Hay que dejarlos hablar

A partir del advenimiento de Javier Milei y fundamentalmente de su candidata a vicepresidente, Victoria Villarruel, los legisladores frentetodistas no tienen mejor idea que la de presentar un proyecto de ley proscribiendo la narrativa negacionista de la dictadura que está en la base del discurso de estos fenómenos electorales aparentes. Y así el frentetodismo está a punto de cometer un error parecido —o directamente igual— al que en su momento cometieron los gorilas fusiladores con Perón: prohibir la difusión de las ideas de un grupo transformándolas en sinónimo de rebeldía y de libertad. De aprobarse como ley, el proyecto antinegacionista tendrá consecuencias nefastas para la Argentina en el futuro.
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Mientras la Argentina transita la etapa final de un proceso electoral del que la campaña fue un verdadero circo o un show de horrores, avanza en el plano legislativo el proyecto de una ley que penaliza a los negacionistas de la dictadura. Y más allá de las especificidades de dicho proyecto y las probables consecuencias de su transformación en ley, las que se analizarán en estas líneas más bien pragmática que ideológicamente, el propio hecho de que un proyecto de esas características esté avanzando en el parlamento mientras las grandes mayorías sociales están implicadas en y están pendientes de unas elecciones generales constituye la prueba irrefutable de que la política y lo electoral normalmente corren por carriles separados.

El proyecto de una ley contra el negacionismo es la política, por supuesto, es el poder definiendo lo que está bien, lo que está mal y lo que es peor y por eso debe ser erradicado de la sociedad. De un modo genérico, cuando la política ejerce el poder para imponer la prohibición de un discurso dado o la difusión de ese determinado discurso, lo que hace simplemente la política es terminar con una discusión fallando en favor de una de las partes, a la que se adjudicará de allí en más la verdad histórica. Y también proscribir a la contraparte con la definición de que su narrativa no es verdadera y por lo tanto debe prohibirse en lo sucesivo. Las leyes de proscripción ideológica son genéricamente eso, son un fallo favorable a los unos y desfavorable a los otros.

No será la primera ni la última vez que la política hace eso y tampoco puede decirse que se trate de una excepcionalidad, sino más bien de la regla: la política en todo tiempo y lugar se trató y se trata precisamente del ejercicio del poder en eso de nominar para dominar, es decir, de ese poder real que es el de decirles a los demás lo que está bien y lo que está mal de un modo vinculante, con castigo a quienes opten por desconocer la decisión. A lo largo de la historia de la humanidad la política lo ha hecho siempre para satisfacer los intereses particulares de quienes en cada momento tuvieron el poder y lo supieron ejercer.

Todo eso genéricamente, claro, no es cuestión aún de entrar a ponderar lo específico de una ley que prohíba el negacionismo del genocidio cometido por la última dictadura cívico-militar en nuestro país. Antes de empezar a observar esa cuestión es preciso entender que en el fondo aquí hay gente con poder, capacidad de ejercerlo y voluntad de zanjar un debate público sobre un asunto de interés colectivo. Eso debe comprenderse en clave de esa otra definición, la de que la legalidad es mucho más una cuestión de poder que de justicia. Y podría decirse que es tan solo una cuestión de poder allí donde la “justicia” solo funciona como una fachada ideológica que se usa para legitimar socialmente lo que se quiere hacer.

Entonces hoy quienes están interesados en imponer un discurso único sobre la tragedia argentina de fines de los años 1970 y principios de los 1980 tienen el poder para hacerlo y lo hacen, puesto que avanzan con la conversión en ley de un proyecto que consagra como verdad histórica una sola narrativa sobre ese periodo tan oscuro de nuestra historia, precisamente la narrativa que ese grupo considera verdadera. Y la forma de hacer esa consagración es mediante la prohibición de cualesquiera otros relatos, a los que por ley se definirán de aquí en más como negacionismo. En otras palabras, la verdad histórica no se impone porque nadie esté interesado en discutirla, sino por la prohibición legal de hacerlo a los que lo estén.

Dos soldados leen un ejemplar del ‘Diario La Razón’ del día posterior al golpe de Estado que destituyó al gobierno peronista de María Estela Martínez de Perón e instaló una dictadura cívico-militar. En los próximos 7 años iban a cometerse crímenes de lesa humanidad en el marco de un plan sistemático de exterminio coincidente con la definición más aceptada de genocidio, aunque dando como resultado a posteriori dos narrativas opuestas sobre el mismo periodo histórico. Esa es la dualidad que los legisladores frentetodistas pretenden zanjar prosaicamente con una ley prohibiendo a una de esas narrativas.

