Hace algunas semanas fui invitado a participar de una conferencia dedicada al estudio del Islam, con el propósito de disertar sobre los conceptos erróneos que Occidente sostiene acerca de la sociedad oriental y en particular, respecto de los musulmanes. Debo admitir que en un comienzo dudé acerca de si debía participar o no del evento, pero los anfitriones me solucionaron rápidamente el dilema procediendo a desinvitarme poco después de haberme convocado, en virtud de mi presunta fama de persona “controvertida”.
De todos modos alcancé a explicarle al organizador que las dudas en torno a mi participación se fundaban en el hecho de que estrictamente hablando no soy un religioso ni un especialista en religión. Además, el evento ya tenía confirmada la presencia de una serie de importantes oradores, entre ellos religiosos, a quienes consideré suficientes para cubrir el área de interés del panel y la platea. Igualmente acepté la invitación momentánea —que en ese momento desconocía que efectivamente sería momentánea— con el propósito de contribuir a que se redirigiera completamente la investigación, porque en mi opinión toda esta propuesta estaba mal orientada y no le veía ningún sentido.
Es que efectivamente no tiene sentido alguno dedicar esfuerzos a corregir los conceptos occidentales erróneos sobre el Islam cuando en realidad estos se basan en los propios conceptos erróneos que los mismos occidentales sostienen sobre la propia sociedad occidental. Presupuestos que por otra parte considero mucho más debilitantes para la pretendida “civilización” occidental que aquellos que esta pudiere esbozar sobre su idea de “lo oriental”.
Los preconceptos erróneos sobre Occidente resultan entonces un problema mucho más serio para la sociedad occidental que los preconceptos erróneos que esta sociedad pueda sostener en torno al Islam. De hecho, bien puede hablar el Islam por sí mismo sin necesidad de que Occidente se tome el trabajo de explicarlo. Sobre todo porque la sociedad occidental vive en un constante estado de confusión e ignorancia de sí misma tan abyecta y extrema que en lo particular me resulta un sinsentido pararme frente a un auditorio con la intención de describirle un mundo que ni siquiera es el suyo y que los occidentales deberán intentar comprender sobre la base de sus propias ideas sesgadas.

La cosa no funciona de ninguna manera pero además contribuye a reforzar los delirios de los propios occidentales sobre Occidente, porque si un oriental se toma el trabajo de explicar la sociedad musulmana frente a un auditorio occidental está concediendo por omisión el presupuesto de que ese auditorio como representante de la sociedad occidental en su conjunto se encuentra en una suerte de posición de superioridad, capaz de evaluar a otra civilización u otro sistema de creencias y valores y emitir en consecuencia un juicio positivo o negativo. Así, los orientales nos tomamos el trabajo de explicarnos como si fuéramos un objeto de estudio, con el propósito de alinearnos con el sistema de creencias que los occidentales creen defender, incluso cuando la realidad efectiva demuestra que esas creencias no se verifican ni al interior de las fronteras del mundo occidental ni en la relación de Occidente con otras sociedades.
Ellos creen que viven en la tierra de la civilización, opuesta a la barbarie del lejano Oriente y nosotros nos tomamos el trabajo de satisfacer sus presupuestos erróneos sobre ellos mismos haciendo malabares por caber en los moldes de su supuesta corrección. Los ejemplos se multiplican, pero la pregunta que nos debemos plantear es por qué los orientales nos vemos en la obligación de brindar explicaciones convincentes de cómo respetamos a nuestras mujeres y sus derechos, cómo respetamos las libertades individuales, cómo profesamos la paz, la no violencia y el respeto del prójimo, todo eso frente a los mismos que declaman el respeto a los derechos de la mujer mientras esclavizan y cosifican mujeres, sostienen a la libertad como bandera mientras legislan sobre cada aspecto de la vida de los individuos y defienden la paz mientras llevan guerra y muerte a todo páramo donde decidan pisar. La sociedad occidental es la más violenta en la historia de la humanidad, pero los orientales sentimos que le debemos explicaciones y efectivamente se las brindamos como si ella estuviese en posición de exigírnoslas.
El primer paso debería ser entonces mostrar a los occidentales no lo que los orientales somos o dejamos de ser sino precisamente qué cosa es la sociedad occidental y qué cosa no es. En ese sentido no considero que resulte de la menor ayuda adoptar ninguna postura que contribuya a reafirmar sus propios delirios. ¿Cómo podría uno pretender que alguien entendiese a su sociedad o su sistema de valores cuando esa persona se encuentra inmersa en la falsedad más absoluta acerca de su propia autopercibida “civilización”? ¿Cómo se supone que debería yo convencer a los occidentales de la rectitud del Islam mientras estos se encuentren atravesados por la sociedad más inmoral de la historia de la humanidad? No, deben conocerse a ellos mismos primero, yo no les debo explicaciones.

