El mito de la “Argentina nazi”

Montado sobre un inmenso aparato propagandístico, los Estados Unidos han logrado a lo largo de décadas instalar un mito sin raigambre alguna en la realidad fáctica: el de que la Argentina es un país nazi, racista y blanco. El mito de la “Argentina nazi” es una ridiculez que se desmiente con una mínima permanencia del observador en el país, pero a fuerza de repetición y por la labor constante de los formadores de opinión se ha instalado en la conciencia de millones en todo el mundo y también aquí en la Argentina, razón por la que de tiempos en tiempo reflota y obliga a los argentinos —mestizos en su totalidad y sin conflictos raciales verdaderos— a dar explicaciones sobre un auténtico delirio como si se tratara de una realidad.
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Existe y está ampliamente divulgado en el mundo un prejuicio según el que la Argentina sería un país de raigambre nazi. Esta idea de “nazi” está cargada de ambigüedades que sirven constantemente como mecanismo para una diversidad de acusaciones y críticas al pasado y a la actualidad de nuestro país. Como consecuencia de una intensa campaña propagandística a lo largo de décadas, dicho discurso se ha impregnado tan profundamente que referentes locales lo reproducen y mantienen vivo el mito de la Argentina nazi, que no es otra cosa que un invento político impulsado por Estados Unidos a mediados del Siglo XX y que sigue vigente de formas muy variadas.

Argentina es un país complejo, diverso y periférico. Como en otros países del mundo, existen y han existido manifestaciones sociales discriminatorias o dificultades en la inclusión de las minorías. Sin embargo, la sociedad argentina en general es considerada, a grandes rasgos, inclusiva y tolerante; hay leyes que protegen los derechos de todas las personas independientemente de su raza o etnia. Es una verdad de Perogrullo. Un crisol de razas, tierra de puertas abiertas y país neutral ante conflictos bélicos globales, son algunas descripciones que podemos utilizar para nuestro país.

Sin embargo, durante el Mundial de Qatar, intelectuales como Erika Denise Edwards cayeron en la trampa de analizar a la Argentina desde la mirada estadounidense. En un viralizado artículo de The Washington Post, Edwards sobrevoló el “oscuro pasado” argentino para explicar la ausencia de jugadores negros en nuestra selección nacional de fútbol. Como integrante de una sociedad que es contraejemplo del combate contra el racismo, los intelectuales norteamericanos se muerden la cola (de paja) por las actitudes vergonzosas de su propia sociedad.

Falto de timing y de sensibilidad social, la aparición de ese texto puede explicarse por, al menos, dos razones: la decisión editorial de subirse a la conversación mundialista en las redes sociales, a caballo de una selección poderosa como la Argentina; y por la intención de reforzar el siempre atractivo tema de la discriminación ante una audiencia progresista. Con una mirada un poco más cínica, podría pensarse también que The Washington Post aprovechó la oportunidad para reforzar la ya instalada idea de la “Argentina nazi”, ampliamente divulgada en Internet en forma de memes, videos y fotos descontextualizadas.

En un nuevo formato, incluido en el mundo de lo políticamente correcto, la construcción de la idea de la Argentina racista o discriminatoria precede incluso a Perón. El nuevo formato de puritanismo busca la expiación continua de las faltas argentinas que tienen su raíz en la migración europea. Este discurso toma forma definida a partir de 1942 cuando, reticente al pedido por parte de Estados Unidos de bloquear relaciones comerciales con el Eje, la Argentina de Ramón Castillo empezó a recibir golpes teledirigidos para limar su reputación al vincularla con el fascismo como contraposición a los valores de la libertad, la democracia y la república.

El acto realizado por el Partido Nazi en el Luna Park de Buenos Aires en 1938 es frecuentemente utilizado para reforzar la idea de que Argentina es un país nazi o que, mínimamente, los nazis acá han tenido más protagonismo en la política que en cualquier otro país de la región. Lo que los defensores de esa hipótesis “olvidan” decir es que para 1938 la ideología nazi era válida, una corriente política como cualquier otra con presencia en todo el mundo. En Gran Bretaña, por ejemplo, los nazis estuvieron muy cerca del poder e incluso con simpatías entre los integrantes de la familia real. No fue sino después de finalizada la II Guerra Mundial con la derrota del Eje que la ideología nazi fue ubicada en el lugar del mal absoluto y ya no tuvo difusión en ninguna parte, tampoco en la Argentina.

