Es preciso hablar en serio sobre Moreno

El fracaso y la disolución del Frente de Todos no son solamente la quiebra de una construcción política coyuntural, sino algo mucho más profundo. Lo que Alberto Fernández realmente logró con su régimen fracasado de “claudicaciones” y “errores” calculados fue imponer la desunión en el peronismo. Ahora las bases están en pie de guerra con cualquier cantidad de resentidos y otros enajenados, todos ellos desde luego desmovilizados, tras la experiencia a partir de diciembre de 2019. Además del rechazo popular a todo lo que hoy suene a peronismo, existe una situación en la que es prácticamente imposible conseguir a dos peronistas con voluntad de ir al mismo lugar. El caso de Guillermo Moreno, el ejemplo por antonomasia de cómo la socialdemocracia se adueñó del campo y lo hizo implosionar a base de odio.
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Durante la campaña para las elecciones de medio término del año 2021 una curiosa situación tuvo lugar en el seno del peronismo genérico, ese revoltijo heterogéneo que a veces solemos denominar “campo nacional-popular” en oposición a un “macrismo” también genérico, bajo el que se nuclean los que están en el otro extremo de la grieta. En un contexto económico delicado y tras haber encerrado al pueblo en sus casas durante casi un año con el pretexto de la ideología sanitaria, el Frente de Todos llegaba a esas elecciones muy debilitado y con un pronóstico de derrota que finalmente se confirmó. Aquel peronismo genérico que mezclaba sin mayores escrúpulos gatos de los más distintos pelajes fue derrotado en esas elecciones intermedias y allí empezó a agonizar el gobierno de Alberto Fernández.

El sentido común de los dirigentes, militantes y simpatizantes peatones del Frente de Todos ya presentía ese desenlace desde el vamos, tenía conciencia de que el pueblo le iba a dar la espalda a la construcción política que había sido exitosa en las urnas tan solo dos años antes. Se impuso entonces en el campo la percepción de que la fortaleza estaba sitiada en los términos alguna vez propuestos por Fidel Castro. Citando a San Ignacio de Loyola, Fidel justificaba la persecución contra los opositores al régimen socialista en Cuba con la siguiente definición: “En una fortaleza sitiada, toda disidencia es traición”. Claro que en el caso de Cuba, una isla asediada permanentemente por el imperialismo yanqui a tan solo 90 millas de sus costas, lo de una fortaleza sitiada es casi una definición literal y es entendible que para defender la revolución haya sido necesario imponer un régimen de hierro desde La Habana.

Al acaecer el fracaso de la gestión del Frente de Todos y estando aún muy fresco el recuerdo de la catástrofe cambiemita, Javier Milei emergió como el gran ganador de las elecciones de 2021 al posicionarse como tercera fuerza electoral partiendo prácticamente desde la nada. En realidad, el propio advenimiento de Milei es la señal inequívoca de una descomposición política en curso, puesto que el autodenominado “liberal libertario” solo propone la destrucción —creativa, en su opinión— de lo existente. El fenómeno Milei no habría tenido lugar en circunstancias normales de estabilidad económica y social, lo que queda demostrado por el no surgimiento de estos personajes en coyunturas estables.

¿Era igual el asedio al Frente de Todos para las elecciones de 2021? Es evidente que no y que no puede compararse la presión imperialista de la primera potencia global contra una pequeña isla del Caribe con una contingencia electoral entre dos bandos, no hay fortaleza sitiada en estos casos coyunturales típicos de la rosca política de cabotaje. Y aun así la idea de que la fortaleza frentetodista estaba sitiada por los cambiemitas prendió y, por consiguiente, toda disidencia fue considerada traición. Decir una palabra crítica sobre el gobierno de Alberto Fernández hasta las elecciones de 2021 fue motivo de expulsión ideológica sumaria del campo, fueron muchos los “purgados” por sus propios compañeros al atreverse a decir que el rey estaba desnudo, esto es, que el gobierno del Frente de Todos estaba fracasando por su propia ineptitud frente a las circunstancias y que así iba a perder las elecciones e iba a desintegrarse.