Pueden comenzar conversando entre ellos acerca de los derechos de las mujeres, por ejemplo. No se puede negar que los occidentales vierten ríos de tinta en la defensa escrita de los derechos de las mujeres, pero también es cierto que cualquier sociedad en el Sur Global se ríe de los discursos sobre la liberación femenina por el simple hecho de que conoce bien a quienes escriben esos discursos. P. Diddy hablando con su madre podrá parecer el hombre más recto y respetuoso del mundo, ¿pero qué dirá sobre él una persona que lo conozca en la intimidad, que conozca cómo ese hombre se comporta cuando nadie más está mirando?
Nadie llegaría a conocer a un asesino serial preguntándoles a su esposa, hijos, vecinos o compañeros del trabajo y de la iglesia. Todos ellos apenas conocen la superficie y seguramente se desharán en elogios de lo bueno, respetable y decente que ese hombre es porque ese hombre siempre se ha guardado de mostrar de sí solo los aspectos que desea que los otros observen. ¿Pero qué dirían las víctimas? Las personas a quienes el asesino secuestró, torturó y violó antes de quitarles la vida, ellas sí lo conocen en profundidad. Ese es el lugar que ocupa en la analogía el Sur Global. Todos los países donde Occidente se dedicó sistemáticamente a imponer su “civilización” saben bien cómo Occidente trata a las mujeres. Es a ellos a quienes debemos consultarles para comprender hasta dónde Occidente respeta los intereses, los derechos y la dignidad de las mujeres.
¿Eran los occidentales respetuosos de la dignidad de las mujeres cuando llevaban a cabo en público violaciones grupales de mujeres congoleñas o cuando utilizaban la violación masiva de mujeres argelinas como táctica de contrainsurgencia? ¿Respetaban los occidentales la libertad y la sexualidad de las mujeres en Namibia cuando las confinaban en campos de concentración y las violaban sistemáticamente o cuando directamente despenalizaron la violación de las mujeres africanas por considerar que ni siquiera eran humanas? ¿Estaban escribiendo un manifiesto sobre el feminismo occidental cuando violaban a mujeres angoleñas en campos de refugiados o sometían a niñas y mujeres indonesias a la esclavitud sexual, cuando sistematizaban la violación como táctica de guerra en Vietnam, en Birmania, en Camboya, en Laos?

