La conspiranoia ahora se dice “pick me”

El nuevo absurdo disciplinador del progresismo en las redes sociales viene en la forma de controversia ya no entre quienes disienten respecto a la naturaleza de las operaciones de sentido lanzadas por la industria farmacéutica o respecto al formato del planeta y ni siquiera entre varones y mujeres alrededor del credo feminista posmoderno, sino directamente en la de una estúpida polémica entre mujeres sobre la opinión particular de cada individuo en temas absolutamente triviales. El concepto de ‘pick-me girl’ es la nueva moda importada de un Occidente decadente para envenenar aquí las conciencias y seguir dividiendo para que reinen las corporaciones.
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En las últimas semanas me ha tocado más de una vez toparme de frente con el término pick me (traducción literal del inglés “elígeme” —“elegime”, en estas latitudes— o “elíjanme”) dirigido hacia mi persona tantas veces que me vi en la obligación de investigar a qué hace referencia, pues como una categoría en sí misma la frase no me era familiar. De acuerdo con la internet, entonces, el término específico es “pick me girl” y “se utiliza de manera peyorativa para describir a una mujer que se comporta de manera excesivamente complaciente y sumisa hacia los hombres, con la intención de atraer su atención y aprobación”.

Indagando aún más en el asunto pude además conocer que el término “se utiliza para criticar a mujeres que priorizan la aprobación masculina por sobre su propia autonomía, autoestima y bienestar. Se considera un comportamiento problemático porque refuerza estereotipos de género dañinos, perpetúa la cultura de la sumisión femenina, ignora los límites y necesidades propias y puede llevar a relaciones unilaterales o tóxicas”.

En su formulación semántica, el término sugiere una afirmación de la necesidad de la mujer por someterse libremente a la voluntad del varón con el propósito de que este la escoja de entre el montón, de ahí la particular elección de palabras: “elíjanme a mí”. Esto habla de una supuesta carencia de autoestima de la mujer en cuestión y por lo tanto, el término en sí mismo presupone la subestimación de la mujer como sujeto que se entiende incapaz de actuar o formular una opinión que no se corresponda con la reinante al interior de los dos compartimientos estancos en los que se divide la opinión, feminismo contra machismo.

Lo llamativo (o no) del caso fue que siempre que recibí la acusación de ser una “pick me girl”, esta provino de parte de otras mujeres y todas las veces en el contexto de la expresión de alguna opinión referida a algún hecho particular en el que una determinada controversia en redes sociales tuviera como protagonista a algún hombre y de mayor preferencia, a algún hombre enfrentado a alguna mujer. Así, fui la “pick me girl” en un caso en el que defendía no a una persona sino al principio constitucional de presunción de inocencia ante una acusación mediática por parte de alguna mujer en contra de algún hombre, por ejemplo, en lugar de plantarme en la postura del “yo sí te creo, hermana” más que esperable en esta época.

Los “creativos” pululan en las redes sociales y educan a la opinión pública en los conceptos canónicos del progresismo global, estandarizando las culturas en una misma escala de valores: la del posmodernismo occidental. Gracias a redes sociales como Twitter, Instagram y TikTok, estos conceptos corren como reguero de pólvora y envenenan la conciencia de gente que en ninguna hipótesis debería estar ocupada en conflictos gratuitos de esta naturaleza contra sus pares.

Pero también fui una “pick me girl” cuando en una discusión sobre un hecho objetivo de la realidad le di la razón al hombre en lugar de a la mujer o cuando osé pronunciar sentencias temerarias tales como “no es verdad que todos los hombres sean violadores por el mero hecho de ser varones” o “no es cierto que todos los sacerdotes sean pedófilos” o “las mujeres trans no poseen igualdad de condiciones físicas con las mujeres biológicas y por lo tanto no deberían de competir con estas en certámenes deportivos”, “exponerse desnuda en plataformas de prostitución virtual para placer de los varones no es una forma de liberación de las garras del patriarcado opresor”, “las mujeres también pueden mentir o incurrir en el falso testimonio y no son criaturas buenas per se por el mero hecho de ser mujeres” u otras cosas por el estilo.

De acuerdo con la moral progresista que practica el indignismo en redes sociales como deporte favorito, entonces, toda vez que deliberadamente cometa la osadía de correrse un ápice del discurso hegemónico del feminismo y disentir en algún punto con la bajada de línea provista por los intelectuales orgánicos del progresismo globalista, una mujer estará necesariamente siendo coaccionada por la contrahegemonía anti-woke y sencillamente será que la pobre se muere por acaparar la atención de los varones cuyo interés principal es someter a la mujer y reducirla a una suerte de “negro del mundo”, en palabras de ese talentosísimo intelectual progre que se llamó John Lennon. “La mujer es el negro del mundo, es el esclavo de los esclavos y si no me cree, mire a la que tiene Ud. a su lado”, decía el poeta de Liverpool en su etapa de neoyorquino solista.

