Hernandarias, el puerto y las dos Argentinas

En el origen de la gran contradicción argentina está Hernandarias, el primer criollo que aquí gobernó y además con la idea de la férrea defensa de los intereses de los pueblos en contraposición al cipayismo propio de las élites porteñas. Proscripto por el bando ganador, Hernandarias es la piedra angular de nuestra historia, es un personaje cuya comprensión resulta excluyente para seguir correctamente el hilo de la narrativa: sin entender a Hernandarias y la lucha de su época es imposible comprender todo lo que vino después de él no solo en Argentina, sino en toda la región.
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Este es un artículo enmarcado en la historia argentina, pero cuyo contenido bien podría tranquilamente identificar a nuestros vecinos de la Banda Oriental ―actual territorio de la República del Uruguay―, el Paraguay o incluso Bolivia, además de todo el conjunto provincial argentino. Vamos a dedicarnos en esta oportunidad a analizar la relación establecida incluso antes de la fundación de esa ciudad entre el puerto de Buenos Aires y el interior del territorio que podemos delimitar geográfica y políticamente con lo que la corona española daría en llamar el virreinato del Río de la Plata.

Cuando decimos el puerto de Buenos Aires y en particular cuando utilizamos el gentilicio “porteños” nos estamos refiriendo a un sector muy específico de los habitantes de la ciudad, que ni siquiera constituyen la mayoría de la población al momento de la fundación de Buenos Aires, pero que muy prematuramente va a lograr imponerse por sobre sus conciudadanos y en particular sobre los habitantes del interior. Se trata entonces de un sector minoritario, pero muy poderoso, sobre todo porque maneja enchufes internacionales, esto es, sostiene una relación estrecha con potencias extranjeras cuyos intereses comienzan a representar de manera casi inmediata al poblamiento del área portuaria.

Y en contraste con esa clase porteña podemos citar como sobresaliente la figura de Hernandarias, Hernando Arias de Saavedra (1561-1634), nacido en Asunción del Paraguay, quien llegó a ser el primer criollo designado gobernador en las Indias, ocupando la gobernación del Río de la Plata y el Paraguay en tres ocasiones a partir de 1596. Este personaje resulta paradigmático pues representa la mentalidad del interior profundo en contraposición con la de los contrabandistas de la ciudad-puerto que rápidamente se habían erigido como élite en Buenos Aires.

Plano de la ciudad de Buenos Aires en 1713. Un siglo después de Hernandarias, los porteños seguían siendo unos pocos miles en una aldea de casas precarias que, no obstante, lograron establecer una élite en base al contrabando. Aquí están el origen y la naturaleza de esa parte antinacional de la Argentina: un pequeño grupo de individuos que respondían a los intereses de Portugal e Inglaterra y estaban absolutamente ajenos del destino de las provincias.

A partir de Hernandarias es posible rastrear el origen de la rivalidad entre los porteños y las provincias del interior ―las que, recordemos, hasta 1776 formaban parte integrante de una unidad política más extensa, el virreinato del Perú. Esa contienda se puede comprender a partir de la lectura del libro de la profesora Ruth Tiscornia Hernandarias estadista: la política económica rioplatense de principios del siglo XVII, en el que la autora describe la trayectoria del nombrado gobernador. Allí se demuestra cómo las diferencias entre las visiones de los criollos “nacionalistas”, por llamarles de alguna forma, respecto de la élite de la ciudad-puerto se reflejan sobre todo en materia comercial y en el interés o ausencia de este en una incipiente industrialización.

No obstante, desde luego que esas diferencias se pusieron de manifiesto en otros planos de la vida social de la colonia, pues la idiosincrasia de los pueblos del interior contrastó notoriamente en materia cultural respecto a Buenos Aires, pero esa diversidad no es materia de este texto. Aquí nos ocuparemos sobre todo de indagar de qué manera la cosmovisión de cada uno de los sectores se materializó en torno a la idea de nación que uno y otro pretendieron fundar, específicamente atendiendo al modo de inserción del país en el mundo que ambos modelos propusieron, como proveedor de materias primas e importador de productos industriales o como defensor de una autonomía comercial respecto de las potencias.

En principio, nos advierte la profesora Tiscornia, la identidad porteña se vinculó a la clase comercial portuguesa a través del reino de Brasil y bien conocidos resultan los vínculos de esta clase con Inglaterra. La identidad provinciana, en contraste, se identificó desde un inicio con los intereses de la madre patria resultando a la postre en una identidad nacional, americana y americanista.

