Confusión generalizada

Como suele ocurrir cada 12 de octubre las redes sociales ardieron con la polémica entre una izquierda progresista indigenista y una derecha llamada “libertaria” que no puede dejar de adorar al extranjero. Un nuevo aniversario del arribo de Cristóbal Colón al Nuevo Mundo disparó una escaramuza identitaria en la que muy pocos —o directamente casi nadie— se acordó de representar a las mayorías populares mestizas en el discurso. El argentino no es europeo ni es indio, es la mezcla de eso, pero debe soportar una política que niega el hecho histórico y lleva a cabo una farsa ideológica que no tiene relación alguna con la realidad fáctica.
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Pasó otro 12 de octubre y en las redes sociales nuevamente, como todos los años, se armó una feroz polémica entre la izquierda y la derecha alrededor de la figura de Cristóbal Colón como símbolo por antonomasia de cinco siglos de historia en América. Sin espacio para la reflexión y con mucho griterío entre gente que cree estar convencida de lo que no comprende ni por asomo, se formaron dos bandos opuestos a las antípodas el uno del otro: el de quienes dicen sentirse representados por la hispanidad mediante la denominación del “día de la raza” para el aniversario de la llegada de Colón al continente americano en 1492 y el de los que, por el contrario, insisten en imponer una “diversidad cultural” al considerar que la presencia del europeo en América fue nociva al destruir una supuesta armonía preexistente. En muy pocas palabras esa sería la síntesis de la controversia, aunque la propia controversia es falsa por donde se la mire.

La controversia es del todo falsa y el problema no es tan grave porque podría resolverse mediante la educación en base a la verdad histórica y a la observación de la realidad fáctica presente, pero es a la vez descriptiva de la situación política actual. Si bien no debería haber debate alguno puesto que la cuestión es inexistente, no tiene sustento histórico ni anclaje en la realidad, al haberla se pone una vez más de manifiesto un esquema de grieta en el que todos los implicados se ven conminados a optar por uno de los bandos adhiriendo irreflexivamente a las consignas de los unos o de los otros. Es la propia hegemonía en funcionamiento allí donde la agenda del debate público es apropiada por un mismo poder y funciona en un sistema de falsa oposición, esto es, con las dos antinomias posibles respondiendo a los mismos intereses. Pero, claro, sin que los sujetos interpelados por la controversia se percaten de la manipulación hegemónica.

Acá la cuestión desde el punto de vista de esos sujetos es el tener la razón y el ser moralmente superiores al otro sin que importen en absoluto los contenidos del discurso con el que se quiere tener la razón y la superioridad moral. Dicho de otra forma, está claro que ni los que reivindican el “día de la raza” ni los que insisten con esa “diversidad cultural” que es una entelequia están interesados en el valor de verdad de las consignas que repiten por la simple razón de que no las comprenden, solo intuyen que ser de izquierda equivale a negar el legado hispano y, por el contrario, ser de derecha implica hacer todo lo contrario incluso adoptando, de ser necesario, una postura antinacional para que el contraste sea más claro. Ni los unos ni los otros están interesados en la raza o en la diversidad. El asunto es demostrar que la grieta es insalvable y pertenecer a uno de los bandos.

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Pieza publicitaria del gobierno de la provincia de Buenos Aires difundida en las redes por el propio Axel Kicillof, pretendiente al trono de Cristina Fernández en la conducción del progresismo “peronista”. Kicillof apuesta al sostenimiento de la narrativa antiperonista por izquierda que es la adhesión a las categorías trotskistas de pensamiento. Por lo visto, la jubilación de Cristina Fernández, cuando ocurra, no supondrá ninguna alteración del rumbo marcado por ella en algún momento después de 2013 y el peronismo seguirá metido en la grieta identitaria ocupando el extremo izquierdo de esa pugna que no tiene más objeto que cristalizar la colonización cultural en Argentina mediante la supresión de la nacionalidad hispanoamericana.