No, la mujer no puede poner en cuestión por sí misma el paradigma ideológico, debe someterse a él completamente o caso contrario, estará atentando en contra de su propia autonomía y bienestar, reproduciendo estereotipos de género tóxicos y véase bien, sometiéndose ante el patriarcado opresor. Hay que someterse al discurso feminista para no someterse ante el machismo, digamos, aquí no entiende el que no quiere.

Viejo long-play de John Lennon y Yoko Ono, cuya canción ‘La mujer es el negro del mundo’ estuvo además prohibida en muchas radios de los Estados Unidos por incluir en su título la expresión “nigger”, que significa “negro” en un sentido de “esclavo” e “inferior” y resulta demasiado ofensiva para la sensiblería occidental, aun apareciendo en la forma de una protesta. Aquí tenemos, dicho sea de paso, un ejemplo histórico del progresismo que termina prohibiéndose a sí mismo al prohibir lo que considera ofensivo. Parece una paradoja, pero es un movimiento absolutamente natural.

La situación se torna orwelliana, bien mirada la cosa: la guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza y la sumisión es la insumisión. En tiempos de sobreexaltación del empoderamiento femenino, nadie quiere ser la pick me de nadie porque nadie quiere resultar señalada con el dedo como aquella que está buscando la aprobación masculina, incluso aunque en el camino de su “liberación” deba buscar obligadamente la aprobación de otras mujeres o más precisamente, de los intelectuales orgánicos (varones y mujeres) del progresismo. No existe en el menú la opción de no buscar la aprobación de nadie sino de simplemente pensar lo que a uno le dé la regalada gana.

Si un hombre dice que dos más dos es cuatro y la mujer dice que para ella se puede interpretar que dos más dos también puede leerse cinco, la postura natural de toda mujer deberá obligatoriamente ser la defensa con uñas y dientes de la “interpretación alternativa” propuesta por otra hembra, biológica o autopercibida, independientemente del valor de verdad de los asertos. Porque en la era de la posmodernidad todo hecho es opinable y no existe la realidad objetiva sino apenas lo que cada quien interprete de ella… Siempre y cuando esa interpretación no se salga del molde preestablecido por la policía del pensamiento. Eso sí, la guerra de los sexos es incuestionable.

En ese sentido, la pick me girl es la nueva “conspiranoica”. Si durante la tristemente célebre época de la pandemia de desinformación y terrorismo sanitario consecuencia de la epidemia de gripe de 2020 el propio sistema se encargó de condenar al virtual ostracismo social a todo aquel que tuviese la mínima intención de cuestionar aunque fuera solapadamente cualquiera de las actitudes autoritarias de los gobiernos ante la novedad, o el relato oficial acerca del origen de la enfermedad o la efectividad de las inyecciones experimentales como método de prevención de los contagios, o cualesquiera otros aspectos turbios del asunto, hoy la misma mecánica se reproduce en una escala menor dentro de las redes sociales.

“La guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza”, los lemas del Gran Hermano que Orwell vio venir a mediados del siglo pasado y que hoy se materializan en una realidad que es la del mundo del revés. Ninguna mujer quiere ser la ‘pick me’ de nadie y para lograr ese cometido todas terminan siendo las ‘pick me’ de los intelectuales del progresismo, todas dando permanentes certificados de buen comportamiento para no ser segregadas de la manada.

Son las propias mujeres las que señalan a las díscolas y las exponen ante otras bajo el señalamiento de una actitud de pick me, para que de manera automática la opinión de las rebeldes pase a considerarse materia de conspiranoia y por lo tanto, de desecho. De esa manera, el propio sistema se purga a sí mismo de esa presencia perniciosa para toda hegemonía consistente en la existencia de sujetos capaces de un pensamiento crítico.

La pick me de hoy es la “terraplanista” y “bebedora de lavandina” de ayer y de seguro tendrá otro nombre en el día de mañana. Lo que es seguro sin lugar a dudas es que la realidad como criterio de verdad viene en retroceso en el discurso hegemónico de la sociedad posmoderna y la libertad es una quimera cuando el propio sistema está diseñado para expulsar por sí solo todo intento de crítica. La acusación de pick me, que antes se llamó “antivacunas” o “conspiranoico” no es otra cosa que un tapabocas social destinado a evitar el contagio de ideas ajenas al discurso considerado hipócritamente como “sano”.

En ese contexto de censura y represión psicológica constante, asfixiante y ajeno al desarrollo de todo pensamiento original, aún existen sujetos a quienes sorprende que las nuevas generaciones sientan que pueden morir en defensa de las ideas de la libertad, al menos de una libertad ficticia, no de hacer sino de decir y sobre todo de pensar lo que a cada uno se le da la regalada gana. Quien quiera oír que oiga, cualquier semejanza con la realidad no es mera coincidencia.

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