era su misoginia y sus diálogos con los perros clonados; que el debate de los ‘70 y la dictadura volvería al centro de la escena para que los trotskistas marcharan por algo más que la agenda identitaria de las universidades estadounidenses y que los periodistas volverían a usar el gesto adusto y a decir que están en contra de algún poder, tal como sucedió en los 90 cuando, desde Página/12 hasta Nelson Castro, formaban parte del estandarte del progresismo moral antimenemista.


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