Contrario a lo que suele creerse, el fundamentalismo indígena no nace en la izquierda, sino en la derecha. Nace, como veremos, en los sectores más oligárquicos y recalcitrantes de Hispanoamérica, aliados incondicionales de Inglaterra. Los que después de la independencia de todas estas repúblicas se quedaron con las tierras de los indios.
Después de la independencia y una vez terminada la guerra civil entre los sectores populares antibritánicos, católicos hispanistas y proteccionistas y la oligarquía probritánica, masónica y librecambista, la hegemonía del discurso antihispanista estuvo destinada a justificar desde una pretendida asepsia ideológica en la academia la alianza de las élites locales con Inglaterra y su apuesta por el libre comercio.
En ese momento, los autores de la izquierda tradicional como Marx no eran defensores de la Leyenda Negra de la conquista española, eso ocurrió más tarde, ya en el siglo XX. Fue recién en 1930 en la reunión del congreso comunista en Montevideo y luego Buenos Aires cuando se asumió ese discurso hostil a España, el indigenismo fundamentalista que buscaba desestabilizar a cualquier precio el patio trasero de los Estados Unidos. La irracional partición de las repúblicas hispánicas en pequeños Estados indígenas fue la absurda forma de combatir el imperialismo que ideó por ese entonces la internacional comunista.
Es por eso, por la deliberada y artificial imposición de la doctrina antihispanista que aún en el siglo XX muchos líderes de izquierda reivindicaban la hispanidad. Personajes de izquierda en América que siguieron ajenos a la postura del Partido Comunista, entre ellos Manuel Ugarte, Jorge Abelardo Ramos o Juan José Hernández Arregui rechazaron la Leyenda Negra y la combatieron, aun a costas de ser virtualmente prohibidos de facto por la academia.
Lo que ocurre hoy está más bien relacionado con una segunda oleada negrolegendaria entre la izquierda americana, que se produjo cuando Fidel Castro, quien era hispanista, por necesidades políticas asumió un relato negrolegendario tras su alianza con la Unión Soviética. Desde Cuba se fomentó este discurso en todo el continente.
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