La emisión monetaria genera inflación (y no hay vuelta que darle)

Por razones ideológicas que nada tienen que ver con la responsabilidad de gobernar cuidando los intereses de las mayorías populares, el gobierno de Alberto Fernández se embarcó en el proyecto suicida de emitir dinero de manera descontrolada a partir del pretexto de la contingencia sanitaria del 2020. El resultado de dicha emisión es la actual inflación que escala y licua el ingreso y el ahorro de las clases populares trabajadoras y medias, pero ni aun con la evidencia a la vista los intelectuales del llamado “campo popular” dan el brazo a torcer y siguen, por el contrario, sosteniendo que la emisión monetaria no genera inflación. Y así, además del valor del peso argentino, lo que se va licuando es la credibilidad de esos mismos intelectuales y de los dirigentes a los que sostienen, dejando el camino pavimentado para un triunfo arrollador de la oposición.
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Cuando la ideología penetra en la política hasta devenir en una grieta donde el debate de la resolución de los problemas se suspende el resultado es una cristalización de creencias y supersticiones en ambos bandos involucrados en la lucha ideológica. Cuando eso ocurre, como veremos a continuación, la política deja de ser una herramienta de transformación social y se convierte en una rosca, esto es, en una carrera entre dirigentes ambiciosos por lugares de poder y sin más finalidad que el de ocupar esos lugares.

Un claro ejemplo de creencia o superstición cristalizada es el de que la emisión monetaria no genera inflación, un asunto que debió ser más bien prosaico y que, no obstante, ha tenido últimamente en nuestro país el carácter de un dogma por el que muchos estuvieron y siguen estando dispuestos a sacrificar su prestigio intelectual e incluso su dignidad personal. Por alguna extraña razón, hay una gran cantidad de delirantes con título universitario, posgrado y doctorado con ganas de gritar que la emisión de moneda no resulta en inflación, cuando la observación empírica de la realidad demuestra todo lo contrario.

Es un hecho lamentable y hasta luctuoso, pero la creencia o superstición de que la emisión monetaria no genera inflación se apoderó en la grieta de la conciencia de los militantes del llamado “campo popular”, es decir, de aquellos que tendrían que estar dedicados a la defensa de los intereses de las mayorías. Enajenados por el estupefaciente ideológico, estos individuos defendieron y siguen defendiendo la emisión monetaria que es una práctica muy nociva para los intereses del pueblo por generar la inflación que finalmente licua el ingreso de las familias trabajadoras y empobrece a los que viven del trabajo.

La razón por la que esos militantes extraviaron tanto el rumbo hasta llegar a la defensa de lo que daña al pueblo —convirtiéndose así en verdaderos militantes de la fuerza brutal de la antipatria, pero con retórica popular— está expresada en aquello que veíamos al introducir este modesto artículo, a saberlo: quedaron presos de la ideología en un primer momento, luego perdieron de vista la transformación de la realidad y finalmente terminaron haciendo política con la única finalidad de darle la razón al grupo dirigente que los conduce. En otras palabras, dejaron en algún punto de militar la causa de los pueblos y se pusieron en cambio a militar las ambiciones personales de esos dirigentes.

Con el pretexto de la contingencia sanitaria, los Estados Unidos ampliaron su base monetaria como nunca antes en 250 años de historia. Como resultado, los estadounidenses de a pie se enfrentar a un casi 10% de inflación anual al que no están acostumbrados puesto que han vivido siempre en una economía estable. Hay demasiados dólares circulando y ahora habrá que devaluarlos para que el sistema encuentre otra vez su punto de equilibrio. La inflación, como se ve, es un proyecto político que se financia con la devaluación de la moneda.

