Batman y la ética de los caídos del sistema

En medio al desconcierto de la intelectualidad frentetodista y cambiemita por el inesperado triunfo de Javier Milei en las PASO empieza a formarse una militancia nueva, aunque basada en las formas y en la mística de siempre. Copado por un kirchnerismo que se volvió “progresista”, se hizo de izquierda y tomó el camino de la representación de las minorías, el peronismo perdió el monopolio del discurso por la justicia social y dejó abierta la puerta para que otros se apropien de dicho discurso. Milei no tiene nada de justicialista, pero promete un tipo de justicia que muchos están dispuestos a comprar.
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Con motivo del virtual triunfo del candidato autopercibido “libertario” en las elecciones primarias, simultáneas y obligatorias (PASO) del pasado 13 de agosto, en las redes sociales de diversos sitios peronistas se difundió de manera repetida un fragmento de una carta firmada en 1974 por el General Perón y dirigida a Benito Llambí, histórico camarada de armas, dirigente justicialista y diplomático de los gobiernos peronistas.

Allí, el extinto presidente le señalaba a su amigo: “He insistido a la juventud en que el peronismo jamás debe perder su carácter revolucionario. Un día yo no estaré, pero si nuestros sucesores políticos corrompieran el partido, el Estado y el movimiento para llevar a cabo sus mezquinos intereses en contra del pueblo, pues sería lógico que el pueblo se rebele contra todos ellos, incluso contra nuestros símbolos. Porque si nuestros símbolos pierden su carácter popular y revolucionario y pasan a representar algo arcaico y atrasado, seguramente vendrá otro movimiento de masas populares que, enarbolando o no algunas de nuestras banderas, acabará con el justicialismo y creará algo nuevo. De suceder eso, solo le pido a Dios que lo que venga sea superador a mi legado, y sea en bienestar del pueblo”. Al calor de los acontecimientos, aquellas palabras parecen proféticas.

Es que, a partir de los resultados de los comicios, proliferó entre la intelectualidad orgánica del aún autodenominado “campo nacional y popular” (sin que se entienda del todo qué sería este, puesto que poco tiene ya de popular y mucho menos de nacional) toda clase de tentativas de explicación para un fenómeno que pocos se vieron llegar desde aquel lado de la antes llamada “grieta”, hoy devenida en tercio duro de electorado, el kirchnerismo devenido en neomassismo puro y duro. Y sin embargo aquellos análisis, no se sabe bien si por impericia o por mala intención, carecían de la triste clarividencia de las palabras que hace ya casi cincuenta años escribía el viejo Perón.

Benito Llambí y su esposa, Beatriz Haedo, junto al General Perón en Puerta de Hierro, probablemente en el año 1965. En esos años Perón hizo innumerables reflexiones sobre la derrota y en una de ellas llegó a la conclusión de que debió haber fusilado a los militares golpistas que fracasaron en 1951, puesto que esos mismos fueron los cabecillas del golpe que sí triunfó en 1955. En otra reflexión, expresada en una carta a su amigo Llambí, Perón profetizó la actual decadencia del movimiento peronista. Perón es, como se ve, el profeta ontológico, como suele decir Aleksandr Dugin.

Desde la tardía crítica a la implementación de las elecciones PASO hasta la mordaz diatriba en contra de “los pibes que no saben votar”, muchas hipótesis se barajaron para intentar un conato de explicación a un resultado magro del oficialismo que su propia intelectualidad ya considera como un fracaso rotundo. Pero, sobre todo, el terror de los intelectuales hoy massistas y su interés en explicar lo inesperado se ha debido a la evidente simpatía que la facción llamada “libertaria” de la oposición se habría granjeado en el imaginario del electorado en vistas de la sorprendentemente buena performance obtenida por Javier Milei y sus acólitos. O bueno, sorprendentemente buena para aquellos que han pensado siempre solo a través del filtro de su propia ideología.

