El milagro argentino

Desde el fondo de la historia y con una mística que quizá no pueda realmente explicarse racionalmente el pueblo-nación supo construir sobre la rivalidad con Gran Bretaña y el sentimiento antiimperialista una épica descomunal en la que, también inexplicablemente, se imbrican personajes históricos de todos los tiempos con una misma idea: la de luchar por la soberanía y la dignidad de la patria. El nacionalismo popular argentino tiene su mejor tradición en el relato heroico que empieza con José de San Martín e increíblemente sigue con Diego Armando Maradona, el soldado y el futbolista entre los que se entrecruzan los destinos de una forma imposible en cualquier otro país del mundo.
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Abril, nuevamente abril. Un mes costoso para todos los que sentimos el fuego de la patria ardiendo en las venas. El 2 de abril de 1982 Argentina recuperaba las Islas Malvinas del enemigo inglés e iniciaba una gesta heroica que aún quema en la memoria.

Pero este texto no trata sobre Malvinas, o no principalmente. Sino que trata de aquella persona que emerge de los pensamientos últimos al referirnos a su causa. El hombre que supo convertirse en mito a pesar de enormes adversidades. El milagro argentino: Diego Armando Maradona, quien representa la expresión final de la patria, fermentada al calor de su historia de lucha. Desde allí emerge Maradona, ya no como futbolista, sino como símbolo que explica todas y cada una de las andadas del pueblo argentino en su batalla por ser y reconocerse.

Será mucha tinta la que deba correr para que semejante descripción no parezca altisonante, vayamos por partes. De lo que estamos seguros es de que la figura de Maradona presenta elementos, incluso anteriores a su nacimiento, que explican el cabal significado de su leyenda para la historia política y social argentina. Se trata de una representación perfecta del gran dilema nacional: liberación o dependencia.

Esta historia comienza en los albores del siglo XIX, cuando Argentina no era aún la patria chica que conocemos hoy sino que formaba parte del gran sueño americano, un sueño que comienza a gestarse en las ideas de un general patriota con cabal comprensión de la impotencia histórica a la que estarían sometidos nuestros países como unidades fragmentadas y que por eso dirige su lucha —y la de todo un pueblo— a la emancipación continental. Su nombre fue José de San Martín.

El 2 de abril de 1982 la bandera argentina flameó otra vez en Malvinas después de 150 años de ocupación británica sobre las Islas. Ese día nuestro país tuvo, aunque brevemente, la soberanía sobre la totalidad de su territorio gracias a la gesta heroica de los compatriotas que se jugaron la vida para recuperar lo que nos pertenece.

Desde 1814, como gobernador de Cuyo, San Martín se dedicó a formar el Ejército de los Andes. El formidable plan trazado por el genio militar proyectaba cruzar los Andes, liberar Chile de los españoles y desde allí atacar el centro neurálgico del poder realista que radicaba en Lima. Para eso, San Martín necesitaba una fuerza numerosa que pudiera hacer frente a las tropas que venían de derrotar a Napoleón. Es así que Don José, a pesar del racismo imperante en la época, no dudó en convocar a los esclavos en su ejército a cambio de otorgarles la libertad. Muchos se anotaron a la convocatoria, entre ellos uno cuyo nombre resalta: Luiz Maradona, apellido dado por su amo, José Fernández de Maradona, según se acostumbraba en la época. El sirviente sanjuanino se convirtió en uno de los tantos patriotas de condición humilde que conformaron el ejército libertador.

¿Pero quién era realmente este esclavo?

Según el investigador Guillermo Collado Madcur, quien presentó un exhaustivo trabajo sobre el apellido Maradona en el congreso de Genealogía y Heráldica de Córdoba, “existía en San Juan una familia que originalmente era Fernández de Maradona o Fernández Maradona, cuyo apellido terminó apocopado o resumido en Maradona, a secas. Ellos tenían esclavos, como muchas otras familias. Cuando se preparó el Ejército de los Andes, San Martín reclutó esclavos y salió sorteado Luiz Maradona quien, además, era violinista. Si estos sobrevivían a la guerra de la Independencia, ganaban la libertad. Evidentemente él y su familia ganaron la libertad. Uno de sus hijos se radicó en Corrientes, tuvo hacienda y dejó descendencia allí. En esa misma provincia nació, años más tarde, el 12 de noviembre de 1927, en la ciudad de Esquina, Don Diego Maradona, padre del futbolista”.

