Un revolucionario que supo triunfar mientras estuvo aferrado a sus propias convicciones y que luego, al abandonarlas, fracasó. Esa es la trama de Che! (Estados Unidos, 1969. 96 min.), una película que presenta a un genial Omar Sharif en el rol del guerrillero Ernesto “Che” Guevara y a Jack Palance con una actuación descollante representando a Fidel Castro. Sharif es claramente el protagonista, pero Palance se roba la escena con una caracterización que mimetiza perfectamente cada gesto del líder carismático cubano al detalle y emociona. Che! es sin duda una de las descripciones más honestas de la revolución cubana de 1959 pasando rápidamente por los momentos clave de dicha coyuntura desde la marcha triunfal iniciada en la Sierra Maestra, pasando por la crisis de los misiles de 1962 y culminando, ahora sí, con la debacle de un Guevara solo en Bolivia por su aversión a la política regular en el Estado.
A diferencia de otros films dedicados a la biografía de este personaje tan singular de la historia de América, Che! no empieza con la ya clásica y un tanto gastada descripción del viaje de Ernesto Guevara por el continente, sino que va directo al grano. Guevara (Omar Sharif) aparece ya en el punto de inflexión de la campaña revolucionaria en Cuba como un médico asmático al que le cuesta seguir el ritmo de las marchas mientras la columna liderada por Fidel Castro (Jack Palance) baja de Sierra Maestra rumbo a Santa Clara. Al principio, Guevara es tan solo el único médico que acompaña a los revolucionarios sin mucho que hacer para ayudar a los heridos después de cada escaramuza. Pero tras demostrar un arrojo inusual en combate tomando riesgos que ni los propios combatientes estaban dispuestos a asumir, Castro promueve a Guevara al rango de comandante y lo pone al mando de una de las columnas revolucionarias.

La película describe dramáticamente el episodio de la toma del cuartel de La Plata como el momento determinante para el ascenso de Guevara al rango de liderazgo de la revolución. Momentos antes de iniciar la ofensiva contra el cuartel, Castro le ordena a Guevara que “mantenga sus manos limpias hasta que todo termine”, es decir, que no intervenga en la acción y se limite a estar allí para atender a los eventuales heridos en combate. Guevara parece estar dispuesto a cumplir la orden que le había sido impartida, hasta que los guerrilleros se quedan sin munición y deben arrojar una bomba molotov contra el cuartel. No obstante, el encargado de lanzarla recibe un disparo y deja caer la bomba ya encendida frente a Guevara, quien la toma del suelo y cumple el cometido de su compañero caído arrojándola contra el cuartel. Acto seguido, Guevara toma un fusil y se para frente al cuartel a esperar la salida de los soldados del gobierno para rendirlos.
El detalle es que los guerrilleros se habían quedado sin munición y el fusil con el que Guevara —solito, como una especie de Rambo criollo— rinde a sus enemigos probablemente habría sido inútil si, en vez de rendirse, los soldados de Batista hubieran decidido salir a los tiros. Pero eso no ocurre, todos salen con las manos en alto y entregando sus armas al pie de Guevara. Castro observa la acción y allí queda convencido de que aquel médico asmático tenía más talento para el combate que para suturar a los heridos. Asombrado por la hazaña, Castro se acerca entonces a Guevara y le dice: “Has desobedecido una orden directa. Gracias a Dios”. La historia real del combate de La Plata no registra ninguna bomba molotov ni la rendición por un solo hombre de todo el contingente enemigo, pero la escena funciona como un recurso para sintetizar quizá otros actos de bravura mediante los que Guevara ciertamente fue ganándose la confianza de Castro en el campo de batalla.

A partir de allí Guevara no solo pasa a ser el estratega militar de Castro y el cerebro detrás de la revolución, sino que empieza a liderar su propia columna de guerrilleros. Y también a educarlos en cómo se hace una buena revolución armada: “Escuchen con atención”, dice Guevara frente a quienes ahora eran sus subalternos. “La guerra de guerrillas es la guerra del pueblo, una lucha de masas. Llevar a cabo esta modalidad de guerra sin la ayuda de la población lleva inevitablemente al desastre. Debemos convencer al pobre campesino de que esta es su guerra, una guerra por la tierra y por la libertad. El campesino es como una flor silvestre en el bosque y la revolución es como una abeja. La una no puede existir ni prosperar sin la otra”. He aquí la descripción del pensamiento del primer Guevara aún no contaminado por el jacobinismo leninista y trotskista de los soviéticos, de un Guevara popular y estratégicamente consciente de la necesidad de una relación simbiótica entre los dirigentes revolucionarios y el pueblo.
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