Meses atrás me tocaba escribir una breve reseña de la última película de la saga de Batman (The Batman. Estados Unidos, 2022. 176 min.), protagonizada por el actor británico Robert Pattinson. Y creo que ha sido aquella cinta la que mucho antes de la irrupción en escena de un Milei con serias chances de convertirse en presidente me hizo pensar el porqué de las simpatías que a menudo nos excitan los villanos.

No ha dejado de llamarme la atención que el “malo” de la película fuera planteado como un personaje complejo a quien mueve a la acción algo parecido a un sentido de la ética. El Acertijo ―personaje a quien ahora se le llama “The Riddler”, aunque en mi época de juventud se le llamaba “Acertijo”― está tratando, en su locura, de “limpiar” a la Ciudad Gótica ―ahora llamada “Gotham”― de toda la corrupción y la mugre que la infesta. O así es al menos como se presenta a sí mismo el personaje y por eso resulta siendo tan atractivo para tantos de sus conciudadanos que se ven impelidos a secundarlo en su “misión”.

El Acertijo, personaje infernal cuyo propósito es purificar la ciudad de toda corrupción mediante el método de “limpiar” a los corruptos, entre los que El Acertijo incluye al propio Batman por considerarlo parte de la “casta” infecta que debe eliminarse.

En ese sentido se lo puede pensar como un personaje con una ética muy suya, pero que tiende a su manera desproporcionada y extremista hacia determinada concepción del bien. Y por ese motivo es posible emparentar a este Acertijo con el alocado Milei, cuya imagen pública siempre invita a cuestionar su cordura y aun así resulta atractivo a un sector, por haber logrado canalizar la rebeldía, pero también porque su discurso es disruptivo, rompe con el statu quo de la partidocracia tradicional en un sentido de no reconocerle a la “casta” política, social o cultural un estatus más que de lastre para el desarrollo natural de la “gente de bien”.

¿Han notado acaso que tanto Milei como sus seguidores siempre se muestran muy enojados? Últimamente estoy pensando mucho en ellos porque cada vez estoy comprendiendo más su enojo. No lo comparto porque ya estoy lo suficientemente madura como para dejarme llevar por las emociones como un adolescente que apenas está dando sus primeros pininos en la vida real, pero sí lo comprendo.

En alguna escena de su libro Los Tommyknockers, el novelista de terror y suspenso Stephen King hacía decir a uno de los personajes más entrañables, el poeta maldito James Gardener, que uno no siempre puede decir las cosas de manera educada. “Cuando se prende fuego la casa”, vociferaba Gardener, “uno debe gritar”. Y en eso están los “pibes de Milei”, los militantes furiosos que gritan ante una casa que se prende fuego.

El caso es que el enojo del Acertijo hacia la podredumbre también resulta entendible, por más que uno no esté con las ganas del mundo de inundar la ciudad completa, asesinar a todos los representantes de la política, la policía y el sistema de administración de la justicia y matarse de la risa en el camino. Pero se entiende, no se deja de entender, sobre todo en un contexto en el que ante el oprobio y el robo del presente y el futuro de millones, se nos dice que no hay que gritar y hay que guardar las formas. No se debe recurrir a la violencia, nos dicen los mismos que han llevado a cuatro mil pesos un kilo de carne. ¿Hay algo más violento que no poder comprar los alimentos básicos para mantener a una familia?

Javier Milei, siempre histriónico, a los gritos y tumultuoso junto a sus militantes. En definitiva, Milei está recreando la mística del kirchnerismo original en sus primeros años: el grito como expresión de rebeldía frente a injusticia manifiesta, la concentración intensa, los actos plenos de liturgia para la militancia y para el conductor. Perón tiene otra vez la razón.

Si en la película de El Guasón (ahora llamado “The Joker”) se nos invitaba a reflexionar acerca del problema de desatender a los marginales porque se pueden tornar impredecibles, Batman nos advierte acerca de la peligrosidad de dejar por fuera del sistema de representación política a aquellos que tienen un interés por la justicia que no está siendo canalizado.

