El presente artículo, a diferencia de anteriores que hemos compartido con los lectores de esta Revista Hegemonía, no tiene por objeto reconstruir un debate historiográfico entre autores ni tampoco pretende resumir los puntos más salientes de un proceso histórico. En cambio, en esta oportunidad vamos a volver sobre la obra de un autor que no es estrictamente historiador, pero cuya bibliografía resulta imprescindible para comprender las especificidades de la sociedad argentina de manera de poder reconstruir el contexto social de más de un proceso. Nos referimos a Arturo Jauretche.
En particular, vamos a retomar parte de su libro El medio pelo en la sociedad argentina, una obra clásica que data de la década de 1960 y que lamentablemente en la actualidad no goza de la difusión que su riqueza de análisis merecería, por lo que ha caído en el olvido ante los ojos de las nuevas generaciones de intelectuales. El propio Jauretche ha sido un gran intelectual y pensador nacional, una especie de sociólogo sin el título universitario correspondiente cuya obra discurría por el campo de la sociología.
En este libro el autor analiza la psicología de las clases sociales oponiéndose en primer término a la categorización marxista por criterios de relación con los medios de producción en clase baja, media y alta, lo que en sí ya constituye una novedad y nos arroja un análisis más ajustado a la realidad criolla de nuestro país. En este esquema cobra relevancia esta clase que Jauretche denomina el “medio pelo”, que podríamos caracterizar como los sectores medios, aunque esa distinción no se rige por un criterio meramente económico de relación tangible y medible con un nivel de ingresos determinado.
La utilidad de esta caracterización es precisamente la de explicar el comportamiento de las capas medias y superiores en ingreso durante el peronismo, que no necesariamente coincidió en todo momento con lo que se hubiera esperado como natural atendiendo a un criterio meramente materialista. El “medio pelo” como categoría resulta funcional a la explicación del peronismo, pero sobre todo del antiperonismo, pues va a dar cuenta de la contradicción entre los intereses y las aspiraciones de la nueva burguesía nacional encumbrada al calor de la revolución peronista.

En ese sentido, Jauretche nos dice lo siguiente: “Cuando en Argentina cambia la estructura de la sociedad tradicional por una configuración moderna que redistribuye las clases, el medio pelo está constituido por aquella que intenta fugar de su situación real en el remedo de un sector que no es el suyo y que considera superior”. Es decir, el autor nos advierte acerca de una clase social argentina que no puede definirse solo por su relación con los medios de producción o por su posición como dominante, sino que se encuentra psicológicamente desubicada aparentando ser lo que no es. “Esta situación por razones obvias no se da en la clase alta porteña”, señala Jauretche, pues esta constituye el objeto de la imitación, ni tampoco en los trabajadores o la clase media. “El equívoco se produce en el ambiguo perfil de una burguesía en ascenso y sectores ya desclasados de la alta sociedad”.
De manera tal que los burgueses que se habían enriquecido de modo vertiginoso durante el proceso de industrialización impulsado por el peronismo y que llegaron a constituir una burguesía en ascenso se descolocaron en términos de análisis psicológico para pretender imitar pautas de la oligarquía porteña, cuyos intereses económicos claramente eran opuestos a los de esta misma burguesía incipiente. De ese modo se conformó esta suerte de clase aspiracional que Jauretche llama el “medio pelo”, compuesta además por las familias de alcurnia que no se habían enriquecido durante el auge del modelo agroexportador, esto es, los “primos pobres” de la oligarquía.
En cuanto a la nueva burguesía, nos describe Jauretche, “prefiere creerse una aristocracia. Es la alta clase ausentista que reproduce en sus estancias los manors británicos y en sus palacios a la francesa el estilo de la alta sociedad parisiense. Es la burguesía ausentista que sube, en París y en Londres, la escalera del refinamiento finisecular después de haber saltado los escalones del rastacuero y se identifica con las grandes metrópolis del placer, la cultura y el dinero. Entrega sus hijos a manos de ‘misses’ y ‘mademoiselles’ o a colegios pensionados de dirección extranjera, cuando no extranjeros directamente, se desentiende de la conducción del país, que deja en manos de protegidos de segunda fila —con todo, mejores que ella, porque no se han descastado totalmente—. Imita a la burguesía norteamericana en el dispendio y le disputa el matrimonio de sus hijas con los títulos de la nobleza tronada. Pero pretende ser una aristocracia, a diferencia de la yanqui, que en su simplicidad arrogante se afirma como burguesía”.

