Caseros y la hegemonía de Brasil

En sentido contrario a lo que ha sostenido desde siempre la historiografía oficial mitrista, Caseros no fue simplemente una escaramuza partisana entre dos bandos con distintas ideas de cómo debía administrarse la economía argentina. En Caseros hubo una verdadera pugna geopolítica en la que nuestro país perdió, con la traición de Urquiza, la posibilidad de establecerse como una potencia regional y terminó en cambió ocupando una posición subalterna respecto a Brasil. Urquiza tuvo la oportunidad de ser un héroe y un prócer de una Argentina grande, muy grande, pero no pudo con su mentalidad rivadaviana del chiquitaje y de la sumisión al extranjero.
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El presente artículo tiene la particularidad de analizar una de las coyunturas históricas más trascendentales de la historia de nuestro país, la Batalla de Caseros, aunque desde el punto de vista de lo que pudo ser y no fue. Como se sabe, en aquella batalla el gobernador de la provincia de Entre Ríos Justo José de Urquiza derrotó como comandante del Ejército Grande a Juan Manuel de Rosas, quien a su vez se encontraba al mando de las tropas de la Confederación Argentina. A partir de esta batalla librada el 3 de febrero de 1852, el gobernador Rosas debió partir hacia su exilio en Inglaterra, donde finalmente fallecería el 14 de marzo de 1877, en una granja de Southampton.

Esta no es la primera ocasión en la que nos resulta oportuno abordar una fecha bisagra para la historia de nuestro país. Hemos dedicado un artículo anterior a desmentir la famosa frase de Urquiza “ni vencedores ni vencidos”, trayendo a colación evidencia historiográfica en favor de la hipótesis contraria, esto es, de la existencia efectiva de vencedores cuya victoria en Caseros se puso de manifiesto en la crueldad del revanchismo político posterior a los enfrentamientos, sobradamente más exacerbado que la violencia atribuida a los dos gobiernos de Rosas y el imperio de la Sociedad Popular Restauradora, mejor conocida como La Mazorca.

Pero antes de afirmar la importancia de Caseros debemos preguntarnos en qué aspecto del fenómeno reside esa importancia, sobre todo tomando en consideración que a pesar de las afirmaciones de la historiografía mitrista, Caseros no constituye el inicio de la Organización Nacional. Es decir, si bien implica la sanción de una constitución, lo cierto es que esta no es finalmente acatada por el principal Estado de la Confederación, la provincia de Buenos Aires, sino hasta virtualmente una década más tarde. Caseros no significa tampoco la conclusión de la etapa de luchas intestinas entre las provincias, pues las mismas se extenderán por casi tres décadas a partir de la caída de Rosas. Entonces se impone la pregunta por el verdadero significado de Caseros, no solo para la incipiente Argentina sino para toda la región de América del Sur.

Curiosa caricatura de Justo José de Urquiza, señalado como un gran traidor por el rosismo en general. Y si bien esta controversia tiene la apariencia de ser otra grieta partisana más en nuestra historia, el análisis en profundidad de la cuestión indica que la obra de Urquiza no fue en perjuicio de Rosas, sino de la nación: al parecer la Confederación Argentina estaba ya en condiciones de marchar sobre Río de Janeiro, pero Urquiza optó por aliarse con el imperio de Brasil para marchar en sentido contrario, sobre Buenos Aires.

Y para responder a ese interrogante nos valdremos una vez más de la palabra de Arturo Jauretche, quien en su libro Ejército y política realiza una síntesis más que apropiada del sentido histórico de Caseros, describiendo este episodio como una guerra de relevancia internacional y no como la guerra civil que nos vende la historiografía mitrista. Además, aquí Jauretche discute con un cierto sector del revisionismo histórico que si bien reivindica en Rosas la defensa de la soberanía nacional en Vuelta de Obligado y la Guerra del Paraná, de todas formas justifica Caseros como un paso necesario para desmantelar el supuesto dominio de Buenos Aires respecto de las otras provincias del antiguo virreinato. Versión que por cierto ha sido desmentida por diversos historiadores cuando analizamos el sistema económico en los tiempos de la Confederación.

Volviendo a Caseros, en el capítulo 3 de su libro, “La victoria de la patria chica: Caseros y la desaparición del ejército nacional”, Jauretche afirma que 1852 representa precisamente eso, una victoria de la patria chica, desde la desmembración geográfica al sometimiento económico y cultural. “La historia oficial ―nos dice Jauretche― ha disimulado su carácter de victoria de un ejército y una política extranjera, la de Brasil y esto hace necesario documentar el hecho porque la deformación histórica tiene por objeto privarnos de bases ciertas para la existencia de una política nacional”.

