El sable de Bolívar y el progresismo: las dos etapas de la segregación de la América hispana

En la reiteración de un error histórico, la izquierda progresista en nuestra región sigue poniendo el énfasis en la leyenda negra de la conquista española para generar división entre hispanos, cuando en realidad sería conveniente buscar la concordia mediante la revalorización de la unidad cultural para hacerle frente al dominante anglosajón. Así, siempre por izquierda, el progresismo continúa siendo funcional al poder fáctico del globalismo en su eterna misión de destruir la hispanidad de los pueblos. La intriga involucrando al rey Felipe VI y al presidente Gustavo Petro es otro capítulo de esta triste historia de desunión.
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Semanas atrás un hecho diplomático generó una oleada de reacciones y repudios tanto en la América hispana como en la propia España, más específicamente en los círculos progresistas a ambas orillas del océano. Durante la ceremonia de asunción del flamante presidente colombiano Gustavo Petro fue presentado el sable del general Simón Bolívar y el rey Felipe VI de Borbón fue el único mandatario que no se puso de pie ante esa reliquia.

Lo cierto es que en circunstancias normales el hecho hubiera pasado inadvertido sin que se le otorgase relevancia alguna, pero en tiempos de gobiernos progresistas el mismo fue visto como un acto de provocación por parte del monarca español, a pesar de que no constituyó ningún acto de violación de los protocolos establecidos. El episodio fue replicado infinidad de veces derivando en una tirante situación diplomática entre dos países que deberían considerarse el uno al otro como hermanos en virtud del pasado histórico y la tradición cultural que los unen.

La actitud en la propia España resulta por otra parte inexplicable, con eminentes miembros de Podemos exigiendo al monarca un pedido de disculpas hacia el presidente colombiano y sectores separatistas catalanes aprovechando el conflicto para criticar a las autoridades. A río revuelto ganancia de pescador, pero lo estrictamente cierto es que en rigor de verdad no debería haber existido conflicto alguno. Y ello es lo que pretendemos explicar en este breve texto.

En primer lugar, se trata de una cuestión de forma, las que a veces son importantes. Cada vez que se producen actos de asunción de presidentes o mandatarios el país anfitrión organiza el evento de posesión invitando a mandatarios de países que considera amigos, o a sus representantes diplomáticos. Cada invitación debe no obstante acompañarse por un protocolo que enumere en detalle las actividades que formarán parte del itinerario y la lista de invitados que se presume que participarán del evento. De ese modo las autoridades de un país deciden si van a enviar representantes o si por el contrario van a declinar la invitación.

El rey Felipe VI de España, de pie a la salida del sable de Bolívar. Por no haberse parado a su ingreso, el monarca español fue objeto de la crítica mordaz por parte de la izquierda progresista española: tanto Podemos como los separatistas catalanes exigieron de Felipe un pedido de disculpas que jamás llegó. El gobierno de España, por su parte, calificó como intrascendente y anecdótico el episodio.

Imaginémonos por un momento que alguien nos invita a una cena en su casa. Lo natural es que además el anfitrión tenga la delicadeza de hacernos partícipes del menú, del itinerario y de la lista de invitados. ¿A quién le gustaría llegar a una cena de muy buen grado y encontrarse con que allí lo espera un enemigo? Lo natural es que conozcamos el protocolo de antemano para que seamos libres de decidir si vamos a asistir o no a la cena y de asistir, cómo nos vamos a comportar a fin de no pasar una velada desagradable o hacérsela pasar a terceros.


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