Las acusaciones recaen en una falta histórica grave, a diferencia del pasado colonial de nuestros denunciantes, Argentina no se forjó en base a mano de obra esclava. Los esclavos provenientes de África fueron esenciales en la explotación de plantaciones de algodón, entre el siglo XVIII y el XX, de países como Estados Unidos, Brasil o Guayanas. Al igual que en Uruguay, Argentina no fue gran receptor de esclavos negros de África y la liberación de los esclavos fue constitutivo de nuestra independencia. Recordemos que la Madre de la Patria es María Remedios del Valle.

Esto no implica que no existieran esclavos negros durante la colonia. El presente texto no pretende invisibilizar la importancia de la cultura afro de nuestras tierras. El abolicionismo y la inclusión es un mandato constitutivo de Argentina. Brasil, en cambio, fue el último país en occidente en abolir la esclavitud, mucho después que su independencia… al igual que Estados Unidos.

En definitiva, contextualizar los debates permite una mejor interpretación de las maniobras estratégicas que encubren los discursos (geo)políticos. Es decir, deconstruir el discurso de la “Argentina Nazi”, racista o discriminatoria permite develar la intencionalidad de actores estatales que buscan socavar cualquier intento de cohesión social, algo que ya de por sí es una utopía. Dichas maniobras funcionan de manera exitosa cuando referentes locales lo reproducen con un cierto grado de permeabilidad social.

En agosto de 1942, el ministro de Relaciones Exteriores, el reconocido Almirante Storni, mantuvo un sugestivo intercambio epistolar con el secretario de Estado de los Estados Unidos Cordell Hull, quien insistía en que Argentina se manifestara explícitamente en favor de los Aliados. Storni era un reconocido aliadófilo en un contexto político argentino en el que germinaba una semilla antiestadounidense. Al tener lugar el golpe de 1943, desvanece cualquier posibilidad de mejorar vínculos con Estados Unidos y Storni decide presentar la renuncia.

Portada del famoso Libro Azul con el que el gobierno de los Estados Unidos difundió de manera oficial el mito de la “Argentina nazi” por razones de defensa de sus intereses geopolíticos. Habiendo perdido aquí la hegemonía a manos de Perón, los estadounidenses se dedicaron a difamar al General y al país entero para ubicar al argentino en un lugar en el que ya nadie quería estar después de 1945.

Argentina tenía razones pragmáticas para no abandonar el neutralismo, una posición que incluso el Reino Unido favorecía. Raanan Rein señala que los británicos les explicaron varias veces a los estadounidenses que caracterizar a la Argentina como afín al Eje era cuanto menos impreciso, entre otros motivos, porque “el flujo de productos necesarios para el esfuerzo bélico aliado nunca se detuvo” y destacó la neutralidad argentina porque “aseguraba que no se produjera ningún acto de sabotaje contra las plantas empacadoras de carne, los elevadores de granos o las instalaciones portuarias argentinas que servían a la causa aliada”.

Hacia 1946, durante la campaña electoral de ese año, se produce un severo choque de voluntades. El ascenso de Perón, que era considerado un gran referente de la tendencia política nacionalista —crítica de la hegemonía estadounidense—, fue visto como un peligro de las pretensiones estadounidenses en el país. En aquel entonces, el Departamento de Estado de los Estados Unidos publicó el Libro Azul, un informe de indisimulable tono propagandístico.

En la reciente traducción elaborada en 2021 por Más y Prestía, con la estética propia de un panfleto, la portada del informe vocifera: “¡Argentina expuesta!” Esta es una acusación oficial del gobierno de los Estados Unidos sobre el pretendido régimen fascista en la Argentina, titulada El sensacional caso de la historia del complot nazi-argentino contra la libertad y la paz en el mundo. El texto no acusaba a Perón exclusivamente, sino a todo un clivaje sociopolítico-histórico de Argentina.

