De grietas y otros venenos ideológicos

La polarización y la fragmentación social en la actualidad política de la Argentina no son accidentes de la historia, sino engranajes de un mecanismo de control profundamente arraigado. Y si bien es cierto que los métodos han cambiado desde la dictadura de 1976 en adelante, no menos cierto es que la esencia del dominio permanece: antes fue el miedo, hoy es la hegemonía cultural y mediática. La llamada grieta no es más que el disfraz de una estrategia deliberada para dividir al pueblo y perpetuar un sistema que impide la unidad nacional. Atrapados en un esquema pendular los argentinos han dejado de debatir para pelearse entre sí, mientras el verdadero poder se mantiene intacto. Comprender el origen del mal es el primer paso para desarmar el esquema de fragmentación inducida y hacer una reconstrucción nacional basada en la justicia social y la soberanía. Es tiempo de pensar por cuenta propia y dejar de alimentar al lobo del odio.
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La búsqueda constante de respuestas a los problemas contemporáneos de la Argentina se ha convertido en una necesidad y en una prioridad para el pueblo, en una búsqueda que es impulsada tanto por el amor profundo a la patria como por la necesidad racional de entender las causas que han arrastrado al país a la actual situación y encontrar una vía posible hacia la recuperación definitiva. Los hijos de la patria no se rinden ante la adversidad al entender que el país es mucho más que una crisis severa que golpea y que la historia le ha puesto pruebas aún más difíciles al pueblo, aunque siempre con la posibilidad de renacer.

Está claro que las brevas aún no están maduras para la hora del pueblo, pero nunca es temprano ni tarde para alzar la palabra y empuñar la pluma, estas armas del pensamiento y la reflexión que contribuirán a la formación de la conciencia social y la comprensión crítica de la problemática actual de la sociedad, su relación con el poder y la trama del supuesto antagonismo irreconciliable entre sectores sociales y políticos en el escenario nacional, todo ello como preludio de la resistencia y de la lucha. Esta última narrativa debe ser impugnada desentrañando las causas subyacentes y las implicancias de estas tensiones y fracturas en el entramado colectivo. Que esta síntesis analítica, interpretativa y explicativa que se ofrece sirva como aporte para el acercamiento a lo antes expuesto.

El punto de inflexión que marcó el inicio de la historia argentina reciente fue la última dictadura cívico-militar. En ella, el control social se basó en la represión uniforme y sistemática, siendo sus principales mecanismos operativos el terrorismo de Estado, la censura y la propaganda, la vigilancia y la delación, la aplicación del principio de las fronteras ideológicas y la intervención en la educación. Al volver la democracia los instrumentos de control social sustentados en la fuerza bruta quedaron atrás y fueron reemplazados por mecanismos más sutiles tales como la hegemonía cultural y mediática, la desmovilización política, el control económico, la precarización laboral, la judicialización de la protesta, la cultura del consumo y del entretenimiento masivo, entre otros. Mecanismos que permitieron mantener un orden social funcional al poder sin necesidad de recurrir al nivel de violencia de la dictadura. En lugar de imponer el miedo con las armas se generó conformismo, fragmentación y desorientación con resultados similares en términos de disciplinamiento social.

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Los mecanismos de represión y control de la dictadura militar que ocurrió en Argentina entre 1976 y 1983 fueron sustituidos por los de una “democracia” tutelada que garantizó el régimen de las élites mediante una hegemonía cultural y mediática. El pueblo pudo al fin votar y no se percató de que la “democracia” iba a limitarse a ese ejercicio electoral al instalarse gobiernos en teoría “democráticos” y alineados con el poder fáctico en la práctica. ¿Para qué las botas militares si se puede controlar las mentes y encima con una apariencia de libertad, democracia y justicia?

Al hacer una mirada retrospectiva lo que se observa es cómo se ha ido agravando el estado de la sociedad argentina de manera creciente a lo largo de las últimas décadas de la etapa democrática. Este proceso se ha traducido en la pérdida o en el debilitamiento del pensamiento crítico, la apatía y la crisis de representación política, el deterioro de la cohesión y la confianza social, la distorsión y la perversión del sentido común, el desarraigo cultural y la colonización pedagógica. Aquí no se quiere realizar un desarrollo exhaustivo acerca de este preocupante diagnóstico pues excedería el propósito del presente trabajo, pero tampoco conviene dejar de enfatizar las graves consecuencias que ha ocasionado hasta hoy la implementación de dicho control social, el que ha desfigurado la esencia estructural del país.

Las consecuencias más graves y preocupantes de ese control social que hoy se cierne sobre el pueblo-nación son la polarización y la fragmentación de la sociedad. Sin cohesión social no habrá nación, sin nación la soberanía se perderá. Hoy está en juego la existencia misma de la Argentina como nación independiente y soberana. Por un lado, el pueblo está dividido en facciones con posturas y valores muy contrapuestos, inmersos en un ambiente de discrepancia y sospecha permanentes. Por otro lado, el tejido comunitario se encuentra gravemente debilitado y la conciencia compartida de pertenencia a un mismo pueblo está siendo relativizada y erosionada por una cultura posmoderna que favorece discursos globalistas, los que a su vez amenazan con disolver la nación.


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