Ingeniería social, piantavotos y la legión de idiotas

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Luana Marian es uno de los innumerables tuiteros que pululan por las redes sociales con la interminable venta de humo ideológico. Mediante el alias de “trans anarco”, Luana Marian se presenta como “mujer trans, trabajadora social, atea, zurdiperoncha, feminista y abortera” y declara estar “siempre en lucha por los derechos del colectivo trans”. El abuso del estereotipo aquí es tan extremo que genera en el observador la duda de si Luana Marian es real o si se trata de un personaje de ficción creado al efecto de enloquecer a la opinión pública causando un efecto de rechazo que finalmente resulte en la formación de un consenso alrededor de todas las ideas supuestamente defendidas por la susodicha Luana Marian.

La precisión no es antojadiza, pues si se tratara de lo segundo tendríamos aquí al menos un caso para empezar a explicar algunas hipótesis sobre la ingeniería social, entre ellas la de que dicha ingeniería utiliza la ideología llevándola hasta su paroxismo con el fin de darle el triunfo a la ideología opuesta, es decir, el que los ingenieros sociales manipulan no solo “por la positiva” difundiendo las ideas que se quieren generalizar, sino además “por la negativa” a través de la caricaturización de sus opositores hasta convertirlos en personajes ridículos para el escarnio y el rechazo colectivo a todo aquello que parecerían representar esos personajes.

El caso de Luana Marian es aquí un botón de muestra de los cientos, quizá miles de esos personajes que hoy existen en las redes sociales y que día a día van formando una opinión hostil en contra de las ideas que expresan. En una de las suyas, la inefable Luana Marian —el personaje de caricatura que se representa en eso— expresaba en Twitter lo siguiente: “En el ‘33 Hitler era el petiso loquito que gritaba. Yo estoy aterrada. No sé qué va a pasar con los fachos envalentonados con este resultado. Tengo miedo de salir a la calle. Pertenezco a una minoría que es objetivo de exterminio inmediato para esas ideologías. Tengo miedo”. Y allí quedaba instalada la imagen de un señor maquillado gritando temer el advenimiento de Javier Milei y dando a entender, por lo tanto, que dicho advenimiento sería en perjuicio de señores maquillados que se ubican en las categorías de “mujer trans, atea, zurdiperoncha, feminista y abortera” y demás.

Luana Marian, el tuitero que se presenta como “mujer trans, atea, zurdiperoncha, feminista y abortera”. Allí donde una minoría ideologizada ve reivindicación de derechos —siempre en abstracto— hay un atentado permanente al sentido común que, al ser trasladado al discurso de la política, enajena voluntades entre las mayorías. Esas voluntades terminan plegándose a proyectos de demolición como el de Javier Milei y entonces los únicos derechos que quedan son los “derechos” abstractos supuestamente reivindicados por personajes como Luana Marian.

La explicación de cómo funciona este mecanismo de manipulación social es difícil en los tiempos que corren y no tanto por el hecho de que el truco implícito en el mecanismo sea demasiado sofisticado, no lo es. Explicar la forma en la que personajes como Luana Marian son nefastos y profundamente contraproducentes para la armonía social se hace difícil en estos días de intocabilidad simbólica de las minorías, días en los que la sola observación de los niveles de delirio y locura existentes le pueden valer a uno serias sanciones por parte del Estado o, mínimamente, ataques feroces por parte de los grupos de tarea progresistas que llevan a cabo una caza de brujas hace ya algunos años.

Pero el mecanismo existe y funciona como un péndulo, se trata de una cosa verdaderamente diabólica en la que nada es como parecería ser y todo lo que se ve tiene por finalidad la obtención de resultados opuestos a los que se declaran abiertamente. En una palabra, personajes como Luana Marian existen no para reivindicar lo que dicen representar, sino todo lo contrario. Existen para generar odio contra aquello que simulan representar, para formar un consenso social en contra de eso. En lo visible, en el discurso abierto, Luana Marian dice estar “siempre en lucha por los derechos del colectivo trans”, aunque en la práctica genera todos los días odio y rechazo contra los individuos pertenecientes a dicha colectividad, quienes sin tanta exposición maliciosa no habrían sido objetivo de ese odio y ese rechazo.

Aquí el asunto es Javier Milei, o más bien presentar a un Milei hitleriano cuyo objetivo sería la persecución y el exterminio de ideologías. De ideologías, véase bien, así es como Luana Marian presenta la transexualidad: como una ideología. Y ahí, en ese furcio revelador, el atento lector empieza a entender un poco mejor de qué viene todo esto. Lo que ante la opinión pública se presenta como una defensa progresista de los derechos de las minorías por criterios de orientación sexual, género, raza, religión, etc., es en realidad un enorme negocio que se hace con la ideología en esta posmodernidad. Aquí no hay en verdad nadie interesado en la defensa de los derechos de nadie, incluso porque dichos derechos no están amenazados ni podrían estarlo de no mediar un régimen totalitario clásico más bien propio de principios del siglo pasado. Aquí lo que hay es un uso escandaloso de la ideología con fines inconfesables.