La grieta es una cosa infernal, como se sabe, una situación caracterizada como un empate hegemónico en la que los dos bandos atrincherados dejan de perseguir como objetivo el bien común y empiezan a perseguir únicamente la destrucción del bando opuesto, cosa que por otra parte es una quimera pues la oposición no puede suprimirse. En ese empate hegemónico se suspende la resolución de la problemática social por la simple razón de que se suspenden además los acuerdos necesarios sobre lo que está bien y lo que está mal. Ninguna sociedad puede existir cuando los socios no acuerdan en principios y valores básicos para la convivencia en grupo.

Y en la grieta ese acuerdo no se da, toda la razón sobre todos los asuntos está necesariamente, desde el punto de vista de uno mismo, del lado del bando propio. En forma concomitante, toda la sinrazón está del lado del bando opuesto o, aún peor, está fuera del bando propio, lo que incluye a los que no forman parte de ninguno de los dos bandos. En una situación así los postulados de la política jamás son verdaderos o falsos según sus propias argumentación lógica y corroboración o falsación, sino según quien los emite. Para un militante de un bando la verdad es todo lo que dicen los dirigentes de su propio bando y todo lo demás —he aquí lo más grave de todo este asunto— es mentira, aunque no lo diga un opositor.

Aunque no lo diga un opositor, véase bien, se trata de algo que está profundamente arraigado en nuestra cosmovisión judeocristiana: la secta propia es portadora de la verdad revelada y todos los demás son herejes o son directamente el mal, mienten. Mienten porque no comulgan en la fe verdadera. Pueden oponerse a dicha fe o simplemente pueden no comulgar en ella, es irrelevante. Si no se arrepienten de sus pecados y abrazan la fe verdadera, entonces son el mal y no pueden decir la verdad.

El problema es cuando el bando propio se equivoca o deliberadamente hace el mal, por la razón que fuere. Es difícil saber por qué a los dirigentes del llamado “campo popular” se les ocurrió decir un día que la emisión monetaria no genera inflación, el caso es que lo hicieron y luego no supieron retractarse de lo dicho, no quisieron dar ese paso atrás reconociendo el error. Y allí se pusieron a sí mismos y a todos los que los siguen en la contraproducente y muy incómoda posición de tener que sostener un error que, además, les produce un terrible daño a los sujetos a los que supuestamente representan en la política: el hombre que trabaja y el que no tiene más que su propia fuerza de trabajo.

El economista Javier Milei tomó la bandera de decir que el pasto es verde en el asunto de la inflación como resultado de la emisión de dinero. En vez de retractarse y volver rápidamente del error, los intelectuales del llamado “campo popular” redoblaron la apuesta e intensificaron la defensa de lo indefendible, dándole a Milei lo que Milei necesitaba para instalarse políticamente: una controversia en la que la razón esté de su parte. Es muy típico de las democracias inmaduras como la nuestra la idea de que la política se hace contradiciendo al enemigo a cualquier costo, incluso cuando al enemigo lo asiste la razón. Pero lo único que se logra con eso es darle entidad al enemigo y construirlo en la controversia, además de rifar la credibilidad propia.

Probablemente esa tozudez a esta altura se deba simplemente al hecho de que el otro bando sostiene la hipótesis contraria y no hay que darle la razón al enemigo, aunque este la tenga. Como la oposición gorila tomó la bandera de la emisión monetaria como causa de la inflación, los militantes del pueblo se vieron obligados “moralmente” (es una cosa muy inmoral perjudicar a las mayorías populares, la “moral” aquí tiene otro sentido) a plantarse en el error y a no tolerar ni siquiera el debate de la cuestión. Ahí está la definición de la grieta, la que al multiplicarse por todos los problemas puntuales de la sociedad cuya resolución no ocurre resulta a su vez en un país estancado. Aquí estamos.

