El pacto Massa-Milei y la muerte del cambiemismo

Como si se tratara de un grupo improvisado de principiantes e inexpertos, los cambiemitas mordieron el anzuelo que el tándem Massa/Milei puso para entramparlos en la cuestión de la modificación legislativa del impuesto al salario. Y en el proceso la construcción de Juntos por el Cambio, que ya venía tambaleando después del resultado de las PASO, terminó quebrándose por el peso de la estupidez de sus propios dirigentes y alguno que otro sabotaje interno. El pacto Massa-Milei quedó más al descubierto que nunca y fue el enterrador de unos cambiemitas que ya estaban para el cachetazo.
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Pese a los sueños húmedos del progresismo socialdemócrata, que deseaba una especie de Unión Democrática entre cambiemitas y frentetodistas para frenar a Milei, la realidad política del reverso de la trama se impuso una vez más. Y quedó al fin totalmente expuesto el pacto entre Sergio Massa y Javier Milei para destruir a Juntos por el Cambio e inaugurar finalmente una nueva etapa en la política kirchnerista. Con el kirchnerismo ya derrotado y absorbido por el propio Massa, ahora les tocó el turno a los cambiemitas de despedirse del lugar de fuerza política electoralmente relevante. Y empieza un proceso de migración que fatalmente resultará en el vaciamiento y en la extinción de una alianza que supo gobernar en la Argentina entre los años 2015 y 2019, además de hacerlo de manera ininterrumpida desde el año 2007 en un distrito central como lo es la Ciudad de Buenos Aires.

El cambiemismo feneció en un error ideológico, por una reacción irracional basada en el odio al enemigo. Al lanzar Sergio Massa la iniciativa legislativa de la modificación en el impuesto al salario —que erróneamente llaman en los medios “impuesto a las ganancias”— y al subirse Javier Milei a la movida, los cambiemitas quedaron en una situación muy complicada de tener que elegir entre oponerse a lo contreras, porque sí, o de plegarse mansamente a la maniobra de sus enemigos. Los cambiemitas optaron por lo primero y así se colocaron solos (y aislados, ni el trotskismo delincuencial se animó a hacer lo mismo) directamente en contra de los intereses de los trabajadores.

El problema que mucha gente no ve porque pertenece a lo más profundo del reverso de la trama es que los cambiemitas saben a ciencia cierta de la existencia del pacto Massa-Milei para suprimirlos. No lo pueden denunciar con mucha convicción ni a los gritos porque no quieren quedar signados ante la opinión pública como unos conspiranoicos, pero fundamentalmente porque saben además que en un futuro a corto plazo tendrán que plegarse a las construcciones de Massa o de Milei para sobrevivir en la política, para no quedar como parias sin tierra. Y entonces no conviene insultar demasiado a los futuros socios, razón por la que Juntos por el Cambio denuncia el pacto en su contra muy tímidamente. Y así, tímidamente, no se logra nada en una política de griterío como la nuestra.

El diputado Cristian Ritondo —más conocido en los círculos de la política como “ratón de panadería”, por rumores ciertamente infundados— murió por la boca como el pez al bravuconear en Twitter desafiando a Sergio Massa a enviar al Congreso la ley de modificación del impuesto al salario, prometiendo votarla y luego oponiéndose. Por actitudes como esa, más bien propias de dirigentes inexpertos, Ritondo y los demás cambiemitas están ahora en una situación precaria y al borde de la extinción.

El pacto Massa-Milei existe, está en marcha hace rato y los cambiemitas lo saben, pero no pueden hacer mucho al respecto. El pacto consiste en la institución de una tercera fuerza electoral alineada detrás de la figura de Javier Milei con el fin de desplazar a Juntos por el Cambio de un eventual ballotage y, por lo tanto, de la posibilidad de ser gobierno u oposición. Como se sabe, en la praxis política real del día a día solo existen esas dos posiciones, solo es posible en un momento ser oficialista o ser opositor, de modo que una fuerza que no sea ni la una ni la otra tiende a disolverse al migrar sus cuadros a las fuerzas dominantes. Milei existe en la política argentina de la mano de Sergio Massa para que los cambiemitas terminen terceros cómodos en la primera vuelta electoral de este año y queden afuera de todo.