Aparece el primer hecho importante que relaciona a Diego Armando Maradona con la historia política Argentina. El dilema liberación o dependencia, que va a cimentar la figura del astro como símbolo nacional, se presenta 144 años antes de su nacimiento en la gesta revolucionaria más grande de la que nuestro país tenga memoria.

Dibujo estilizado del General José de San Martín, articulador del Ejército de los Andes con el que vendría a realizar la liberación de América en su sector meridional al derrotar al imperio español en Chile y luego en Perú. En las filas de esa fuerza libertadora formó como soldado Luiz Maradona, el antepasado del futbolista más grande todos los tiempos. Maradona, el soldado, fue un esclavo que luchó por la patria y obtuvo su libertad como recompensa. Su carácter heroico habría de volver a manifestarse muchas décadas más tarde en un descendiente suyo que también supo representar brillantemente al pueblo-nación argentino.

El ancestro del ídolo va a prefigurar elementos claves para la constitución futura del mito. En primer lugar su condición social de esclavo. Tanto en la gesta independentista como en cualquier otra batalla histórica por la liberación, lo popular se funde en lo nacional. El pueblo llano se identifica con los intereses nacionales mientras que la clase alta, en este caso la oligarquía, se identifica plenamente con los intereses foráneos. La figura del esclavo aquí anticipa la figura del gaucho o del “cabecita negra”. Pueblo y nación se entrelazan como sinónimos, funcionan en continuidad como condición inevitable para la liberación de la patria.

En segundo lugar, el movimiento doblemente liberador que produce el esclavo Luiz a lo largo de su vida. El primero es personal, pues luego de las guerras independentistas se convierte en un hombre libre y deja de ser propiedad de otra persona para ser un sujeto civil con facultades, derechos y obligaciones, obteniendo así la posibilidad de ser un hombre digno. Al mismo tiempo genera otro movimiento emancipador: junto a miles de hombres lleva adelante la liberación de las Provincias Unidas del Río de la Plata del Imperio Español. En la esencia de Luiz Maradona, antecedente directo de Diego, late el antiimperialismo como también el profundo anhelo de dignidad y justicia social.

En el futbolista también se produce este doble movimiento liberador. Desde chico el joven “Pelusa” manifiesta su deseo de llegar a primera división como medio para otorgarles a sus padres una vida más digna. A lo largo de su carrera profesional, Maradona no solo libera a su familia de las garras de la pobreza sino que también le otorga al pueblo argentino en 1986 (en su deporte nacional y en el máximo certamen internacional) la victoria ante el enemigo histórico, símbolo de la usurpación y la opresión. Se trata del segundo movimiento liberador.

Por último, como afirma Collado Macdur, Luiz Maradona no solo era soldado sino también artista: tocaba el violín. Producía música en tertulias y encuentros de la San Juan colonial. El esclavo entonces va a conjugar dos propiedades, la valentía y la belleza. El coraje en la vanguardia de un ejército dispuesto a enfrentar las terribles tropas de la Santa Alianza y el talento para hacer bailar a las damas criollas con su impecable violín. Aquello también será heredado por nuestro mito plebeyo. La valentía de jugar con el tobillo explotado, de levantarse luego de lesiones terribles, de anteponerse al flagelo de la adicción, de ser destinatario de las patadas más criminales y a la vez, como si todo eso fuera poco, recrear la magia con los pies. Como aquel 22 de junio, testigo mudo de la jugada más excelsa de la historia del fútbol. Como el pase a Caniggia contra Brasil, como las gambetas, como los jueguitos. Coraje y belleza. Valentía y arte. Garra y talento.

