De un tiempo a esta parte viene reproduciéndose en la política nacional un juego de discursos y contradiscursos plagado de ambigüedades, contradicciones calculadas y doble hermenéutica que me gusta dar en llamar el doble juego de la Reina de Corazones. Este último epíteto, como se sabe, suele ser pronunciado en ardorosas declaraciones de amor por parte de los seguidores de la actual vicepresidenta de la Nación, quienes suelen rendir culto a su figura como si se tratara más de una estrella de rock o de una sacerdotisa pagana que de un cuadro de la política argentina.
El doble juego consiste en la construcción de dos discursos antagónicos que responderían supuestamente a la opinión de Cristina Fernández respecto del plan de ajuste diseñado por el FMI y ejecutado por el gobierno del Frente de Todos y que encierran, en rigor de verdad, un intento de ella por evitar las consecuencias políticas de ser la cara más visible de ese plan de ajuste que viene aplicándose con cada vez más intensidad.
Por un lado, se nos dice que Cristina no habla o que no habla en favor de lo que el gobierno nacional hace, sobre todo en materia económica; por otro lado, desde el núcleo duro del oficialismo y los medios obsecuentes al gobierno se encargan de dejar bien pegada a Cristina en las decisiones que toma Alberto Fernández.
La hipótesis fuerte aquí es que al interior del gobierno persiste y se exacerba una lucha silenciosa entre modelos de país —nacionalismo y globalismo—, una disputa que tiene como principal protagonista a la vicepresidenta y que también se libra al interior de la persona misma de Cristina Fernández en una suerte de soliloquio constante, una pelea entre la doctora Jekyll y la señora Hyde. Ambas se debaten en posiciones antagónicas entre el ser y el deber-ser. ¿Permanecer leal a los principios que históricamente supo defender con el pueblo de su lado o sostener, por los motivos que fueren, la coalición que ella misma conformó, garantizando el sufrimiento a millones de argentinos? He ahí la cuestión.

Nadie puso a Cristina Fernández en el incómodo lugar en el que se encuentra. Nadie más que la propia Cristina Fernández en las decisiones que ha venido tomando desde hace por lo menos unos siete u ocho años. Este texto no pretende ser una apología de Cristina, pero tampoco es de esperarse aquí una crítica descarnada, desmedida ni que apele a los mismos epítetos que usan desde siempre para descalificarla los gorilas que la odian. A mí no me mueve el odio, tampoco el resentimiento ni el encono; ni siquiera la bronca. Tan solo estoy analizando lo que observo de la realidad.
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