Nadie va a salir a confesar dicho pacto, al menos no en el mediano plazo. Tal vez en el futuro se escriban libros y se hagan documentales sobre cómo Massa y Milei echaron del juego político argentino a una fuerza que hasta los primeros meses de este año ya se veía ganadora de las elecciones en primera vuelta, caminando y sin despeinarse. He ahí la obviedad ululante, el dato duro de la realidad que no es especulativo y permite confirmar la existencia del pacto Massa-Milei: de haber enfrentado las actuales elecciones mano a mano contra un cambiemita, sea el que fuere, Massa habría perdido en las urnas, en primera vuelta y por paliza. ¿Por qué? Porque representa a un gobierno quebrado, en retirada y con una hiperinflación a cuestas. ¿Quién podría votar al candidato de semejante oficialismo derrotado?

Solo el núcleo duro propio, por supuesto, que es por definición insuficiente para ganar e incluso para evitar una humillación. De no haber existido un Milei, toda la bronca contra el gobierno actual se habría lógicamente canalizado hacia las listas de Juntos por el Cambio y esta alianza tendría básicamente lo que hoy es la suma de sus propios votos y los de Milei, es decir, habría ganado en primera vuelta con más del 50% y más bien tirando a los 60%, probablemente unos 30 puntos de ventaja en un escenario similar al que se verificó en las recientes elecciones provinciales de Santa Fe. Esa sería una humillación infernal de la que Massa jamás podría volver y por eso Massa inventó a Milei, canalizó gran parte de los descontentos a la lista del mal llamado “libertario” y dejó a los cambiemitas en una situación precaria. De ganador seguro a principios de este año, Juntos por el Cambió pasó como por arte de magia a correr el riesgo de ni entrar a un eventual ballotage, de caer abatido ya en primera vuelta.

La cercanía y la afinidad entre Sergio Massa y Javier Milei son hechos de la realidad fáctica que los cambiemitas conocen y, sin embargo, no pueden denunciar poniendo el grito en el cielo. ¿Quién habría de creerles, si Massa y Milei se presentan ante la sociedad como enemigos mortales en una contienda de la que solo uno de los dos podrá salir con vida? Ahora los cambiemitas conocen el amargo sabor de ser poseedores de una verdad y ser tildados de “conspiranoicos” al intentar expresarla. Y eso no deja de ser poéticamente justo considerándose el comportamiento de sus dirigentes durante la contingencia del coronavirus.

Massa inventó a Milei, mandó a la tropa a polarizar con él pintándolo como el villano ideal y el resultado fue el esperado: automáticamente todos los que están disconformes con el actual gobierno frentetodista, al ver que ese mismo gobierno señalaba como enemigo a Milei, no dudaron en ver allí la alternativa. Los que de otro modo habrían votado a Juntos por el Cambio empezaron a elegir a Milei, enviando a los cambiemitas a un tercer lugar por la sencilla razón matemática de que Massa tiene de su parte el núcleo duro del kirchnerismo, tiene la iniciativa política al ser gobierno y con esas dos cosas ya le alcanza para asegurarse un segundo lugar, sin cuidado de lo que haga Milei. Esa es una brillante ingeniería electoral.

El pacto Massa-Milei es un hecho y las evidencias son abundantes, están por todas partes. En la provincia de Buenos Aires, por ejemplo, el fracaso del cambiemita Néstor Grindetti se debe exclusivamente a la existencia de la mileísta Carolina Píparo, quien le resta a Grindetti los votos necesarios para ganar y le da hasta ahora el triunfo a Axel Kicillof. ¿Por qué Píparo haría eso de no existir el pacto Massa-Milei? ¿Por qué insistiría en seguir participando en una elección a sabiendas de que su candidatura puede darle el triunfo al oficialista? O, visto de otra forma, ¿por qué Grindetti no se baja y le transfiere sus votos a Píparo para derrotar al kirchnerista/massista Kicillof? Porque, contrario a lo que suelen pensar algunos, Píparo y Grindetti son en realidad enemigos, aquella existe para destruir a este en un sentido partisano. La Libertad Avanza tiene por primera finalidad la destrucción de Juntos por el Cambio y los dirigentes de Juntos por el Cambio lo saben, por supuesto.