Véase bien: un interés por la justicia que resulta estando tan insatisfecho que, por primera vez en la historia de nuestro país desde la irrupción del peronismo a partir de 1945, un dirigente político se atreve a cuestionar públicamente la noción de justicia social. Es que, si nuestros símbolos y nuestras banderas pierden su carácter popular y revolucionario y pasan a representar algo arcaico y atrasado, seguramente vendrá algo nuevo a reemplazarnos, nos recuerda Perón. Y no pareceríamos haber aprendido la lección.

Nos hemos olvidado o nos han hecho olvidar de que para los nadies la única justicia que tiene valor es la justicia social porque se ha logrado a través del parasitismo ideológico y de la política de gorilismo desembozado asimilar el concepto de justicia social con pobrismo, globalismo y masturbación identitaria. Habiendo reducido las banderas del peronismo a meras cuestiones intrascendentes e incluso contrarias a la ética y el sentido común de las mayorías, el progresismo parásito consiguió regresarnos a la década infame. Se habla de una política que no nos interesa porque no nos cambia la vida y se nos dice que es justicia social aquello que constituye un privilegio de minorías biencomidas y por lo tanto, rechazamos de plano la justicia social o más bien ese significante vaciado de contenido que nos han vendido como tal.

Si bien en El Guasón (Joker. Estados Unidos, 2019. 122 min.) el personaje de Joaquín Phoenix pone el foco sobre las personas con problemas mentales y demás marginales y alerta sobre el peligro que hay en dejarlas desamparadas, Batman hace una crítica mucho más profunda al sistema poniendo de manifiesto que es mucho más peligroso dejar sin representación política a los que tienen hambre y sed de justicia social. Los resultados son impredecibles.

Un jubilado cobra el equivalente a veinte kilos de carne mensuales, lo que en la práctica significa que debe vivir a fideos todo el mes para no morirse de hambre y hacer frente a sus obligaciones y a sus necesidades básicas. Entonces no existe la justicia social más que en los discursos rimbombantes de los políticos y a los ciudadanos de pie no nos interesa nada de lo que se habla tan pomposamente en los pasillos de los tribunales o en los recintos del Congreso. No nos interpela ni nos representa lo que digan señoras copetudas de traje elegante y más bien nos asquea bastante la obsecuencia de perritos falderos de los que por no tener ninguna victoria asequible al pueblo llano que mostrar siguen regodeándose en la adoración de nombres y figuras públicas que hace mucho tiempo han perdido largamente la dignidad de líderes populares.

Y en ese contexto aparece un Acertijo, el que al menos desde el discurso pretende salirse de la lógica obscena de esa “casta” y romper con todo y con todos, prender fuego todo, invitando a los insatisfechos a destruir juntos. ¿Cómo no va a prender ese mensaje, si todos estamos en este tren y la verdad que la vida se nos hace más insostenible cada vez? Es obvio, los jóvenes que se saben fracasando desde los primeros pininos de la vida están enojados por eso y desean demoler para construir desde los cimientos.

En ese sentido es revolucionaria la moral libertaria. Está digitado, bien mirada la cosa se pueden observar los hilos y comprender que Milei es una más de las marionetas manejadas por los poderes establecidos, pero el sentimiento que provoca en sus seguidores se entiende y lo cierto es que estamos haciendo poco por desentramar ese tejido y encaminar a los pibes hacia un proyecto de país constructivo. Por lo tanto, lo único que les queda es la destrucción.

Policías custodian las inmediaciones de un supermercado mayorista en Bariloche, bajo la nieve, en medio a la ola de saqueos que se extendió por el país en la semana posterior a las PASO. Mientras millones sufren la malaria económica y la situación social se vuelve cada vez más inestable, la “casta” sigue hablando como si nada pasara. ¿Cómo no comprender a los mileístas en su indignación, si ellos son el producto más acabado del fracaso de una política que ahora pretende negarlos?

Es dos más dos, pero no lo vemos. No lo vemos o decidimos no verlo y seguimos en la rosca, preguntándonos por qué los jóvenes “votan mal” y los trabajadores informales se interesan tan poco por la derogación de unos derechos laborales de los que ellos jamás han gozado y que por lo tanto les dan absolutamente lo mismo.