Eso fue lo que efectivamente pasó después de octubre de 2021 y hasta la fecha, con la desintegración del campo nacional-popular genérico tras la derrota electoral a manos de los cambiemitas. Pero la corroboración de la hipótesis expuesta por los disidentes no significó la reincorporación de estos a la grey: los que sufrieron la purga del 2021 por insistir en criticar la narrativa oficial de la Casa Rosada nunca más volvieron a militar en el Frente de Todos, quedaron de una vez y para siempre excluidos de dicha construcción y hoy deambulan sin tierra por la política o se han puesto bajo otros paraguas. Les quedó el mote de “traidores” y se cosecharon el odio de la militancia frentetodista que hoy, curiosamente, hace propias esas mismas críticas al gobierno de Alberto Fernández.

Ahora que el pescado está vendido y es tarde para torcer el rumbo, la militancia del Frente de Todos se acuerda de criticar, empalma con los que en su momento insultó llamándolos “traidores”. Todo lo que esos “traidores” dijeron entre el 2020 y el 2021 es lo que la militancia dice ahora a destiempo, más bien a modo de catarsis. Y no por eso perdona a los “traidores” ni les da la razón, no hay autocrítica posible en los cuarteles de quienes se mueven por razones emocionales. Los “traidores” no están reivindicados ni mucho menos, no existe la conciencia generalizada de que tuvieron el coraje de decir en su momento, precisamente para evitar una derrota, lo que nadie se animaba a decir. No están reivindicados y cargan aún con el odio emocional de una militancia que los sigue odiando sin saber por qué.

Fidel Castro conduce el acto por el 20º. aniversario de la fallida invasión yanqui a Bahía de los Cochinos. Ese día, Fidel les dijo a unos 60.000 soldados presentes al acto que estuvieran preparados para morir por los principios de la revolución socialista. Esos fueron los días clásicos de la “fortaleza sitiada” que Fidel inspiró en San Ignacio de Loyola: en plena Guerra Fría los cubanos resistían con su revolución frente a unos Estados Unidos voraces.

Uno de esos “traidores”, quizá el más famoso de ellos, es el economista y exsecretario de Comercio en la gestión de Cristina Fernández hasta el 2013 Guillermo Moreno. Antes reputado por la militancia como un soldado del peronismo, Moreno pasó de la noche a la mañana al lugar de villano por anticipar con asombrosa precisión ya desde mediados de 2019 lo que iba a pasar con la alianza contra natura del Frente de Todos. Guillermo Moreno dio una radiografía perfecta de Alberto Fernández —a quien conoce hace ya varias décadas— y se animó incluso a decir antes de las elecciones presidenciales que Cristina Fernández se había equivocado al elegir en el menú al peor de todos los candidatos. Moreno también anticipó el fracaso económico del rejunte socialdemócrata, que fue exactamente lo que ocurrió. Y por lo tanto fue excluido rápidamente de las filas frentetodistas, de las que realmente nunca fue parte, aunque haya declarado oportunamente su voto a la fórmula Fernández-Fernández.

Todo eso pasó y estas son las consecuencias, la de una construcción derrotada con las individualidades que la solían componer peleadas irremediablemente entre sí, en pie de guerra. Los que aprendieron a odiar a Guillermo Moreno entre el 2019 y el 2021 no van a dejar de odiarlo, aunque hoy se les explique didácticamente que Moreno no hacía otra cosa que alertar de los peligros subyacentes en las bolsas de gatos formadas con el enemigo de los pueblos con la única finalidad de ganar las elecciones y “después vemos qué pasa”. Lo que pasa es lo que en efecto pasó, un gobierno que no quiso, no pudo o no supo llevar a cabo el programa de gobierno expuesto en campaña y que por eso dejó pegados con un fracaso a quienes tenían esperanza en un triunfo. Y entonces deberíamos hoy hablar un poco en serio acerca de Guillermo Moreno preguntándonos, para empezar, por el origen del odio emocional que tiene el militante frentetodista hacia él y hacia todos los disidentes de los años 2019, 2020 y 2021.

