Después de una edición olímpica de Múnich 1972 que fue muy tensa tanto por el atentado de los guerrilleros palestinos de Septiembre Negro contra la delegación israelí como por el resultado final expresado en el medallero, allí donde la Unión Soviética consolidó su dominación en el campo del deporte de alto rendimiento dándoles a los estadounidenses una paliza histórica, el Comité Olímpico Internacional (COI) hizo un intento por equilibrar la balanza llevando los juegos a Canadá, esto es, al patio trasero de los Estados Unidos, en la esperanza de que esa localía fáctica ubicara a los yanquis otra vez en la cima del medallero. Y así el ciclo olímpico iba a terminar en Montreal 1976 mientras la confrontación entre el Occidente liberal (y ahora, desde la crisis del petróleo de 1973, neoliberal) y el Oriente socialista llegaba a su máximo nivel de tensión.
Montreal es una ciudad canadiense ubicada a escasos 60 kilómetros de la frontera norte de los Estados Unidos y a tan solo seis horas en automóvil de la ciudad de Nueva York. Para fines prácticos y en términos de logística, como se ve, Montreal es una ciudad de los Estados Unidos como lo son las otras tres grandes urbes de Canadá, Toronto, Vancouver y Ottawa. Por geografía y por clima —el norte del país se hace prácticamente inhabitable en invierno—, pero también por la fuerza centrípeta de la economía de su vecino, los canadienses en más de un 90% viven cerca de la frontera de los Estados Unidos, país con el que están plenamente integrados. Para que se tenga una idea de lo que eso significa, es como si 43 de los 47 millones de argentinos vivieran en las provincias de Misiones y Corrientes para estar cerca de Brasil, dejando todo el resto del territorio virtualmente desierto.
Entonces los Estados Unidos juegan de local en Canadá y esa fue la idea que tuvo el COI al llevar los juegos olímpicos de 1976 a Montreal, la de aminorar la ventaja deportiva que habían construido los soviéticos en tan solo veinte años de participación olímpica. Como hemos visto ya en capítulos previos de esta serie cuya finalidad es explicar la importancia de lo olímpico en la geopolítica, la Unión Soviética empezó a participar del olimpismo en los juegos de Helsinki 1952 y ya para Melbourne 1956, la edición inmediatamente posterior, dio el batacazo desplazando a los Estados Unidos del primer puesto del medallero. Eso generó un efecto devastador en lo simbólico de la política internacional pues los Estados Unidos habían instalado desde Atenas 1896 que la performance olímpica expresada en el medallero era un indicador idóneo del nivel de desarrollo social y económico de los países.

La situación se había vuelto entonces muy tensa después de Múnich 1972 porque allí los soviéticos se impusieron con mucha ventaja sobre sus rivales en la Guerra Fría y todas las alarmas se prendieron en Washington. ¿Cómo una nación socialista supuestamente atrasada podía ser superior a una superpotencia liberal en el deporte de alto rendimiento? El medallero es una estadística objetiva que difícilmente puede falsificarse, aunque los Estados Unidos lo hicieron en 2008 para disimular su derrota a manos de China en los juegos de Beijing, como veremos más adelante en esta serie. Los países son ordenados en esa tabla objetiva por cantidad de campeones olímpicos, de medallas de oro. Y objetivamente la Unión Soviética había sido superior en tres de las seis ediciones olímpicas entre Helsinki 1952 y Múnich 1972, razón por la que los Estados Unidos necesitaban un triunfo arrollador para los juegos de Montreal 1976.
He ahí el verdadero motivo por el que los juegos llegaron ese año a Canadá, un país que hasta allí no había tenido tradición deportiva ni programa olímpico de ningún tipo. El COI puso la sede de los juegos en Montreal para que los Estados Unidos jugaran de local, máxime a sabiendas de que los canadienses iban a ceder esa localía: en sus propios juegos, Canadá logró una triste performance de 5 medallas de plata y 6 de bronce, 11 medallas en total y ni una sola de oro, lo que le alcanzó para un miserable 27º. puesto, ubicándose detrás de auténticas insignificancias como Trinidad y Tobago, México y Corea del Norte. Los canadienses iban a tener en lo sucesivo su programa olímpico e iban a convertirse en una fuerza significativa entre la clase media y media alta del medallero, aunque no en 1976. Ese año la idea era dejarles todo el protagonismo a los Estados Unidos y por eso los juegos se realizaron en Montreal.
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