Jauretche recurre constantemente a la comparación entre la burguesía nacional y la norteamericana, para dar cuenta precisamente del desfase entre la posición real de nuestra burguesía y sus aspiraciones como remedo de la vieja oligarquía ganadera, la verdadera perdedora del proceso industrializador del peronismo. La paradoja, nos advierte el autor, radica en que por su esnobismo aspiracional la burguesía nacional, a diferencia de la norteamericana, no logró constituirse en clase dominante a pesar de que hubiera tenido a su alcance los medios para hacerlo. Sin embargo, en vez de apostar al industrialismo o al desarrollismo como ideología funcional a sus intereses económicos y políticos se asimiló por ósmosis con el ideal agroexportador de la Sociedad Rural y en consecuencia, con el antiperonismo, ausentándose ella misma de la conducción del país.
En ese sentido, la burguesía traicionó su destino como tal, condenando al país al estancamiento en un sistema que nunca dejó de ser de antiguo régimen del todo, pues fue el esnobismo lo que cegó la entrada de la burguesía como clase dominante de un capitalismo moderno, de corte nacional y orientado hacia el mercado interno pero también a la exportación ya no de materias primas sino de bienes manufacturados. De acuerdo con la interpretación de Jauretche, la nueva burguesía nacional “no quiso ser guaranga como corresponde a una burguesía en ascenso y fue tilinga, como corresponde a la imitación de una aristocracia”.
Y aclara nuestro autor: “Eso la hizo incapaz de elaborar su propio ideario en correspondencia con la transformación que se operaba en el país, hasta el punto que los trabajadores tuvieron más clara conciencia del papel que les tocaba jugar que esa clase. Basta leer después de 1955 la literatura sindical y la de la burguesía”. De esa manera, la clase que Jauretche define como el “medio pelo” “(…) fue incapaz de comprender que su lucha con el sindicato era a su vez la garantía del mercado que su industria estaba abasteciendo y que todo el sistema económico que le molestaba en cuanto significaba trabas a su libre disposición era el que le permitía generar los bienes de que estaba disponible. ¿Pero cómo iba a comprenderlo si no fue capaz de comprender que los chismes, las injurias y los dicterios que repetía contra los nuevos de la política o del gremio eran también dirigidos a su propia existencia? Así asimiló todos los prejuicios y todas las consignas de los terratenientes que eran sus enemigos naturales sin comprender que los chismes, las injurias y los dicterios también eran válidos para ella”.

Fue por este proceso puramente psicológico consistente en una representación defectuosa ―el ser tilingo para no ser guarango, en el vocabulario jauretcheano― que aquella clase que más se vio beneficiada por las políticas económicas surgidas o fomentadas durante el gobierno de Perón terminó siendo furibundamente antiperonista. Y en una relación de retroalimentación, ese antiperonismo desubicado en cuanto a su interés de clase condujo al medio pelo a elegir como referentes y como representantes políticos a quienes en el fondo lo despreciaban socialmente y procuraban su ruina.
El ejemplo más clásico de ese comportamiento autodestructivo lo constituye el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional. En 1976 el “medio pelo” va a aplaudir a José Alfredo Martínez de Hoz por su procedencia aristocrática y su apellido ilustre en la Sociedad Rural sin observar que a lo largo de los cinco años de este funcionario al mando del Ministerio de Economía la industria nacional cuyo desarrollo había permitido el ascenso social de la propia burguesía iba a ser desmantelada arrojando a su paso números de tragedia. Así, esta nueva clase que había crecido al calor del peronismo pero que jamás tuvo plena conciencia de su rol histórico, iba a beneficiar con su apoyo a sus propios verdugos.
Jauretche describe ese proceso en Los profetas del odio, libro que cita al interior de El medio pelo: “A pesar de haber correspondido a las clases intermedias la primera toma de conciencia de los problemas nacionales y de ser las beneficiarias más directas, especialmente la burguesía naciente, del cambio de condiciones no hubo una correlación en la marcha con la toma de conciencia de su papel histórico en la oportunidad que el destino les brindaba. Cierto es que el peronismo cometió indiscutibles torpezas en sus relaciones con ellas. Por un lado lesionó más allá de lo que era inevitable conceptos éticos y estéticos incorporados a las modalidades adquiridas por las clases medias en su lenta decantación. Por otro, las agobió con una propaganda masiva que si podía ser eficaz respecto de los trabajadores era negativa respecto de ellas”.

Ahonda además el autor en la descripción de esos criterios que de acuerdo con su interpretación contribuyeron al agobio de las capas intermedias durante la década peronista y en esa línea podemos mencionar como relevante la exaltación de la comunidad por sobre el individuo que el peronismo declamó y que en definitiva le valió el descrédito entre aquellas capas medias que se suelen caracterizar por su individualismo. En ese sentido no deja de resultar actual este análisis, en un contexto que implica la subsistencia del debate entre la noción de comunidad como un todo homogéneo y la “meritocracia” como representación de una sociedad en la que cada individuo pueda realizarse apelando a las propias características y capacidades de progreso.
La actualidad de esta obra radica justamente en la atemporalidad de los procesos analizados, que nos permiten reflexionar acerca de los problemas de la sociedad argentina como cíclicos. Ningún proceso económico favorable a la industrialización logró revertir esa lógica de representación defectuosa y como consecuencia siempre que el país alcanzó un cierto nivel de crecimiento de la actividad industrial fue el “medio pelo” el que, aliado con los sectores conservadores de la vieja oligarquía, terminaron colocándose en el lugar de una furibunda oposición política incluso en desmedro de sus propios intereses económicos.
La pregunta que un movimiento nacional debería hacerse a sí mismo para el futuro que nos espera como pueblo-nación es de qué manera podríamos incitar a la incipiente burguesía a tomar conciencia plena de su rol histórico como agente necesario del desarrollo económico del país. De la capacidad o incapacidad de la clase política para responder ese interrogante va a depender el estatus que la Argentina logrará alcanzar en este nuevo mundo cuyo inicio se vislumbra.