La inesperada, improbable e inviable Carolina Píparo (izq.), garante del equilibrio electoral que Axel Kicillof necesita para ganar las elecciones en la provincia de Buenos Aires. A Kicillof le tocaría “bailar con la más fea” frente a Grindetti de no haberse metido Píparo en la conversación y La Libertad Avanza se niega a bajar a su candidata, pero tampoco accede a acordar una alianza con los cambiemitas en el distrito electoral más importante del país. He ahí una de las evidencias más fuertes del pacto Massa-Milei, a la vista del que sepa observarla.

Puede observarse también que toda la prédica de Milei es una permanente diatriba contra los cambiemitas, es un ataque constante a esa fuerza política con muy escasas variaciones para que la cosa no sea demasiado evidente por repetición. Pero sí, Milei ataca a los cambiemitas, les roba los votos, pesca en su pecera y los deja sin peces. Todos los días un votante cambiemita se percata de que Patricia Bullrich no tiene chances y, lógicamente, de que el “voto útil” para derrotar a Sergio Massa debe ser a Milei. Todos los días. Bullrich no hace otra cosa que luchar para persuadir a los suyos de que está viva, no hace más que rogarles a los propios que no la abandonen. Bullrich ya no hace campaña para sumar votos nuevos. Lo único que hace es patalear para no perder los escasos votos que tuvo en las PASO.

Pero son manotazos de ahogado, los votos del antikirchnerismo que ahora va a ser antimassismo migran en grandes cantidades todos los días desde Patricia Bullrich al bolsillo de Javier Milei, quien a esta altura deberá moderar su crecimiento si no quiere ganar directamente en primera vuelta. Decenas de miles se suman día a día a las filas de Javier Milei creyendo que ese espacio es antimassista, sin comprender la existencia del pacto Massa-Milei. Bullrich lo sabe y nada puede hacer al respecto más que llorar en los canales de TV que aún le dan cabida, viajar a las provincias a apropiarse de triunfos locales y poco más que eso. Hay una ingeniería electoral aplicándose y esa ingeniería tiene por objetivo borrar del mapa a Juntos por el Cambio.

Entonces Juntos por el Cambio quebró o, mejor dicho, terminó de quebrar al oponerse a la iniciativa de modificación del impuesto al salario en el Congreso. Pase lo que pase, de aquí en más tanto el massismo como el mileísmo le van a enrostrar públicamente esa maldad contra el trabajador y no habrá misericordia: el único bloque que se opuso a una medida que se percibe como favorable a las clases populares fue Juntos por el Cambio, no hay discurso fiscalista que valga para salir de ese lugar. Y eso va a reforzar la idea de que Bullrich es una opción electoral inviable —ninguna opción en absoluto, puesto que pierde y eso es “tirar el voto”—, lo que aumentará el flujo de la hemorragia y terminará por destruir Juntos por el Cambio.

Sin cuidado de la cantidad de payasadas, factoides y apropiaciones del triunfo ajeno que pueda hacer hasta las elecciones de octubre, Patricia Bullrich lucha desesperadamente por no perder los pocos votos que obtuvo en las PASO y ya no por atraer más votantes. En realidad, Bullrich se supo derrotada al advenir Javier Milei, puesto que el escenario de tres tercios planteado estratégicamente por Sergio Massa debió venir necesariamente en perjuicio de los cambiemitas. Bullrich irá apagándose de a poco y volverá naturalmente al lugar de irrelevancia relativa al que pertenece, pidiéndole clemencia probablemente al mismo Milei que la destruyó.

Pero a los cambiemitas de carne y hueso que son sus militantes y dirigentes no los tragará la tierra ni se irán a vivir a la Luna, claro que no. Esos cambiemitas van a seguir en la política y entonces tienen un problema que resolver con urgencia: ¿Cómo seguir en la política? Si Juntos por el Cambio no será ni oficialismo ni oposición y considerando que las provincias son aguantaderos muy limitados (es imposible acomodar en ellas la totalidad de dirigentes y militantes ñoquis, una fuerza política grande los tiene por miles y hasta por decenas de miles), un cambiemita es hoy un hombre en la encrucijada. ¿Morir abrazado y enterrarse con Patricia Bullrich y asumir las consecuencias de dicha decisión o buscar refugio en uno de los dos núcleos realmente activos de la política argentina para acomodarse allí?

