La Mazorca, Sociedad Popular Restauradora

La propaganda antinacional, muy militante en la historiografía, ha intentado imponer una narrativa de la Mazorca rosista como un hecho extraordinario de represión política. Pero la misma historia indica que la Mazorca no es sino uno de muchos capítulos en el catálogo de herramientas que el poder político ha utilizado aquí y todas partes para mantener a raya a sus opositores. Esta es la continuidad histórica que, bien observada, indicará que la Mazorca está bastante lejos de ser el hecho más sangriento en materia de represión estatal.
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El personaje de Juan Manuel de Rosas y la época del rosismo están tan rodeados de ideología, interpretaciones y pasiones que aun hoy a ciento setenta años de la caída de este líder el ejercicio de historizar sigue dando material para muchos subtemas. La llamada Mazorca o más técnicamente hablando la Sociedad Popular Restauradora no es la excepción, pues la propaganda antirrosista sigue tiñendo a esta organización con un barniz de surrealismo y violencia. Se trata por lo tanto de un tema interesantísimo pues nos permite reflexionar acerca de los modos en que ficcionalizar la historia o bien contarla parcialmente acarrean como una consecuencia posible la modificación acerca de la valoración que todo un país puede tener de sus propios procesos históricos y de los personajes que los protagonizaron.

En primer lugar, antes de explicar qué fue la Mazorca y a qué sector se dirigió su actividad, vale recoger como testimonio de la relación de Rosas con el pueblo de la provincia de Buenos Aires el libro de Juan Pradere Juan Manuel de Rosas. Su iconografía, que recopila imágenes de diversos objetos de la época rosista y a la vez imágenes costumbristas donde se puede observar al Restaurador de las Leyes en las llamadas sociedades africanas de negros y mulatos, por ejemplo.

Rosas fomentó las reuniones de negros, participó a menudo junto a su familia de ellas y se granjeó el respeto de la comunidad africana debido a que las elevó socialmente, respetando los derechos de los sectores africanos y de sus descendientes. De hecho, los africanos le llamaban “nuestro padre Rosas” y salieron a celebrar en las calles cuando el gobernador derogó una ley que establecía la obligatoriedad del servicio militar en todos los africanos y descendientes de africanos a partir de los quince años. Esta relación de amistad con el pueblo llano se replicó entre los gauchos de a pie de la campaña. Rosas era respetado y querido tempranamente por los sectores populares, esa relación está debidamente documentada.

La propaganda antirrosista en acción con la imagen de un grupo de mazorqueros imponiendo el terror en una casa de familia, lo que se aleja mucho de la realidad. La Mazorca no existió con el fin de reprimir a los civiles, sino a los opositores políticos en los tiempos de Juan Manuel de Rosas y, por cierto, con una fracción de toda la violencia que le atribuye la historia oficial.

Pero volvamos a La Mazorca. Se nos ha dicho que era un ente parapolicial que reprimía a opositores, amedrentaba unitarios residentes en Buenos Aires y cometía asesinatos de madrugada, un servicio de inteligencia puesto al servicio del régimen de Rosas en el afán de aplastar a su oposición política a través del terrorismo. La pregunta es, por lo tanto, si esa imagen que la mayoría conservamos de nuestra etapa de escolares se condice con la evidencia historiográfica de la época.

En ese sentido podemos citar un artículo interesante del joven historiador Gabriel Di Meglio, El orden rosista, en el que afirma: “Tanto él (Rosas) como su esposa, su hija Manuelita y su cuñada concurrieron a menudo a bailes organizados por las Sociedades, gesto que les valió una gran influencia, puesto que no era nada común que los miembros de la élite hicieran eso. Los negros estaban insertos en una red de contactos plebeyos que manejaba la mujer del Restaurador Encarnación Ezcurra y cuando esta murió en 1838 su hermana María Josefa mantuvo esas relaciones.

“La red funcionaba como una especie de asistencia social privada: los que llevaban noticias útiles a las señoras Ezcurra obtenían algunos beneficios, no necesariamente como un pago directo, sino que en otro momento podían conseguir ayuda de ellas para conseguir bienes, perdones, favorecer a algún familiar, etcétera. La mujer y la cuñada de Rosas se convirtieron por este medio en figuras muy populares”.

