En vísperas de un cambio geopolítico mayor que además habría de ponerle el punto final a lo que en las categorías temporales del historiador marxista Eric Hobsbawm fue el siglo XX corto, se cerraba en Seúl 1988 con un evento deportivo de enorme importancia histórica el ciclo olímpico iniciado cuatro años antes en Los Ángeles 1984. Los juegos llegaban por segunda vez a Asia oriental, confirmando el acelerado desarrollo económico de la región y dando a Corea del Sur la oportunidad dorada de consolidar su tendencia hacia una industrialización que ya venía gestándose desde fines de la década de los años 1960 y se aceleró decisivamente en 1988, poniendo al país en la muy exclusiva condición de nación desarrollada o de primer mundo. Tras haber aprovechado muy bien la oportunidad, Corea del Sur ocupa hoy un lugar destacado en el selecto club de las naciones ricas y conviene observar que el ingreso a ese club tiene por hito fundamental la realización de los juegos olímpicos en su capital, Seúl.
Los juegos olímpicos de Seúl 1988 están entre los más importantes de toda la historia por varias razones, casi todas ellas geopolíticas y económicas. Para empezar, estos juegos se realizaron un año antes de la caída del Muro de Berlín, esto es, del inicio de la ruptura política del bloque socialista en el Este europeo que resultaría finalmente, en 1991, en la disolución de la Unión Soviética. Aquí se ve que la edición olímpica de 1988 es la última de la Guerra Fría pues para Barcelona 1992 todas las identidades socialistas en Oriente ya estarán caducas y el mundo será políticamente muy distinto a lo que había sido desde finalizada la II Guerra Mundial en 1945. Seúl 1988 está justo en el hito final de esa coyuntura de cuatro décadas y media y es, por lo tanto, la última foto internacional del delicado equilibrio de la Guerra Fría. Termina allí la etapa más épica de los juegos olímpicos de la modernidad.
La de Seúl 1988 es la última participación como tales de las superpotencias olímpicas de Alemania Oriental y la Unión Soviética, las principales animadoras junto a los Estados Unidos de la rivalidad histórica expresada en el campo de batalla de lo deportivo. Y por primera vez desde Montreal 1976 pudo verse a esas tres superpotencias dirimiendo su rivalidad en la instancia suprema: durante la era de los boicots que incluyó las ediciones de Moscú 1980 y Los Ángeles 1984 los Juegos de la Buena Voluntad creados por el magnate estadounidense Ted Turner fueron una suerte de sucedáneo donde soviéticos, alemanes orientales y estadounidenses pudieron medir sus fuerzas, pero en un evento no oficial y probablemente poco idóneo para el fin propuesto. La paliza histórica que los Estados Unidos recibieron en Montreal 1976, finalizando en el tercer puesto del medallero detrás tanto de la Unión Soviética como de Alemania Oriental, tenía que revalidarse en otra edición de los juegos olímpicos, en terreno neutral y sin boicot de ningún tipo. Y en efecto se revalidó con creces, como se verá a continuación.

Otra particularidad de los juegos olímpicos de Seúl 1988 fue una enorme contradicción aparente en términos propagandísticos del deporte olímpico de alto rendimiento como indicador de éxito de un proyecto político. La mejor performance histórica de las naciones del bloque socialista en el medallero habría de tener lugar en el momento de mayor crisis y debilidad política de dicho bloque. Tan solo un año antes de ser derogada como Estado nacional, Alemania Oriental obtuvo en Seúl 1988 un segundo puesto en el medallero, otra vez como en Montreal 1976, nuevamente por encima de los Estados Unidos en la tabla y con una cosecha igual de expresiva. Los alemanes orientales obtuvieron en Corea del Sur 37 medallas de oro, 35 de plata y 30 de bronce (impresionantes 102 en total), 3 doradas menos y 12 totales más que doce años antes en Canadá. Y otra vez, como se veía, desplazaron del lugar de escolta a los estadounidenses, empujándolos por segunda vez en la historia a un humillante tercer puesto.
En el caso de la Unión Soviética la performance fue aún más espectacular. Los soviéticos se fueron de Seúl 1988 con la monstruosidad de 55 medallas de oro, 31 de plata y 46 de bronce (132 en total), 6 doradas y 7 totales más que las obtenidas en Montreal 1976. Esto fue más que suficiente para revalidar el primer puesto del medallero logrado en Canadá y además para sugerir que el programa olímpico de los soviéticos estaba en pleno ascenso, todavía muy lejos de encontrar su techo. Y para reforzar una hipótesis posteriormente formulada, según la que si la Unión Soviética no se hubiera disuelto en 1991 la paliza a los estadounidenses en Barcelona 1992 habría sido monumental. De hecho, más allá de lo contrafáctico, la Unión Soviética participó disuelta en 1992 bajo la extraña identidad de “Equipo Unificado” y aun así, liquidada como país y en medio a una crisis de proporciones bíblicas, logró retener el liderazgo del medallero empujando a los Estados Unidos al lugar de escolta.
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