El victimismo, una estafa occidental

Disimulada en reivindicación de los derechos humanos y en defensa de las minorías, la ideología victimista pone a Occidente en una posición de extrema vulnerabilidad respecto a Oriente en esta III Guerra Mundial en cuotas. La actual generación de hombres occidentales no solo es demasiado débil para cambiar la tendencia y crear tiempos de prosperidad para sí misma y las futuras generaciones, sino que además está literalmente “para el cachetazo” frente a rusos y chinos en un orden geopolítico que está a punto de cambiar.

Se ha popularizado en los últimos años una cita atribuida al joven escritor y exmarine estadounidense G. Michael Hopf para describir en una síntesis muy apretada, tan propia de las redes sociales, aquello que ya se percibe por los contemporáneos en Occidente como una debacle general de lo que alguna vez fue un imperio. “Tiempos difíciles crean hombres fuertes, los hombres fuertes crean tiempos fáciles y en tiempos fáciles surgen los hombres débiles que crean tiempos difíciles”, escribe Hopf en Those Who Remain (Los que quedan, en una traducción libre del inglés), una de las tantas obras de una serie de novelas postapocalípticas cuya publicación ha hecho de Hopf un best-seller en los Estados Unidos. Inesperadamente elucubrada en la mente de un exmilitar devenido en intelectual, esta rara especie de silogismo en razonamiento circular ha demostrado ser, contra todo pronóstico, útil para sintetizar toda una teoría generacional.

No hay noticia de que la obra de Hopf haya sido traducida del inglés a ningún otro idioma, lo que podría dar la medida justa de su relevancia literaria más bien escasa. Pero la frase publicada en uno de sus libros fue descubierta por algún atento lector suyo y luego trascendió al darse a conocer mundialmente gracias al alcance de las redes sociales. Al parecer, observándose solamente el tránsito entre la modernidad industrial y la presente posmodernidad líquida —en términos de Zygmunt Bauman— desde principios del siglo XX a esta parte, en efecto los hombres fuertes de esos tiempos difíciles crearon tiempos fáciles y, en estos, surge una generación de hombres débiles que a su vez están en plena creación de tiempos difíciles. La teoría generacional sintetizada por Hopf en su definición parecería corroborarse.

Los tiempos difíciles de comienzos del siglo pasado estuvieron signados por dos guerras mundiales y por la depresión económica resultante del llamado “crac” de la bolsa de valores de Nueva York en 1929. En todo Occidente y en las colonias la primera mitad del siglo XX fue un tiempo de dificultades en el que se habría formado culturalmente una generación de hombres dispuestos a toda suerte de sacrificios. Esos son los “baby boomers”, los que nacieron después de 1945 y fueron criados en hogares donde el recuerdo de la guerra y la crisis económica orientó su crianza. Los “baby boomers” son entonces esos hombres fuertes creados por tiempos difíciles, programados al nacer para existir en un mundo adverso y, por lo tanto, tendientes a hacer la modificación de esa realidad.

Geoff Michael Hopf, aquí vestido con su uniforme de marine, en su juventud. Sin cuidado de la calidad literaria de su obra —la que es absolutamente comercial, al estilo de los ‘handbooks’ estadounidenses—, Hopf al parecer dio en la tecla en una definición expresada en uno de sus libros. Dicha definición sintetizó la percepción de muchos acerca de una decadencia generacional que está arrastrando Occidente a la catástrofe. La observación de la realidad corrobora esa percepción.

Según la categorización temporal más generalmente aceptada en la cultura de Occidente, un “baby boomer” es un individuo nacido entre 1946 y 1964 y se denomina así por resultar de la explosión de natalidad posterior al fin de la II Guerra Mundial. El “baby boomer” es hijo de la “generación silenciosa”, de los nacidos entre 1928 y 1945. Estos últimos son los hijos de la “generación grandiosa”, la que a su vez sucede a la “generación perdida”. No es necesario profundizar demasiado en estos titulares occidentales para ver en ellos la descripción de una alternancia: a cada generación triunfante le sucede una generación frustrada y la observación superficial ya indica que en ello hay algo de la teoría de Hopf, que hay un péndulo de tiempos fáciles y difíciles en los que los hombres se educan y los que posteriormente modifican.

