El triunfo del monstruo perfecto

Pese a que sigue acumulando derrotas electorales en los Estados Unidos, el “progresismo” demócrata parecería no aprender nada de sus propios errores y tiende a continuar con la reproducción de la fórmula del fracaso. Trump es nuevamente presidente y, lejos de hacer una autocrítica sobre las políticas y los discursos que enajenaron millones de voluntades, los demócratas buscan excusas y hablan de radicalizarse aún más como método para superar el trance. Quieren salir del pozo cavando más profundo y van a estar, por lógica, cada vez más enterrados por el “monstruo” que supo representar la opinión de las mayorías populares en los Estados Unidos.
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Finalmente llegó el día y Trump triunfó con mucha más holgura de la que todas las encuestas vaticinaban, llevándose los siete “swing states” y obteniendo más votos totales que su rival, algo que en las anteriores ocho elecciones un solo candidato republicano había logrado. Me refiero, claro está, a George Bush hijo en 2004. Seguramente con el correr de los días habrá tiempo para analizar con más precisión los números y, con ello, las razones que los explican de manera más concluyente. Pero al menos preliminarmente algunos bosquejos más o menos sensatos pueden realizarse.

A propósito, hace algunos días leía Por qué se rompió Estados Unidos. Populismo y polarización en la era Trump, un libro de Roger Senserrich cuyo sesgo anti Trump es marcado, pero que aun así ofrecía un apunte a tener en cuenta: aun si Trump hubiera perdido esta elección, existen condiciones estructurales que explican su emergencia. Trump no sería así la anomalía sino uno de los retoños naturales de aspectos institucionales generales insertos en el corazón de la república estadounidense, sumado a la deriva adoptada por el partido republicano.

En otras palabras, para Senserrich hay Trump porque Estados Unidos abrevó de una tradición poco democrática existente ya en el espíritu de la Constitución legada por los padres fundadores; una desigualdad estructural y nunca del todo resuelta entre norte y sur; los cambios institucionales y en el sistema electoral que empezaron a darse especialmente a partir de los años ‘60 y el modo en que las alas más reaccionarias del partido republicano se hicieron hegemónicas a partir de la utilización de discursos populistas basados en el resentimiento.

El politólogo venezolano radicado en los Estados Unidos Roger Senserrich hace un análisis del populismo como disparador de la polarización en la política estadounidense y comete el error de no enumerar los errores del “progresismo” demócrata en el proceso. El análisis de Senserrich sirve, no obstante, para quitar del tapete la delirante idea de que Trump resulta de un giro reaccionario de la sociedad, de las ‘fake news’ y de la manipulación.

Esta perspectiva es de resaltar porque nos corre automáticamente del lugar común de un Trump producto de un combo explosivo entre un giro reaccionario de las sociedades acaecido por generación espontánea, sumado a fake news y gente muy mala diseñando algoritmos para manipular gente tonta y/o protofascista. En todo caso, si hay algo que objetar al libro de Senserrich es haber omitido la responsabilidad del partido demócrata en la irrupción de un fenómeno como Trump. Porque, no hay que olvidar, la transformación de los demócratas merece más que una mención a pie de página.

En este sentido, algunos números preliminares elaborados por la CNN y El País ofrecen datos interesantes, confirmando la mayoría de las tendencias que venían dándose al menos desde 2016 y matizando, solo en parte, algunas otras. En resumidas cuentas: entre los varones, Trump ganó por 10 puntos y, entre las mujeres, perdió también por 10 aunque en 2020 había perdido por 15 puntos; entre los jóvenes de hasta 29 años perdió por 13 pero, en ese segmento, en 2020, había perdido por 24 frente a Biden; entre los blancos ganó por 12 aunque en 2020 había ganado por 17 y entre los negros perdió por 74 puntos, casi lo mismo que en 2020. Donde se vio un importante avance de Trump es entre los latinos: en 2020 había perdido en esa franja por 33 puntos y, en esta elección, la diferencia se achicó a 8 puntos.


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