Lo interesante además era que la esposa de Rosas Encarnación Ezcurra era una figura política con peso propio y por eso fue capaz de reunir el germen de lo que más tarde se conocería como La Mazorca. Ya en 1833 cuando su marido se hallaba a ochocientos kilómetros de Buenos Aires en la isla Choele-Choel durante la Campaña del Desierto, Encarnación reunió a los miembros del llamado federalismo doctrinario o apostólico para defender la persona de Rosas ante el cisma propuesto por los federales “lomo negro” esto es, aquellos que ya por entonces renegaban de la representación del Restaurador. Muchas cosas se pueden decir de Rosas, seguramente, pero sin lugar a dudas nadie podría achacarle un supuesto machismo puesto que su mujer y su hija fueron figuras políticas de renombre que actuaron a la par del gobernador sin ser relegadas nunca a las tareas domésticas.

El Restaurador de las Leyes Juan Manuel de Rosas y su esposa, Encarnación Ezcurra, en una pieza de la iconografía militante rosista de la época. Al igual que Juan Perón y Eva Duarte, esta primera pareja nacionalista fue entonces objeto de adoración entre las clases populares de la Argentina hasta Caseros, sobre todo entre los negros descendientes de africanos que veían en Rosas y Ezcurra un símbolo de su libertad y dignidad en los años posteriores a la abolición de la esclavitud.

Con respecto al origen de la Mazorca, Di Meglio nos dice que esta “no estuvo ligada a una iniciativa gubernamental sino a una asociación política, la Sociedad Popular Restauradora, nacida a fines de 1833. Los datos de su surgimiento son oscuros. Según José Rivera Indarte —fanático rosista devenido en fanático antirrosista— uno de los miembros de la facción federal apostólica, es decir rosista, llamado Tiburcio Ochoteco le sugirió a Encarnación Ezcurra, quien había dirigido exitosamente en la lucha contra la facción cismática, la formación de un club de adherentes de Rosas a semejanza de las sociedades patrióticas españolas que él había conocido en Cádiz durante el trienio liberal (1820-1823). Eran clubes que surgieron por toda España en 1820, algunos más radicales y otros más moderados, que reunían a sus adherentes en casas, tabernas o conventos desocupados; abogaban por la difusión del liberalismo y atemorizaban a sus enemigos. Estaban dirigidas generalmente por personas de buena posición social, pero contaron con una importante participación popular, principalmente de artesanos”.

Nos cuenta Di Meglio además que una sociedad de ese tipo constituía una novedad en la escena política de Buenos Aires, por un lado porque era un club que se afiliaba abiertamente con una facción, cosa que en las sociedades políticas porteñas se había intentado evitar explícitamente dada la condena discursiva a las facciones en la prensa y en los debates parlamentarios desde 1810. Pero a la vez la novedad consistía en que “la Sociedad Popular tenía un importante elemento distintivo: la presencia entre sus integrantes de individuos que no formaban parte de la élite de Buenos Aires; ‘(…) muy pocas personas decentes se inscribieron como socios de la sociedad’. Es decir que era la primera vez que la gente decente no era mayoría en una asociación política. Esto era claro en la adopción del término popular en el nombre de la organización”.

Lo que caracterizó a los mazorqueros no fue que estuvieran dispuestos a llevar su fervor por Rosas hasta las últimas consecuencias sino que casi todos ellos eran a la vez parte de la policía. Resulta fundamental además hacer una distinción entre quienes integraron la Sociedad Popular Restauradora propiamente dicha, parecida más que otra cosa a una suerte de club social integrado por miembros de la élite: Anchorena, José María Rojas, etcétera, pero también formada por artesanos, pulperos, herreros y quinteros esto es, el elemento popular, y la Mazorca como una suerte de brazo armado de esa sociedad.

La imagen de un mazorquero, extraordinaria obra del pintor uruguayo Juan Manuel Blanes. La pintura es en óleo sobre tela y pertenece actualmente a una colección privada.

Siguiendo con Di Meglio, “La Mazorca fue un grupo que podemos llamar parapolicial, integrado mayormente por empleados de la policía en actividad. Mientras el jefe de la policía entre 1835 y 1845 Bernardo Victorica se encargó de manejar al cuerpo en sus funciones más habituales —seguridad urbana, control, denuncia de opositores al sistema, reclutamiento de vagos para el Ejército— los comisarios Ciriaco Cuitiño y Andrés Parra cumplieron esas tareas, pero sumaron un mayor énfasis que ningún otro comisario en la vigilancia política. Esa rama especial de la policía, las dos partidas volantes de Cuitiño y Parra, fueron las que devinieron en la Mazorca. Silverio Badía, Manuel Troncoso, Leandro Alem y Fermín Suárez, los mazorqueros más famosos —que serían juzgados y ejecutados por eso en 1853— eran los dos primeros vigilantes de la partida de Parra y de la de Cuitiño los otros dos. ¿Cuándo dejaban de actuar como policías y se volvían mazorqueros? En los momentos en que procedieron por fuera de las disposiciones o la normativa del departamento de policía; sin órdenes o con indicaciones orales del gobernador, algo que nunca llegó a dilucidarse”.