El milisegundo previo al momento cumbre del llamado “gol del siglo”, en el que Diego Maradona está a punto de rematar al arco. No llegan el defensor Terry Butcher ni el arquero Peter Shilton, pese a que el primero no perdió la oportunidad de “hachar” al argentino mientras la pelota ya se encaminaba al fondo del arco. Casualidad o no, la voz “butcher” significa “carnicero” en lengua inglesa, aunque pese a la violenta patada el defensor no pudo “carnear” a Maradona ni más ni menos que lo habitual en ese Mundial de fútbol, lo que ya es mucho decir. El “gol del siglo” fue de una vez y para siempre el símbolo nacional argentino contra el imperialismo británico.

Este primer elemento es el que comienza a delinear a Maradona como la expresión última de la patria, como figura simbólica de la liberación nacional. Es allí, en su condición de testigo latente de la gesta independentista, en la imbricación con su pasado como protagonista inmortal de la hazaña primigenia del pueblo argentino en el encuentro con su destino histórico. Allí está Maradona, catorce décadas antes de su propio nacimiento.

Luego de la revolución criolla, Argentina continuó su derrotero histórico, pero ya no como bloque continental, sino como un espacio fragmentado, minuciosamente planeado por las ambiciones del Foreign Office británico. El diablo inglés metió la cola e hizo de la Gran América un territorio balcanizado, con miras a la cooptación de sus élites y al dominio absoluto de nuestra región.

A través del sucio contubernio entre la oligarquía local y los intereses británicos, la Argentina se convirtió en un dominio inglés. Una semicolonia pastoril que vendía granos y carne a cambio de manufacturas y que sufría una sujeción total: puertos, ferrocarriles, fletes, elevadores de granos, corporaciones importadoras, casas de seguros, bancos y mucho más. Todo, todo inglés. Se trataba de enormes canaletas que succionaban la riqueza nacional para financiar el bienestar extranjero, generando un país con una cabeza enorme (Buenos Aires) y un cuerpo famélico (el interior). Fue el auge del modelo agroexportador, la libre empresa y la miseria espantosa de la Argentina profunda.

Pero la imposición del país semicolonial no fue gratis. Fueron muchas las ocasiones que a lo largo del siglo XIX demuestran al gauchaje del interior como símbolo de resistencia. Las montoneras de Artigas, López, Quiroga o Peñaloza constituyen verdaderas gestas que batallan contra el modelo liberal. Son parte de las masas criollas cuyos descendientes, ya derrotados, se exponen con suma claridad en el poema nacional del Martín Fierro. Un gaucho desamparado que recuerda con nostalgia el modo de vida anterior, tan diferente al sistema social alienante que le fue impuesto.

Impactante retrato del caudillo federal José Félix Aldao, obra de Fernando García del Molino que se encuentra expuesta en el Museo Histórico Nacional. Aquí el detalle puesto aportado por el autor de la obra está en la cinta sobre el pecho de Aldao, donde se lee: “Federación o muerte. Vivan los federales, mueran los salvages asquerosos unitarios”. La causa del federalismo fue la resistencia en el interior del país durante buena parte del siglo XIX al modelo de librecambio que Inglaterra intentaba imponer en estas semicolonias.

Eduardo Archetti, antropólogo y sociólogo argentino, describe muy bien esta etapa de fines del siglo XIX: “Este proceso remite (…) a la ocupación y privatización de la pampa, al rápido cambio tecnológico en la agricultura y la ganadería, a la masiva inversión de capitales ingleses y a la inmigración sin precedentes de población europea. Sin embargo, esta ‘domesticación’ del espacio no fue total y los espacios sin agricultura y pasturas quedaron libres de las fuerzas del cambio tecnológico. Uno de esos espacios fue el potrero, un sector de alguna propiedad donde el ganado y los caballos podían, con toda tranquilidad, pastar bajo la protección de los gauchos, transformados ahora en trabajadores rurales pagos. En el imaginario de la civilización y domesticación de las pampas, los potreros quedaron como territorio libre, no totalmente salvaje como en los tiempos coloniales pero no ocupados permanentemente por la agricultura. La pampa y el potrero son metáforas poderosas en el proceso de construcción del imaginario de un paisaje que no ha sido transformado del todo. La pampa es originalmente salvaje y poderosamente fértil mientras que el potrero es una suerte de rémora de lo que fue. La pampa salvaje vive metafóricamente en los potreros, el dominio exclusivo de los gauchos que no pueden cabalgar con libertad en campos sembrados o cercados”.

