Hacia principios del año 2018 y con la misión de enfrentar un flagelo que afecta al 13,7% de la población británica, la primer ministro Theresa May decidió crear el Ministerio de la Soledad. Si hubiese sucedido en Venezuela habría programas enteros, publicaciones y memes varios burlándose de las ocurrencias del socialismo del siglo XXI, pero sucedió en el primer mundo.
Y si de primer mundo hablamos qué mejor que hacer referencia a los países nórdicos, aquellos que siempre aparecen como sinónimos de progreso y modernidad. Los nórdicos, o al menos eso nos cuentan las moralinas decadentistas que espasmódicamente nos quieren recordar que siempre se vive mejor lejos de nuestra tierra, tienen el Estado de bienestar perfecto, igualdad de género, la mejor educación guiada por principios liberales, un sistema de protección de la salud admirable y, por si esto fuera poco, para colmo, son de los más felices de la tierra.
Y no tienen la felicidad sudamericana, que es siempre presentada como una felicidad “natural” e “irracional” propia de quien gusta más de la playa que del trabajo. Los nórdicos no. Los nórdicos tienen la felicidad seria, la felicidad comprometida con los valores occidentales de la modernidad. Es que los nórdicos no son populistas. Los nórdicos son progresistas.
Sin embargo, según la OCDE, Islandia lidera el ranking de consumo de antidepresivos por habitante, doblando el porcentaje de, por ejemplo, España que, por cierto, se encuentra entre los primeros diez países con mayor consumo. El único país latinoamericano que aparece en el top 30 es Chile.
En cuanto a Finlandia, aparece entre los primeros países en lo que a igualdad de género respecta pero, al mismo tiempo, la tasa de violencia de género es de las más altas del mundo. Asimismo el consumo de alcohol es sorprendentemente alto y hay estadísticas que afirman que el 14% de las muertes de los finlandeses se debe a problemáticas derivadas del consumo de alcohol.
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