Semanas atrás un hecho diplomático generó una oleada de reacciones y repudios tanto en la América hispana como en la propia España, más específicamente en los círculos progresistas a ambas orillas del océano. Durante la ceremonia de asunción del flamante presidente colombiano Gustavo Petro fue presentado el sable del general Simón Bolívar y el rey Felipe VI de Borbón fue el único mandatario que no se puso de pie ante esa reliquia.
Lo cierto es que en circunstancias normales el hecho hubiera pasado inadvertido sin que se le otorgase relevancia alguna, pero en tiempos de gobiernos progresistas el mismo fue visto como un acto de provocación por parte del monarca español, a pesar de que no constituyó ningún acto de violación de los protocolos establecidos. El episodio fue replicado infinidad de veces derivando en una tirante situación diplomática entre dos países que deberían considerarse el uno al otro como hermanos en virtud del pasado histórico y la tradición cultural que los unen.
La actitud en la propia España resulta por otra parte inexplicable, con eminentes miembros de Podemos exigiendo al monarca un pedido de disculpas hacia el presidente colombiano y sectores separatistas catalanes aprovechando el conflicto para criticar a las autoridades. A río revuelto ganancia de pescador, pero lo estrictamente cierto es que en rigor de verdad no debería haber existido conflicto alguno. Y ello es lo que pretendemos explicar en este breve texto.
En primer lugar, se trata de una cuestión de forma, las que a veces son importantes. Cada vez que se producen actos de asunción de presidentes o mandatarios el país anfitrión organiza el evento de posesión invitando a mandatarios de países que considera amigos, o a sus representantes diplomáticos. Cada invitación debe no obstante acompañarse por un protocolo que enumere en detalle las actividades que formarán parte del itinerario y la lista de invitados que se presume que participarán del evento. De ese modo las autoridades de un país deciden si van a enviar representantes o si por el contrario van a declinar la invitación.

Imaginémonos por un momento que alguien nos invita a una cena en su casa. Lo natural es que además el anfitrión tenga la delicadeza de hacernos partícipes del menú, del itinerario y de la lista de invitados. ¿A quién le gustaría llegar a una cena de muy buen grado y encontrarse con que allí lo espera un enemigo? Lo natural es que conozcamos el protocolo de antemano para que seamos libres de decidir si vamos a asistir o no a la cena y de asistir, cómo nos vamos a comportar a fin de no pasar una velada desagradable o hacérsela pasar a terceros.
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