El síndrome de disonancia cognitiva estadounidense

Los supuestos principios y valores de la “democracia” estadounidense, declamados a los cuatro vientos por la propaganda ideológica cuyo mayor difusor siempre fue Hollywood, no son propios de los Estados Unidos como país y sociedad enferma. Más aún: son directamente contradictorios respecto a los que los estadounidenses irradian en la práctica hacia el mundo. El yanqui promedio padece del síndrome de disonancia cognitiva estadounidense, una enfermedad mental que muy pocos son capaces de detectar en sí mismos y menos aún son los que logran curarse de ella.
2412 7 00 web

Más de una vez me han comentado que cuando se habla del Sur Global, suelo referirme en primera persona a “nuestros países” y “nuestros pueblos” como si yo mismo no respondiera al estereotipo del hombre blanco estadounidense. La pregunta implícita en el comentario es cómo puede conciliarse ese sentido de pertenencia a una determinada identidad con la realidad legal de mi situación de ciudadano. Lo cierto es que hablo de “nuestros pueblos” y “nuestra gente” refiriéndome a los pueblos musulmanes, porque soy un musulmán. La historia de los pueblos musulmanes es mi historia, los musulmanes son mi familia y el Islam es mi nación.

Ser estadounidense por su parte no es una ciudadanía, es una condición y una vez que uno llega al conocimiento de esa verdad indeseable puede pasar toda la vida intentando recuperarse como de si un trastorno de estrés postraumático se tratara, pero muy probablemente jamás llegará a curarse del todo. A esta condición podríamos llamarla síndrome de disonancia cognitiva estadounidense (SDCE), del que pocos sujetos son capaces de salir ilesos en caso de percatarse de que lo padecen.

La cuestión es que la inmensa mayoría de los habitantes de los Estados Unidos ignora la existencia de una enfermedad cuyos síntomas se asemejan a los del síndrome de Estocolmo y que se manifiesta en la impresión de estarle debiendo lealtad y patriotismo a una sociedad que ha ocasionado a los individuos toda clase de daños imaginables. Si una persona se llama a sí misma estadounidense, está nada menos que afirmando implícitamente haber sido víctima de múltiples abusos desde la más tierna infancia. Abuso psicológico, abuso emocional, abuso educacional y cualesquiera otras formas de abuso que uno sea capaz de imaginar.

Crecer en los Estados Unidos significa haber sido programado para resultar siendo un adulto disfuncional cuyo intelecto ha sido sistemática y deliberadamente degradado y su sentido de la moral completamente agotado con la finalidad de moldear una sociedad superficial basada en la disonancia cognitiva o SDCE. Ser estadounidense es sinónimo de ser dañado o victimizado y sin embargo, el estadounidense promedio pregona la identificación con determinados principios y valores que su sociedad jamás aplicó en ningún momento ni en ningún lugar y de hecho, paradójicamente o no, siempre ha aplicado en la práctica los principios diametralmente opuestos.

La costumbre de izar permanentemente —no solo por las fechas patrias— la bandera nacional en la puerta de las casas es un síntoma visible del patriotismo estadounidense en la forma de patrioterismo, esto es, un culto a los símbolos como significantes vacíos, sin contenido. El estadounidense promedio ignora los contenidos de su patriotismo y no sabe, por lo tanto, que hace culto de los símbolos de un imperialismo que para el resto del mundo es un sinónimo del mal absoluto.

Los Estados Unidos son un país demostrable y obviamente gobernado por una oligarquía autoritaria, pero desde el primero al último estadounidense todos jurarán que viven en una democracia. Nadie que haya nacido en los Estados Unidos y que aún esté vivo en la actualidad ha sido testigo de una sola administración de gobierno que no sea responsable por crímenes de guerra y de lesa humanidad tanto en el extranjero como al interior de sus fronteras y, sin embargo, todos los estadounidenses jurarán que viven en un país que defiende la libertad y la justicia.


Este es un contenido exclusivo para suscriptores de la Revista Hegemonía.
Para seguir leyendo, inicie sesión o suscríbase.

No puedes copiar el contenido de esta página

Scroll al inicio
Logo web hegemonia

Inicie sesión para acceder al contenido exclusivo de la Revista Hegemonía

¿No tiene una cuenta?
Suscribase aquí

¿Olvidó su contraseña?
Recupérela aquí.

¿Su cuenta ha sido desactivada?
Comuníquese con nosotros.