Como en la clásica canción de Al Stewart, la Argentina empieza a transitar el año de un felino. No es un gato, por cierto, que de acuerdo con las categorías de nuestra cultura popular los años del gato ya quedaron en el pasado. El 2023 se anuncia como el año del tigre en alusión a Sergio Massa, el hábil dirigente representante en nuestra política local de los intereses del imperialismo occidental y cuya jugada estratégica, como veremos en detalle en esta 59ª. edición de la Revista Hegemonía, debe culminar este año con la obtención del objetivo después de al menos diez años de tejer y tejer una paciente trama de intrigas, traiciones y engaños.
El objetivo es la lapicera, como se usa decir últimamente, es el tener la lapicera del poder político para firmar unas determinadas decisiones. El General Perón solía decir en una de sus más brillantes definiciones que la verdadera política es la política internacional y eso es literalmente así: los avatares de la lucha geopolítica alrededor de los intereses contradictorios de las naciones y corporaciones que participan de esa lucha son determinantes en todas partes, impactan hasta modificar la dinámica de la política de cabotaje en todos los países, aunque ese impacto se siente desde luego mucho más fuerte aquí en los países periféricos. Y en este momento se está produciendo en la lucha geopolítica un cambio de orden al que la Argentina periférica y semicolonial no podría permanecer ajena.
Al cambiar el ciclo geopolítico nuestra política de cabotaje se ajusta automáticamente al nuevo orden internacional e inaugura también un nuevo ciclo local. El kirchnerismo, que venía siendo una simulación en los últimos diez años, debe naturalmente caducar y dar paso al advenimiento de un ciclo político nuevo que responda a la realidad mundial actual. El orden unipolar resultante de la caída del Muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética junto a todo el bloque socialista oriental entre fines de los años 1980 y principios de los 1990 es ya insostenible, Rusia y China les reclaman a los Estados Unidos un reparto diferente del poder global. El nuevo ciclo geopolítico es entonces uno de multipolaridad y nadie debe hacerse el distraído al respecto.
Nadie puede, en realidad, hacerse el distraído. Mientras Rusia avanza sobre Europa con el apoyo de los países del nuevo bloque oriental y China consolida su dominación en el continente africano, los Estados Unidos llegan a la comprensión de que si no imponen su voluntad en América es posible que Washington termine arrollado por ese tren oriental, que avanza a toda velocidad. Hoy más que nunca los yanquis tienen la necesidad de establecer una dominación total sobre lo que ellos mismos consideran históricamente su “patio trasero” a partir de la Doctrina Monroe: nuestra América desde el Río Bravo hasta la Patagonia.
Entonces la reivindicación de China, Rusia y demás países de Asia por un orden geopolítico multipolar termina impactando sobre nosotros, los que estamos en el “patio trasero” de los Estados Unidos, en la forma de un recrudecimiento de la injerencia estadounidense en nuestra región. Ahora Washington no puede darse el lujo de permitir el coqueteo entre países como Argentina, Brasil, Venezuela y México con las potencias emergentes del Este, ya basta de permitir la penetración rusa y sobre todo china en estos territorios. Ahora los yanquis tienen que “atar la vaca” en el continente americano de punta a punta.
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