La caracterización de Javier Milei como una suerte de reencarnación de Hitler no es inocente. Como mecanismo de la ingeniería social, el progresismo de colores necesita un “cuco” que persiga y martirice a las minorías para tener insumo discursivo en su propia lógica. Pero la verdad es que nada de eso ocurre y en medio a la ola de despidos en el Estado tras la asunción de Milei los únicos empleados a los que no se los despide son aquellos que ingresaron a la función pública mediante los cupos destinados a las minorías, como el “cupo trans”. Hay una enorme contradicción entre la realidad y la narrativa.

En Twitter, Luana Marian se declaraba “aterrada” por el ascenso de un Milei que venía con el “exterminio inmediato para esas ideologías” ya en septiembre de 2021, esa es la fecha del desopilante mensaje. Milei entonces estaba a punto de hacerse elegir diputado nacional, faltaban aún dos años para el gran batacazo del 2023. Por la elección de un diputado el delirante personaje tuitero de Luana Marian expresaba sentir “terror”, era mucho. Era demasiado y todo lleva a suponer que la presidencia de Milei ya estaba en los planes de alguien y que ese alguien, con la otra mano, mueve a los peones como Luana Marian y todos los demás similares a este en una especie de psicología inversa cuya finalidad es lograr de las masas un comportamiento opuesto al expresado en el discurso.

Quitándose de la mesa las prohibiciones impuestas por lo “políticamente correcto” y hablando, como suele decirse, “a calzón quitado”, resulta sencillo concluir que personajes genéricos como el de Luana Marian que aquí nos sirve de muestra existen para exacerbar el asco y luego el odio contra los sujetos sobre los que se predica. Si pasamos en limpio, se trata de un señor con maquillaje que se adjudica una cantidad de etiquetas grotescas y absurdas en la mayoría de los casos, una provocación ostensible contra el sentido común, la sensibilidad y el buen gusto de cualquier individuo más o menos normal. Y como de individuos más o menos normales están compuestas las enormes mayorías sociales, el resultado es una provocación constante a la mayoría hasta que eso llega a un límite.

“Mujer trans” y “abortera”, etiquetas grotescas y absurdas en la mayoría de los casos, como se ve. Al tratarse de un varón que lógicamente no podría tener un embarazo y que además usurpa la identidad femenina con una caricatura grosera, la provocación cae mínimamente desagradable incluso para quienes son favorables a la legalización del aborto. Cae desagradable a cualquiera, solo a individuos mentalmente muy enfermos les puede hacer alguna gracia que un señor maquillado promueva la destrucción de algo que el propio señor maquillado no puede tener, es una afrenta a la lógica más elemental de lo que es intrínsecamente el ser humano.

La cuestión del transexualismo y la del aborto, mezcladas con el fin de generar una provocación al sentido común de unas mayorías que no son ni jamás serán capaces de comprender estas cosas. No satisfechos con haber impuesto la legalización del aborto a instancias de la exigencia de Fondo Monetario Internacional en 2018, el progresismo de las corporaciones tensa aún más la soga y sigue agregando instancias de locura y descontrol al discurso. El objetivo es enloquecer a las mayorías populares hasta atomizarlas políticamente.

“Las redes sociales les dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad”, decía Umberto Eco en una entrevista al diario italiano La Stampa en junio de 2015, pocos meses antes de fallecer. “Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas”, concluía el escritor y filósofo piamontés, autor de obras trascendentales como El nombre de la rosa y El péndulo de Foucault, entre muchísimas otras.

Eco llegaba a la conclusión de que el advenimiento de las redes sociales había sido contraproducente para la comunidad al darles voz a quienes no tenían nada constructivo para decir en público. Y fue muy criticado por ello, fundamentalmente por los teóricos de la “democratización de la palabra” que interpretan ese advenimiento como la apertura de un cauce sobre el que finalmente podrían expresarse ideas que de otra forma jamás habrían tenido difusión. Es un debate difícil en el que ambas posiciones pueden tener una parte de la razón porque probablemente estén hablando de cosas distintas. Más allá de que las redes sociales en efecto democratizan la palabra y les quitan el monopolio a los periodistas, la observación de Eco no deja de ser precisa: hay una invasión de idiotas.

