Estado peronista

Lejos de ser una entidad neutra o ausente el Estado ha sido históricamente el escenario central de la disputa entre proyectos de país antagónicos: emancipación nacional o subordinación colonial. El mito del “Estado presente” encubre una renuncia estructural a la conducción política, reduciendo al Estado a un administrador asistencialista que perpetúa la pobreza y abandona la justicia social. Entre el gendarme liberal, el mínimo neoliberal y el placebo tecnocrático, el único modelo capaz de articular al pueblo como sujeto histórico ha sido el Estado peronista planificador, subsidiario y encarnado en la comunidad organizada. La tergiversación doctrinaria —incluso desde sectores que se dicen peronistas— ha desdibujado su potencia emancipadora. Frente a los modelos importados, el justicialismo propone una tercera posición que concilia capital y trabajo bajo el principio del bien común. No hacen falta nuevas ideas, sino conducción.
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Una vez más se impone la necesidad de desmontar las confusiones que deliberadamente se instalan contra el peronismo con el propósito de vaciarlo de doctrina y reducirlo a una versión domesticada funcional tanto a sus enemigos declarados como a sus falsos intérpretes. En esta ocasión, el análisis se centrará en dos deformaciones persistentes del discurso público. La primera es la falsa dicotomía entre un Estado ausente y un Estado presente, tan cómoda para el liberalismo antiestatista como para el progresismo que se autoproclama nacional y popular. La segunda, más insidiosa aún, es la adulteración de la concepción doctrinaria del Estado peronista, reemplazada por la idealización de un Estado presente que no es más que un eufemismo tecnocrático, asistencialista y paternalista reducido a la administración de la pobreza sin capacidad real de liberación social. Frente a estos desvíos se analizará la auténtica concepción del Estado en el pensamiento peronista, orientado por el principio de subsidiariedad y encarnado en la comunidad organizada.

Lo primero que debe señalarse es la necesidad de recuperar una definición esencial del Estado, entendido no como un aparato burocrático ni como un simple gestor de servicios y subsidios, sino como la forma en que una nación se organiza política, social y jurídicamente. El Estado articula poder, conducción, legitimidad y fuerza normativa, pero también ordena la vida social y económica según una determinada visión del mundo, definiendo así el rumbo histórico de una comunidad. En este sentido, todo Estado implica una jerarquía de prioridades, una orientación ideológica y un proyecto nacional. No existe Estado neutro ni inocente. Toda forma estatal expresa una relación establecida entre el individuo, la comunidad y el poder.

Es imprescindible asumir que históricamente el Estado argentino ha sido y sigue siendo el escenario donde intereses sociales y económicos antagónicos se enfrentan por el control de la riqueza nacional según se pretenda construir un proyecto de país soberano o consolidar un modelo de colonia. Esa pugna no es pasajera ni circunstancial, sino la clave para entender el destino del Estado en la Argentina, siempre condenado a debatirse entre la emancipación nacional y la subordinación estructural.

El llamado “Estado ausente” es un relato de época que encubre su funcionalidad política mediante un engaño semántico. En realidad, el aparato estatal está más presente y activo que nunca, no se retira sino que se reposiciona activamente al servicio de las élites económicas dominantes garantizando sus privilegios, sostenibles únicamente a través de la exclusión de las mayorías. Hay Estado, está intacto y siempre interviene, pero no en beneficio de todos. Lo que verdaderamente está ausente no es el Estado, sino su función social, desplazada por una mano que no está ausente —aunque sí invisible—, la del mercado, que se arroga la potestad de asignar los recursos de manera óptima en una economía supuestamente autorregulada.

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Un afiche del peronismo original en el que puede verse el concepto de Estado como instrumento de emancipación nacional, en oposición tanto al “Estado presente” de los progresistas nostálgicos de la Unión Soviética como a la supresión del Estado propuesta por las viudas liberales libertarias de Reagan y Thatcher. La doctrina peronista es inequívoca y no admite entrismos de derecha ni de izquierda.

El abstencionismo estatal en lo social y económico hunde sus raíces en el liberalismo que dio forma al Estado moderno tras las revoluciones burguesas de los siglos XVIII y XIX, inauguradas por la Revolución Francesa. De esa matriz emergerá el liberalismo económico, que se convertirá en la base ideológica y funcional del capitalismo. De allí se desprende el modelo de Estado gendarme, propio del liberalismo clásico del laissez faire, cuyo rol central no es asistir ni intervenir, sino proteger la propiedad privada, reprimir las protestas obreras y administrar justicia en función del nuevo orden. No busca resolver conflictos sociales, sino impedir que se expresen e interfieran con la lógica del capital.


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