Escrito en las estrellas

Después de tres años de observación de una estrategia que se ejecutaba en el reverso de la trama política argentina los resultados están a la vista: Sergio Massa es el candidato del “campo nacional y popular” y del kirchnerismo a la presidencia de la Nación en las elecciones de este año. Lo que muchos creyeron imposible se dio y ahora Massa no solo se hará votar por la grey del kirchnerismo “para que no vuelva la derecha”, sino que tiende en lo sucesivo a asumir la conducción de dicho espacio haciendo de ello una hegemonía nueva. El poskirchnerismo está en camino de convertirse en massismo, todo gracias a la incapacidad de los propios kirchneristas a la hora de conjurar el mal. La “conspiranoia” al fin era real, era una conspiración a todas luces. Y eso estaba escrito en las estrellas.
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En las páginas de esta Revista Hegemonía y en las minipublicaciones diarias de La Batalla Cultural, a lo largo de los últimos tres años, el atento lector ha tenido el privilegio de seguir el reverso de la trama con un tema recurrente: el de la posibilidad real de que el gobierno del Frente de Todos diera como resultado final la candidatura oficialista de Sergio Massa a la presidencia de la Nación y la consiguiente elevación de este al lugar de conductor del espacio político que hoy todavía, por inercia, se sigue llamando “campo nacional y popular” o kirchnerismo. Desde mediados del año 2020 hubo aquí una insistencia en ese asunto y dicha insistencia suscitó el enojo de algunos, pero la insistencia tenía el peso de un vaticinio, de una profecía.

Desde el punto de vista de quienes hacemos esta que es la mejor revista de análisis político del país por ser el único medio que evitar ideologizar la observación de la realidad, resultaba claro más o menos desde que el gobierno de Alberto Fernández impuso con mano de hierro la prohibición de circular durante la contingencia del coronavirus que dicho gobierno buscaba ese resultado. Al frenar la actividad económica de un país que ya venía golpeado por la destrucción del régimen macrista, el presidente Fernández dejó en evidencia que había venido sin más intención que la de hacer la plancha durante cuatro años generando un estado de caos que consumiera el capital político de Cristina Fernández y obligara a esta, en consecuencia, a aceptar la imposición del candidato del poder.

Eso no era fácil de explicar en su día, nunca fue fácil hacer la hipótesis de semejante conspiración sin caer bajo las acusaciones rápidas de quienes no quieren mirar hacia delante y tildan de “conspiranoicos” a los que sí lo hacemos o intentamos hacerlo. Para ellos Alberto Fernández “cometía errores”, era “tibio” o, en todo caso, “faltaba coordinación política con los demás sectores del Frente de Todos”. Lo único que no podía ser, la única hipótesis inviable desde el punto de vista de quienes no quieren proyectar para anticipar un resultado era la hipótesis de la conspiración, la de que Alberto Fernández se hubiera sentado sobre el cargo de presidente para hacer una destrucción social y económica por abandono, por dejarse estar mientras la situación se deterioraba. Muchos simplemente se negaban a ver lo que lo Fernández estaba haciendo.

Y la verdad hoy a la vista de todos es que —oh, sorpresa— Alberto Fernández resultó ser lo que fue a lo largo de su vida entera: un operador político que opera para que se realice en la política el proyecto de otro. Alberto Fernández operó desde la presidencia para meter al kirchnerismo en un callejón sin salida y atarlo de pies y manos de cara al 2023. Fernández nunca fue un dirigente y por eso nunca dirigió, siempre fue un operador y, siéndolo, no fue un presidente: fue alguien que ocupó la presidencia para que no hubiera gobierno. Y no lo hubo, los cuatro años de la “gestión” del Frente de Todos fueron años perdidos, años que se perdieron adrede para lograr un objetivo puntual en el reverso de la trama.

Ese objetivo fue la destrucción del kirchnerismo para que esta numerosa e intensa minoría de nuestra política llegara al 2023 neutralizada, sin proyecto político viable y sin credibilidad. Alberto Fernández hizo —o más bien dejó de hacer— con la chequera de quien lo aupó a la presidencia y esa fue Cristina Fernández. Y al dejar el tendal a su paso, se lo deja en la práctica a quien lo ungió dejándola a merced de la voluntad de un tercero. Ese tercero es el poder fáctico global que al fin logró el verdadero triunfo en la política argentina al copar la totalidad de la oferta electoral, incluso la oferta de la fuerza cuya razón de existir, al menos teóricamente, es oponerse a ese poder fáctico en representación de las mayorías populares.


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