Es común escuchar que la gran disputa de nuestros tiempos es cultural y que está asociada al lenguaje. Efectivamente, bajo el supuesto de que la realidad es construida, o al menos está mediada de una u otra forma por el lenguaje, parece una verdad comúnmente aceptada que el acto de nombrar es político y que la hegemonía de una perspectiva sobre otra se vincula directamente con su capacidad para construir un sentido. La denominada “batalla cultural”, entonces, se reduciría así a una batalla por quién impone ese sentido a las palabras.
Naturalmente el debate se puede remontar al Crátilo de Platón y necesariamente tendrá que atravesar por todos los autores que trabajaron la problemática del lenguaje al menos desde el denominado “giro lingüístico” de las primeras décadas del siglo XX. Como ese recorrido es imposible por razones de espacio, me gustaría posarme en algunas de las polémicas actuales para desde allí realizar algunos comentarios.
Un buen punto de partida podría ser el que ofrece el psicoanalista argentino radicado en España, Jorge Alemán, en su último libro llamado Ideología. Cercano a PODEMOS, Alemán es, junto a su amigo, el ya fallecido Ernesto Laclau, uno de los intelectuales que mejor ha trabajado una nueva concepción de “populismo”. Pero en este caso, el libro aborda distintas temáticas entre las que quiero destacar su idea de que los discursos de la derecha no tienen “punto de anclaje”.

Apoyado en los presupuestos del psicoanálisis lacaniano, Alemán indica que los poderes mediáticos y las redes sociales que inundan el debate público de fake news han roto completamente la relación entre el significante y significado. Si bien merecería de mi parte alguna precisión técnica, podría decirse que estamos asistiendo a un momento en el que las palabras significan cualquier cosa y se han desvinculado completamente de su significado y su sentido. Por ejemplo, cuando tanto en España como en distintos países del mundo se habla de “comunismo o libertad”, estaríamos asistiendo a un ejemplo de ruptura del punto de anclaje.
En otras palabras, PODEMOS en España, el peronismo en Argentina o Pedro Castillo en Perú tendrán mayores o menores influencias del pensamiento de izquierda o avanzarán más o menos en pretensiones colectivistas, pero no son Stalin ni prometen la revolución del proletariado. Nos pueden gustar o disgustar, pero reducirlos a “comunismo” puede ser útil como estrategia electoral pero no ayuda a dar cuenta de la complejidad de los procesos.
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