Aquí empieza un juego perverso en el que los cambiemitas secretamente ya están negociando tanto con Massa como con Milei. Y lo más probable es que el resultado de esas negociaciones no sea visible de inmediato, es decir, no es que de la noche a la mañana veremos multitudes de cambiemitas saltando del barco como las ratas, eso no funciona así. El cambiemita que logre negociar ahora un pase y un lugar bajo el paraguas de Massa o Milei para más adelante va a seguir formalmente vinculado con Juntos por el Cambio, aunque ya no tirando del carro sino más bien poniendo palos en la rueda. El peligro más grande al que se enfrentará Patricia Bullrich de aquí en más es el de la traición entre sus propios cuadros, a los que Massa y Milei exigirán actos de sabotaje y tráfico de información como precio por un lugar bajo el techito a partir del 10 de diciembre próximo.

Los cambiemitas liberales “progresistas” como Horacio Rodríguez Larreta y Gerardo Morales, que se llevan muy mal con sus “halcones” y naturalmente muy bien con Sergio Massa, preparan por estas horas su incorporación futura al frentetodismo hoy llamado de fantasía Unión por la Patria. Claro que el kirchnerismo residual intentará protestar, pero ya serán campanas de palo frente a una realidad durísima que solo podrá imponerse: palomas con palomas, halcones con halcones. Y a eso llamarán “gobierno de unidad nacional”.

Por lo general, las fuerzas políticas se disuelven así, mediante el sabotaje de sus propios cuadros que ya negociaron salvoconductos individuales y se ponen a trabajar para que el barco se hunda más rápido. Y en ello ya es posible proyectar el destino inmediato de los cambiemitas una vez que la nave de Juntos por el Cambio naufrague en las elecciones de octubre quedando tercera y muy lejos no solo de la posibilidad de ser gobierno, sino además de ocupar el lugar de oposición. De acuerdo con el perfil ideológico de cada uno de los dirigentes cambiemitas actuales y bien mirada la cosa, en esencia todos ellos se identifican más con el liberalismo “progresista” de Massa o con el liberalismo “conservador” de Milei. Y a esos lugares deberían ir a parar.

Los cambiemitas liberales “progresistas”, que son los radicales y demás gorilas impulsores de la ideología de género, del aborto, de cuestiones de moral sexual y demás asuntos de la agenda globalista encontrarán refugio en el massismo. Allí los recibirá con los brazos abiertos una Malena Galmarini que figura en la nómina de la Open Society y por eso trabaja para George Soros instalando esa agenda “progresista” en la política argentina. Estos cambiemitas “progresistas” que encontrarán su lugar en el massismo son los Horacio Rodríguez Larreta, las María Eugenia Vidal, los Gerardo Morales y las Silvia Lospennato, por ejemplo, grandes impulsores del pañuelo verde, de la hormonización de adolescentes y de toda la agenda por izquierda de las corporaciones.

Los cambiemitas liberales “conservadores”, no menos degenerados que sus pares autopercibidos “progresistas”, van a encontrar refugio en las filas de Javier Milei, donde podrán ingresar tras recibir la bendición de Victoria Villarruel. Y allí podrán seguir militando los intereses de las corporaciones y las élites financieras globales con un discurso “conservador” con pañuelo celeste de ocasión —es todo disidencia controlada y ocupación de espacios vacíos, conviene no olvidarlo— que encaja y hace grieta perfectamente con el de sus primos liberales “por izquierda”. Entre estos liberales supuestos “conservadores” están los Mauricio Macri, los José Luis Espert e incluso la propia Patricia Bullrich, quien después de ser humillada en las urnas deberá volver a humillarse pidiéndole la escupidera al mismo Milei que le jugó la mala pasada.

La memoria registra que el simulacro de liberalismo “progresista” ya se había ejecutado en 2018, cuando en pleno gobierno de Mauricio Macri cambiemitas muy degenerados como Daniel Lipovetzky, Silvia Lospennato y otros hicieron muy buenas migas con los kirchneristas también liberales “por izquierda”. Ahora esa alianza globalista deberá formalizarse hasta la formación del gran bloque liberal “progresista” massista, mientras los “halcones conservadores” hacen lo propio por el lado de Milei. Simulan pelearse por las achuras, pero son todos amigos cuando se trata de definir quién va a llevarse la vaca.