Y no nos estamos refiriendo aquí a la historia antigua, hablamos de la época colonial y hablamos del presente. Occidente jamás dejó de violar a mujeres, esclavizarlas, someterlas y asesinarlas en el Sur Global. Lo ha estado haciendo en Irak, en Afganistán, en Bosnia, en Siria. Sin embargo, cuando los países occidentales calculan las estadísticas de violaciones cometidas por año siempre omiten contabilizar aquellas que sus propios ciudadanos cometen en el extranjero como táctica de guerra. Se trata entonces de un oprobio que no tiene víctimas, porque las víctimas resultan completamente invisibles e indefensas.
Occidente se escandaliza ante la inmigración y denuncia que los inmigrantes provenientes de los países subdesarrollados arriban a los países centrales a cometer delitos, pero jamás ha enviado más que criminales a la periferia. Desde los soldados defensores de la paz y la democracia, pasando por los oradores sirvientes de Dios y los hombres de negocios degenerados, todos y cada uno de los hombres que han venido a los países del Sur Global a civilizarnos, a mostrarnos respeto por las libertades individuales y a liberar a nuestras mujeres de la opresión, la misoginia y las costumbres arcaicas de nuestras culturas atrasadas resultaron ser violadores, torturadores y asesinos.
¿Cómo pueden entonces fingir que alguna vez les importaron los derechos de las mujeres cuando todo lo que nos han demostrado en términos de derechos de la mujer es que se sienten poseedores de derechos sobre nuestras mujeres? Y esto sin mencionar siquiera el estado de miseria en el que se encuentran las mujeres viviendo en la sociedad occidental, siendo criadas desde niñas como objetos de decoración y disfrute para todos los varones a su alrededor.
Incluso las atletas olímpicas, las mejores en sus respectivas especialidades, resultan sometidas a un régimen de publicidad y vestimenta acorde al goce de los varones que pondera la semidesnudez en lugar de hacer foco en la disciplina, el trabajo y el esfuerzo de esas mujeres excepcionales. En Occidente las mujeres ya no sueñan con ser atletas, médicas, empresarias, ingenieras, arquitectas. Desde niñas comienzan a darse cuenta de que jamás podrán enriquecerse tan rápidamente como si se desnudan frente a una cámara o venden su intimidad frente a cientos de extraños.

El hecho de que una stripper o una modelo de OnlyFans gane más dinero que una profesora, una médica o una abogada nos debe brindar una señal acerca del rol que se espera que la mujer ocupe en la sociedad occidental y de cuáles son las actividades que determinan un mayor valor social y económico. Pero la constante reducción de la mujer a objeto decorativo y de placer no es gratuita, deja secuelas permanentes en la psique y en el cuerpo y se manifiesta en la proliferación de trastornos de la personalidad, las adicciones, la depresión o los trastornos alimenticios.
En paralelo a ese panorama, cinco de cada diez mujeres estadounidenses admiten haberse visto presionadas a cometer actos sexuales con los que no se sentían a gusto tan solo por satisfacer las demandas de varones completamente degenerados por la pornografía. Los hombres pretenden que sus novias y esposas se comporten como estrellas porno y las estrellas porno se encuentran enloquecidas por las drogas y el trauma provocado por los abusos infantiles. Nueve de cada diez mujeres en edad universitaria informan haberse visto obligadas a cometer actos sexuales con los que no se sentían a gusto y las niñas de trece años admiten sentirse impulsadas a verse y comportarse como las mujeres adultas en los videos pornográficos, incluso accediendo a mantener relaciones sexuales mucho tiempo antes de sentirse preparadas para hacerlo.
La sociedad occidental presiona a las niñas para que se comporten como adultas y para que sientan que hay algo malo en ellas si no lo consiguen, mientras la propaganda las convence de que allí está la libertad, de que en eso consiste la liberación de la mujer. Están abusando psicológicamente de sus mujeres en todos los niveles, pero se ven en la obligación de criticar a las sociedades orientales. Siete de cada diez estudiantes secundarias en los Estados Unidos admiten que las revistas y las redes sociales influyen en la imagen que ellas mismas consideran que deberían de proyectar y una de cada cinco mujeres experimenta alguna forma de trastorno dismórfico, considerando que existe algo malo en la apariencia de su cuerpo si este no se asemeja al de una supermodelo o una estrella porno.