Pero es una evidencia que la actual coyuntura económica de los países dichos “de primer mundo” o desarrollados dejó al descubierto: países con larga tradición de estabilidad como Estados Unidos, Francia y Alemania, por ejemplo, empiezan a tener índices anuales de inflación cercanos al 10% allí donde no solían tener ni la décima parte de eso. ¿Qué pasó en esos países que antes no había pasado? Pues que emitieron muchísimo dinero con el pretexto de la emergencia sanitaria desde el 2020 en adelante, aumentaron brutalmente su base monetaria y ahora la empiezan a licuar con inflación, devaluando la moneda que emitieron para encontrar otra vez el equilibrio.

Nuestro Raúl Scalabrini Ortiz solía decir que estos asuntos de economía y de finanzas son tan simples que están al alcance de la comprensión de cualquier niño que sepa mínimamente sumar y restar, que son solo una cuestión de saber eso y de no ser un tonto. Bien mirada la cosa, la propia profesión del economista es lo que vulgarmente se llama una “chantada”, los economistas son superfluos en una sociedad porque el saber que presentan con tecnicismos para darle un aspecto de ciencia es una cosa que cualquier pequeño comerciante, ama de casa o administrador de lo que fuere ejerce todos los días en la práctica con el solo uso del sentido común y la capacidad de sumar y restar.

Pero los intelectuales del “campo popular” (y los del otro campo también, son todos jacobinos iluminados) desprecian el sentido común popular y creen que la comprensión de la realidad es una cuestión de haber tenido el privilegio de recibir varios años de educación universitaria. Así es como se da el gracioso fenómeno de que cualquier almacenero tiene una mayor probabilidad de entender un proceso económico que un economista, puesto que este se dedica más bien a la construcción del discurso que va a legitimar a los dirigentes políticos que a la observación de la economía propiamente dicha.

Raúl Scalabrini Ortiz fue el patriota argentino que supo desmitificar el saber económico como propiedad exclusiva de los economistas ilustrados. Decía Scalabrini: “Estos asuntos de economía y finanzas son tan simples que están al alcance de cualquier niño. Sólo requieren saber sumar y restar. Cuando usted no entiende una cosa, pregunte hasta que la entienda. Si no la entiende es que están tratando de robarlo. Cuando usted entienda eso, ya habrá aprendido a defender la patria en el orden inmaterial de los conceptos económicos y financieros”. Y el tiempo le ha dado la razón.

Un individuo no educado en la prestigiosa universidad, pero dotado de sentido común, de la capacidad de sumar y restar y, muy importante, de la información necesaria para saber que el dinero no es riqueza, sino tan solo una mera representación simbólica de la riqueza es capaz de entender lo siguiente: allí donde la cantidad de riqueza permanece inalterada y, por otra parte, crece la cantidad de representación de dicha riqueza, va a devaluarse necesariamente el valor de la representación, nunca de la riqueza.

Tomemos el ejemplo de un país cuyo producto bruto interno haya crecido un 3% en un año y que, en el mismo año, haya aumentado en un 100% su base monetaria. ¿Qué tendría que pasar en ese país? Pues va a pasar que habrá más dinero para adquirir prácticamente la misma cantidad de riqueza y entonces crecerá la demanda, pero no la oferta de riqueza real en la misma proporción. En una economía cuya unidad monetaria es el peso, por ejemplo, lo que inicialmente tiene un precio de 10 pesos porque existen sus respectivos 10 pesos en moneda —igual cantidad de riqueza y de representación de la riqueza, como se ve—, va a tener que costar 20 pesos cuando haya 20 pesos de moneda circulando, simplemente porque ahora los que compran pueden pagar 20 pesos y eso es lo que van a hacer, puesto que la función primaria del dinero es el intercambio.

Esta es la verdadera obviedad ululante que los economistas disimulan en sus rimbombantes discursos tecnicistas y en la reiteración de idioteces como la “multicausalidad” de los fenómenos. Claro que las causas son múltiples para todo lo que existe y ocurre, la idiotez no es entenderlo. La idiotez es decirlo como argumento para no explicar lo que realmente es, para no atacar el problema de fondo tomando el toro por las astas. Los economistas del “campo popular” gritan que la inflación es un fenómeno multicausal y ahí queda la cosa porque, al ser múltiples las causas, mejor es no meter la mano en ese avispero. La “multicausalidad” ahí es una forma de desentenderse del problema y de disimularlo en una explicación tecnicista destinada a no ser comprendida por nadie.

