Si algo dejó como triste legado la inundación del pasado marzo en la ciudad de Bahía Blanca fue la puesta en evidencia como nunca antes de la “hipocresía de los amorosos” esto es, la doble vara con la que los cultores de la filosofía de “el amor vence al odio” miden a quienes pueden caracterizar como “propios” en relación con aquellos a quienes entienden como “ajenos”. Así, pudo leerse a lo largo de semanas enteras infinidad de publicaciones pertenecientes a las trincheras progresistas (kirchneristas, digámoslo de una vez) enmarcadas en la tónica del castigo divino por “votar mal”.
Claro, la ciudad de Bahía Blanca tuvo que padecer entre diciembre de 2023 y marzo de 2025 dos catástrofes climáticas consecutivas, un tornado y una inundación, que se cobraron la vida de decenas de personas, entre ellas niños y ancianos, a la vez que ocasionaron incalculables daños materiales. Y no faltó en ese contexto el iluminado que señalara: “Las fuerzas del cielo están castigando a los bahienses”, a sabiendas de que en esa ciudad de la provincia de Buenos Aires una inmensa mayoría de la población optó por el candidato libertario allí por noviembre de 2023, cuando se celebró la segunda vuelta electoral que entronizó a Javier Milei como presidente de la Nación.
Dicho apenas en criollo, lo que los cultores de “el amor vence al odio” no se animaron a decir pero siempre sostuvieron implícitamente fue que todo aquel que no piense como ellos, no se fanatice con los mismos personajes de la politiquería a quienes ellos veneran o intente correrse de la postura de endiosamiento del Estado como ente elefantiásico y totalitario que gobierna sobre todo y sobre todos se merece todo lo malo que le pase. El “libertario” genérico merece que se vuele el techo de su casa o se le derrumbe el tinglado de un club de barrio encima, que la riada se lleve a su madre ante la impotencia y la mirada atónita de los hijos y nietos o que sus hijas en edad preescolar se ahoguen dentro de un automóvil varado en medio de una carretera inundada y sus cuerpos permanezcan desaparecidos durante semanas.
Nadie se atreve a decirlo en detalle, pero aquellas han sido las consecuencias reales, con víctimas concretas, nombres y apellidos específicos, de las tragedias consideradas por el progresismo vernáculo como un castigo de Dios a los habitantes de Bahía Blanca por haber “votado mal”. Un Dios en el que, además, la mayoría del tiempo el progresismo ni siquiera cree, puesto que como heredero de la izquierda tradicional practica un ateísmo recalcitrante y el anticlericalismo radical. Pero claro, ¿cómo podría uno afirmar de sí mismo que “volvimos mejores”, que “el amor vence al odio” y que “la patria es el otro” si se atreviera a pronunciar en voz alta semejantes sentencias? Nadie quiere demostrar sin viso de duda que es abiertamente un canalla. No, la premisa debe quedar implícita, pero no por ello resulta menos evidente.
Algo similar sucedió por estos días con el caso de la boxeadora y seis veces campeona del mundo Alejandra “Locomotora” Oliveras, quien se encontraba internada en la unidad de terapia intensiva de un hospital público en la provincia de Santa Fe por un cuadro de accidente cardiovascular isquémico con posterior cirugía craneal. La deportista entonces retirada se hallaba a la espera de la jura como funcionaria electa por La Libertad Avanza cuando el episodio de parálisis y desorientación que motivó su ingreso en una sala de emergencias tuvo lugar el pasado lunes 14 de julio. Y por supuesto, la situación resulta ser idéntica a lo sucedido en el caso de las tragedias en Bahía Blanca.
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