Empezando por el extremo izquierdo de dicha grieta, que es el extremo del llamado progresismo que en estos asuntos —al igual que en los de moral sexual y religiosa, sus feminismos, sus ideologías de género, sus abortos y sus anticristianismos— calca las formas del trotskismo apátrida. Si bien este progresismo se autodenomina “peronismo” porque es cristinista y esta es la maniobra simbólica necesaria para hacer política en Argentina, en sus formas y en su praxis termina reproduciendo las mañas de los trotskistas sin patria y sin Dios, es decir, terminan siendo gorilas en la negación absoluta de la doctrina peronista. El trotskismo es la ideología importada de una revolución que nada tiene que ver con la Argentina y es históricamente, por lo tanto, antiperonismo por izquierda. Y el progresismo dicho “peronista” sigue esa agenda al estar convencido de que ahí está la superioridad moral, aunque desde luego lo único que logra es ser antiperonista.

El trotskismo es el brazo izquierdo del imperialismo estadounidense, británico e israelí y tiene por objetivo la deconstrucción de las naciones en los países dichos de tercer mundo para romper cualquier conato de unidad y facilitar la dominación de las potencias imperales sobre los territorios de esas naciones. Siendo así, el trotskismo emplea el método de la negación de toda identidad nacional y su reemplazo por un internacionalismo que es simplemente globalismo por izquierda. Por lógica, en países hispanos como el nuestro, ese método empieza por la negación de toda la herencia cultural dejada por España, lo que va a resultar en la penetración de las culturas dominantes del presente a las que el trotskismo sirve solapadamente. El trotskismo es la columna izquierda del ejército de ocupación neocolonial y quienes repiten sus postulados, aunque se hagan llamar “peronistas”, lo son igualmente.

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Más ejemplos de la penetración trotskista en ámbitos donde el peronismo siempre fue dominante. Aquí un sindicato, con una maniobra simbólica similar a la utilizada por el gobernador Kicillof y además agregando los colores del arcoíris con los que el progresismo postsoviético se identifica actualmente en sus controversias sobre moral sexual, racial y religiosa. La negación de la doctrina peronista no se hace ya bajo techo y a escondidas: la sacan a relucir con orgullo y se jactan de dividir al pueblo por los criterios del globalismo antipatria.

Así es cómo el llamado progresismo “peronista”, que en realidad es liberal y cipayo por izquierda, termina formando en las filas de ese ejército de ocupación neocolonial sin saberlo. Los progresistas “peronistas” repiten las consignas del trotskismo y si el trotskismo dice que el argentino debe rechazar su identidad hispanoamericana para abrazar una “diversidad cultural” inexistente e indefinida, el progresismo cree que eso otorga una superioridad intelectual y moral. La negación de la tradición histórica de una nación aparece allí como condición necesaria para ser un “aggiornado” que rompe con el pasado y por eso es “revolucionario”. El progresismo “peronista” se sube entonces al carro del trotskismo, ubica a España en el lugar de imperio malvado y propone cambiar la hispanidad por una “diversidad cultural” que no consta de la historia ni se ve en la calles y en los barrios.

Porque sí, lo que hay en las calles y en los barrios de Argentina son hispanos, millones de hispanos en sus costumbres, en sus nombres y apellidos, en sus fisonomías y, en una palabra, en su cultura. Hispanoamericanos, para más precisión: el argentino no es español y tampoco es indio, es un americano que se distingue de otros americanos como los yanquis, los canadienses y los brasileños porque se constituyó como pueblo-nación a partir del legado dejado por 300 años de presencia española en estas tierras. El argentino no nace de un repollo, ningún pueblo-nación lo hace. Como todos los demás pueblos-nación existentes el argentino se forma culturalmente a partir de algo concreto y es la hispanidad. Después vinieron otros inmigrantes como los italianos, por ejemplo. Pero estos, en vez de imponer su cultura de origen, tuvieron más bien que adaptarse a lo ya existente de modo que el “tano” argentino hoy tampoco es italiano, sino que es hispanoamericano y criollo al igual que todos los demás.

