La infraestructura del poder: inteligencia artificial, computación cuántica y geopolítica

Las relaciones de poder en este siglo XXI no se definen solo por los tanques y los misiles, sino por algoritmos, qubits y centros de datos. La disputa por la hegemonía global se traslada hoy a una nueva infraestructura del poder: la inteligencia artificial y la computación cuántica, un terreno de lucha donde ya no se trata solo de productividad o innovación, sino de dominación y supervivencia. Estas tecnologías tienen el potencial de reconfigurar la economía global y también la seguridad, la soberanía y el orden internacional. Mientras Estados Unidos y China lideran una carrera estratégica por el control de chips, recursos críticos y plataformas de inteligencia, el resto del mundo se enfrenta a la encrucijada de depender o resistir. El futuro no se juega en un campo de batalla físico, sino en redes, servidores y simulaciones. Y la soberanía tecnológica se vuelve condición de posibilidad para seguir siendo nación.
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En la lucha por el poder históricamente la tecnología siempre fue central. Cada avance tecnológico reconfiguró las relaciones de fuerza entre grupos o Estados desde el dominio del fuego en las tribus primitivas, pasando por la rueda, la máquina a vapor y llegando a la energía nuclear o los satélites. Hoy esta pugna se da en torno a algoritmos y potencia computacional, es una nueva carrera armamentista que puede definir el equilibrio geopolítico para las próximas décadas. En el centro de esta transformación está el uso masivo de sistemas de inteligencia artificial y la computación cuántica. Más allá de sus aplicaciones científicas o comerciales, ambas tecnologías tienen un enorme potencial militar, como armas, mecanismos de espionaje o herramientas de dominación global. En el presente artículo se explorarán el potencial y los riesgos presentes y futuros de una disputa por el poder que se mide en infraestructura digital y ya no en tanques.

Al hablar de inteligencia artificial se suele pensar en su cara visible: los modelos generativos como ChatGPT, Dall-E, Gemini o DeepSeek, que crean textos o imágenes en segundos. Pero más allá de lo visible existe una interacción diaria con los motores de recomendación que sugieren contenidos en plataformas como Netflix o Spotify, además de determinar qué contenidos serán “virales” en las redes sociales y cuáles quedarán ocultos en un mar de irrelevancia. A esto se suman los asistentes de voz en los teléfonos, los sistemas de reconocimiento facial en aplicaciones, la optimización de rutas logísticas en tiempo real de los sistemas de navegación o en casos más avanzados con sistemas de conducción autónoma. Todo eso también es inteligencia artificial.

Estos usos cotidianos de la inteligencia artificial, no obstante, son apenas la superficie. Como ocurrió en el pasado con otras innovaciones —el GPS, internet, los satélites o la energía nuclear— siempre suele haber un interés militar en el desarrollo de nuevas tecnologías. Con la inteligencia artificial la aplicación es evidente para quien quiera verlo: ya existen drones autónomos capaces de identificar y eliminar objetivos sin intervención humana, allí donde por “objetivos” deben entenderse edificios, vehículos o personas. Es decir, son máquinas que se programan previamente para esos fines y pueden decidir por sí mismas quitarle la vida a alguien si ello fuera necesario para ejecutar la misión encargada.

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Es prosaica la idea de que la inteligencia artificial se reduce a modelos de lenguaje o generativos como ChatGPT, Gemini y DeepSeek, entre otros. En realidad, estos aplicativos que están al alcance de los civiles son la punta del iceberg con la que el poder oculta la verdadera finalidad de la inteligencia artificial: el uso militar y geoestratégico, la hipervigilancia y el control electrónico de la existencia humana. El hombre de a pie se divierte con la generación de divertidos memes mientras el poderoso avanza hacia lo que puede llegar a ser una distopía.

Existen por otra parte sistemas de espionaje que analizan grandes volúmenes de información en tiempo real. Lo que antes debía ser analizado por muchas personas ahora lo es por sofisticados sistemas capaces de interpretar textos, imágenes, videos y audios a una velocidad que no está en escala humana. Este último desarrollo, por cierto, está potenciando hoy mecanismos de ciberataques capaces de vulnerar infraestructuras críticas de un país. Nada de esto es futurismo. En enero de 2024 Open AI eliminó de sus políticas la cláusula que prohibía el uso militar de su tecnología. Google siguió el mismo camino en febrero de 2025. Esto demuestra que la humanidad ya no está frente a simples herramientas de productividad, sino de activos de poder.

También está la computación cuántica, que es el próximo campo de batalla. La computación cuántica es un desarrollo verdaderamente revolucionario que al alcanzar su madurez operativa redefinirá por completo el equilibrio de poder a nivel global. Para entender su impacto, conviene observar que una computadora convencional trabaja con bits, los que solo pueden tener dos estados posibles: cero o uno. En cambio, una computadora cuántica utiliza qubits, los que pueden estar en una superposición de ambos estados al mismo tiempo. Esta diferencia permite realizar cálculos en paralelo y resolver ciertos problemas con una velocidad que, en comparación con los sistemas clásicos, está absolutamente fuera de escala. En términos prácticos, con la computación cuántica podrían resolverse en minutos operaciones que tardarían millones de años en una computadora tradicional.


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