El legado de Perón

En un nuevo aniversario del fallecimiento del principal dirigente de la política argentina en todos los tiempos, urge volver a las bases con el repaso de la doctrina nacional justicialista del General Juan Domingo Perón. La Argentina en la encrucijada podrá resolver hasta el más complejo de sus problemas actuales si recupera la memoria de los días más felices y gloriosos de un desarrollo industrial y nacionalista que los argentinos debemos ser capaces de reproducir hacia el futuro.
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Un día como hoy, en 1974, pasaba a la inmortalidad el General Juan  Domingo Perón. Eso significa que la mayoría de quienes habitamos el suelo argentino en la actualidad —incluso la mayoría de quienes nos reconocemos peronistas— aún no habíamos nacido cuando el líder y fundador del movimiento nacional-popular más importante de la región dejaba este mundo siendo aún presidente de la Nación. Por eso a menudo resulta difícil a quienes no hemos vivido los tiempos de gloria del peronismo, pero tampoco la etapa de madurez del líder explicar por qué hemos elegido ser peronistas, qué cosa hace que nos sigamos identificando con la obra y la palabra de un militar, político y filósofo fallecido ya hace cuarenta y ocho años.

La respuesta es a primera vista sencilla a quienes sentimos en lo más profundo del corazón esa hambre de justicia social que caracteriza a nuestra filosofía. Pues como ha sabido decir Evita, el peronismo no se aprende ni se proclama, se comprende y se siente. Y no hay nada más fácil que sentir, para ello solo hay que dar permiso al corazón. Lo que resulta más difícil, a veces, es contagiar ese sentimiento a quienes no conocen de Perón sino la narrativa larvada, tergiversada, que de él se viene haciendo desde que en 1945 se convirtió en el líder de masas más importante de nuestra historia.

Y quizá desde ese lugar espiritual resulte lejano, imposible. No es tan fácil enamorarse de algo que puede sernos tan lejano en el tiempo, por lo que probablemente la manera más gráfica de mostrar por qué somos peronistas es a través de la obra tangible, el legado contante y sonante que nos dejó el General.

Es el legado de Perón el que nos ilumina a los peronistas cada día el camino del país que deseamos volver a construir, el que nos contaron nuestros padres y nuestros abuelos con lágrimas en los ojos, pues ellos fueron protagonistas en la construcción del modelo que hoy en día constituye ese legado. Aquel que pesar de las décadas de proscripción y los ulteriores intentos por desperonizar el país aún se sostiene en pie, porque es sólido, se reproduce en el tiempo y está forjado en materiales nobles: acero, petróleo, madera.

El General Juan Domingo Perón, padre de la doctrina nacional justicialista que es la tercera posición de la Argentina. Perón marca el fin de una era en la que las mayorías populares fueron sistemáticamente postergadas y su advenimiento cambia para siempre la matriz productiva del país.

El legado de Perón es el país del trabajo en manos de los trabajadores. Y ese es el legado que como peronistas tenemos la obligación de hacer ver a las nuevas generaciones, para que puedan diferenciarse del relato gorila y ver que mucho de lo que hoy nos define como argentinos, como trabajadores, han sido conquistas que el peronismo reconoció, institucionalizó e incluso elevó a prerrogativas constitucionales de nuestro pueblo. Ese país que crecía, se desarrollaba, sin endeudamiento, sin depender de metrópoli alguna, sin responder a los mandatos de organismos internacionales de ninguna índole, donde la clase trabajadora era acreedora de la mitad de la riqueza producida por sus propios brazos y el capital poseía una función social en armonía con el trabajo bajo el arbitrio del Estado.


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