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Un viejo afiche del peronismo original con la representación de la continuidad cultural entre el español y el hispanoamericano. Perón decía que “la obra civilizadora de España en América no tiene parangones en la historia” y que los españoles de los siglos XV y XVI “no aspiraban a destruir al indio, sino a ganarlo para la fe y a dignificarlo como ser humano”. He ahí la descripción del mestizaje bajo el signo del cristianismo y de la cultura hispana, el que Perón supo valorar al percatarse —esto es lo esencial— de que la mayoría del pueblo argentino la valoraba. La genialidad de Perón no está en describir una narrativa histórica con originalidad, sino más bien en hacerlo dentro de las categorías previamente instaladas en la cultura nacional.

No existe, como se ve, ninguna “diversidad cultural”. Lo que hay es la cultura general del pueblo-nación argentino con sus leves variaciones regionales, aunque siempre hispanoamericana por los cuatro costados. En Argentina no hay españoles, no hay italianos ni hay indios, sino un mestizaje de todos estos y mucho más alrededor de un núcleo cultural hispano, que es lo que había al comienzo de la mescolanza. Esto no es bueno ni malo, es solo una realidad fáctica que puede corroborarse con el análisis de nuestra breve historia nacional y aún más fácticamente mediante la observación del argentino de carne y hueso que vive en el presente. Compárese a cualquier argentino actual con un español, un italiano o un indio y se verá que dicho argentino tiene algo de todos ellos, pero no es igual a ninguno de ellos. El argentino es un pueblo-nación independiente porque tiene cultura propia.

El progresista autodenominado “peronista” no quiere saber nada de esto y grita que la “diversidad cultural” como quien declara solemnemente ante el mundo no ser nada en absoluto. Es exactamente lo que impulsan por el flanco extremo izquierdo los trotskistas con el fin de que, al no haber nada que sirva de amalgama, el pueblo-nación se disuelva y sea absorbido por el globalismo homogeneizador. El progresista “peronista” piensa que es moralmente superior por repetir como un loro la maniobra simbólica del trotskismo, pero se convierte en el instrumento ciego de la destrucción de su propia comunidad nacional al negar su identidad hispana y al definirla como un rejunte “diverso” que al tener cualquier cultura tiene ninguna cultura y, en consecuencia, está expuesto a ser aculturado por el más fuerte en cada momento de la historia.

Eso es justamente lo opuesto a lo que el General Perón propuso para hacer la construcción de una comunidad organizada. Perón sabía que para lograr la independencia económica y la soberanía política de la Argentina había que, en primer lugar, definir al argentino como pueblo-nación autónomo y no como un subsidiario de otros. Cuando Perón hablaba orgullosamente de la raza y valoraba el legado de España no estaba hablando de la raza española ni afirmando que aquí había una España de ultramar. Perón se refería a la raza hispanoamericana y definía claramente la existencia de una nueva y gloriosa nación en estas latitudes. El progresista “peronista” no entiende esto pues nunca se dedicó a estudiar la doctrina de Perón, sino más bien a repetir todo aquello que intuye otorgarle una superioridad moral e intelectual sobre el resto de la chusma en esa típica actitud de vanguardia que Jauretche en su momento definió como la “intelligentzia” y es gorilismo a secas.

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Otro afiche del peronismo clásico con la continuidad de la raza en la hispanidad americana. Aquí se ve la interpretación precisa de la realidad donde la figura de la mujer americana no se parece a la española, pero tampoco es indígena. Toda la doctrina del peronismo está basada en el mestizaje que es la garantía de la paz racial en nuestra América. En los Estados Unidos, por ejemplo, donde dicho mestizaje no existe y estuvo directamente prohibido por ley hasta hace muy poco, el conflicto racial está siempre a la orden del día. Este es el conflicto que tanto la izquierda como la derecha quieren importar y el peronismo siempre trató de evitar.