Los militantes de Javier Milei de la misma manera que sus simpatizantes inorgánicos y sus votantes circunstanciales de seguro tienen su sentido de la ética también, pero, ¿qué ganas van a tener de hacer las cosas dentro del sistema de partidos tradicionales que a algunos tanto les gusta preservar si este los ha marginado por completo? Es obvio que van a querer romper todo, prender fuego todo y reventar a medio mundo, su odio no nace de un repollo, es la resultante de todo un sistema que está demostrándose a sí mismo día tras día que no sirve a los intereses de las mayorías y se resume a un juego entre distintas facciones del mismo modelo de administración de la dependencia.

Vivimos en una sociedad en la que los jóvenes no tienen futuro, donde la política no enamora, donde es más redituable ser “modelo de redes sociales” ―neologismo para la prostitución―, especulador o estafador que trabajar y estudiar dignamente. “Siglo XXI cambalache”, diría el amigo Discepolín. Estamos viviendo en una sociedad donde la marginalidad constituye el nuevo modelo estético y la politiquería asegura una vida de lujos que el trabajo no. Es natural que de ese claroscuro surjan los monstruos.

Fíjese el lector que uno de los lemas de la alcaldesa recientemente electa en El Batman es “el cambio”. Y vea el lector cómo aquí en Argentina las elecciones de 2015 las ganó el frente Cambiemos con ese mismo lema, atrayendo en ese momento a los mismos desencantados que hoy son en muchos casos seguidores de Javier Milei. No existen las casualidades. No existe el cambio, nos dice el Acertijo, hay que prender fuego a esta alcaldesa y a todos los que la siguen, pero también a todos los que se le oponen desde dentro del sistema, porque el cambio no existe, siempre todos prometen el cambio y terminan en más de lo mismo. Se llamen como se llamen, pareciera que todas las metrópolis terminan siendo un poco la Ciudad Gótica con su propio pacto hegemónico en ejecución.

La alianza Cambiemos con Mauricio Macri a la cabeza canalizó en 2015 buena parte de una disconformidad social que era aún incipiente. Macri ganó las elecciones hablando de “cambio”, pero no hizo más que profundizar la debacle. Y hoy, en consecuencia, los disconformes abandonan a la versión “aggiornada” de Cambiemos —con Juntos por el Cambio como nombre de fantasía— y se suben a una idea que se presenta como nueva. Milei es la derrota del sistema que sostuvo el kirchnerismo, pero también el macrismo. Es la expresión de la derrota de todo el pacto hegemónico.

Recuerdo que mi padre, quien murió a los cincuenta y seis años, solía repetir con tristeza: “Yo estoy caído del sistema”. Era un hombre que había trabajado desde los cinco años, a los dieciocho entró a trabajar en la Quinta de Olivos donde le arreglaba las rosas al jardín por donde pasean a diario los presidentes, aunque a los cuarenta se quedó sin trabajo estable para siempre. Tenía veintisiete años de aportes previsionales, pero sabía muy bien que irían a parar a la basura: él no tendría derecho a jubilarse porque el sistema lo había expulsado, estaba caído de él.

El problema es que hoy en día los hombres y mujeres en edad de trabajar no se caen del sistema, no llegan a subirse ni siquiera. Y no todos tienen la iniciativa que tuvo mi padre de morirse, algunos se enojan y en vez de morirse quieren salir a matar. Los caídos del sistema, los impedidos de formar parte del sistema se enojan y todos sabemos que el enojo no es buen consejero. Un día se rebelan y votan a Milei, pero también puede pasar que otro día se cansen y salgan a romper con sus propias manos, la mecha de la bomba social está demasiado corta.

Y cuando ello pase nos vamos a preguntar qué cosa habrá sido que hicimos mal. Pero la realidad es que los caídos del sistema tienen ética, pero no son tontos. A nadie le gusta que le tomen el pelo. Bien hizo el General Perón en desear en Dios que el movimiento revolucionario destinado a reemplazar en su misión histórica al propio peronismo fuera superior a este, pues de momento parecería que lo mejor que nos queda por hacer es rezar.

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