Un detalle interesante que se desprende de este artículo de Gabriel Di Meglio es que Rosas gozaba de total popularidad en el ámbito rural de la producción. En el ámbito de la ciudad Buenos Aires, por otro lado, buena parte de la población era rosista, pero Rosas era consciente de que si bien existían eminentes miembros de la aristocracia porteña a la que él mismo pertenecía fieles a los principios del federalismo, la lealtad de este sector tendía a ser inestable, quienes un día lo apoyaban podían virar en sus apoyos al día siguiente.

De modo tal que la Mazorca estuvo dirigida básicamente hacia ese sector social. La policía tenía tanto en la campaña como en la ciudad de Buenos Aires herramientas de presión y coerción que podía utilizar sobre los sectores populares en caso de necesitarlo, tal era el caso de las leyes de vagos y mal entretenidos que reclutaban hombres para servir en la frontera con el indio. La Mazorca nació ante la necesidad de disciplinar a una oposición política urbana y acomodada en el ámbito de la ciudad.

Un malón representado por el dibujante alemán Mauricio Rugendas en 1845, en representación de las sucesivas campañas de Juan Manuel de Rosas sobre el territorio ocupado entonces por los indígenas que serían conocidas histórica y genéricamente como Campaña del Desierto, una constante del siglo XIX de formación nacional de la Argentina.

Y hemos de decir que todo esto puede sonarnos brutal, violento. Pero si bien en la actualidad la persecución a determinados sectores no se da de la misma manera sensacional, el recurso a ella no ha cambiado mucho con los siglos. En la actualidad también hay gente que ha sufrido persecución, hostilidad, la amenaza de la cesantía por no tener el esquema completo de vacunación, por ejemplo. No podemos negar que determinados métodos resultan violentos o extremos a nuestros ojos, pero de una manera o de otra en nuestros días avalamos situaciones que de modo directo o indirecto se asemejan en las formas o en los objetivos a aquellas que tuvieron lugar hace más de ciento cincuenta años.

La Mazorca ofició como una suerte de organización parapolicial destinada entonces a la inteligencia sobre los propios miembros de la élite gobernante. Esto queda bien ilustrado en la película de María Luisa Bemberg, Camila (1984), donde se muestra al personal doméstico de las casas acomodadas, negros y mulatos leales al Restaurador, oficiando como testigos de las conversaciones privadas en los salones aristocráticos y ulteriormente como informantes a través de las redes sociales como las Sociedades Africanas que mencionábamos más arriba.

Sin embargo, la actividad de la Mazorca no fue lineal ni permanente a lo largo del tiempo. Un momento álgido lo constituyó la guerra contra Francia, con el puerto de Buenos Aires bloqueado y escasez de algunos productos. En ese contexto se habló de una conspiración de unitarios apostados en Montevideo operando con financiamiento del gobierno francés y esos rumores recrudecieron la actividad de la Mazorca por obvias razones.

De acuerdo con la Historia de la Confederación Argentina de Adolfo Saldías, “Componíase esta (la Mazorca) de partidarios fanáticos, de militares de todas las graduaciones y de hombres ventajosamente conocidos en la sociedad, en las magistraturas, en las letras y en el foro debido a los sucesos políticos de 1833 y este origen fue verdaderamente popular. Fue durante el gobierno de Balcarce, cuando los enemigos de Rosas, quien se encontraba a doscientas leguas de Buenos Aires empeñado en su expedición al desierto resolvieron agruparse para contrarrestar la influencia de los lomos negros contra los federales netos. Esta agrupación tomó parte en la revolución llamada de los restauradores, y de allí tomó su nombre de Sociedad Popular Restauradora”.

La ejecución mazorquera de Manuel Vicente Maza en el marco de la rebelión antirrosista conducida por los “Libres del Sur”, óleo sobre tela del pintor sanjuanino Benjamín Franklin Rawson que se encuentra expuesta en el Complejo Museográfico Provincial Enrique Udaondo de la ciudad de Luján, Buenos Aires.