Claro, es un problema que existe mundialmente desde el Mayo Francés de 1968 y gracias a la acción posterior de los posmarxistas, a saberlo, la de asumir que ser de izquierda y negar las herencias culturales son las condiciones necesarias de la superioridad intelectual y moral. Desde el Mayo Francés en adelante todos queremos ser jóvenes y revolucionarios, combatir a los “caretas” conservadores e imponer lo nuevo sin ponderar mucho de qué se trata. Por eso el progresista “peronista” intuye que la hispanidad es lo viejo y que —véase bien— molesta al poder negándola. En la prosaica visión del progresista “peronista” el poder es un imperio español que no existe por lo menos desde 1898 y no el globalismo cuyo proyecto es la estandarización de los pueblos para el establecimiento de un régimen global, o la destrucción de las culturas nacionales para la imposición de una cultura mundial única definida y moldeada por esas mismas corporaciones.

Lo curioso es que las razones que inducen al error de los autodenominados “libertarios” en el extremo opuesto de la grieta son las mismas. También profundamente contaminados por el Mayo Francés, aunque no lo quieran admitir, estos “libertarios” intuyen la existencia de una dictadura global de orientación comunista y creen que molestan al poder repitiendo todo lo que sea automáticamente lo opuesto a lo que dicen los progresistas. Si estos progres hablan de “diversidad cultural” y niegan la raza, los “libertarios” van corriendo a abrazarse a Colón y en ello, para demostrar su convicción en lo que no comprenden, se pasan naturalmente de rosca reivindicando a España con una “leyenda blanca” según la que el periodo colonial del 1500 al 1800 fue todo color de rosa. Y terminan pidiéndole perdón al rey, como lo hizo Macri en su momento con la sola finalidad de hacer rabiar y enloquecer a los progresistas “peronistas” para hacer más grieta.

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Los llamados “libertarios”, con la única finalidad de llevarles la contra a los progresistas “peronistas” en un plano identitario, se corren directamente hacia el extremo opuesto de la controversia reivindicando al español y no al mestizo. Son dos errores, como se ve, con la izquierda ponderando al indio y la derecha ensalzando al europeo. A ninguno de esos dos extremos se le ocurre representar la realidad fáctica del pueblo mestizo hispanoamericano. Esa es una genialidad de la que solo el peronismo doctrinario fue capaz.

Al igual que los progresistas “peronistas”, los “libertarios” no comprenden en absoluto el discurso que están repitiendo cuando valoran positivamente la hispanidad y la raza, puesto que ambas son contradictorias respecto al comportamiento cipayo, antihispano y anticatólico de todos sus dirigentes empezando por Javier Milei y siguiendo por agentes puros de interés foráneo como Sabrina Ajmechet, por ejemplo. ¿De qué raza hispana pueden hablar los llamados “libertarios” cuando toda la política exterior del régimen que ellos sostienen tiene como único fin pavimentar el camino para la invasión de los anglosajones y los sionistas, enemigos históricos de la hispanidad y del catolicismo, sobre el territorio? No tiene ningún sentido y los llamados “libertarios” no se percatan de esta enorme paradoja, gritan patria y cultura nacional mientras políticamente actúan para destruir la patria y disolver la cultura nacional. Y obviamente, como buenos herederos del jacobinismo y del Mayo Francés, al igual que los progresistas, creen que son intelectual y moralmente superiores por hacerlo.