Y continúa: “Para Brasil (la batalla de Caseros) fue cosa fundamental. Derrotado siempre en las batallas navales y terrestres, Brasil tenía conciencia clara de que su marcha hacia el sur y hacia el oeste estaría frenada mientras la política nacional de la patria grande subsistiera en el Río de la Plata. Era necesario voltear a Rosas que la representaba y sustituirlo en el poder por los ideólogos que odiaban la extensión y que serían los mejores aliados de la política brasileña. Caseros significa así, en el orden internacional, la consolidación de las disgregaciones oriental, altoperuana y paraguaya y las manos libres para su expansión definitiva sobre los países hispanoamericanos limítrofes, de los que la Confederación constituía el antemural”.

La Armada Imperial de Brasil, aquí representada grandiosamente en una obra de arte. En la vida real, no obstante, el Imperio de Brasil fue siempre derrotado tanto en el mar como en la tierra, no tuvo el poderío militar que la narrativa oficial le adjudica falsificando la historia. Los grandes logros de Brasil se dieron en el plano de la diplomacia y mediante la intriga, confirmando que después de los estadounidenses los brasileños son los mejores alumnos de Gran Bretaña en América.

Recapitulando lo expuesto hasta aquí por Don Arturo diríamos entonces que para Brasil Caseros cumplió un rol fundamental eliminando a Rosas, quien prometía una política de patria grande sudamericana y no de patria chica, mezquina y portuaria, tal como la que se impondría después, derrotado y exiliado el “tirano”. Pero Jauretche nos advierte además que Caseros significó también la destrucción del ejército nacional de la Confederación, cuya última estructura se extinguió en Pavón, batalla que tuvo también como protagonista a Justo José de Urquiza.

Dice Jauretche: “No hubo ya ejército nacional con fines y estrategias nacionales, porque al caer la política nacional esta fue sustituida por una política de facción destinada a exterminar a las últimas resistencias del interior. Esta misión la cumplieron los generales uruguayos de la fracción brasileña con que Mitre constituyó sus fuerzas de represión. Dos políticas de patria grande estaban enfrentadas: la del Brasil y la de la Confederación Argentina. La ventaja era nuestra en los campos de batalla, no sé si por nuestra mayor eficacia militar o naval o por el alejamiento que he señalado de las bases brasileñas, entonces mucho más distantes que ahora y con comunicaciones más difíciles”.

No pudiendo desequilibrar a su favor la capacidad militar y naval, nos cuenta el autor, “Brasil intentó desequilibrar la capacidad política volteando la conducción de la política nacional de la Confederación. Caída la dirección de la política nacional caería la política del ejército y su conducción. El resultado fue mucho más allá de lo previsto, pues fue destruido el ejército nacional y todo concepto de política nacional en las fuerzas armadas, como se excluyó toda idea nacional en la conducción política del Estado. Estas consideraciones son indispensables para la comprensión del tema, de nada vale la capacidad de un ejército si no hay una política nacional que lo respalde y este ha sido el talón de Aquiles de nuestras guerras”.

El General Bartolomé Mitre, en su uniforme de militar, triunfante después de la Batalla de Pavón —que fue definitiva en nuestra historia para el proceso iniciado en Caseros— con su nueva Constitución reformada. Mitre es juez y parte en el relato oficial de la Argentina: impuso su voluntad y luego escribió la historia legitimando sus propios intereses. Y entonces Caseros, lejos de aparecer como una catástrofe para la Argentina, se presenta como un hito fundacional del país.

En cambio, Brasil ha demostrado que la recíproca es verdadera: la buena conducción política vale más que la conducción de la guerra. Por eso es que los brasileños han logrado en más de una oportunidad sacar ventajas diplomáticas de derrotas en los campos de batalla. A modo de anécdota pero con el propósito de reforzar lo que nos plantea Jauretche, podemos mencionar al Museo de Historia Militar de Brasil, ubicado en la ciudad de Río de Janeiro. Allí, para sorpresa de cualquier argentino que lo visite, es posible encontrar toda una sala dedicada a la conservación de reliquias de Caseros, propias de las tropas que pelearon junto al Ejército Grande comandado por Urquiza.

Y entonces la pregunta que nos habíamos planteado al comienzo se responde por esa importancia: Caseros no fue una guerra civil como se nos enseña en las escuelas, no fue un enfrentamiento entre las fuerzas del bien y las tropas al mando de una tiranía sangrienta de cuyas garras un ejército de ángeles nos venía a librar. De acuerdo con la historiografía argentina, Caseros fue un enfrentamiento civil entre argentinos, la presencia de tropas brasileñas se minimiza en esos relatos y se soslaya la explicación de la misma. En cambio, en el Museo Militar del Brasil existe toda una sección dedicada al 3 de febrero de 1852, en homenaje al Duque de Caxias, destacado personaje que resultará clave más adelante en la Guerra del Paraguay o de la Triple Alianza.

Es que, con toda razón, los brasileños consideran a Caseros como una guerra de relevancia internacional, clave para la realización de sus propios objetivos territoriales en la región. Ellos consideran que el 3 de febrero se llevó adelante el derrocamiento de un modelo de patria grande que venía a poner en cuestión sus planes, es la historia liberal mitrista la que debe rendir cuenta de los “errores” de interpretación que su versión de la historia implica.