La pampa salvaje vive metafóricamente en los potreros, dice Archetti. Estos quedaron como territorio libre y se convirtieron para el gaucho en un recuerdo de lo que fue. Un pedazo de tierra que representaba la nostalgia y simbolizaba la resistencia del gaucho, del pobre, del criollo a la imposición del modelo liberal y eurocéntrico. El potrero fue la manera que encontró la patria para resistir y seguir siendo.

Y de allí, de un potrero en uno de los barrios pobres en los que crecían y morían los descendientes del Martín Fierro, nació la síntesis de la nación: Diego Armando Maradona. El niño que gesta su grandeza en un espacio de tierra limitado por dos arcos de madera. En un potrero ya no lindante a la siembra de trigo sino a las edificaciones de Villa Fiorito. Pero esto no es todo, porque ese potrero y los otros miles desparramados por el país representaron una forma del ser nacional.

Recordemos que el fútbol es traído por los ingleses, casi todos comerciantes instalados aquí para hacer jugosos negocios en la Argentina semicolonial. Este deporte era a fines del siglo XIX sumamente elitista, practicado en notables colegios como el Saint Andrew’s School, el Buenos Aires English High School o el mismísimo Alumni, múltiple campeón del fútbol amateur. Por supuesto que eran instituciones frecuentadas exclusivamente por ingleses, sumamente costosas y profundamente conservadoras. Era imposible que un negro criollo practicara fútbol en la Argentina de la época.

Los jugadores del Club Alumni en la era exclusiva del fútbol en Argentina, cuando los criollos aún no eran bienvenidos en los clubes de fútbol fundados y dirigidos por ingleses. El argentino sabría subvertir eso y luego adueñarse del juego, darle un estilo propio y superar largamente a sus inventores. Un importante testimonio contra el complejo de inferioridad que aún aqueja a algunos en estas latitudes: podemos hacer lo que ellos hacen y mucho mejor todavía. ¿Por qué no habríamos de poderlo, si somos de lo más fresco que hay en el mundo?

Sin embargo, con el correr de los años el fútbol se popularizó y comenzó a ser practicado en instituciones, clubes e incluso en la calle, donde se creó un nuevo estilo de juego. Este, a diferencia del inglés, era ágil, audaz y creativo, totalmente distinto al fútbol disciplinado y sumamente táctico de los británicos, que entendían al sistema de juego como una especie de máquina, similar a los hilados de Manchester.

En un notable texto de 1928 el periodista de la revista el Gráfico, Ricardo Lorenzo Borocotó explica así las diferencias de estilo: “Sí, señor, sí: el fútbol inglés será más técnico, más efectivo, lo que Ud. quiera me da igual. Reconozco que la disciplina vale mucho… pero viejo, no me venga con un pizarrón, por favor. Solamente a los ingleses se les ocurre el fútbol con un pizarrón. Hay que embromarse. Allá hay que ir a la escuela para aprender el fútbol, aquí hay que hacerse la rabona en la escuela. ¡Casi nada! Allá hay un internacional con la redonda en la mano y la regla en la otra, frente a un pizarrón; aquí una de cuero en un campito y muchos pibes haciendo apiladas. Allá la técnica depurada, severa, concienzuda; aquí la gambeta, la gracia, la improvisación. En un lado la frialdad de los números y las hipotenusas; en el otro la alegría y la emoción del espectáculo. Entre el pizarrón y el baldío, entre los de allá y los de aquí, mil veces los nuestros, aunque pierdan, porque dejarán un cachito de gracia en cada apilada, un granito de emoción en cada conquista”.

En esta visión el pibe sin ningún tipo de educación formal inventa el estilo criollo en el potrero. Un territorio mítico que dotaba de poderes especiales a quienes lo pueblan. El potrero era viveza criolla, espontaneidad, libertad, todo lo contrario a la estricta imposición del fair play inglés, de la disciplina y la táctica como modos de juego.