La propaganda occidental sugiere que en los países centrales la regla es la promoción de la igualdad entre los sexos, pero los datos demuestran que las mujeres en la sociedad occidental son cosificadas y marginadas. Seis de cada diez mujeres occidentales afirman sentirse presionadas a vestir de una forma que socialmente se considere sexualmente atractiva, lo que en la práctica significa que se las impulsa a mostrar mucha más piel incluso de la que las hace sentirse cómodas. Los medios de comunicación y las redes sociales reproducen esta cultura de la cosificación de la mujer, las estadísticas sugieren que las mujeres están expuestas a un promedio de cinco mil anuncios por día, mientras que siete de cada diez de esos anuncios exponen a mujeres con vestimenta reveladora, generando en niñas y adolescentes la ilusión de que así deben verse para resultar socialmente aceptadas.
Así que, por supuesto, sus mujeres están sufriendo. Sufren problemas psicológicos fruto de la manipulación a la que son sometidas a través de la propaganda. Al menos una de cada cinco mujeres reporta padecer ansiedad o depresión como consecuencia de la insatisfacción por su aspecto, la presión por exhibir el cuerpo o debido a las dificultades para vincularse con los varones de manera afectiva.
Todo esto sin mencionar las consecuencias de la promiscuidad, sus ramificaciones a nivel fisiológico, mental y emocional. Es debido a todo lo aquí descrito que las mujeres occidentales son las más depresivas y las más neuróticas del mundo. Como consecuencia del estrés y de los trastornos de ansiedad resultan además siendo las que más consumen psicofármacos y viven medicadas.
En resumidas cuentas, la sociedad occidental es en la práctica la que más odia a las mujeres en todo el mundo. Y aun así tiene el descaro de exigir que nosotros le argumentemos de manera convincente por qué cuidamos de nuestras mujeres y nos preocupamos por ellas, cuando cada aspecto de su “civilización” declara y demuestra un absoluto desprecio por las mujeres.

Y sin embargo siguen creyéndose feministas. Pero es necesario decirlo: no saben quiénes son, no saben cómo son, no tienen la menor idea de la clase de sociedad en la que viven, están inmersos en un mar de mentiras. Deberían dejar de intentar corregir sus conceptos erróneos acerca del Islam y comenzar a observar que no tienen más que conceptos erróneos acerca de su propia “civilización”, que no es una civilización sino una alucinación. Resulta risible el grado de ausencia de conciencia que poseen respecto de su propia corrupción como sociedad.
Cuando residía en Medio Oriente mis amigos estadounidenses vivían en constante estado de pánico, suponiendo que cualquier día podía no contestarles el teléfono. Les preocupaba mi seguridad, imaginaban que una mañana cualquiera podía estallar una bomba y volar mi casa por los aires, que podía ser víctima de una masacre o de un atentado de un momento a otro. Mientras tanto, en los Estados Unidos han ocurrido más de seiscientos cincuenta tiroteos masivos tan solo el año pasado. Sin mencionar el hecho incontrastable de que la inmensa mayoría de las bombas que efectivamente estallan en Medio Oriente son bombas estadounidenses lanzadas desde aviones de guerra estadounidenses.
La guerra y la violencia son los principales productos que los países occidentales exportan al mundo musulmán. De hecho, sigue siendo hasta nuestros días lo único que allí han decidido fabricar. Pero los musulmanes debemos explicar si el Islam es una religión de paz. Si la situación no fuese terriblemente dramática, sería para tomársela a broma. Las potencias occidentales nos lanzaron más de medio millón de bombas tan solo en los últimos veinticinco años y asesinaron alrededor de un millón de musulmanes en ese periodo, todo eso sin contabilizar el genocidio abierto que están cometiendo hoy mismo en Gaza.

Una vez más, es como si un asesino serial nos exigiese que argumentásemos en favor de nuestro pacifismo y en contra de la violencia. La sociedad occidental y su supuesta civilización resultan violentamente extremistas, mucho más que cualesquiera otras en la historia de la humanidad. Se regocijan en amenazar a sus enemigos con regresarlos a la Edad de Piedra a fuerza de bombazos sin percatarse de que en su mente ya se encuentran en la Edad de Piedra. La única diferencia entre los occidentales y los cavernícolas es que los primeros poseen artefactos para la destrucción masiva, pero ellos se vanaglorian de vivir en la tierra de la paz y la libertad.
¿Libertad, dicen? Porque el Islam es tan estricto, tan rígido, que no deja de cercenar las libertades individuales de hombres y mujeres. Sin embargo, Estados Unidos posee el corpus legislativo más restrictivo del mundo, hay más leyes y regulaciones en los Estados Unidos que en Arabia Saudita, Afganistán o cualquier país del mundo árabe. En los Estados Unidos, si uno es propietario de una vivienda —cosa por demás improbable, pero si llegara a ser propietario— ni siquiera podría remodelar su cocina sin pedir permiso a las autoridades. No es libre ni siquiera de decidir eso, cómo quiere que se vea su cocina.
El gobierno decide lo que los ciudadanos pueden o no hacer dentro de sus hogares, qué pueden comer y qué no. Es necesario obtener un permiso para comerse las manzanas de un jardín y no es posible cultivar los propios alimentos o comprárselos directamente a una granja sin la autorización de la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por sus siglas en inglés), la misma que autoriza qué aditivos y químicos es legal ingerir y permite la comercialización de alimentos genéticamente modificados, alimentos falsos. El gobierno de los Estados Unidos regula hasta la temperatura de las duchas de sus ciudadanos, pero los musulmanes debemos demostrar que no cercenamos la libertad de los individuos. Es absurdo, es demencial.