Puntualmente, ahora sí, en el caso del negacionismo de los crímenes de lesa humanidad cometidos por la última dictadura de nuestra historia, quien escribe estas líneas está en lo particular absolutamente de acuerdo con que dicho negacionismo no solo es improcedente, no tiene ningún asidero en la realidad, sino además suele ser contraproducente cuando es utilizado por la política para hacer demagogia entre los nostálgicos de la dictadura y otros que, sin haberla vivido, igualmente sienten nostalgia de ella. Teniendo a la vista la enorme cantidad de pruebas y confesiones de parte recabadas en cuatro décadas de investigación, es imposible hoy negar que la dictadura que gobernó de facto entre 1976 y 1983 cometió crímenes contra el pueblo-nación argentino y que dichos crímenes probablemente constituyen un genocidio.

En estas mismas páginas, de hecho, esos crímenes suelen ser caracterizados como habiendo sido perpetrados en el marco de un genocidio, toda la información sobre el llamado Proceso de Reorganización Nacional indica que sus ejecutores llevaron a cabo un plan sistemático de exterminio de disidentes que a todas luces coincide con la definición más aceptada internacionalmente de lo que es un genocidio. Aquí no hay dudas: entre 1976 y 1983 la dictadura golpista cometió crímenes de lesa humanidad en una magnitud y en una escala típicamente genocida, dejando además tan marcados los dedos que resulta hoy imposible desconocer o negar ese hecho. Eso es lo que hay objetivamente frente a los ojos del observador que esté más interesado en conocer la verdad que en hacerse el loco para robar con la demagogia.

Y aun así, véase bien, el total reconocimiento del hecho no necesariamente debe conducir a la idea de que es conveniente la prohibición de la narrativa opuesta y mucho menos de otras narrativas paralelas en las que, sin hacer una oposición frontal, se cuestionan puntualmente tramos del relato oficial. Dicho de otro modo, no puede ser la convicción sobre lo que es verdadero la que conduzca al deseo de prohibir la expresión de lo que es falso y eso por la sencilla razón de que la prohibición solo sirve en la práctica para fortalecer a quienes sustentan la narrativa falsa. Lo único que va a lograr la ley contra el negacionismo de la última dictadura en el mediano y en el largo plazo será engrosar las filas de los propios negacionistas.

Los militares, ejecutores del plan sistemático en el territorio, dejaron sus dedos bien marcados en el crimen y fueron luego juzgados y condenados por ello, principalmente gracias a la lucha de organizaciones como la de Madres de Plaza de Mayo. El hombre interesado en conocer la verdad sobre ese periodo tiene delante de sí todas las evidencias necesarias para concluir que esos crímenes fueron cometidos sin la necesidad de ser tutelado por una ley que obtura el debate sobre la dictadura.

La convicción del bien no impone la proscripción del mal pues conoce las consecuencias de hacerlo. Es imposible saber si los legisladores del frentetodismo que hoy se hace llamar por el nombre de fantasía de Unión por la Patria —quienes impulsan el proyecto de esta ley prohibiendo la expresión del negacionismo en Argentina— tienen ese nivel de conciencia, si saben o no que al prohibir una idea lo único que logran es fortalecerla. No es posible saberlo a ciencia cierta, pero habida cuenta de que esos legisladores no son peronistas e ignoran naturalmente, por lo tanto, la historia del peronismo, puede deducirse que no comprenden las consecuencias prácticas de la proscripción del peronismo entre 1955 y 1973. Ellos no saben ni podrían saber que la prohibición solo aumenta la deseabilidad de lo que se prohíbe.

Esa es una verdad universal que también está metaforizada en la Biblia, más precisamente en el Génesis, justo al principio de todo. Allí están Adán y Eva comiendo, aquel a instancias de esta, del único fruto prohibido que había en todo el paraíso. ¿Y por qué? Porque estaba prohibido y justamente por eso era muy deseado. Al parecer los legisladores frentetodistas, además de no ser peronistas, tampoco leyeron jamás la Biblia para comprender la infantilidad que encierra la prohibición de un fruto con la supuesta finalidad de evitar su consumo entre el paisanaje. Tanto leer a Foucault y tanto recitar de memoria a Derrida y otros estupefacientes importados no tienen mucha utilidad si lo que se quiere es evitar errores que la simple aplicación del sentido común expresado en antiguas metáforas podría prevenir tranquilamente.