Hasta ahí tenemos lo estrictamente necesario para comprender que la idea de Hopf tiene cierto asidero en la historia reciente y contemporánea, por lo menos. El que nace en un tiempo difícil es fuerte y modifica la realidad a su alrededor, creando un tiempo más fácil. Aquí, en medio a las facilidades creadas por su antecesora, la generación es débil y estropea, digamos, todo lo logrado creando tiempos difíciles para sus herederos inmediatos. Sería entonces una cuestión más bien natural en la que el hombre aparece quizá sobredeterminado por el medioambiente, algo que el sentido común suele expresar con la idea de “hijos del rigor”. Cuando rigor no lo hay, tampoco existen la disciplina y la perseverancia suficientes para crear o sostener un ciclo social virtuoso. He ahí toda la complejidad de la hipótesis, es decir, ninguna complejidad en absoluto. Se trata de una cuestión que el sentido común puede comprender y de hecho comprende.

Entonces los llamados “baby boomers” son hombres fuertes que nacieron en tiempos difíciles y, en su fortaleza, transformaron la realidad hasta crear un tiempo más fácil para sus herederos inmediatos, las generaciones X e Y, comúnmente denominados estos últimos en inglés “millennials” por razón de la cercanía temporal de su tiempo vital al nuevo milenio. A partir de 1946 empiezan en los países occidentales los 30 años “gloriosos” que la mayoría de los historiadores coincide en llamar la “edad de oro del capitalismo”, esto es, una monumental expansión económica de posguerra llevada a cabo por los hombres fuertes de la generación “baby boomer”. Después de estos 30 años “gloriosos” vendría el neoliberalismo con la destrucción del Estado de bienestar social en Occidente y una nueva vuelta del péndulo. La generación X sería débil por haber sido educada en un medioambiente laxo de abundancia y vendría, en consecuencia, a destruir posteriormente los logros de la generación anterior.

El llamado “baby boom” fue un fenómeno de explosión de natalidad que se verificó tras finalizar la II Guerra Mundial y al iniciarse un periodo de enorme estabilidad política y económica en Occidente. La expansión de la economía fue notable, las familias tuvieron muchos hijos y los “baby boomers” fueron educados en un medioambiente de abundancia, de grandes facilidades. Escaseó entonces la disciplina y la verdad fue relativizada, dando como resultado la destrucción de los logros alcanzados durante los 30 años “gloriosos” de la “edad de oro del capitalismo”. El actual caos posmoderno es ese resultado.

Y a crear tiempos difíciles para sus sucesores, por supuesto. Pero existe una anomalía actual en ese que parecería ser un sistema pendular y es que, a esta altura de la historia, luego del neoliberalismo global y de enormes crisis que configuran de por sí unos tiempos difíciles, la presente generación debió ser fuerte o al menos prometedora, pero eso no es lo que ocurre. Si se observa con atención el comportamiento social de la juventud actual en Occidente y aquí en las colonias lo que se ve es mucha debilidad moral y espiritual entre los jóvenes que dentro de poco tiempo tendrán que cargar con el peso de la dirección de la sociedad y de la transformación de la realidad. Después de una generación que fue débil al nacer montada sobre los logros de sus padres y que destruyó esos logros, creando tiempos difíciles, debió venir una generación de hombres fuertes con la firme resolución de transformar el mundo.

Nada de eso sucedió y actualmente en vez de la audacia típica de los fuertes el valor predominante es el victimismo, es esto, la valoración positiva de la debilidad física y moral. Por primera vez desde que en Occidente empezó a hacerse la categorización temporal que aquí analizamos una generación débil sucede a otra igualmente débil, no hay vuelta redentora del péndulo. En una palabra, los hijos de quienes estropearon los logros de los 30 años “gloriosos” no reivindican la obra de sus abuelos, sino que siguen más bien estropeando lo que ya recibieron maltrecho de sus padres. Es una cosa extraordinaria, sin lugar a dudas, es una generación que no tiene la rebeldía para sublevarse contra el mandato fracasado de sus mayores y acepta pasivamente la pesada herencia cultural de estos. Es una generación que simplemente no quiere transformar sus pobres condiciones objetivas de existencia.

La respuesta sociológica a la pregunta de por qué tiene lugar esa anomalía histórica debe ser muy amplia, aunque desde luego podría reducirse para fines de análisis liviano —que son los de esta publicación— a la observación de los valores culturales impuestos por quienes tienen el poder suficiente para difundir e instalar dichos valores. La respuesta al enigma de por qué una generación entera de hombres tiene el comportamiento si se quiere antinatural del conformismo con poco y nada solo puede estar en la forma como es educada esa generación. Aquí hay alguien interviniendo en esa educación para evitar que la historia siga su curso natural, hay una “mano negra” imponiendo valores que son contraproducentes para los intereses de la generación que es culturalmente intervenida.

