El Diario La Nación publica en su edición del sábado 19 de noviembre un desopilante artículo en el que da cuenta del boom de popularidad de Giorgia Meloni tras un mes de haber asumido como primer ministro en Italia. La Nación informa que la aprobación general del gobierno de Hermanos de Italia ascendió casi tres puntos porcentuales, ubicándose en un 28,8% frente al 26% cosechado por ese partido en las elecciones de este año, pero también señala que la popularidad de la propia Meloni roza el 60%, unos seis puntos más que hace un mes. Entonces parece que el nuevo gobierno italiano empieza con el pie derecho, haciéndose con el apoyo y la simpatía de muchos electores que no lo votaron.
Pero la nota de La Nación, titulada Tras un mes en el poder, Giorgia Meloni sorprende y se vuelve más popular en Italia: por qué seduce hasta a quienes no la votaron es en verdad desopilante por la abundancia de adjetivos ideológicos que la corresponsal Elisabetta Piqué utiliza para explicarle al incauto lector de esta tribuna de doctrina la identidad de los actores en una política que aquí es escasamente conocida. Según Piqué, el gobierno de Meloni es “de derecha”, el partido oficialista Hermanos de Italia es “posfascista” (una verdadera delicia de contorsionismo literario, lo que se llama “buscarle la quinta pata al gato”) y el vicepresidente del Consejo de Ministros Matteo Salvini, aliado coyuntural de Meloni en el frente electoral, es “xenófobo”.
Lo más curioso entre tanta adjetivación ideológica típicamente progresista en un diario tan conservador como La Nación es que a la hora de nombrar a Silvio Berlusconi los calificativos no aparecen y tampoco al referirse al saliente Mario Draghi, cuyo gobierno fracasado es valorado por la cronista como “de unidad nacional” que “se formó a principios del año pasado para salvar a Italia del abismo de la pandemia”. Emocionante. Es todo un desafío, como se ve, el intentar comprender por qué un medio propio del establishment como La Nación se pone todo progresista para degustar lo que pasa en la política italiana, siendo que, en cambio, en nuestra política de cabotaje, los “posfacistas” y los “xenófobos” “de derecha” siempre son “republicanos” para el refinado gusto de La Nación.

Arturo Jauretche ya había establecido hace décadas un método para saber cómo viene la mano en esos asuntos de los que uno no está del todo consustanciado: “Cuando me levanto por la mañana sin saber qué cosa opinar sobre un determinado tema, abro el Diario La Nación y me fijo en qué dicen al respecto sus editorialistas. Y me paro en la vereda de enfrente”, concluía Jauretche, uno de los mejores entre los nuestros y también uno que supo claramente dónde estaba entonces (y sigue estando ahora) la representación más pura de los intereses de los de arriba.
Por lo tanto, con el método de Jauretche en mano, cualquier argentino más o menos despabilado debe automáticamente sospechar de tanto adjetivo despectivo y ponerse a observar qué pasa. Es cierto que Elisabetta Piqué luego afloja un poco y calma la conciencia de los lectores de La Nación informando que Giorgia Meloni será “de derecha” y aliada de “posfascistas” y “xenófobos”, pero se posiciona del lado de Kiev en el diferendo a los tiros entre Rusia y Ucrania y además es una mujer austera, sobria y moderada. “Después de triunfar en las elecciones, (Meloni) dijo que no quería festejos en las plazas, que quería sobriedad porque no había nada que celebrar con la situación ardua que enfrenta el país e invitó a todos a ponerse a trabajar y a mantener un perfil bajo”, dice el analista político italiano Gregorio Lorenz, citado por Piqué en el artículo en cuestión.
Es cierto entonces que Elisabetta Piqué matiza un poco, que acá no escribe para Página/12 y sí para La Nación, realidad a la que debe atender para que no la echen del trabajo. Piqué hace ese típico equilibrismo hipócrita que tanto les gusta a los gorilas de nuestro antiperonismo criollo, que es zurdo y es diestro al mismo tiempo o alternativamente siempre que sea necesario serlo para oponerse firme a lo que tenga algún olor a peronismo. Y ahí está el núcleo de esta cuestión: ni el Diario La Nación ni mucho menos Elisabetta Piqué, que como cronista no es precisamente un Walter Benjamín, saben muy bien qué hacer con Giorgia Meloni.