El problema es que dejar de lado una visión miope y sesgada del asunto significa verbalizar sin ambages la realidad de que en Caseros hubo actores que traicionaron a su patria, implicando a actores extranjeros en el conflicto en contra de los intereses soberanos de la propia patria. Otro día nos deberemos abocar a desarrollar en detalle los alcances de la traición de Justo José de Urquiza, aquella que la academia mitrista siempre hizo esfuerzo por barrer bajo la alfombra.

Luís Alves de Lima e Silva, el Duque de Caxias, oficial militar fundamental en la aplicación de la política de Estado expansionista del Imperio de Brasil durante buena parte del siglo XIX. Después de reprimir exitosamente innumerables revueltas y sublevaciones que se daban contra el régimen monárquico por todo el inmenso territorio, Lima e Silva dirigió la campaña imperialista de Brasil en la Guerra de la Triple Alianza. Por todos estos servicios, de un simple plebeyo Lima e Silva fue honrado por el emperador Pedro II con los títulos de barón, conde, marqués y finalmente duque. Está considerado como el militar más importante de la historia de Brasil.

Por hoy nos limitaremos a concluir con otra reflexión de Arturo Jauretche. Este se pregunta, si tal como se lo describe en la historia oficial, sería que Rosas era malo de toda maldad, un hombre cuya ambición de poder lo conducía a intentar reconstruir el Virreinato a través de una política expansionista, intentando sojuzgar a los uruguayos, negando al Paraguay el reconocimiento de su independencia porque detestaba a los pueblos vecinos y los quería invadir. En Ejército y política, Jauretche se plantea: “¿Quiso Rosas reconstruir el Virreinato? No es probable que la reconstrucción inmediata del Virreinato estuviera en el plan de Rosas, pero por lo menos estaba en la lógica de una política nacional mantener las condiciones de la geografía política y humana que llevase a ella con el transcurso del tiempo, por el curso natural de los acontecimientos. Así es como si bien Rosas no reconoció la segregación del Paraguay, jamás produjo un acto tendiente a su anexión. Se negó asimismo anexar en situación favorable la provincia de Tarija de la parte altoperuana y comprendía además que no era cuestión de anexiones sino de reintegraciones espontáneas dentro de la común Confederación”.

Nada pone más en evidencia, nos señala Jauretche, el carácter de su política que la negativa a ratificar el Tratado Guido-Carneiro Leão, propuesto por el Brasil durante la insurrección de Río Grande del Sur, un intento separatista dentro el Imperio. “Aquí hay un mentís definitivo a quienes afirman que Rosas conservaba el poder por propósitos exclusivamente personales o vinculados al predominio del puerto de Buenos Aires”, advierte Jauretche.

“No me interesa sostener que no los tuviera, pues lo importante es comprobar que los subordinaba a fines superiores de política nacional de que sus adversarios carecían. La aplicación de esa ayuda mutua propuesta por el Brasil uniendo las fuerzas de la Confederación y del Imperio significaba terminar con el foco insurreccional de Montevideo, la base de operaciones de sus enemigos internos y ultramarinos.

Vieja cartografía de los alcances y límites del Virreinato del Río de la Plata, el que supuestamente habría querido restaurar Juan Manuel de Rosas. Jauretche explica que esa cuestión es irrelevante y que lo verdaderamente importante era la política de integración nacional de Rosas. Urquiza al parecer no comprendió o no quiso comprender ese proyecto, aliándose con el Imperio de Brasil en contra de su patria.

“Liquidando Montevideo, Rosas se quedaba sin enemigos a la vista, pero eso importaba comprometer al país en la aceptación definitiva de la segregación de la Banda Oriental y resolverle al Brasil una dificultad interna que era carta de su jaqueo, la de Río Grande. Entonces expresó Rosas que no aspiraba a reintegrar nada por la fuerza de las armas confiando en las futuras decisiones de los pueblos y rechazó el tratado. Esa es una verdadera política nacional, la que subordina el propio interés al de la colectividad que se dirige. Comparemos después la política del Buenos Aires mitrista optando por la secesión y la anterior, la de Rivadavia, optando por el remilgue”.

Una verdadera política nacional, dice Jauretche, contraponiendo las acciones deliberadamente llevadas adelante por el “tirano” Rosas en defensa de una unidad de los pueblos sudamericanos a aquellas que favoreció Urquiza a través de su alianza con el Imperio del Brasil. Nos debemos como argentinos la comprensión cabal de Caseros vista no como una simple gresca entre facciones de un mismo ejército sino desde un punto de vista estratégico, como momento clave en la construcción de una hegemonía regional por parte de Brasil y en desmedro de la Argentina.

Mientras que desde el punto de vista militar nuestras tropas hubieran tenido la capacidad de fuego para erigirse en dominantes, fue la traición de los propios argentinos la que terminó desequilibrando la balanza en favor de la consolidación de la hegemonía brasileña. El 3 de febrero de 1852 es una fecha oscura, nefasta para la historia de nuestro país, pero que merece un estudio serio para que podamos otorgar a cada actor la valoración que se merece.

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