Entonces una cosa no quita la otra y mucha gente empezó a tener voz con las redes sociales, nosotros mismos estamos entre estos, aunque la invasión de los idiotas existe efectivamente. Y tiene un efecto colateral muy pernicioso que es el de legitimar el decir cualquier estupidez sin mayores consecuencias para el que las dice. Por esa hendija se filtra el mal, porque si todo está permitido entonces es legítimo que existan personajes como Luana Marian, sean estos idiotas reales o trolls inventados por el poder con finalidades de ingeniería social. Sea la una o la otra cosa, el resultado siempre es el mismo, es la fragmentación social y la generación de un odio que va acumulándose hasta explotar violentamente.

Pocos meses antes de fallecer, el filósofo y escritor italiano Umberto Eco dio en la tecla con la definición precisa de lo que son las redes sociales y dejó como legado la enseñanza: si bien es cierto que una democratización de la palabra se produjo al extenderse el uso de la redes sociales con la popularización de los llamados teléfonos inteligentes, también se abrió el cauce para que legiones de idiotas dañen el equilibro comunitario con opiniones contraproducentes para el grupo. Y nada de eso es accidental, sino un capítulo más en la ingeniería social de un poder fáctico cuyo objeto es fragmentar el tejido social para dominar a los individuos atomizados.

Se trata, como veíamos anteriormente, de una cosa pendular. Si un idiota va a identificarse como representante de una causa o de unas ideas, será solo una cuestión de (poco) tiempo hasta que esa causa o esas ideas sean asociadas con la idiotez y, a partir de allí, empiecen a formar un consenso social en su contra. ¿Es innoble la causa o son malas las ideas? Nada de eso es relevante: una vez que se forma el consenso social en su contra ya nadie se pondrá a ponderar la calidad ideológica y/o política de la causa y de las ideas. Por la acción de los idiotas que las vulgarizaron crecerá el odio en su contra y esa causa y esas ideas serán políticamente derrotadas.

Fue precisamente así como se construyó a Javier Milei como una alternativa políticamente viable, no por acción del propio Milei o de los suyos. La idea de que Milei podía gobernar el país no se instaló en el sentido común de las mayorías porque alguien haya gritado que eso era deseable, no fue “por la positiva”. Milei terminó siendo electo presidente porque una multitud de idiotas —reales o inventados al efecto— se la pasaron gritando que Milei era la reencarnación del mismísimo Hitler.

Y de tanto escuchar esa estupidez por parte de idiotas de las redes sociales que ya habían sido puestos en la categorías de estúpidos por la enorme cantidad de estupideces que habían expresado antes, naturalmente todos los demás empezaron a ver a Milei como lo radicalmente opuesto a todo eso. La imagen de Javier Milei se construyó “por la negativa”, por el cansancio, el hartazgo y el hastío que generaban en el sentido común de las mayorías el griterío de la legión de idiotas que lo negaban, entre los que el personaje de Luana Marian, real o caricatura, es un botón de muestra muy representativo de toda esta locura.

Una y otra vez el progresismo de las corporaciones funciona en la estrategia del poder y como un mecanismo en la ingeniería social que las corporaciones aplican en países subdesarrollados como los de nuestra región para fragmentar el tejido social y dominar a una multitud boba de individuos atomizados. Las redes sociales son hoy el escenario donde esa operación tiene lugar y desde allí la “izquierda traidora” —en las categorías de Juan Manuel de Prada— hace el péndulo necesario para la que fuerza brutal de la antipatria y del antipueblo sigan estando vigentes en el debate de la política.
La caracterización de Milei como un Hitler es una copia vulgar de la campaña contra Jair Bolsonaro en 2018 por parte del progresismo globalista del pañuelito. Y los resultados son, naturalmente, los mismos tanto en Brasil como aquí. Es evidente que no se trata de una cuestión de escasez de inteligencia militante, sino de una manipulación de la que es muy difícil desembarazarse.

“¡Milei existe por Uds., progres, no por nosotros!”, diría un Ricardo Iorio ante la exposición de esta verdad a gritos. Fueron los “zurdiperonchos” con sus pañuelitos de colores, la defensa a ultranza de sus causas ideológicas que no suponían ningún beneficio concreto para las mayorías y su defensa loca y ciega de ese régimen de terror que fue el gobierno de Alberto Fernández quienes trajeron a Milei. Fue gritando histéricamente que “Milei no” como finalmente lograron persuadir a todos por fuera de la secta de que Milei sí.

Umberto Eco estaba en lo cierto y hoy, a casi ocho años de su fallecimiento vemos más claramente las consecuencias de lo que él denunciaba. El daño a la comunidad es irreversible, el estrago que hace la legión de idiotas no puede evitarse porque ya está legitimado. De aquí en más los idiotas van a asumir la representación simbólica de lo que está bien, van a volver locas a las mayorías con eso y van a traer siempre el mal como alternativa a su locura y su idiotez. Se dice que así fue cómo la socialdemocracia de Weimar parió finalmente a Hitler y, véase bien, sin redes sociales. ¿Qué otros monstruos parirán los idiotas de hoy con acceso a esta tecnología?

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