He ahí la evidencia de que los “libertarios” tampoco entienden lo que están repitiendo cuando publican imágenes apologéticas de Colón y declaman la raza hispana como desiderátum. No hay coherencia, nadie se dedica a sistematizar el pensamiento en categorías fijas con cierta continuidad lógica para construir un discurso político útil. Mientras el progresista grita que es “peronista” para hacer trotskismo antiperonista y destruir la patria por izquierda mediante la disolución de la cultura nacional, el “libertario” hace otro tanto gritando hipócritamente un nacionalismo que no tiene ni puede tener el que milita en una fuerza representante abierta de los intereses de Washington, de Londres, de Tel Aviv y de las corporaciones que usan a estos centros políticos como ariete para romper la humanidad e imponer su proyecto globalista totalizador y homogeneizador.

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Actual vicepresidente del régimen mileísta y aspirante por momentos a peronista, Victoria Villarruel incurre en el mismo error extremista de derecha e invisibiliza al criollo para provocar a los zurdos que ensalzan al indio. Lo hace mediante la adoración del europeo y eso va a llamar, además, “nacionalismo”. Pero Villarruel está contaminada por el cipayismo generalizado del régimen y simplemente no puede comprender la realidad de las mayorías populares mestizas e hispanas. En situaciones como esta es posible comprobar si un dirigente es o no es peronista: si se va al extremo derecho o al extremo izquierdo en cualquiera de estas cuestiones, entonces no lo es porque no ha comprendido la doctrina.

El resultado final de todo esto es el mismo de siempre, es el que se analiza frecuentemente en estas páginas y es el siguiente: la no representación en la política de las mayorías populares. El argentino en su enorme mayoría es hispanoamericano y católico, no quiere someterse al yugo foráneo ni quiere la disolución de su cultura. Pero a la hora de poner el voto en la urna se le ofrecen dos opciones cipayas, antihispanas y anticatólicas por derecha o por izquierda, no hay más. O uno adhiere a un progresismo “peronista” según el que aquí no hay ninguna cultura y no existe la historia, o uno adhiere a un “libertarismo” al que se le llena la boca de agua ante cualquier cosa que venga de afuera, fundamentalmente de los Estados Unidos, de Inglaterra o de Israel. Lo que no hay es una representación fiel de lo que el pueblo es y viene siendo fácticamente en los últimos 500 años desde que el español puso aquí el pie y empezó la mescolanza.

La crisis de representación es eso mismo, es la intuición por parte de las mayorías de no estar representadas en la política. Y la grieta alrededor de la conmemoración del 12 de octubre como fecha fundacional para América deja al descubierto esa situación. Claro que es un asunto que a nadie le da de comer, se trata de una cuestión simbólica cuyo impacto en la política y en la economía no se da sino a muy largo plazo. Pero deja al descubierto la separación entre las clases dirigentes y el pueblo, no hay en nuestra política dirigentes con cierta relevancia electoral dispuestos a representar al argentino en su naturaleza. Todos quieren reformatear al argentino al gusto de sus propias terminales de poder, ninguno acepta a este pueblo hispanoamericano y profundamente cristiano tal cual es porque en aquellas terminales de poder lo que se quiere es destruir la cultura cristiana e hispana del pueblo para dominarlo y que no pueda organizarse para defenderse.

La confusión es generalizada, pero también es planificada. Está prohibido pensar en el destino nacional o siquiera pensar a secas, acá lo único que puede hacerse es repetir las consignas de estos extremos identitarios funcionales al poder fáctico foráneo. Y fundamentalmente está prohibido representar al pueblo en la política. Será crucificado o mínimamente desterrado el que se atreva a hacerlo diciendo que acepta al argentino sin reparos, que lo acepta tal cual es y que no pretende “educarlo” en ideologías exógenas. Está prohibido hacer lo que hizo el General Perón, quien a partir de ninguna ideología prestablecida observó la naturaleza del pueblo y de ella creó su doctrina. Está prohibido pensar en argentino y esa es la antesala de la disolución de lo argentino en beneficio de quienes quieren el control de las riquezas sobre las que el argentino está sentado.


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