Guillermo Moreno en sus tiempos de héroe para la militancia que hoy es frentetodista. En su pelea contra el monopolio del Grupo Clarín, Moreno se ganó sus galones y fue elevado a la condición de referente, aunque nada de eso evitó que años más tarde fuera execrado por sus propios seguidores por adelantar el fracaso del gobierno de Alberto Fernández y por sugerir que Cristina Fernández se había equivocado en su elección de candidato. La política emocional es así, existe en la inestabilidad de considerar amigos o enemigos según el gusto del momento o, aún peor, a partir de lo que dicen desde sus púlpitos los predicadores mediáticos movidos a sobre y a pauta oficial.

Si el atento lector hace un poco de memoria hasta mediados de 2020 lo que va a encontrar en el arcón es una furibunda campaña mediática impulsada desde canales como C5N, diarios como Página/12 y otros medios oficialistas contra Guillermo Moreno. Aquellos fueron meses críticos de una cuarentena que detuvo la casi totalidad de la actividad económica durante casi un año, contrariando la experiencia de otros países. Argentina fue el único país más o menos serio que optó por encerrar en su casa a la población sin miramiento de cómo eso iba a impactar negativamente sobre una economía tan informal como la nuestra. Moreno se opuso a eso en ese momento proponiendo a partir del segundo o el tercer mes de encierro la inmediata reactivación con el cumplimiento de los debidos protocolos sanitarios. En la opinión de Moreno, los jóvenes estaban menos expuestos que los ancianos a las consecuencias letales de la enfermedad que circulaba y debían salir a trabajar.

Allí arrancó un linchamiento desde los medios oficialistas y además de “traidor” a Guillermo Moreno lo calificaron importantes operadores mediáticos de “anticuarentena”, de “negacionista” y de promover la propagación de un virus. Sumado eso al hecho de que Moreno ya venía criticando a Alberto Fernández por no tener un plan económico (nunca lo tuvo y además ya había declarado que no creía en los planes económicos, lo había confesado él mismo), el resultado fue el odio emocional. A Moreno lo pusieron en el lugar del enemigo directamente y a partir de allí los mismos que antes lo admiraban por su valentía en la defensa de la economía de las familias por su actuación en la Secretaría de Comercio le hicieron la cruz de una vez y para siempre. La emoción suele ser más poderosa que la razón y entonces el odio quedó, Moreno tuvo la razón en todo lo que dijo y, no obstante, hoy no lo pueden ni ver.

El gobierno de Alberto Fernández no solo impuso una cuarentena delirante que puso de rodillas a los trabajadores informales y hundió aún más la economía de un modo general, sino que además la promocionó como si de un beneficio para el pueblo se tratara. Y linchó a través de sus sicarios mediáticos a todos los que se atrevieron en ese momento a cuestionar la barbaridad. Alberto Fernández nunca tuvo un plan, nunca supo adónde se dirigía y utilizó la cuarentena para hacer la plancha, postergando las definiciones en el Frente de Todos. Para lograr eso, como se ve, Alberto Fernández optó por sacrificar al pueblo.

En un brutal resumen, lo que pasó prácticamente ahí fue que a instancias de los operadores ensobrados por la pauta oficial muchos peronistas autopercibidos empezaron a odiar al que portaba el verdadero programa político peronista porque este se oponía a un gobierno socialdemócrata que, además, hacía todo mal y se encaminaba al desastre. Pablo Duggan, Gustavo Sylvestre y demás operadores del sobre fácil confundieron a la militancia en los términos propuestos por Malcolm X, quien aconsejaba previsión ante los medios de comunicación, pues estos son capaces de hacer amar al opresor y odiar al oprimido. El militante se dejó llevar por la conversa de los operadores mediáticos, amó al arquitecto de la catástrofe y odió a la vez al que alertaba sobre el peligro. Fenomenal ingeniería social que alcanzó para destruir una construcción política aparentemente sólida.