Por lo tanto, el potrero y el estilo de fútbol que allí se practicaban resultan símbolos contestatarios. El argentino se apropió del juego elitista inglés, lo llevó a la calle y lo subvirtió, llenándolo de propias particularidades como una especie de venganza. Justamente en el potrero, metáfora de la resistencia al modelo semicolonial. Tan es así, que uno de los elementos propios del potrero es la gambeta, palabra derivada de la literatura gauchesca que alude a la manera de correr del ñandú: ágil y movediza. El pobrerío les roba el fútbol a los ingleses y lo hace bien argentino.

El potrero existe conceptualmente en todas partes del mundo donde el fútbol se practica, pero solo en América y específicamente en Argentina, Brasil y Uruguay ha sido el origen de una revolución. De los potreros en los barrios más postergados han salido no solo los mejores jugadores de todos los tiempos, sino un estilo nuevo y opuesto al que los ingleses pensaron al inventar el deporte.

Allí se gesta el fenómeno Maradona, en el potrero. El potrero como una verdad democrática, donde todos son iguales ante la ley de la pelota. El potrero como un símbolo nacional que no solo representa la resistencia al modelo impuesto, sino también la venganza del argentino imposibilitado de jugar en los civilizados clubes ingleses. Maradona es el pibe de potrero, que se cría en la igualdad del juego, que profesa la creatividad y el compañerismo, que palpa y siente la tierra de su patria latiendo en sus botines. Se trata del segundo elemento telúrico que va a hacer del fenómeno Maradona la síntesis acabada de la nación.

El tercer elemento tiene que ver con el peronismo, la expresión política del pueblo argentino. El peronismo representa la tercera etapa de esta gran historia: concluye el momento uno de la gesta independentista suprimiendo el momento dos, el de la entrega nacional. El justicialismo encarna la segunda liberación a través de un proyecto que nacionaliza para el pueblo los resortes de la dependencia y lleva adelante un desarrollo autónomo a través de la industrialización. Junto a eso establece una constitución, una doctrina y una práctica política profundamente humanistas que devuelven la dignidad al pueblo argentino.

Como todo movimiento de liberación nacional el peronismo también cuenta con su sujeto político. Son los “cabecitas negras”, argentinos que padecen el desempleo crónico a causa del modelo oligárquico que a partir de 1852 destruyó la industria provinciana, principal fuente de trabajo en las regiones agrestes para la producción agropecuaria. Las ciudades del interior, principalmente del norte del país, sufrieron las consecuencias del modelo semicolonial y de su famélico mercado de trabajo. Fue a partir de la acelerada industrialización de mediados de siglo, impulsada fundamentalmente desde 1943, que los criollos pobres llegaron a las grandes ciudades a trabajar en las fábricas. A través de la organización sindical estos obreros se integraron al peronismo y se convirtieron en el sujeto político del movimiento nacional.

Evita Duarte de Perón junto a sus “cabecitas negras”, en este caso trabajadores mineros que habían venido a homenajearla en su cumpleaños, el 7 de mayo de 1951. Estos trabajadores criollos fueron incorporados por el peronismo a la matriz productiva del país —que allí empezó a ser industrial, precisamente—, razón por la que fueron, naturalmente, el sujeto político del movimiento nacional justicialista que llamamos simplemente peronismo.

Aquí aparece nuevamente el apellido Maradona cuando los padres del ídolo, Don Diego y Doña Tota, forman parte de esa enorme masa de migrantes que llegan a trabajar en Buenos Aires. Fue en 1955 que los Maradona, sin oportunidades en Corrientes, vendieron lo poco que tenían, armaron las valijas y partieron desde un pequeño pueblo llamado Esquina rumbo a Buenos Aires. Aunque fue sobre el final del peronismo, la acción de buscar oportunidades de ascenso social en la nueva Argentina industrial representa de modo simbólico la gestación del justicialismo, sumado al hecho de que Don Diego y Doña Tota se hacen profundamente peronistas.

Resulta tan audaz la Historia que convierte la familia de Diego Armando Maradona en “cabecita negra”, en parte del sujeto político que construye el movimiento de liberación nacional. Diego Maradona proviene de las entrañas de la Argentina profunda que protagoniza, bajo la conducción del General Perón, la etapa más soberana e independiente de nuestra historia. Con todo lo simbólico que esto implica.