Adán y Eva no sabían lo que hacían pues estaban todavía en un estado de animalidad, el que iban a superar precisamente al comer de aquel fruto del conocimiento que Dios les había prohibido. He ahí la metáfora: Dios es omnisciente, todo lo sabe y por lo tanto siempre supo que el hombre iba a desear en algún punto comer esa manzana, que iba a querer conocer la verdad. Y sabiéndolo prohíbe el fruto para que Adán y Eva avancen motu proprio hacia la superación de su condición bestial, se humanicen y sean expulsados del paraíso, que ese lugar no es apto para humanos. El Génesis, como su propio nombre lo indica, es por donde todo empieza y entonces la humanidad empezó a caminar al tener ese conocimiento que los animales no tienen pues nunca se les antojó comer del fruto.

Habiendo sufrido la dictadura en carne propia —fue cesado como docente por integrar una comisión sindical—, el izquierdista Hugo Yasky no aprende la lección y lidera el grupo legislativo que busca convertir en ley el proyecto antinegacionista. Yasky está a punto de cometer el error de sus primos gorilas fusiladores, quienes al prohibir hasta el nombre de Perón lo convirtieron en un desiderátum. Lamentablemente la ceguera ideológica impide que sus ciegos aprendan de la historia.

¿Qué podría ocurrir a la larga cuando futuras generaciones se encuentren con que hay un tema del que no se puede hablar, un fruto prohibido en el árbol del paraíso ideológico? Somos todos animales desde el punto de vista de quienes supuestamente saben y, al saber, dirigen. Pero si saben tanto los dirigentes, ¿no sabrán asimismo en qué resulta una prohibición? Adán y Eva fueron duramente castigados por desobedecer, ella con los dolores del parto y él con el trabajo, entre otras penas relativamente menores, esa era la ley del momento. Pero la ley no evitó la transgresión, solo la castigó después de que se hubiera consumado. ¿No será ese mismo el objetivo no declarado de los legisladores que impulsan el proyecto de ley contra el negacionismo?

Hecha la ley, hecha la transgresión, como se ve. Siempre es la misma historia repetida una y otra vez con distintos personajes y una trama que parecería ser diferente, pero es de igual naturaleza. La conclusión necesaria es que los legisladores frentetodistas saben perfectamente que prohibir la difusión de una narrativa negacionista sobre los crímenes de lesa humanidad cometidos por la dictadura de los 1970 y los 1980 va a generar deseabilidad alrededor de ese discurso y que, inicialmente de forma clandestina, más y más argentinos van a plegarse a eso convencidos de que allí tiene que haber algo de verdad, o no habría ninguna prohibición. La conclusión necesaria es que este engendro legal no tiene por finalidad la prevención, sino la represión. Lo que se quiere es crear una figura penal para hacer algo con eso.

Algo político, por supuesto, la idea tiene que ser encuadrar en las generales de la ley al enemigo cuando eso sea conveniente y pragmáticamente no hay en ello ningún problema, es el propio ejercicio del poder, como veíamos anteriormente. El problema es que en la creación de un artilugio legal que luego pueda utilizarse políticamente los legisladores frentetodistas están sembrando para el conjunto de la sociedad argentina el caos futuro cuando la prohibición resulte en el triunfo de la narrativa negacionista, que es lo que necesariamente va a ocurrir si esa narrativa se prohíbe. Hasta el nombre de Perón estuvo prohibido en la Argentina a partir del golpe de 1955 y no hubo en toda la historia periodo de mayor crecimiento del peronismo que ese.

Edición del Boletín Oficial del 9 de marzo de 1956 con la prohibición del peronismo hasta sus símbolos, un error fatal de esa dictadura: al ser prohibido por el statu quo del momento, Perón se convirtió en sinónimo de rebeldía para una juventud que naturalmente se hizo peronista. Ese fue el momento de mayor crecimiento del Movimiento, lo que iba a resultar 18 años más tarde en el retorno y en el triunfo electoral arrasador de Perón. Nótese, como dato de color en esta edición, la suspensión del impuesto a la venta de bananas. Los gorilas efectivamente ejercían el poder y lo usaban para desgravar su alimento típico.

Perón fue entonces el fruto del árbol prohibido, no se podía hablar de él ni se lo podía nombrar siquiera. Y naturalmente la juventud de esos tiempos se hizo furiosamente peronista desafiando la prohibición y canalizando su rebeldía hormonal contra lo que suelen embestir los rebeldes en todos los tiempos y lugares: el statu quo de un momento. Hablando secretamente o en clave del “Pocho”, del “Macho” y del “Viejo”, la juventud decía Perón sin decirlo y hablaba de peronismo siempre que aparecía la oportunidad para hacerlo. El resultado fue el retorno del General Perón al país y el posterior triunfo electoral del peronismo en 1973 con una avalancha de votos del orden del 64% que ningún otro candidato pudo superar hasta el presente.