No saben qué hacer porque Meloni da señales contradictorias. En ciertas cuestiones la nueva primer ministro de Italia parece que va a pararse “bien” (desde el punto de vista de La Nación, que es bien cipayo, por supuesto) del lado del atlantismo y el globalismo neoliberales, pero en otros asuntos da la impresión de que va a hacer una suerte de peronismo a la italiana. Meloni hace también su propio equilibrio hacia el interior de la coalición con la que ganó las elecciones y oscila entre los intereses europeístas que hay allí y las posiciones de aliados suyos como es el caso, por ejemplo, del senador Ignazio La Russa, un confeso admirador del General Juan Domingo Perón que se ganó por ello la enemistad de personajes gorilas de nuestra farándula política como Fernando Iglesias.
Meloni va mechando entre esas opiniones, entre el globalismo de los tecnócratas de Bruselas y el nacionalismo latente que está inscrito en el ADN de su fuerza política. Es por eso que La Nación no sabe muy bien cómo tratarla y abunda en los calificativos despectivos de “xenófobo”, “postfascista” y “de derecha” para luego contemporizar y decir que en realidad no está del todo mal. Claro, es un poco contradictorio desde luego asustar con esos calificativos a un lector de La Nación que admira a Patricia Bullrich por su “mano dura”, aunque tampoco deja de ser cierto que el nivel intelectual de dicho lector/elector puede prestarse para cualquier cosa, incluso para gritarle “facho” a un dirigente italiano sin percatarse de que aquí nomás sus ídolos en la política están mucho más a la derecha, sin comillas. En esa confusión el Diario La Nación va manejándose, va dejando abiertas ambas puertas mientras Meloni no se define de una buena vez.
Emblemática de esa expresión contradictoria es la posición de Meloni respecto al imperialismo francés en África. Como se sabe, Emanuel Macron es junto al canadiense Justin Trudeau y al estadounidense Joe Biden uno de los tres jinetes del apocalipsis globalista y cualquier ataque contra su figura cae en la categoría de embestida contra los intereses de los dueños del mundo. Meloni polemiza frecuentemente con Macron e incluso ha insinuado en cierta ocasión, con inequívoco lenguaje corporal, que desprecia al francés por cocainómano. El caso es que Meloni no deja pasar una oportunidad de renovar públicamente su denuncia al imperialismo de Francia en África, poniéndose del lado de la justicia incuestionable.

Una de esas oportunidades la tuvo Giorgia Meloni en televisión en vivo, en un programa con público presente y todos los chiches. Allí empezó a lucirse la italiana con la foto de un niño trabajador en condiciones precarias de las minas de África. “Este es un niño que trabaja en una mina de oro en Burkina Faso”, dice, mientras sostiene la foto. “Burkina Faso es una de las naciones más pobres del mundo y Francia imprime dinero colonial para Burkina Faso, país que tiene oro. Por ese ‘servicio’, Francia le exige a Burkina Faso el 50% de todo lo que este país exporta. El oro que los niños extraen de las minas termina en las arcas del Estado francés. Entonces la solución no es traer a los africanos a Europa, la solución es liberar África de ciertos europeos que la explotan y permitir que los africanos vivan de su propia riqueza”. La clásica definición de la tercera posición nacional justicialista con todo el peso de su doctrina antimperialista, ni más ni menos.
Meloni viene denunciando hace mucho la operación de señoreaje que el imperialismo francés lleva a cabo en África mediante la imposición del franco CFA (“comunidad financiera africana”, por sus siglas en francés), una moneda colonial que Francia imprime para 14 naciones africanas con la finalidad de controlar las finanzas de esos países y explotarlas económicamente. Benín, Burkina Faso, Costa de Marfil, Guinea Bissau, Mali, Níger, Senegal, Togo, Camerún, Chad, Gabón, Guinea Ecuatorial, República Centroafricana y República del Congo, todos estos países teóricamente independientes tienen como moneda de curso legal el franco CFA, que en la práctica es emitido por Francia. Al poner el grito en el cielo, Meloni destapa una olla de inmoralidad neocolonial llena hasta el tope y visibiliza una situación que, de no ser por su denuncia, seguiría siendo ignorada por los europeos en general.
En Europa y en casi todo el resto del mundo es una práctica común el ponderar la bondad y la justicia de los franceses como campeones de la libertad, la igualdad, la fraternidad, etc., pero la realidad es un poco distinta. Francia es uno de los colonialismos más longevos que subsisten al proceso de descolonización desde el siglo XIX hasta el presente. Los franceses colonizan a los africanos como siempre para quedarse con una buena parte de las riquezas de esos pueblos-nación y lo más curioso es que casi nadie se percata del hecho o por lo menos nunca se animó a denunciarlo públicamente. Y en eso llegó Meloni a exponer el negocio sucio de los franceses en el continente africano. Menuda “facha”.