El peronismo de Maradona aparece en sucesivas manifestaciones a lo largo de su vida. La generosidad extrema, el amor por su pueblo, el orgullo patriótico, la opción por los más débiles sobre los poderosos —el sur de Italia contra el norte rico, por ejemplo—, la expresión de dignidad y rebeldía, el antiimperialismo acérrimo y demás cuestiones que hacen de Diego un exponente del justicialismo a nivel mundial.

Sin embargo, hay dos hechos que despuntan: En primer lugar, las gestiones que realizó el astro para crear el sindicato de futbolistas. Como todo buen peronista, Diego entendió que solo con organización se construye política y se conquistan derechos. Es lo que hizo Diego en 1995 al organizar a un grupo de jugadores y crear el sindicato con figuras como Cantona, Bebeto, Laudrup y Valderrama, entre otros. Se enfrenta con decisión al poder de la FIFA que siempre entendió el juego como un gran negocio, sin que importen absolutamente nada los derechos de los jugadores.

Documento fotográfico de la agencia Reuters en el que se ve a Diego Maradona junto al genial francés Eric Cantona en ocasión del intento de fundación del sindicato mundial de futbolistas. Alrededor de la magia de su presencia y su carisma inigualable, al que nadie podía negarse, Maradona logró reunir a las grandes figuras del fútbol internacional con el objetivo de reivindicar los derechos laborales de quienes juegan a la pelota. La iniciativa finalmente no prosperó, pero fue revolucionaria en su concepción.

Sobre los objetivos del sindicato de futbolistas, Diego dijo: “Nos fuimos dando cuenta de la necesidad de humanizar nuestra profesión”. Es así que el sindicato se inspiraba puramente en la doctrina humanista del General Perón. La organización realizó acciones concretas, pero los negociados y la presión de la FIFA pudieron más y al tiempo la iniciativa naufragó. Sin embargo, quedó en el recuerdo como un hecho revolucionario por parte de un jugador profesional sin más necesidades que la reivindicación de sus compañeros.

Otro hecho que habla de la condición política de Maradona ocurrió diez años después. Durante el gobierno peronista de Néstor Kirchner y junto a figuras como Evo Morales, Hugo Chávez y “Lula” da Silva, Kirchner llevó adelante la política sudamericana más audaz desde la independencia: el “No al ALCA” gritado en la cara del mismísimo George Bush. Maradona fue protagonista directo en la construcción narrativa de aquella gesta antiimperialista que bloqueó el tratado de libre comercio y demostró la vocación americana por la dignidad de nuestros pueblos.

Independencia americana, resistencia criolla al modelo liberal y liberación justicialista. De algún modo u otro, el mito Maradona aparece en los tres procesos históricos que determinan el dilema irresuelto de nuestra patria: liberación o dependencia.

Pero aún queda uno en el que el fenómeno Maradona, como no podía ser de otra manera, también se presenta. Se trata de una gesta heroica que representa el hecho más movilizante de nuestra historia reciente. Una herida latente, un sueño inconcluso. Un orgullo inabarcable. Hablamos, claro, de la causa Malvinas.

Diego Maradona junto al comandante Hugo Chávez en Mar del Plata para el acto del “No al ALCA”. Ese fue un punto de inflexión en la geopolítica a nivel regional y hasta global, pues significó un límite a la expansión de unos Estados Unidos que venían imparables de la disolución de la Unión Soviética una década y media antes. Pero además sacramentó el rumbo que iba a tener el gobierno de Néstor Kirchner de allí en más. Maradona quizá nunca lo haya sabido, pero aportó muchísimo a la causa nacional-popular aportando su espíritu a la lucha de los pueblos.

En abril de 1982 el pueblo argentino emprendió mediante sus hijos una proeza enorme contra Inglaterra, que en respuesta envió al Atlántico Sur la flota más poderosa después de la II Guerra Mundial. Un duelo directo que significaba mucho más que una guerra, porque Malvinas, la lucha por su recuperación y el enfrentamiento de nuestro país al imperialismo británico tiene una larga historia que hunde sus raíces en la construcción de nuestra nacionalidad. Testigo de esto son los años 1806/1807, 1833, 1845, 1945 , 1982 y 1986.

