El Informe Kissinger: población o dominación

Contrario a lo que suele pensar un muy confundido progresismo posmoderno argentino, el peronismo siempre se opuso a la aplicación de políticas de control de natalidad en países de enorme extensión territorial y escasa población como el nuestro. Por razones económicas y de defensa de la soberanía nacional, la doctrina peronista insiste en la necesidad de poblar los vastos sectores vacíos de nuestro territorio para garantizar que los argentinos no seamos despojados de nuestras riquezas y además las sepamos aprovechar. Toda la verdad sobre el asunto queda al descubierto al analizar rápidamente el Informe Kissinger.
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En 1988 el que más tarde sería ministro de la Corte Suprema de Justicia de la Nación durante los años del kirchnerismo Eugenio Raúl Zaffaroni publicaba un libro titulado Criminología. Aproximación desde un margen, en el que abiertamente acusaba a la oenegé International Planned Parenthood Foundation (IPPF) de ser una “multinacional de la anticoncepción, el aborto y la esterilización, que controla foros y congresos internacionales” con el fin de retrasar el crecimiento demográfico y el desarrollo productivo en los países dependientes.

“El poder quiere eliminar cualquier disfuncionalidad que amenace su estabilidad”, afirmaba Zaffaroni, “no dudando para ello en acudir a propuestas y a prácticas evidentemente genocidas, que parecen moneda corriente en la ideología contemporánea. La tesis del poder mundial es cada vez más clara y resulta hoy manifiesta, pues sus propios teóricos se ocupan de escribirla con todas sus letras”.

Pero la crítica del jurista no concluía allí, ya que este describía además cómo las organizaciones no gubernamentales con sede en los países centrales extorsionaban a las naciones dependientes valiéndose de la manipulación por la ayuda alimentaria, que “únicamente sería dirigida a países que acepten planes de control de la natalidad”. Finalmente, Zaffaroni aseveraba taxativo: “Si estas propuestas no merecen el calificativo de genocidas, si las campañas de esterilización y aun la esterilización sin consentimiento no constituyen un genocidio, debemos concluir que el ‘genocidio’ solamente es tal cuando tiene víctimas en los países centrales”.

La denuncia de Zaffaroni, por otra parte, no salía de un repollo ni resultaba novedosa pues era abiertamente corroborada por los propios representantes del establishment mundial. En 1968, por ejemplo, el exsecretario de Defensa de los Estados Unidos durante los gobiernos demócratas de John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson Robert McNamara declaraba, en su rol de presidente del Banco Mundial, que era necesario promover políticas de control de la natalidad en los países periféricos pues el rápido crecimiento demográfico en estos constituía una “de las mayores barreras para el crecimiento económico y el bienestar social”. Si bien McNamara no lo aclaraba específicamente, es lícito pensar que cuando hablaba de “crecimiento económico y bienestar social” se refería en particular a los países centrales pues de ordinario organismos como el Banco Central no suelen dedicarse de lleno a defender los intereses de los países subdesarrollados.

El juez, jurista y criminólogo Eugenio Raúl Zaffaroni, considerado una eminencia por el sector dicho progresista de nuestra política que hoy se nuclea en el cristinismo más duro. Por alguna razón muy extraña, a los progresistas se les escaparon algunas de las definiciones de Zaffaroni sobre asuntos sagrados como la legalización del aborto y así se va corroborando la máxima de que en la Argentina es posible decir algo y, a renglón seguido, lo radicalmente opuesto sin mayores consecuencias para la reputación del que se contradice.

La asociación entre dificultades para controlar a los países emergentes y poblamiento de los mismos ha sido, como se ve, una preocupación de los intelectuales orgánicos de la élite global desde por lo menos mediados del siglo XX, con mayor visibilidad a partir de la década de 1970. Fue en ese contexto cuando tuvo lugar la disputa diplomática entre el gobierno de Bolivia y el Cuerpo de Paz (Peace Corp), cuando por orden del entonces presidente Juan José Torres el organismo fue expulsado de ese país luego de que se conociera que este había estado dedicándose sistemáticamente a esterilizar a mujeres indígenas sin el consentimiento de las mismas.


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