La actual generación está preparada para aceptar e incluso para valorar positivamente el llanto —símbolo de debilidad si los hay— de un presidente de los Estados Unidos, razón por la que Joe Biden y Barack Obama antes que él pudieron llevar a cabo estas puestas en escena. Lo que en otro tiempo habría sido impensable y un escándalo hoy se considera una virtud. La debilidad es fortaleza, diría Orwell.

Los “baby boomers” recibieron en herencia un mundo devastado por dos guerras mundiales, un estallido económico y la depresión resultante de ese estallido. Y de eso hicieron una reconstrucción mediante la exaltación de la fuerza física, moral y espiritual, de la valentía y de la audacia como valores fundamentales para la sociedad de su tiempo. Naturalmente, como se ve, el hombre se encontró con condiciones objetivas de existencia insatisfactorias, se sublevó contra eso y modificó la realidad. Es probable que esto mismo haya pasado alternativamente durante toda la historia de la humanidad, lo más probable es que generaciones fuertes como la de los “baby boomers” hayan sucedido siglo tras siglo a generaciones débiles como la “silenciosa” y luego hayan sido sucedidas por generaciones igualmente débiles como la X y la Y. Solo una alternancia tal podría explicar la marcha de la historia.

Pero ocurre que después de los “millennials” no han venido otros “boomers”, no se verifica hoy la alternancia pendular. Alguien está condicionando a los actuales “centennials” de esta generación Z, que son los “nativos digitales” nacidos entre el fin de la Guerra Fría con la disolución de la Unión Soviética y el año 2010. Hay claramente una operación en Occidente y en las colonias para evitar la sublevación de esta generación, para evitar el advenimiento de los nuevos “baby boomers” para este siglo. Occidente parecería estar haciendo un esfuerzo de autosabotaje al “castrar” deliberadamente a sus hijos nacidos en los tiempos difíciles del neoliberalismo, de la destrucción del Estado de bienestar y de la crisis como constante, evitando así la regeneración social necesaria para el equilibrio histórico. Y la pregunta es por qué.

Observe el atento lector el discurso dominante en la política y en el aparato cultural de Occidente y de las colonias, que es la parte que nos toca. ¿Qué es lo que ve ahí? Ciertamente no ve ningún incentivo al cultivo de la fuerza y a la audacia, sino todo lo contrario. Lo que hay es una oda permanente al victimismo, un relato en el que el mundo está repleto de malos cuya única obsesión es reprimir a sus pares por criterios de raza, de religión, de sexo, de orientación sexual y hasta de características físicas. Y cuando un individuo queda preso de esa narrativa, inevitablemente habrá siempre para él una minoría oprimida a la que adherir para victimizarse y hacer de la debilidad una virtud. Prácticamente todos los seres humanos somos ahí de una raza oprimida, profesamos una religión minoritaria, somos de un sexo o tenemos un comportamiento sexual “no hegemónicos”, somos demasiado gordos o demasiado flacos, etc. Cuando uno adhiere al relato del victimismo siempre encuentra un lugar para ejercerlo.

La ideología “woke” se expandió por todo Occidente, llegando hasta las colonias en la forma de validación social de todas las minorías con su respectivo discurso victimista y sus respectivos opresores. Lo que se presenta como una reivindicación de los derechos humanos es, en realidad, una narrativa individualista donde el grupo siempre aparece en el lugar del victimario y todas las debilidades físicas, morales y mentales pasan a ser prioridad para las políticas públicas del Estado.

Nadie es opresor, todos somos oprimidos. Para el hombre negro el opresor sería el hombre blanco, pero no así si se trata de una mujer blanca o de un hombre blanco que no es heterosexual; este último puede salir del lugar de victimario siendo gordo, profesando una religión que no sea la cristiana, etc. Y así hasta el infinito porque la cosa puntualmente no tiene importancia, la cuestión es ponerse en el lugar de la víctima en un medioambiente cultural que impone la debilidad como valor positivo y hasta como virtud. En vez de conformar una mayoría verdaderamente progresista —en el sentido real del término, que es el del progreso social—, todos buscamos adherir a alguna minoría para defendernos de nuestros pares victimizándonos y haciendo de nuestra debilidad autopercibida un refugio, un lugar donde podemos estar seguros y cómodos. Y a eso, véase bien, llamamos en Occidente y en aquí en las colonias “progresismo”.

