Entre los años 2016 y 2018 el cineasta norteamericano Oliver Stone realizó una serie de entrevistas con el presidente de la Federación Rusa Vladímir Putin. Allí, Putin se mostraba como jefe de Estado en sus labores protocolares, pero también como hombre común en sus actividades cotidianas.
En una de esas ocasiones, Stone presenció un partido de hockey del que participaba el presidente en calidad de jugador y aprovechó la oportunidad para hacerle una pregunta que en Occidente muchos querrían hacerle: “¿Qué pasaría si llegara usted a saber que alguno de los deportistas con los que ha estado jugando al hockey es abiertamente homosexual?”.
Un impasible Putin, casi sonriente, respondió: “Hay una cosa que le quiero decir. En Rusia no tenemos ninguna restricción, ninguna persecución basada en el género de las personas. Es más: hay mucha gente que ha proclamado su orientación sexual no tradicional y hemos mantenido relaciones con ellos, muchos de ellos han logrado resultados importantes en su campo de actividades. Muchos incluso han recibido premios del Estado por los éxitos logrados. No hay ninguna restricción”.
Y resultaba válida la pregunta, puesto que la propaganda occidental constantemente nos afirma que en Rusia se criminaliza la homosexualidad, a punto tal que declararse abiertamente homosexual puede valerle a uno incluso la pena de ir a dar al calabozo. Se nos suele caracterizar a la sociedad rusa como una sociedad retrógrada que no tolera a las personas diferentes y que reprime la diversidad de pensamientos, credos, orientaciones sexuales o identidades de género.
Sin embargo, el presidente Putin desmentía categóricamente esas acusaciones, siendo no obstante taxativo respecto de la divulgación de la ideología de género entre los niños de la Federación Rusa, lo que en estas latitudes se conoce comúnmente como “educación sexual integral”.
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