Este texto fue impulsado por Spruille Braden, el embajador de Estados Unidos en Argentina. Oportunamente, el asesor de Perón John William Cooke tuvo la ocurrente idea de generar el slogan “Braden o Perón”, de cara a las elecciones presidenciales. Con esa consigna como bandera, el peronismo se apropió del estigma y contribuyó a encapsular el mito en una lógica local que posicionaba al peronismo en contra de Estados Unidos. En aquel entonces significó una victoria electoral, pero el mito perduró.

Montado sobre un inmenso aparato propagandístico, los Estados Unidos han logrado a lo largo de décadas instalar un mito sin raigambre alguna en la realidad fáctica: el de que la Argentina es un país nazi, racista y blanco. El mito de la “Argentina nazi” es una ridiculez que se desmiente con una mínima permanencia del observador en el país, pero a fuerza de repetición y por la labor constante de los formadores de opinión se ha instalado en la conciencia de millones en todo el mundo y también aquí en la Argentina, razón por la que de tiempos en tiempo reflota y obliga a los argentinos —mestizos en su totalidad y sin conflictos raciales verdaderos— a dar explicaciones sobre un auténtico delirio como si se tratara de una realidad.
John William Cooke, quien como asesor de Juan Domingo Perón concibió la brillante idea del slogan “Braden o Perón” que sería decisivo para el triunfo del peronismo original en las elecciones de 1946. Cooke tuvo allí un éxito coyuntural de enorme importancia, aunque en el largo plazo el mito de la “Argentina nazi” prosperó hasta llegar a nuestros días.

Eventualmente, el mito fue alimentado por la política de atracción de científicos alemanes, algo que muchos países de la época también hicieron. Un interrogante que se le ha adjudicado al historiador Jorge Abelardo Ramos echa luz en las particularidades del caso argentino: ¿Cómo se explica que todos los nazis que fueron a Moscú eran socialistas, los que viajaron a Estados Unidos o a Londres eran liberales y los únicos nazis que eran nazis vinieron a Argentina?”

A través de diferentes operaciones a lo largo de la historia, Estados Unidos (motivado por intereses políticos concretos) ha logrado imponer la idea de que Argentina es un país nazi. Esto, en definitiva, se traduce en una campaña anti-Argentina. El revival de la Argentina racista se desprende de un movimiento cultural de potencias neocoloniales que aún ellas mismas no han sabido resolver.

Lo ridículo queda expuesto cuando una referente norteamericana se pregunta, en un medio masivo, por qué no hay jugadores negros en la selección argentina de fútbol. Quizás sea porque no tenemos un pasado de imperio colonial. Todo lo contrario: Argentina es el resultado de la lucha por la emancipación colonial en Sudamérica. Aun así, por ignorancia o colonización cultural, esta idea ha sido harto repetida incluso por sectores que se identifican con “causas nacionales” en forma de memes, videos y fotos descontextualizadas que aparecen en las redes sociales. De esta manera, Argentina ha revalidado hasta nuestros días su título de país segregacionista no solo a los ojos del mundo, sino ante nuestra propia mirada.

El mito de la Argentina nazi trasciende las acusaciones a Perón o las historias que versan acerca del refugio ofrecido a oficiales que estaban vinculados al Tercer Reich. El mito aboga por una cuestión más profunda, una cuestión que está en nuestras propias entrañas culturales y es algo de lo que no somos conscientes, pero que demanda expiación. No se está negando la persistencia de determinados desafíos sociales que buscan solucionarse. La principal cuestión yace en la exacerbación mediática de problemáticas construidas por una maquinaria política que estructura un estigma, mito o leyenda negra sobre nuestra propia identidad nacional.

En todo caso, la construcción de esa identidad es una tarea para resolver sin ninguna interferencia externa. No es necesario acudir a (o digerir sin pensar) discursos políticos que actores externos con determinados intereses geopolíticos diseñan para nosotros.


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