Malvinas es la causa más genuina del pueblo argentino en la construcción de su identidad y es la afirmación tajante contra toda forma de sujeción y sometimiento. Malvinas galopa en el subsuelo de la patria como hecho esencial, allí no existen divisiones ni grietas. Allí, desde el más pobre al más rico, desde el más progresista al más conservador, todos pueden identificar sustancialmente al enemigo para construir desde la comunidad un relato nacional.

En 1982 el soldado criollo que empuña las armas con un coraje sin precedentes en nuestra historia moderna representa a aquellos que se levantaron frente al imperialismo en todas sus formas. Son jóvenes argentinos, verdaderos héroes de la patria que dejan la vida en la batalla más antigua de la que nuestro pueblo tenga memoria. Una batalla que no comenzó en abril de aquel año, sino en las invasiones de 1806 y 1807 y en las funestas intrigas de George Canning desde 1810 para balcanizar y dominar nuestros territorios. Malvinas es el elemento visible de un sistema histórico de dominación invisible.

Pero en 1986, tan solo cuatro años después de la guerra, un joven morocho, germen auténtico de las profundidades de la nación, le asestó un golpe terrible al orgullo inglés. Un paisano de Villa Fiorito, argentino hasta la médula, se burló en la cara de aquel infausto país. Primero mediante un gol con la mano que demostró la viveza criolla y el juego auténtico de estos arrabales del mundo, un tipo de fútbol arrebatado con gallardía a la sucia civilización inglesa y reconvertido en estilo y emblema nacional. Y luego, como si fuera poco, Diego Armando Maradona realizaba el gol más espectacular de la historia de los mundiales.

La burla a la prepotencia de los ingleses simbolizada por la “mano de Dios”, el gol que enloqueció al arquero Peter Shilton e indigna a todos los ingleses hasta los días de hoy. Tan solo cuatro años después de la guerra de Malvinas el fútbol nos daba a los argentinos esta pequeña revancha simbólica, que es pequeña en comparación a lo que Malvinas significa y es grande por ocupar un lugar de privilegio en el corazón de todo criollo bien nacido aquí y en toda América. Ese día Inglaterra fue menos, aunque más no sea por un ratito.

Aquella tarde mexicana, en la carrera épica y bajo la mirada atenta de millones de personas, no fue Maradona quien se deslizó con la pelota en los pies. No es posible que alguien con su sola humanidad pueda generar semejante proeza. No cabe siquiera en las mentes más osadas. El 22 de junio de 1986, Diego Armando Maradona corrió junto a miles de criollos. Allí iban el esclavo Luiz y los cientos de compatriotas que independizaron la nación. Iba el gauchaje de la montonera galopando con sus lanzas contra el modelo semicolonial, iban los “cabecitas negras” como intérpretes fundamentales de una nueva revolución. Iban los héroes de Malvinas, los jóvenes heroicos que dejaron la vida en el Atlántico Sur. En esa corrida, Maradona simbolizó con coraje y esplendor la lucha del pueblo argentino en la búsqueda de su libertad. En esa corrida Maradona selló con determinación la grandeza de nuestro pueblo.

“Era como ganarle a un país, no a un equipo de fútbol. Si bien nosotros decíamos, antes del partido, que el fútbol no tenía nada que ver con la Guerra de Malvinas, sabíamos que habían muerto muchos pibes argentinos allá, que los habían matado como a pajaritos. Y esto era una revancha, era recuperar algo de las Malvinas. Estábamos defendiendo nuestra bandera, a los pibes muertos, a los sobrevivientes”, dijo el astro tiempo después.

Por eso es el milagro argentino, porque Diego Armando Maradona representa, desde los orígenes de la patria y para toda la eternidad, el símbolo último de la nacionalidad. El milagro acabado que un 30 de octubre de 1960 nos fue regalado por Dios como orgullosa muestra de lo que puede alcanzar la patria en la lucha final por su destino histórico.

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