Un nuevo ordenamiento multipolar para el mundo sobre la base de la cooperación y el beneficio mutuo, esa es la consigna de la XIV Cumbre del BRICS que este año se organiza desde China con la presencia virtual de los líderes de los países que forman el bloque. El BRICS es una alianza entre Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, cinco naciones que son potencias emergentes y cuyas población y extensión territorial combinadas representan una buena parte del mundo. Entre esos cinco países se combinan casi 3,2 mil millones de habitantes en un territorio de casi 40 millones de kilómetros cuadrados. El BRICS es un gigante.
Pero eso no es todo: las naciones del BRICS tienen ingentes recursos naturales, su producto bruto interno (PBI) ha crecido exponencialmente en las últimas décadas y también se ha incrementado en igual medida su participación en el comercio global. Frente a la actual hegemonía unipolar con los Estados Unidos a la cabeza y simbolizada en el G-7, que es el grupo de los países más económicamente desarrollados en la actualidad, el BRICS aparece como un desafío concreto a dicha hegemonía y además con un proyecto geopolítico alternativo. No es solo una cuestión de oponer un grupo de naciones a otro, sino de cambiar las bases sobre las que se desarrollan las relaciones políticas internacionales desde finalizada la II Guerra Mundial.
Como se sabe, del triunfo aliado en aquella que fue la última guerra a escala global resultó un orden geopolítico bipolar en el que Occidente y Oriente se repartieron el control del planeta en dos polos ideológica y prácticamente opuestos, a muy grandes rasgos el liberalismo de los Estados Unidos y el socialismo de la Unión Soviética. Estas fueron las dos superpotencias que emergieron triunfantes de la II Guerra Mundial para, en el marco de una Guerra Fría entre ambas, disputarse de ahí en más el liderazgo universal. Toda la política internacional quedó en lo sucesivo condicionada a ese empate hegemónico.
Ese tenso equilibrio entre dos superpotencias habría de romperse unas cuatro décadas más tarde, a principios de los años 1990, al disolverse la Unión Soviética. Terminaba allí la Guerra Fría con el hundimiento del campo socialista en el Este luego del triunfo de los Estados Unidos, de la alianza liberal de Occidente cuya expresión en lo militar es hasta los días de hoy la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Y el resultado lógico fue un ordenamiento global unipolar en el que todo el poder fáctico se concentró en manos de las corporaciones occidentales, simbolizadas y defendidas estas por las armas de la OTAN. El ordenamiento geopolítico resultante del fin de la Guerra Fría dura hasta la actualidad y es precisamente el que los BRICS se disponen ahora a cuestionar.

La tesis del BRICS es la de que un orden mundial multipolar, en el que el poder estaría distribuido en distintos polos y ya no concentrado en uno solo, resultará en una economía global de más cooperación y menos explotación de los débiles por los fuertes, que es la propia definición del imperialismo. Contra el ordenamiento unipolar que hacen los Estados Unidos con el apoyo de los demás países del G-7 (Japón, Alemania, Reino Unido, Francia, Italia y Canadá) y otros asociados subalternos, los miembros del BRICS proponen darles a las potencias emergentes un mayor protagonismo en un proceso democrático de toma de decisiones sobre lo que hace a la economía global y al equilibrio de un mundo en crisis.
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