Ahí está formada la nueva grieta para las próximas dos décadas en la política argentina, la grieta del liberalismo “progresista” liderado por Sergio Massa y el liberalismo “conservador” bajo la batuta de Javier Milei. Será una especie de imitación criolla del bipartidismo yanqui donde entre “republicanos” y “demócratas” se alternan y discuten de todo, menos el proyecto político que es igual para ambos y queda consensuado de entrada. El massismo liberal “por izquierda” y el mileísmo liberal “por derecha” pondrán sobre el tapete todos los temas desde la ideología de género, el aborto, el setentismo, los “derechos” simbólicos de todas y cada una de las minorías por criterios de orientación sexual, sexo, raza, religión e ideología, “garantismo” o “mano dura”, libre portación de armas, todo. Todo menos el proyecto de país en un sentido económico, que es el único sentido posible.

Hay más. Hacia el interior del mileísmo los actuales cambiemitas se pondrán duros, pues son “halcones”, formando cual secta una suerte de Tea Party al estilo de la derecha republicana yanqui. Por su parte, el kirchnerismo ahora reducido a una minoría intensa y siempre bien lejos del poder en el Estado estará para Sergio Massa cual Bernie Sanders para el Partido Demócrata, como un lugar de contención para comunistas arrepentidos y otros progres intensos, pero políticamente eunucos. A ambos extremos se les permitirá la existencia y se los dejará estar, siempre y cuando se dediquen a debatir los temas de la agenda globalista que a nadie le da de comer y no se metan a ponderar el proyecto político. Mientras los “conservadores” cambiemitas y los “progresistas” kirchneristas no intenten torcer el rumbo habrá paz hacia el interior de ambos campos grieteros.

Victoria Villarruel probablemente sea el hallazgo más rutilante de los cazadores de talentos en la política de las últimas décadas. Joven, linda y adusta, siempre dispuesta al combate ideológico, Villarruel es una piedra angular en la construcción de la nueva hegemonía pues alrededor de ella se dará el debate por todas las cuestiones que el “progresismo” liberal considera sagradas, lo que garantiza la polémica y las discusiones infinitas sobre el sexo de los ángeles que serán muy útiles para tapar con humo el saqueo del poder fáctico global.

La conclusión es que a los poderes fácticos que están controlando la política argentina la ingeniería electoral les salió de maravilla. Ahora habrá, luego de dos décadas de indefinición, un proyecto político para la gestión de los recursos y las riquezas del octavo territorio más extenso del planeta. Habrá consenso alrededor de la mejor forma de enajenar esos recursos y riquezas y no habrá, por otra parte, nadie que ponga el grito en el cielo. El consenso será una gran hegemonía expresada en un nuevo Pacto de Olivos, el que a su vez deberá resultar en una Constitución que legitime el saqueo en una casi reedición del Consenso de Washington de los años 1990, pero con el objetivo puesto ahora en los recursos naturales y no en las empresas estatales. Ese será el nuevo estatuto legal que supimos conseguir al aceptar la imposición de las actuales opciones electorales.

El electorado ni intuye la maniobra y sigue la huella, así funciona la política y no podría ser de otro modo. No hay forma de gritarlo, no hay pataleo que valga. Hemos llegado hasta aquí y aquí estamos, con Sergio Massa y Javier Milei a punto de copar los dos espacios hegemónicos de la política y hacer funcionar el sistema —ahora sí, abiertamente y sin impedimentos— en favor de los intereses de las élites globales que cuentan con las ingentes riquezas del territorio argentino para mantener el statu quo global en medio a una III Guerra Mundial en cuotas. Las elecciones, como se sabe, no se ganan al momento de contar los votos, sino al armarse las listas de candidatos. Ellos tuvieron la habilidad necesaria para armarlas todas con sus candidatos y la suerte está echada. Quizá este sea el momento justo en el que un General Perón pararía la pelota y diría que es mejor desensillar hasta que aclare.

El asunto es qué país habremos de encontrar los argentinos una vez que pase la noche larga y Febo vuelva a asomar en el horizonte.


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