Entonces los gorilas crearon la hegemonía peronista, inventaron a Perón en la forma de mártir y de mito, como diría Enrique Santos Discépolo si viviera para verlo. Hicieron de Perón un desiderátum. ¿Cómo lo hicieron? Pues prohibiéndolo, haciendo de Perón el propio fruto del árbol prohibido. Los legisladores frentetodistas —que por cierto son bien gorilas, aunque por izquierda— incurren en el mismo error del viejo gorilaje fusilador al hacerse statu quo poniéndose la gorra y dejando como legado a la posteridad el martirio de los negacionistas y la mitificación de su narrativa. De Santos Discépolo a Gardel, puede decirse que está más cantado que Caminito el que dentro de algunos años habrá un culto a la narrativa negacionista y que, en el largo plazo, ese culto se transformará en un triunfo político de ese relato.

Alguien argumentará que los alemanes fueron exitosos prohibiendo el negacionismo del Holocausto como método para evitar el retorno del nazismo, pero eso es solo parcialmente cierto. La ideología nazi como expresión ultranacionalista desde el resentimiento chovinista es una cosa ideal para momentos de profundo quebranto económico y disolución social, cosas que en Alemania no volvieron a verse desde el ascenso de Hitler en medio al descalabro de los socialdemócratas eunucos de Weimar. Habría que ver si los alemanes no van a ir a buscar el fruto prohibido como solución a sus problemas cuando, al desplomarse otra vez la fantasía europea de la sobreabundancia, las papas vuelvan a quemarse en esa que es la región de guerreros y supremacistas raciales por antonomasia. La observación desideologizada de la dinámica histórica indica que eso va a ser exactamente así.

Un avezado fotógrafo capta el momento exacto en el que un policía reprime el gesto nazi de un alemán que observaba desde una mesa de bar una marcha de nacionalistas filonazis. El típico saludo nazi —que en realidad es romano— está prohibido en Alemania al igual que toda la simbología hitleriana, lo que no impide su difusión subterránea. El nazismo está latente y a la espera de la próxima crisis terminal para aparecer otra vez como la solución al problema. Las prohibiciones son buenas para nada en el largo plazo.

Mal que les pese a los admiradores de la cultura y la civilidad de Occidente, la única verdad es la realidad y es que los tan cultos y tan civilizados europeos salen de sus crisis terminales tirando tiros contra el de al lado. No, el retorno del nazismo en Alemania no viene evitándose desde 1945 a esta parte porque allí existe una ley que lo prohíbe, sino porque los alemanes han tenido mucho de todo y aun más de lo que necesitan para vivir muy cómodamente y no necesitaron por ello jamás desenterrar las ideas de Hitler. En todo caso, lo único que han logrado los dirigentes alemanes con su ley antinegacionista es meter las ideas prohibidas de los nazis en un freezer, de donde saldrán inevitablemente y con fuerza inusitada, como solución al problema cuando Europa y Alemania vuelvan a hundirse en el caos tras la caída de la hegemonía occidental.

Ellos y sus ciclos de varias décadas, así son las naciones dominantes. Aquí ni esos tiempos tan largos de prosperidad tenemos. Aquí cada 10, 15 o 20 años la Argentina cae en un pozo y quedamos al borde de la disolución nacional e incluso de cosas peores, tras lo que aparece alguna salida de compromiso más o menos pacífica y volvemos a empezar. ¿Qué pasará cuando dentro de algunos años tengamos otra crisis terminal y los jóvenes de ese momento se encuentren con que hay unas ideas prohibidas por el statu quo fracasado? La lógica y otra vez la dinámica pendular de la historia indican que dichos jóvenes van a sospechar que en esas ideas está la solución al problema y ahí tenemos la reedición de aquello que nuestros dirigentes gritan golpeándose el pecho que “nunca más”, pero en la práctica cultivan y fomentan para que se repita.

Las leyes de proscripción ideológica son propias de los gorilas, el peronismo no tiene nada que ver con eso. El peronismo discute con todos y no prohíbe a nadie, milita su narrativa compitiendo con las demás con la conciencia de que en la suya propia está la verdad para las mayorías populares. El Frente de Todos devenido en Unión por la Patria es ese gorilismo que no aprende la lección y así, sin aprender nada de la vida, comete el mismo error una y otra vez siempre en perjuicio del pueblo-nación. El buen peronista a lo mejor no se la sabe toda como esos legisladores tan iluminados, pero sabe que al enemigo no conviene acallarlo. Al enemigo hay que dejarlo hablar para que se pise solo sin tanto misterio. ¡Hay que dejarlos hablar!


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