Ahora bien, el problema es mucho más que una lamentación por la leche derramada, porque si Moreno y los demás disidentes tenían la razón y se confirmó todo lo previsto por ellos, entonces la conclusión es que ahí hay una alternativa al fracaso. En una palabra, si Guillermo Moreno supo desde el vamos que el de Alberto Fernández no era un gobierno peronista al no llevar a cabo el programa político del peronismo, entonces es posible que Moreno tenga ese programa. De hecho lo tiene y lo presentó ya en 2020 en la forma de un plan económico coherente que los medios oficialistas optaron convenientemente por tapar e ignorar. La “papa”, como se dice, puede estar ahí, el peronismo podría salvarse si le hace caso a Moreno y se encolumna detrás de él para las próximas elecciones.

Pero eso no va a ocurrir precisamente porque el odio contra Guillermo Moreno ya quedó bien instalado por los operadores mercenarios y el triste resultado es que para las elecciones de este año la militancia dicha peronista va a debatirse entre Sergio Massa, el propio Alberto Fernández, Cristina Fernández en el rol de arquitecta de la debacle o algún otro socialdemócrata cipayo de las embajadas imperialistas simplemente porque “eso es lo que hay” y lo correcto es votar a cualquiera con tal de que no gane el mal llamado “macrismo”. La opción peronista doctrinaria que todos en el fondo quieren, porque sería la que puede sacar al país del pozo sin entregarles el poder político a los delincuentes, no es una opción porque muchos ya aprendieron de panqueques como Duggan y Sylvestre a odiar al referente de esa opción. He ahí la expresión más pura y a la vez más dramática de la ingeniería social aplicada a la política.

Malcolm X en Nueva York a mediados de 1964, pocos meses antes de ser asesinado por decir la verdad de que los medios de comunicación son el mal. “Si no estamos prevenidos ante los medios de comunicación, nos harán amar al opresor y odiar al oprimido”, fue la definición que este activista de los derechos de los pueblos dio para quitarles la careta a los que de todo hablan y de nada se hacen cargo. La frase se aplica perfectamente a Guillermo Moreno, el peronista odiado por una militancia que optó, a instancia de los medios de comunicación, por amar al opresor socialdemócrata.

Deberíamos hablar en serio de Guillermo Moreno, ver un poco por debajo de las formas en el fondo de la cuestión. Leer con atención los programas, estudiar detenidamente los antecedentes de los que hablan y prometen hacer esto o aquello, descubrir el peronismo como doctrina atemporal allí donde esa doctrina está, más allá de los discursos que siempre son humo. Pero es poco probable que algo de eso ocurra. Somos seres emocionales, quizá seamos simios con sueños racionales, como decía Jaime Durán Barba en un momento de mucha lucidez. No vamos a racionalizar la política para resolver el problema, lo más probable es que nos tapemos bien la nariz votando a Sergio Massa para que no vuelva la “derecha”.

El problema político de la Argentina es grave, es terminal y es responsabilidad de los pésimos dirigentes que hemos tenido desde la dictadura hasta el presente, no hay dudas de ello. Pero también los de abajo somos en algo responsables de este fracaso nacional al no saber pensar, precisamente, en términos nacionales. Estamos cómodos en esta grieta sencilla entre buenos y malos absolutos, tenemos mucha pereza intelectual, “izquierda” es bueno y “derecha” es malo. Simple, sencillo, de fácil consumo. ¿Para qué pensar la política en toda su complejidad si podemos adular a los buenos e insultar a los malos en las redes sociales para que, a la vez, nos adulen y nos insulten otros por eso? Eso, claro, hasta que el bueno se vuelve malo y el malo se vuelve bueno, momento en el que ya no sabemos de qué disfrazarnos. Pero ni así aprendemos la lección. Vamos a agachar la cabeza y descubrir con tristeza que en esta etapa de su desarrollo el argentino no parecería estar preparado para hablar seriamente de nada en absoluto.


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