Y así es como la actual generación está educándose no para buscar la gloria de la redención social del grupo, sino para dejarse estar. Y la prueba de que nada de eso es natural ni ocurre por combustión espontánea es que dicho “fenómeno” no se verifica en Oriente, solamente en Occidente y aquí en las colonias de América. En países como Rusia, China y los demás de esa región de un modo general, no hay promotores de la ideología victimista y las oenegés financiadas por Occidente para instalar la idea en las colonias son normalmente expulsadas. No queda nadie en Oriente para convencer a los orientales de que son víctimas, de que la debilidad física, moral y espiritual son virtudes. Y el resultado es un hombre oriental fuerte o que por lo menos tiene como meta el serlo.

En Oriente no hay feminismo, no hay racismo, no hay ideología de género ni el mal llamado “garantismo”, que es un delincuentismo a secas. Y entonces los orientales son fuertes, están preparados para enfrentar la adversidad sin la necesidad de buscar en sus pares un chivo expiatorio para sus fracasos individuales y colectivos. Los orientales tienen en claro lo que es socialmente bueno y castigan el error. Aquí tenemos buena parte de la explicación de por qué el orden mundial está cambiando con la caída acelerada de Occidente y el ascenso vertiginoso de Oriente: el hombre occidental está muy ocupado haciendo de su debilidad una virtud y en la “caza de brujas” doméstica de victimarios, piensa que su cobardía es progresista, mientras que el hombre oriental está con ganas de comerse el mundo entre dos panes.

Un activista de la ideología “woke” occidental es detenido en Rusia al intentar flamear su bandera colorinche. Rusia, China y la generalidad de los países orientales prohíben el funcionamiento de las oenegés occidentales en sus territorios por considerar que su acción es disolvente del orden nacional. Y así las élites globales se quedan con las ganas de imponer en Oriente lo que en Occidente ya es la narrativa dominante: la del victimismo por izquierda.

Por la parte que nos toca a los que vivimos en las colonias de Occidente la cuestión se resume en ver bien de qué lado de la mecha nos conviene estar, si del lado de los cobardes cuyo desiderátum es la debilidad y el lugar de la víctima de un mundo injusto o si del lado de los fuertes que vienen con ganas de reconfigurar el orden global. Aquí permitimos la libre operación de las oenegés occidentales dichas “progresistas” y nuestros dirigentes políticos tienen el discurso victimista en la punta de la lengua, siempre hay una minoría a la que reivindicar, siempre hay un “derecho” para muy poquitos al que defender desde el Estado, nunca falta un pretexto ideológico para justificar la pusilanimidad de la juventud cuando esta no da la talla de lo que el país necesita o incurre en un error. En este momento estamos siguiendo la huella cultural de Occidente.

Nadie quiere ser Esparta, no somos espartanos. Pero ni siquiera los rusos y los chinos lo son, no es cuestión de imponer una disciplina draconiana que convierta la sociedad en un regimiento. Lo que se requiere es cortar con las categorías del victimismo, es parar de legitimar la debilidad como un valor positivo para que la próxima generación entienda que a los actuales tiempos difíciles es necesario transformarlos y nada de eso se logra con individuos débiles, cobardes y pusilánimes que estén cómodos en el lugar de la víctima señalando a los demás como culpables de su inferioridad moral, física o espiritual. Lo que se requiere es dejar de consumir el veneno ideológico del relativismo “progresista” y restaurar los valores universales de lo que es objetivamente bueno, bello y verdadero.

De seguir prendidos a la nueva ética victimista de un Occidente que está hundiéndose a gran velocidad los americanos del sur seremos arrollados por un tren: el del nuevo orden internacional que imponen los pueblos-nación de Oriente. Los estadounidenses, los canadienses, los europeos occidentales y los australianos ya están derrotados, los castraron. Son culturalmente eunucos y no van a poder defenderse de los orientales cuando estos asesten el golpe definitivo. Más bien van a ponerse a llorar victimismo a manos de los “bárbaros no deconstruidos” que no relativizan los valores y atropellan a los pobres pusilánimes sin contemplación. ¿De qué lado de esa mecha nos convendría ubicarnos?


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