Por supuesto, cualquier ciudadano occidental dirá que esas leyes han sido establecidas por algo, que tienden al bien común y están allí para proteger a toda la comunidad. Pero nadie tiene la libertad de elegir respetarlas o no. En comparación, los musulmanes poseemos un corpus minúsculo de leyes escritas, la mayoría de ellas siendo autoimpuestas y no reguladas por ningún ente gubernamental sino por nuestras propias conciencias.
Sin embargo, los rígidos y estrictos somos nosotros porque en rigor de verdad cuando en Occidente se habla de libertades se está haciendo referencia a todo el conjunto de actitudes inmorales, pecados y libertinaje que los gobiernos permiten a sus ciudadanos. Cuando los occidentales hablan de libertad se refieren exclusivamente a la libertad de ser incivilizados, primitivos, hedonistas. Esas libertades les otorgan en su mente retorcida el derecho a autopercibirse civilizados y juzgar los sistemas de valores de otras sociedades. Y por algún motivo, todo ese conjunto de situaciones sin sentido les resulta perfectamente razonable.
Pero les están tomando el pelo forzándolos a engañarse a sí mismos en todos los aspectos de la vida. Hasta la idea de prosperidad de la que tanto hacen gala los países centrales es una ilusión que no se verifica en la realidad. Pongamos por ejemplo a los Estados Unidos, que se jactan de constituir el país más próspero del mundo: si cada uno de los cincuenta estados resultase siendo un país independiente y autónomo, con su propio PBI, su desarrollo humano, económico, su infraestructura, cada uno de ellos resultaría siendo una economía equivalente a la de Colombia, Tailandia, Argentina o cualquier otro país de aquellos considerados emergentes o en vías de desarrollo.

Exceptuando las llamadas élites costeras, la inmensa mayoría de los ciudadanos estadounidenses percibe ingresos de medianos a bajos y vive en condiciones similares a las propias de los países del Sur Global. E incluso dentro de las propias costas conviven realidades disímiles, con barrios exclusivos obscenamente ricos y otros barrios pobres donde se vive exactamente igual que en cualquier zona pobre del Sur Global. Otro tanto puede decirse del Reino Unido, donde por fuera de Londres los ciudadanos británicos son pobres o indigentes si no residen en las zonas céntricas de las ciudades más populosas, tal como sucede en las ciudades de los países que los propios británicos o estadounidenses llamarían del “tercer mundo”.
Los occidentales viven engañándose a sí mismos y creyéndose sus propias mentiras, pero exigen que los musulmanes demos explicaciones. La sociedad occidental que se pasea desnuda revoleando un sombrero de ‘cowboy’ es la que no se olvida de señalar que nuestro traje está pasado de moda. No, no tiene el menor sentido intentar que nos comprendan cuando ni siquiera remotamente se entienden ellos mismos.
Los hemos estado complaciendo durante demasiado tiempo, el mundo entero ha sido demasiado condescendiente con la sociedad occidental y con lo que ella quiere mostrar y creer de ella misma. Ya va siendo hora de que dejemos de fingir que está a la altura de exigir explicaciones y le demandemos también que ella se justifique ante nosotros. No tiene sentido que nos sigamos justificando nosotros cuando ninguna sociedad es ni ha sido en toda la historia de la humanidad tan violenta, tan opresiva, tan misógina, tan restrictiva ni tan opuesta a la libertad de los individuos y la dignidad humana como lo es la llamada civilización occidental.