El testimonio de Saldías resulta de lo más importante pues este historiador nació en el año del derrocamiento de Rosas y creció en el más fanático antirrosismo. La imagen que cargaba en la retina al comenzar su investigación era la de Rosas como un demonio con patas, la encarnación del mal absoluto. Fue contando con el apoyo de Bartolomé Mitre, el ídolo de la juventud porteña de la época que emprendió su investigación para escribir una Historia de la Confederación Argentina, no sin antes solicitar a Manuelita, la hija de Rosas, el archivo documental de su difunto padre para investigar la época de un modo imparcial. Allí descubrió entonces una realidad que no se parecía tanto a la historia de una dictadura sangrienta que le había sido contada en sus años de formación.

De acuerdo con las investigaciones de Saldías, la Mazorca “hizo acto de presencia en todas las manifestaciones políticas que tuvieron lugar en Buenos Aires con el objeto de robustecer la acción del gobierno. Esto le valió naturalmente cierta influencia y le atrajo a sí a los principales hombres. El ser miembro de la Sociedad Popular Restauradora llegó a considerarse algo más que como una prueba de adhesión al partido federal que representaba Rosas como una distinción acordada a los méritos y a los servicios contraídos por la causa federal. Y ahí era de los empeños que se hacían valer para ser admitido miembro de la Sociedad Popular Restauradora y aun para insistir a pesar de haber sufrido uno o más rechazos”.

Saldías demuestra entonces que la Sociedad Popular no era una banda de forajidos sino que sus miembros gozaban de prestigio en la sociedad rosista. De hecho, varios de esos unitarios que emigraron a Montevideo para conspirar contra el gobierno de Rosas habían sido eminentes miembros de la élite porteña que rechazados por la Sociedad Popular Restauradora viraron hacia el antirrosismo más visceral.

“En la época en la que tuvieron lugar los sucesos referidos”, nos cuenta Saldías sobre los tiempos del bloqueo anglofrancés y la invasión del ejército de Lavalle, “verdad es que las pasiones se precipitaban en la vorágine a favor de los extravíos de los partidarios. Y en este estado cabían las monstruosidades que unos y otros eran capaces de llevar a cabo y las monstruosidades que unos y otros se inventaban cubriéndose de lodo”. Lo más importante que nos dice Saldías escribiendo a fines del siglo XIX y a pesar de su antirrosismo fanático es que violencia había de ambos lados, en un contexto de agitación política y guerra. Esa es la osadía de su trabajo.

Reconocimiento posterior a Juan Manuel de Rosas por parte del gobierno de la provincia de Buenos Aires en tiempos de Antonio Cafiero. Por su defensa de la soberanía nacional frente a las pretensiones de la potencias globales de la época, Rosas es el primer símbolo de soberanía política e independencia económica que ninguna leyenda negra podrá borrar de la conciencia del pueblo argentino.

Entonces, ¿podemos afirmar que la Mazorca fue un ente parapolicial destinado a perseguir opositores? Sí, sin lugar a dudas. ¿Está bien recurrir a la violencia y la coerción como medios para controlar las oposiciones en la política? Por supuesto que no, no vamos a pintar un cuadro en tonos pastel, aquí nadie se va a poner a decir que Rosas haya sido un demócrata. Fue por el contrario el hombre fuerte que se necesitaba en un momento difícil y excepcional en la historia de nuestro país, con sus luces y sus sombras.

Lo que este historiador se permite sugerir es lo siguiente: las sociedades masónicas tan admiradas por el liberalismo, ¿acaso el lector cree de buena fe que no eran algo parecido a la Mazorca y no operaban de un modo similar? ¿O será que como eran más secretas y más disimuladas entonces se parecían a la democracia ateniense llevada a sociedad secreta?

Lo que no podemos darnos el lujo de olvidar es que todos los sistemas políticos presentes y pasados tienen o han tenido un sistema de inteligencia destinado a detectar posibles hostilidades y contradicciones. En la actualidad los métodos de control de la oposición política se han hecho más sutiles y la mayoría de las veces no requieren del poder de turno que cuente con un grupo paramilitar apostado frente al domicilio de un opositor al régimen con un puñal en la mano.

Pero hoy todo el mundo sabe que existe la censura en las redes sociales, por ejemplo. ¿Acaso no hemos visto a las corporaciones censurando las cuentas oficiales de políticos o personalidades opositoras a un determinado régimen político, estatal o supraestatal? De modo más sutil o menos sangriento, pero con la misma finalidad la censura ayer y hoy es un atributo propio de todos los partidos en todas las regiones del mundo cuando estos se aúpan al poder.

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