Los católicos ante el sionismo (I)

El sionismo militante ha encontrado aliados insólitos entre sectores del catolicismo que, envueltos en banderas y cruzados por viejos complejos de culpa, arremeten con furia contra quienes denuncian la masacre del pueblo palestino. Alimentada por una mezcla de fariseísmo religioso, fanatismo político y trauma histórico mal resuelto esta deriva convierte a ciertos “católicos profesionales” en defensores acérrimos del Estado de Israel, incluso por encima de su propia fe. Mientras persiguen con saña a quienes no se alinean con su visión, ignoran el legado humanista y la historia real de la Iglesia, que lejos de ser cómplice del nazismo, salvó miles de vidas.
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Una vieja amiga me confiesa que se queda muy turbada ante las muestras de odio furibundo y espumeante hacia mi persona que percibe en los ambientes “católicos” en los que trabaja, por la posición que he mantenido desde hace años en defensa de los palestinos que ahora están siendo masacrados en Gaza. No me pilla por sorpresa este odio furibundo y espumeante, a fin de cuentas expresión de esa aberración llamada fariseísmo, que se sirve hipócritamente de una cáscara o fachada religiosa para encubrir los más sórdidos fanatismos ideológicos.

Por los mensajes que mi vieja amiga me enseña en su móvil, donde estos “católicos” profesionales que la rodean exhortan a boicotear mis novelas y a escribir al periódico para el cual colaboro regularmente, reclamando mi despido, entendí además que se trataba de fariseísmo en sus grados más extremos y diabólicos, cuando —como nos explica Leonardo Castellani— el fariseo se vuelve activamente cruel y persigue a los verdaderos creyentes con saña ciega y fanatismo implacable hasta lograr su muerte (o siquiera su muerte civil).

Pero, sobrecogiéndome los mensajes de móvil que aquella amiga me enseñó (como siempre me sobrecogen las expresiones de lo preternatural adueñándose del alma humana), me sobrecogió todavía más el sionismo desaforado y energúmeno de aquellos “católicos”, todos ellos muy fachitas y valentones y envueltos en banderas (la rojigualda en dulce himeneo con la sionista), cuya forma mentis ya en nada se distingue del evangelismo yanqui, que identifica con el “pueblo elegido” de la Antigua Alianza al estado de Israel (olvidando que esa Alianza ha sido renovada por la redención de Cristo) y defiende como si fuese un dogma de fe su política exterior.

Sólo que el evangelismo yanqui, al actuar como cancerbero del sionismo, espera desquiciadamente que la condición de “pueblo elegido” se contagie por lazos de sangre y de pólvora a los Estados Unidos, mientras que nadie sabe qué oscuros manejos mueven a nuestros “católicos” sionistas, aunque sospechamos que siquiera entre sus elementos rectores, no sea otro sino aquel “poderoso caballero” al que Quevedo dedicó una célebre letrilla.

En cualquier caso, como señalaba Charles Péguy, el fariseísmo es a la postre un “traspaso de la mística en política”, que en estos “católicos” sirve para disfrazar su sionismo desgañitado con una fachada meapilas que ampara todo tipo de desvaríos, a la vez que tapa traumas notorios. Y es que, después de las matanzas de judíos perpetradas por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, la maltrecha sensibilidad occidental asumió una suerte de auto-inculpación que el mundo judío azuzó hasta convertir en acusación manifiesta. Así, se ha conseguido que, ochenta años después de aquella hecatombe, Occidente arrastre un complejo de culpa que lo empuja no sólo —como es de justicia— a recordarla y execrarla, sino también a cargar con un sambenito que no cesa de golpear su conciencia.


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