Y lo peor de todo es que se trata de información pública. Basta con acceder a la web oficial del Banco Central de un país como el nuestro para ver expresadas allí las cifras de la emisión monetaria y luego comparar esas cifras con las de la inflación, cuyo índice además de ser público es perceptible para cualquiera administre una economía familiar haciendo algo tan cotidiano como ir al supermercado.

Como ministro de Economía de Argentina desde diciembre de 2019, Martín Guzmán se dedicó a legitimar el tongo macrista de la deuda de 45 mil millones con el Fondo Monetario Internacional y poco más que eso. Guzmán no se opuso al delirante cierre de la economía durante casi un año y tampoco se opuso a la emisión monetaria con la que el gobierno de Alberto Fernández financió dicho cierre. Cuando llegaron las consecuencias de su prescindencia, Guzmán salió despedido y le dejó a su sucesora Silvina Batakis una situación irremontable. ¿Cómo se sale de una brutal emisión monetaria sin crecimiento real de la economía y sin un devaluación igualmente brutal?

En su web oficial, nuestro Banco Central informa que desde el 2020 a esta parte la Argentina aumentó su base monetaria en aproximadamente un 300%, esto es, la multiplicó varias veces en dos años y medio. ¿Creció el producto bruto interno argentino en iguales 300% durante el periodo? Ni por asomo, muy lejos de eso, incluso porque ninguna economía crece tanto en tan poco tiempo. Más bien lo contrario: entre el desplome del 2020 y el rebote del 2021 hasta el presente el producto bruto interno de Argentina se achicó o con toda la generosidad permaneció inalterado. ¿Y entonces? Pues entonces que ahora hay muchísima más representación de la riqueza que riqueza real circulando.

Hay mucho más dinero que cosas que pueden comprarse con ese dinero, hay más representación que representados y entonces la primera va a tener que devaluarse hasta que haya un equilibrio entre ambas cosas. La inflación es precisamente la licuación del valor de la representación hasta que esta esté en cantidad proporcional a la riqueza representada y, por lo tanto, es un proceso necesario en sus propios términos. Y el origen del problema solo puede estar en la emisión descontrolada que rompió el equilibrio en primer lugar, por lo que queda comprobado que la emisión monetaria genera inflación y que lo de “multicausal” es una muletilla para justificar la vagancia intelectual, la maldad o la ineptitud de quien lo dice y de quien lo hace.

Con la triplicación de la base monetaria y con la cantidad de riqueza sin alterarse en dos años y medio, lo que costaba 10 pesos tiene lógicamente que pasar a costar 30, puesto que el triple de cosas para comprar no hay. Claro que “por las dudas” quienes venden y sobre todo quienes forman los precios intentarán subir los precios mucho más allá de eso, pero en el inicio del problema está la emisión monetaria y de eso no hay dudas.

No hay misterio, la economía y las finanzas son lo que Scalabrini Ortiz decía y no la prestidigitación que quieren presentar los economistas en defensa de sus propios intereses particulares. Toda economía es política en tanto y en cuanto la decisión económica de cómo va a distribuirse la riqueza en una sociedad es una decisión política, la técnica solo sirve para instrumentar esa decisión. Y entonces los economistas son políticos, producen discursos y expresan intereses como cualquier político. El que sabe restar y sumar es el pueblo y también es el pueblo quien carga con el peso de las decisiones. Y va siendo hora de que el pueblo use su sentido común para saber y entender de qué realmente se trata, porque mientras eso no pasa los economistas nos roban el futuro a pura sarasa.


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