Escuchen, corran la bola: la quinta columna quiere que Argentina sea Angola

Una nueva oleada de ataque a la cultura del pueblo-nación argentino por parte de las usinas de inteligencia occidentales tiene lugar con el pretexto de la polémica que implica a Enzo Fernández y demás futbolistas de la selección nacional en acusaciones de racismo. Los idiotas útiles se suben a la opereta mediática para hacer el llamado “virtue signaling”, mientras los quintacolumnistas gritan enloquecidos desde los medios para instalar aquí un problema que la Argentina jamás tuvo ni podría tener. ¿Cómo habrá racismo entre un pueblo mestizo que en cinco siglos no hizo más que mezclarse con el que llegaba hasta incorporar el mestizaje mismo a su cultura nacional e idiosincrasia?
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Dos días de intensa polémica en los medios y en las redes sociales se vieron a partir de la publicación de un video en vivo por el futbolista campeón de América y del mundo Enzo Fernández. Al parecer, Fernández se habría filmado con un teléfono celular a sí mismo y a sus compañeros de selección nacional en medio a la locura típica de las celebraciones por un triunfo deportivo. Y en esos festejos no podía faltar la ya clásica canción dedicada al equipo de inmigrantes africanos que Francia armó para ganar campeonatos y a los gustos sexuales “diversos” del jugador estrella de dicho equipo, Kylian Mbappé. Fue el famoso “escuchen, corran la bola: juegan en Francia, pero son todos de Angola” lo que disparó la polémica y puso no solo a Enzo Fernández, sino a todo el pueblo-nación argentino con su cultura, en el ojo de la tormenta.

Estaba cantado que los franceses iban a aprovechar la ocasión para cargar contra los argentinos y disimular así algo de su fracaso deportivo, aunque esta vez no pusieron la lupa sobre la descripción mordaz de la preferencia de Mbappé por los travestis. Ahora el problema sería el afirmar que los jugadores de la selección francesa son todos de Angola, esto es, africanos. Haciendo una vez más uso de la hipocresía que caracteriza a los europeos en general y muy particularmente a los franceses, los africanos de Francia salieron a gritar que llamarlos africanos es “racismo” y que por ello Enzo Fernández debe ser duramente castigado por las autoridades, de ser posible con la pena capital.

Nadie sabe explicar muy bien por qué sería despectivo o denigrante el poner a un africano en la categoría de africano ni en qué sentido podría calificarse eso como una expresión racista. Los africanos y también los europeos de Francia evitan profundizar en el tema, solo insisten en gritar a todo pulmón que “racismo” y en exigir castigo. ¿Y por qué? Pues porque si se pusieran a dar explicaciones sobre lo que repiten como loros la hipocresía propiamente dicha quedaría expuesta: al rechazar la identificación de sus africanos como tales, lo que hacen los franceses es decir que “africano” es mala palabra en su escala de valores. Ahí está el mecanismo psicológico de la proyección, en el que los franceses proyectan su propio racismo en los argentinos y quedan como deconstruidos defensores de los derechos civiles de las minorías.

Campeón de América y del mundo, Enzo Fernández es el típico mestizo hispanoamericano que el discurso hipócrita y forzado de los europeos pretende ubicar en el lugar del blanco que ejerce racismo contra los negros. Cualquier argentino que haya transitado la calle y tenga un mínimo de sentido común —y no esté envenenado por la ideología— sabe que eso es risible por estar muy alejado de la realidad. Bien mirada la cosa, desde el punto de vista de las categorías sociales propias de nuestro país, Enzo Fernández en Argentina es precisamente un “negro” criado entre “negros” e incapaz, por lo tanto, de discriminar a nadie por negro o por lo que fuere.

El argentino no dice que “juegan en Francia, pero son todos de Angola” para significar que ser de Angola está mal, sino para dejar en evidencia la trampa de reclutar en otro continente a futbolistas para formar una selección nacional. Los franceses saben que eso es así, temen que la denuncia se haga carne en el sentido común y por eso divierten el asunto hacia donde más les conviene. El “racismo” de Enzo Fernández y de los argentinos de un modo general solo existe así, como una pantalla que los franceses utilizan para ocultar su propia maldad intrínseca. Al gritar que los argentinos son racistas, los franceses —blancos y negros por igual, culturalmente todo francés es un racista más allá del color de su piel— ocultan en medio al griterío su propio racismo.

“Lo que Juan dice de Pedro habla más de Juan que de Pedro”, nos enseña el refrán que nunca cae en desuso, aunque es más viejo que la injusticia. Al perder la calma con esa cocaína ideológica que es la teoría racial viendo “racismo” hasta en la sopa, lo que los franceses y demás europeos y yanquis dicen de sí mismos es que son profundamente racistas. El mal normalmente existe mucho más en la cabeza del que se obsesiona con denunciarlo que en la realidad propiamente del objeto denunciado, el que habla todo el día de un tema es porque lo tiene demasiado presente y eso es así por una razón, la sencilla razón de que los europeos y los africanos de Europa y de los Estados Unidos son profundamente racistas. El racismo entendido de una manera estricta existe en ellos.