Olvidado y vandalizado, este busto de Hernandarias en la provincia de Entre Ríos es una clara muestra del proceso de proscripción al que fue sometida la figura de este que es un personaje fundamental de la historia americana en general y argentina, en particular. Sin comprender la contradicción en la que Hernandarias defendió los intereses locales en un contexto de colonialismo británico en ascenso es imposible entender la historia de nuestro país hasta la actualidad.

“Tan ligada estuvo ―plantea Ruth Tiscornia― la inmigración portuguesa al contrabando rioplatense, que es imposible desligar un tema del otro. Perseguir el contrabando significaba echar portugueses, pero los lusitanos se prendían por todos los medios, sea porque se casaban con mujeres de la tierra o porque ejercían oficios útiles o los simulaban. Hasta tal punto se identificaron los problemas que Fray Martín Ignacio de Loyola, cuando llegó para realizar la política de apertura comercial lo hizo munido de tres reales cédulas: la permisionaria, la designación de Hernandarias como garantía del fiel cumplimiento de la primera y la de expulsión de portugueses como condición sine qua non de un comercio legal y honesto”.

Y concluye Tiscornia: “Como gobernador que encaró de manera frontal la lucha contra el contrabando, Hernandarias tuvo que vérselas con esos escurridizos y omnipresentes huéspedes. Así fue en efecto y esos escurridizos y omnipresentes huéspedes contaban con el apoyo de Portugal como esta contaba con el apoyo de Inglaterra”.

Lo que hubiera podido parecer una intrascendente lucha cuasi casera en un lejano rincón de la América hispana, señala Tiscornia, hundía sus raíces europeas en Lisboa, Londres, París y hasta en la capital de los Países Bajos. Y continúa: “Es que la aspiración suprema y última era la posesión del Potosí. Para ello había que empobrecer y enervar a las provincias argentinas y llenarlas de portugueses en cuyas manos habría de estar el gran negocio de la época: el acarreo y la venta de esclavos en Potosí”.

La hipótesis de la profesora Tiscornia es que Hernandarias representa los intereses comerciales del interior del virreinato: Paraguay, Corrientes, pero también la parte norte del antiguo virreinato, previamente a la subdivisión en los virreinatos del Alto Perú y el del Río de la Plata.

Potosí y su Cerro Rico, al fondo, el objetivo central de los colonialistas británicos, franceses y holandeses. Para hacerse de esta descomunal fuente de riqueza metálica las potencias del viejo mundo colonial introdujeron toda clase de intriga en nuestra América. Hernandarias vino a poner orden.

En ese sentido, sostiene: “Hemos reproducido como proemio de este capítulo, que consideramos el fundamental de nuestro estudio, dos testimonios definitorios de actitudes diametralmente opuestas en el enfoque de la economía nacional: la de las provincias que apuntaban a una industrialización de los productos de la tierra y la de los contrabandistas del puerto de Buenos Aires que obtenían ganancia con la importación. Entre ambas se levanta como valla insalvable una fecha: la de la fundación de Buenos Aires. La voz asunceña clama por la defensa de los productos de la tierra, la porteña se desvela por cuidar los intereses foráneos. Lo que confirma nuestro aserto de que desde los orígenes se trazan en el país dos líneas, la nacional y la dependiente. Dualidad que tiene tanta vigencia en la época de Irala o Hernandarias como durante la república liberal”.

“Por eso, en lugar de hipertrofiar determinados periodos, entendemos que se deben equilibrar todos ellos como equivalentes en la formación del país. Aunque nos resulte difícil creerlo, aquellos beneméritos que luchaban junto con el caudillo son nuestros desarrollistas actuales en la actitud común de esfuerzo ideal y se magnifica la lucha titánica de los primeros si se considera que por remontarse a los albores de nuestra patria, marcó la etapa decisiva que al resolverse a favor del comercio de extranjería torció desde el principio la economía argentina”.

De manera tal que el enfrentamiento entre Buenos Aires y el interior, que más tarde se planteará en términos de unitarios y federales a partir de la guerra de la independencia, no se puede resumir livianamente a una competencia entre gentilicios, aunque desde el punto de vista cultural es probable que algo de esa rivalidad pueda haber existido, en tanto y en cuanto Buenos Aires sabrá colocarse culturalmente a sí misma en el sitial de la defensa de la “civilización” en contra de la “barbarie” supuestamente representada por el interior profundo.

