La patria es el contexto: historia de un declive

Una nueva etapa de la política argentina se inicia al finalizar la hegemonía kirchnerista de las últimas dos décadas. Con la confirmación del ascenso de Sergio Massa y la visibilización del aislamiento de Cristina Fernández, se abre el cuadro para la formación de una nueva hegemonía con un proyecto político también totalmente nuevo. El kirchnerismo intenta suavizar la dura realidad de un posibilismo que es derrota mediante la idea del “contexto”, pero el declive es evidente. Solo resta saber qué papel jugarán los kirchneristas en la próxima etapa, la que promete ser absolutamente contradictoria al proyecto político que el kirchnerismo, al menos teóricamente, sostiene.
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Si tenía que haber unidad hasta que duela parece que en este caso dolió mucho. Tanto debe haber dolido que CFK se sintió obligada a exponer los pormenores de la rosca como probablemente no hay antecedentes. A la comprensión de texto exigida ante la letanía de militantes y aduladores que hacen las veces de periodistas, se le agregó una “comprensión de contexto”, una suerte de grosero “posibilismo”. Ahora la patria no es el otro sino el contexto; ahora el proyecto mismo es el contexto.

¿Pero qué pasa con el texto? ¿Estamos todos viendo la misma realidad? La pregunta viene a cuento porque en los análisis que se han hecho sobre el rol de CFK se está discutiendo sobre una base empírica que ha dejado de ser común desde hace unos años. Por ello es difícil afirmar si ella hizo una jugada maestra, le impusieron un candidato o “traicionó”.

En esta línea, para aclarar los puntos y dejar de lado toda abstracción: considero que, al menos desde 2015, el texto y el contexto que observa CFK no son los mismos que observan sus seguidores. No importa, por ahora, quién tiene razón, pero evidentemente, la militancia y mayoría de los votantes que siguen a CFK ven una realidad distinta de la que ve ella. Para éstos, el kirchnerismo por sí mismo puede ganar las elecciones; para ella no. Es más, ella ve que el kirchnerismo cada vez tiene menos fuerza. Al menos ésta parece la deducción más sensata si hacemos eje en las fórmulas presidenciales que impulsó CFK desde 2015 hasta la fecha.

En 2015, CFK tuvo que aceptar que Scioli fuera el candidato, un “moderado” al que ciertas afiebradas usinas K acusaron de ser hasta un “pro buitre”. Como no había alternativa y había que garantizar que el votante K de paladar negro apoyara, se tuvo que poner a un cancerbero K detrás, Zannini, para “controlar al Pichichi”. La militancia pensó que la elección estaba ganada porque el candidato no era Scioli sino el proyecto, de modo que, prácticamente, no hacía falta militar (no sea cosa que el moderado saque muchos votos). Pero llegó la primera vuelta y el que sacó muchos votos fue Macri. Luego llegó la reacción, pero no alcanzó.

Daniel Scioli y Carlos Zannini, la fórmula de la “moderación” con un toque de talibanismo con la que el kirchnerismo llegó a las elecciones de 2015. Con poca o ninguna convicción en el triunfo o en que Scioli garantizaría la continuidad del proyecto político propio, los kirchneristas optaron por hacer la plancha durante buena parte de la campaña y solo activaron de cara al ballotage, cuando ya era demasiado tarde: la caja de Pandora estaba abierta y Mauricio Macri había llegado para empujar al país hacia un abismo del que nunca más hemos podido salir.

En 2019, un kirchnerismo más debilitado ya no pudo ni siquiera acudir a un moderado leal como Scioli para que encabece la fórmula, sino que tuvo que recurrir al que operó sistemáticamente contra CFK durante 10 años: Alberto Fernández. La apuesta era tan sorprendente e indigerible que ya no alcanzaba con un cancerbero detrás: tenía que ser la propia CFK, “la dueña del circo”, la que diera la cara y garantizara que se iba a controlar al arrepentido de haberse arrepentido. Se “sacrificó la dama” y alcanzó para ganar, mas no para gobernar bien.


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