El salto del tigre

Las predicciones se confirmaron y Sergio Massa es el nuevo hombre fuerte del gobierno del Frente de Todos, ese nombre de fantasía con el que el Frente Renovador usó a los kirchneristas para imponerse. Massa es el presidente de facto de una Argentina que está al borde del abismo y puede convertirse en un verdadero salvador de la patria si logra conjugar el apoyo que tiene de los poderes fácticos globales y la cintura política suficiente para articular lo que está roto en mil pedazos. Massa va a tener su día y en ello los argentinos se juegan la imposición de un nuevo estatuto legal del coloniaje para los años próximos.
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Durante los años 2020 y 2021, además de en lo que va de este año 2022, en las páginas de esta Revista Hegemonía y en las publicaciones diarias de La Batalla Cultural ha habido un vaticinio: Sergio Massa iba a tener una palabra para decir antes de que finalizara el gobierno del Frente de Todos. En la observación de cómo dicha coalición se había constituido y del devenir de la propia alianza, que a todas luces fue contra natura, se adivinaba un resultado de triunfo massista que parecía ser inevitable en la semántica y en la política. El Frente de Todos se formó para que Massa llevara a cabo el acto final de un plan maquiavélico.

Pero la alusión a Maquiavelo no tiene aquí ni en ninguna parte esa connotación de maldad necesaria que resulta mucho más de la vulgata que de la obra del padre fundador de la ciencia política. El carácter maquiavélico del plan massista se refiere a la estrategia, a la paciencia y al pragmatismo con los que Massa y los poderes a los que responde han tejido la trama cuyo resultado es el mismo Massa con la oportunidad de hacerse ahora con un poder político que siempre le ha sido esquivo, al menos en apariencia.

Sergio Massa ejecutó ese plan maquiavélico en el tiempo, un plan que incluyó la participación en distintos proyectos políticos para garantizar el fracaso de todos y, a la vez, el fracaso del país. Ya desde principios de 2020 quedaba muy claro que el gobierno del Frente de Todos había nacido para hacer la transición y en el otro extremo del pueblo se veía a un Sergio Massa expectante. En cada debacle del gobierno, en cada claudicación de Alberto Fernández y también en cada silencio de Cristina Fernández de Kirchner se adivinaba la figura asomada de Massa acercándose al momento de tomar la batuta y hacer lo suyo.

Fue así, observando esa semiología del poder, cómo en este espacio produjimos sendos artículos exponiendo los movimientos tácticos de Massa hacia la concreción de su plan. Estuvo muy clara en los últimos treinta meses, al menos para quienes hacemos esta Revista Hegemonía, la existencia de una conspiración para que Sergio Massa llegara a obtener mediante la intriga aquello que difícilmente podría llegar a lograr por la vía dicha democrática, que es la de las urnas: sentarse en el sillón del que toma las decisiones.

Massa todavía no es el presidente de derecho, pero ya lo es de facto. En posesión de los superpoderes de superministro de Economía, Massa va a tener la posibilidad de jugarse una carta arriesgada, con la que puede ganarse el premio mayor o puede terminar de perderlo todo. “El bronce o Devoto”, diría Guillermo Moreno, donde lo segundo significa ir a la cárcel. Con la botonera económica de la Argentina Massa puede hacer la estabilización de un país convulsionado y pavimentarse el camino hacia un triunfo electoral rutilante en octubre de 2023 o puede, si no lo hace, adjudicarse un fracaso del que probablemente jamás podrá despegarse.


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