La fundación de Buenos Aires, aquí en la representación del pintor español José Moreno Carbonero, es el punto de inflexión en lo que será la historia de nuestra región por los próximos cinco siglos: las provincias del interior luchando en defensa de la producción local y la élite porteña abocada al contrabando, al cipayismo y a la sumisión bajo los intereses de ingleses, portugueses, franceses y holandeses.

No obstante, la pugna vierte sus orígenes en un conflicto concreto surgido a partir del encumbramiento de los contrabandistas porteños como élite indiscutida de Buenos Aires, cuando esta era apenas una aldea de cinco mil habitantes, incluso siendo esa élite capaz de desplazar de los espacios de poder a los primeros criollos habitantes de la ciudad portuaria y fundadores de la misma.

El trabajo de la profesora Tiscornia finaliza reafirmando su hipótesis inicial de la existencia de dos visiones antagónicas de país a partir de los albores de nuestra historia, siendo encarnada la visión nacionalista en la figura de Hernandarias. Plantea la autora: “En todos sus actos de gobierno, ya sea el defender las maderas, azúcares y vinos del Paraguay, al activar la vida económica santafesina, al amparar a Corrientes y evitar su despoblación o al amparar a los vecinos de Buenos Aires contra el grupo de acaparadores del puerto, Hernandarias está siempre en postura congruente sin abdicar jamás de sus principios y sin ceder por las conveniencias locales en los intereses generales”.

“Lo está cuando estimula las producciones locales y cuando solicita franquicias comerciales tratando de favorecer a la totalidad de la población sin permitir la formación de oligarquías portuarias. La visión política de Hernandarias lo llevó inclusive a una postura integracionista dentro lógicamente del mundo hispánico, al mantener conexiones económicas con el Tucumán y otorgar preferencias a los vinos de Cuyo. Bien sabía él que al decomisar inexorablemente las mercaderías que entraban clandestinamente por el puerto estaba defendiendo toda la economía del Cono Sur”.

La lucha entre federales y unitarios y actualmente la pugna entre el nacional justicialismo y los cipayos son las continuaciones históricas y lógicas del problema nacional que Hernandarias vino a destapar: la existencia de dos modelos de país cuya coexistencia es inviable. No pueden convivir quienes quieren priorizar los intereses locales de los pueblos y quienes sostienen una posición de privilegio basada en el cipayismo.

Lo que se desprende de trabajos como el de la profesora Ruth Tiscornia es la existencia de un vicio de origen en la economía de nuestro país, que se repetiría como leitmotiv a lo largo de los siglos incluso a partir de nuestra independencia. Ya en la América española es posible advertir una clara distinción entre una cosmovisión soberanista y otra servil a los intereses de las potencias extranjeras. Paradójicamente, podría pensarse, en un contexto de existencia de colonias formales dependientes de la corona española, han existido personajes como Hernandarias en los que se entremezcla la visión nacionalista de la economía en las Indias con una lealtad firme a la metrópoli.

Esa aparente dualidad se debe sencillamente a la confluencia entre los intereses nacionales de la corona y de sus colonias, siendo estas consideradas por la primera como parte integrante de sus territorios, indistintas de la propia España peninsular. A lo largo de los siglos, a partir de la caída en desgracia de la corona española con el advenimiento de la dinastía de los Borbones, esa identidad entre los intereses nacionales de los pueblos americanos y la metrópoli sufrirá una modificación parcial en el sentido de distanciarse la noción de soberanía de la obediencia a la autoridad regia para colocarse en la figura de los pueblos americanos, tendiendo entonces hacia una visión independentista.

Sin embargo, subsistirá un enfrentamiento entre la visión “desarrollista” e impulsora de la incipiente industria local y aquella que desde los inicios de la conquista se sometió a los intereses de las potencias extranjeras cuyo objetivo nunca fue la integración de las Américas sino precisamente la disolución social y política de los territorios de ultramar para su posterior rapiña.

La vieja rivalidad entre Buenos Aires y el interior, que se traducirá en un momento dado en el unitarismo porteño opuesto al federalismo “bárbaro” y finalmente decantará en las premisas defendidas por justicialistas y radicales en nuestra historia reciente resulta siendo más antigua de lo que a menudo nos atrevemos a observar. Quedará a juicio del lector determinar cuál de las dos posibles Argentinas ha prevalecido en el tiempo.

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