Ahora bien, si los gorilas “por derecha” de La Nación están confundidos frente al advenimiento de este enigma llamado Giorgia Meloni, otro tanto pasa entre el gorilaje progresista “por izquierda” y quizá aún más intensamente. Sin ir mucho más lejos, basta con observar la actitud de cierto kirchnerismo hacia la italiana. Como Meloni hizo buena parte de su campaña sobre la plataforma del discurso de la familia y contra la ideología de género, el sector pañuelero del kirchnerismo —siempre tan binario en su comprensión del mundo— se apuró en ponerla en el casillero de los Donald Trump y los Jair Bolsonaro, es decir, de lo que se considera ahí como el mal absoluto.
Obsérvese también que el discurso de Meloni y estos dirigentes sobre la importancia de la familia tradicional en la organización social y en la condena a la ideología de género en efecto es coincidente, pero además coincide con el de otro líder que extrañamente no por ello es ubicado en el lugar del mal: Vladimir Putin, un gran “machirulo” y “homofóbico” que ese sector identitario del kirchnerismo apoya ignorando sus propios criterios de moral sexual a la hora de definir quienes son los buenos y quienes no lo son. ¿Cómo es posible eso? Meloni, Bolsonaro y Trump son “malos” por su discurso “de derecha” contra la ideología de género y a favor de la familia tradicional que el progresismo quiere suprimir, pero resulta que Putin es “bueno” haciendo el mismo discurso y siendo incluso más extremo en la concreción política de lo que dice. No tiene mucho sentido.
Entonces el kirchnerismo se dejó engañar otra vez por ese vicio progre que le viene nublando el razonamiento hace ya algunos años y ubicó de movida a Giorgia Meloni en el lugar del enemigo, perdiéndose de tener en Europa una importante aliada en la lucha contra el imperialismo de Occidente y juntándose, en cambio, con las Irene Montero que son la expresión más acabada del globalismo posmoderno. Error, un gravísimo error que tendrá serias consecuencias al alejar definitivamente al kirchnerismo del peronismo entendido como doctrina de liberación nacional y lo ubicará en el lugar de la minoría intensa identitaria que hoy se representa en España con Podemos. El kirchnerismo será en su etapa poskirchnerista una fuerza socialdemócrata, progresista, “de izquierda” y profundamente globalista, esto es, antinacional.

Comprender la praxis política de los dirigentes de otras latitudes es una cosa esencial para definir correctamente la praxis política propia. Al no comprender a Giorgia Meloni o simplemente al ponerla en el lugar del enemigo basándose en un juicio liviano que siempre es un prejuicio, el kirchnerismo se da automáticamente afiliaciones inconvenientes por su contenido contradictorio respecto a la doctrina fundamental del pueblo argentino, que es la doctrina peronista. Cuando empezamos a ver “fachos” por todas partes empezamos también a ubicarnos en el lugar opuesto: el lugar del “zurdo”, un lugar desde el que es imposible tener una reivindicación de lo nacional sin ser luego señalado por los propios como un “facho” en igual medida.
Es por eso que el Diario La Nación opta por la cautela, todavía no sabe en qué va a resultar definitivamente Giorgia Meloni y entonces le pone todos los adjetivos, los buenos y los malos, en compás de espera por la definición. Es una actitud estratégica muy inteligente que cierto sector de nuestra política dicho “popular” es incapaz de tener. Todo en ese sector es un griterío ideológico de adolescentes, es como una estudiantina y por eso mismo es que el enemigo de los pueblos normalmente triunfa. No hay entre los de arriba ni un atisbo de capricho ideológico, solo hay una actitud pragmática de abrazar a quienes pueden ser útiles a la concreción del proyecto propio y de defenestrar a todos los demás.
Eso es estrategia y es pragmatismo puro, como decíamos. La verdadera política es la política internacional, ya lo decía el General Perón. Y en ese juego que se asemeja mucho más al ajedrez que al juego de damas no hay lugar para reaccionarios de derecha o de izquierda que piensan con la pasión ideológica haciéndose enemigos por doquier y gratuitamente. Conviene esperar a ver qué hace Giorgia Meloni de lo que hizo su coalición de ella, conviene esperar a ver si tiene rebeldía o si va a seguir la huella que le marcan desde arriba. Pero algunos de los “nuestros” ya patearon el tablero y les va a costar muchísimo dar un paso atrás cuando se percaten de que le erraron fiero.