Finalmente Lula será presidente de Brasil por tercera vez en la historia. Se trata de una trayectoria casi de película desde aquel obrero metalúrgico que tuvo que dejar el colegio para trabajar y perdió un dedo en un accidente laboral, pasando por los 3 intentos fallidos de alcanzar la presidencia, la superación de un cáncer, la persecución, la proscripción, y, recientemente, la cárcel.
La elección se resolvió en un balotaje voto a voto que demostró que Bolsonaro, pese a lo que muchos analistas afirmaban, es también un líder popular, que habrá varios condicionamientos para el Partido de los Trabajadores en el Congreso y que muchas gobernaciones importantes estarán en manos de la derecha.
Ahora bien, al momento de los análisis, quizás por algún interés en particular o por alguna epifanía, muchos analistas observaron algo que habíamos mencionado en este espacio ya en ocasión del triunfo de Petro en Colombia y de la última elección en Chile que arrojó un rotundo rechazo al texto de la nueva constitución. En otras palabras, antes que mostrar un mapa de color rojo que expusiera el supuesto giro hacia la izquierda de la región, muchos se dieron cuenta que lo que se estaba dando era más bien un giro hacia la oposición.
Más que el retorno a una nueva era “izquierdista”, “popular” o “progresista”, lo que se estaría dando, entonces, era una inédita era “oposicionista”. Algunos meses atrás llamé a ese giro “posideológico” en tanto no tiene que ver con derechas o izquierdas sino simplemente con un voto constituido desde la insatisfacción ante el statu quo.
Si nos centramos en Latinoamérica, las últimas 16 elecciones las ganó la oposición, siendo la última victoria oficialista la de Paraguay en 2018. Esto contrasta, por ejemplo, con las sendas reelecciones que lograban los gobiernos populares de la región en la primera década del siglo XXI.
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