Desde el inicio de la operación militar de Rusia sobre el territorio de Ucrania en febrero de 2022 la geopolítica estuvo en compás de espera. De cierta forma, en la opinión de quienes están implicados en esa lucha por el poder en el Estado que es la política, resultaba claro desde un principio que la situación era precaria pues igualmente precario era el régimen de Joe Biden en la presidencia de los Estados Unidos. Todos los dirigentes con alguna relevancia en el mundo sabían que Donald Trump iba a sentarse otra vez en el sillón de la Casa Blanca y que una vez allí la precariedad de la situación geopolítica ocasionada por la política exterior de Biden iba a terminar.
La pregunta es por qué. ¿Por qué existió en casi tres años la fe colectiva en que Trump iba a volver a ser el presidente de la superpotencia global decadente y además en que iba a tomar el toro por las astas terminando con ese chanchullo que es la provocación occidental en las fronteras rusas? Biden es un anciano que durante su gobierno dio claros signos de fatiga física y mental, esto es, envió al mundo la señal de que el suyo era un gobierno más bien interino. Desde un primer momento Biden comunicó que venía a hacer una obra puntual en cuatro años y que no iba a buscar la reelección, razón por la que la figura de Trump aparecía constantemente en el horizonte como la respuesta lógica al interrogante.
Máxime considerando que Trump había sido apeado del poder político por el propio Biden en 2020, en el contexto extrañísimo del coronavirus y con muy serias sospechas de fraude. En la comunicación no verbal, que es donde suele estar la verdad, quedaba expresado que el reinado de Trump no había finalizado, sino que se había puesto en pausa. Dicha pausa fue el gobierno interino de Biden, una cosa de tan solo cuatro años y con la única finalidad de probar una estrategia diferente en la resolución del problema de los sublevados de Oriente —Rusia y China, básicamente— al dialoguismo que Trump empleara entre 2016 y 2020.
En otras palabras, el establishment estadounidense reemplazó a Trump por Biden en 2020 para ver si lograba reprimir la sublevación oriental a los tiros en el campo de batalla y no en una mesa de negociación diplomática, que era como conducía el asunto Trump. Para hacer eso el establishment necesitaba un títere sin mayores ambiciones personales, uno que estuviera ya promediando su trayectoria política. Ese títere fue Joe Biden, se hizo la guerra en Europa y la guerra, como se sabe, lejos de poner en caja a los rusos, resultó en un fortalecimiento de las relaciones entre Rusia y China. La provocación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en Ucrania fue un tiro que salió por la culata.
El establishment en los Estados Unidos parece haber comprendido al fin que a los tiros no va a poder detener ni ralentizar la decadencia del imperialismo estadounidense, sino que la va a acelerar. Si los Estados Unidos optan por una confrontación militar contra cualquiera de los sublevados lo único que van a lograr es que estos se agrupen en bloque para combatir. Eso fue lo que ocurrió a partir de febrero de 2022, precisamente: sancionada y excluida del comercio con el mundo occidental, Rusia reorientó su economía hacia China y el continente asiático de un modo general, eso resultó en un fortalecimiento de las relaciones entre esos países emergentes y peligró como nunca la hegemonía de los Estados Unidos.
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