El desconcierto pareciera ser total y a todo nivel. El gobierno está siempre detrás de los acontecimientos o directamente se dispara tiros en los pies. El objetivo padecimiento de la herencia macrista, la pandemia y la guerra en Ucrania no alcanza para justificar la impotencia con la que avanzó en temas clave. El escenario es tan dramático que da lugar a rumores realizados con mala fe, pero que se sostienen ante la falta de respuesta oficial.
El pimpinelismo de los últimos meses que había tenido su último episodio con el discurso demoledor de CFK en Ensenada, trocó en tira crismorenista con Estela de Carlotto llamando por teléfono para que se hablen el presidente y la vice. Los observadores más benevolentes suman razones para la indiferencia; el resto navega entre la preocupación y la indignación.
Lo cierto es que parece que hablaron, pero nadie oficialmente lo afirma. Si la política se hace con gestos, aquí tenemos el gesto de la falta, ya sea de la falta de unidad, de gestión, de pericia, de lapicera, etc. Se presume que el mejor escenario posible es el de una tregua. Se presume.
Más allá de alguna chicana personal y de algunos números discutibles, las críticas realizadas por CFK al presidente parecen sensatas o al menos, para no calificarlas, interpretan el sentir de una amplia mayoría de los votantes del Frente de Todos molestos con la actual gestión, solo defendible cuando se la compara con lo que hay enfrente.
¿Y ahora qué? ¿Renunciado Guzmán se acabó la rabia? Si se presta atención al discurso de CFK en Santa Cruz una salida aparentemente elegante parece ser cargar todo sobre Martín Guzmán para liberar de cargo y culpa al presidente. ¿Será ese el eje del discurso? ¿Un Guzmán que como un llanero solitario se cortó solo y tomó por sorpresa al presidente, a la vice y a toda la coalición?
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