La “diversidad” de la selección francesa de fútbol con sus jugadores que son todos de un mismo color y un mismo origen africano. Si a esto se le opone un equipo de mestizos cuyo origen coincide con el país al que representan, como en el caso de la Argentina, la intelligentzia occidental se apresura a gritar que “racismo” y la mar en coche. En el mundo de la idiotez no solo las cosas están patas arriba, todo al revés, sino que además hay gente convencida de que así debe ser el mundo y de que debe ser castigado el que no se pliegue a la locura.

¿Y qué cosa es el racismo entendido de una manera estricta? Pues es lo que es cualquier otro “ismo”, es la exaltación de algo. El comunista exalta la Comuna de París, el peronista exalta a Juan Domingo Perón, etc. ¿Qué cosa exalta el racista? El racista exalta la raza, la teoría racial o, si el atento lector quiere la cosa más directa, la pureza racial como criterio de bondad, belleza, verdad y, sobre todo, limpieza. Eso es lo que hace el racista, ni más ni menos, sin cuidado del color de su piel. El racista blanco desprecia a todos los que no son como él y lo mismo hace el racista negro, aunque no esté permitido decirlo en estos tiempos “progresistas”. El negro es generalmente visto como una víctima del racismo y en muchos casos lo es, pero también es victimario cuando odia al blanco y rechaza la mezcla.

Así es la cosa en Francia, en toda Europa occidental y también en los Estados Unidos, que son la continuación cultural del viejo continente bárbaro en América: los blancos viven en barrios de blancos, los negros viven en barrios de negros, los asiáticos viven en barrios de asiáticos y así sucesivamente. Hacen cumpleaños entre ellos, hacen fiestas entre ellos, se casan entre ellos y tienen hijos entre ellos. No se mezclan. Están todos convencidos de que la pureza racial los hace superiores y la sostienen a como dé lugar sin entender que están sentados sobre una bomba de tiempo. Eso es lo que pasa en Occidente y por eso el hombre occidental, de nuevo, sin cuidado del color de su piel, es profunda y culturalmente racista.

El racismo entendido de una manera estricta, únicamente existente en Europa occidental y en los Estados Unidos, forma en Occidente la segregación que a la vez conduce a la guerra racial. Y jamás pudo prender en estas latitudes pese al enorme esfuerzo que hicieron los medios de las corporaciones para instalarlo. Al no haber blancos ni negros en un país naturalmente mestizo, tampoco puede haber una guerra de razas. Lo que ellos llaman “racismo” para usar al argentino como chivo expiatorio de sus culpas es eso mismo, es una pantalla para tapar el racismo real que ellos tienen en sus países.

Pero eso no es lo que pasa en estas latitudes. Por suerte, quizá, en la lotería colonial a los sudamericanos nos tocaron España y Portugal y no Francia e Inglaterra, nos llegaron ibéricos que no tenían problemas psicológicos respecto a la mezcla y como primer acto de colonización lo que hicieron fue mestizarse con los que aquí estaban en vez de segregarlos o liquidarlos, cosa que precisamente hicieron Francia e Inglaterra allí donde fueron a poner los pies. Una vez establecido eso y por simple reproducción mecánica, que es como se reproduce la cultura, el sudamericano no solo fue fácticamente un mestizo sino que además incorporó el mestizaje como valor positivo, como cosa deseable o simplemente natural. Y fue mestizándose de allí en más con todos los que vinieron después.

Entonces aquí no hay barrios de negros, barrios de blancos ni barrios de lo que fuere simplemente porque no hay negros ni blancos. Aquí lo único que hay son mestizos entre los que no se puede distinguir ni discriminar. Hace muchos años, por ejemplo, vienen intentando instalar comercialmente un “barrio chino” en la zona porteña de Belgrano. Lo quieren hacer para copiar a los yanquis, lo quieren hacer y no les sale. No hay “barrio chino” porque en ese lugar viven algunos chinos entre la enorme mayoría de mestizos, a los que no les importa compartir el vecindario con chinos o con quien fuera. La Argentina nunca será como Francia o como los Estados Unidos porque su pueblo-nación es culturalmente distinto desde el principio. Aquí no puede existir la segregación, no nos entra en la cabeza.

Alguno dirá que existen barrios de bolivianos y de paraguayos, pero eso no es cierto. Incluso en zonas de las grandes urbes argentinas donde existe una gran concentración de esos inmigrantes limítrofes —que son los más numerosos entre nosotros— viven muchos argentinos a los que no se les ocurre mudarse por estar incómodos con sus vecinos. No lo están, no están incómodos y más bien todo lo contrario. Lo que demuestra la observación empírica es que en el corto y en el mediano plazo esos mestizos argentinos terminan mestizando con los paraguayos, que también son hispanos y son mestizos. Y si no lo hacen en la misma medida con los bolivianos es porque estos no quieren.

El mal llamado “barrio chino” de la ciudad de Buenos Aires, donde debieron instalar una especie de portal con inscripciones en chino para caracterizarlo un poco y disimular el hecho de que ese puñado de cuadras no es un reducto exclusivo de una determinada colectividad de inmigrantes. El objetivo es imitar a los Chinatown y los Little Italy estadounidenses, pero la cosa no prende. En un país de mestizos como el nuestro no pueden existir fronteras simbólicas de segregación racial. En una o dos generaciones, además, todos los chinos estarán perfectamente mestizados, como ocurrió con todas las demás colectividades de inmigrantes.

Problema de ellos, el que se segrega solo no puede quejarse de sus propias decisiones. El caso es que el racismo entendido como la exaltación de la raza que conduce a la segregación y al conflicto racial no existe en Argentina. Es como el “barrio chino”, lo quieren inventar por razones comerciales o para imitar a Occidente, pero no les sale. Cada tanto los medios hacen correr ríos de tinta sobre la “problemática del racismo en Argentina” y hasta lo llaman “estructural” para darle más gravedad a la cosa. Pero es mentira, esa es una narrativa sobre una ficción. Aquí nadie segrega a nadie, no hay guetos ni hay una guerra racial en las calles. Más bien se lo discrimina al pobre y se lo llama “negro” para denigrarlo —véase bien la semántica aplicada—, pero esa es harina de otro costal.

La intelligentzia europea y yanqui sabe perfectamente que eso es así, sabe que aquí tenemos una sociedad mucho más homogénea que la de ellos justamente porque nuestra diversidad es real en el mestizaje y no forzada por cupos raciales instituidos por ley y discursos hipócritas sobre el respeto, la tolerancia y demás humos. Occidente sabe que Hispanoamérica es una región de paz sin conflictos raciales en el horizonte y no le gusta, no quiere aceptar que eso sea así. Occidente quiere que aquí tengamos los mismos problemas que hay allí y por eso nos los exporta. Cada vez que desde Francia o los Estados Unidos inventan una polémica mediática sobre el “racismo” de los argentinos esa exportación tiene lugar.

Como aquí hay mucha gente que no sabe de qué va la cosa y también hay quintacolumnistas que simulan ser de acá y representan los intereses de allá, el tráfico ideológico casi siempre es exitoso. Los que no entienden el valor del mestizaje en el que están formados son los idiotas útiles y los que agitan “racismo” desde los medios y desde la política son la quinta columna, son los traidores al interés nacional-popular que saben muy bien lo que hacen e igualmente lo siguen haciendo por una moneda, por una caricia del dominante o incluso por menos que eso. Entre quintacolumnistas e idiotas útiles trabajan mancomunados para romper la escasa armonía social que nos queda y ese trabajo lo hacen por cuenta y orden de Occidente.

A diferencia de la comunidad paraguaya, que es igualmente numerosa, la colectividad boliviana quizá sea la menos integrada a la sociedad argentina en términos de mestizaje, aunque nada de eso se debe a un rechazo por parte de los argentinos. Al tener un componente cultural originario mucho más fuerte que el hispano, el boliviano se aferra más a su pureza racial y tiende a la endogamia. Sea como fuere, en el largo plazo nada podrá evitar que esa identidad tan particular vaya diluyéndose en la identidad general del país receptor y el mestizaje efectivamente ocurra. El racismo no existe en la conciencia del argentino mestizo, quien abraza a todos sin preguntar de dónde vienen.

El objetivo es romper la unidad cultural del hispanoamericano en general y del argentino en particular, aculturar al pueblo y ponerlo de rodillas en la antesala del saqueo. Dividir y reinar generando discordia entre hermanos para que estos se pongan los unos contra los otros mientras el dominante saquea a sus anchas, sin resistencia por parte de unos criollos que ahora se dedican a tirotearse mutuamente. Eso fue precisamente lo que hizo el hombre occidental en África durante los últimos 600 años. Quieren que aquí seamos como África, que seamos como Angola, país que recién obtuvo su independencia política a mediados de la década de los 1970 y que no puede encontrar el camino de su segunda y definitiva independencia porque a los angoleños se les enseñó que la guerra es contra el de al lado y no contra el foráneo, que es el de arriba.

Mbappé y demás futbolistas son el instrumento de la hora para hacer esa maldad, el poder los usa como usó en su momento a los gladiadores para distraer y traficar ideología. Después de saquear y devastar el país de sus ancestros, el poder trajo de África a los africanos que necesitaba para hacer la maniobra. A esos poquitos africanos que por ser hoy europeos creen que “africano” es una expresión racista se les paga un lindo salario de gladiador y se los manda a luchar en la arena de los estadios de fútbol, pero el fútbol es lo de menos. El verdadero negocio está en corromper las conciencias en las colonias para que al fin y al cabo todos seamos angoleños y el racismo real no se termine jamás.


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